“La única diferencia entre grabar en Latinoamérica o en Hollywood es que tienen más dinero para producir”, dice el actor mexicano Marco de la O, que se encuentra en Argentina en pleno rodaje de Mete miedo, un thriller sobrenatural que promete suspenso y algo de terror.
El filme dirigido por Néstor Sánchez Sotelo es el tercer proyecto que encara De la O durante la pandemia. “Llevo 35 hisopados: ya nos estamos acostumbrando. Pero siempre es incómodo estar con el tapabocas y de repente ‘¡Acción!’, y quitártelo para grabar”, explica el artista, al estar lejos de su mujer y sus hijas -no pudieron acompañarlo por las restricciones sanitarias-, la más feliz con los nuevos protocolos de filmación es su esposa: “Se cancelaron los besos y los abrazos”, bromea, en esta entrevista con Teleshow.
Con escenas rodadas en distintas locaciones de Buenos Aires, la película producida por Del Toro Films cuenta además con María Abadi y Melisa Garat, entre otros artistas de gran trayectoria que son parte de esta historia de un grupo de élite de la policía que se ve envuelto en una experiencia extraordinaria durante un operativo en un área peligrosa.
—Contanos de qué se trata Mete miedo y cómo es tu personaje.
—Estoy haciendo de policía, nunca lo había hecho. Después de hacer de narco, el malo, me tocaba. Es lo padre de ser actor: de repente te tocan personajes buenos, malos, de comedia. Es muy fácil encasillarse cuando tienes un personaje como El Chapo, tan fuerte. Marcó tanto mi carrera. A mucha gente le gustó la serie y había que sacudírselo rápido. Por eso me fui a Estados Unidos, a Canadá, al inglés; hice lo de Rambo. Llevo cuatro proyectos después de El Chapo. Poco a poco la gente empieza a conocer a Marco de la O, el actor.
—El Chapo es una serie que se estrenó en simultáneo en 180 países, en una plataforma como Netflix. ¿Cómo fue ese boom en tu vida?
—Te cambia tanto actoral como personalmente. Es algo que has querido toda tu vida. 20 años de trabajo, de hacer teatro, televisión, personajes que quizás eran secundarios. Me impactó durísimo el salir a la calle y que la gente te conozca. El que tu familia te conociera sin ser famoso y ahora hay que agarrar a la niña porque poso para la foto. Llega la pizza y estoy acostumbrado a bajar porque soy el hombre de la casa y mis damas, pues yo voy por la pizza, y de repente no puedo bajar porque van a saber dónde vivo. Te empieza a cambiar la vida. No te das cuenta hasta que llegas ahí y dices: “¡Ay, caray!”.
—Recién mencionabas la dificultad de no quedar encasillado en un papel que tuvo tanto éxito. ¿Hubo un trabajo para que eso no pasara?
—El personaje de Falsa identidad casi no lo agarro porque es un guachicolero, las personas que roban gasolina en México: gente que rompe el ducto, saca gasolina y la vende. Es una línea muy delgada: ser un narco y un guachicolero. Dije: “No, va a ser lo mismo”. Y mi esposa y mi mánager me dicen: “¿Por qué no ves que, si lo haces diferente, van a decir ‘un papel que pudo haber sido muy parecido lo hizo completamente distinto’?”. Y así fue.
—Tu mujer es importante en tu carrera.
—Es la segunda parte de mi carrera. La primera se la doy a mis padres, sin dudas. Me apoyó muchísimo mi familia. Mi papá financieramente; mi mamá era muy crítica conmigo. Me veía y me decía: “Hablaste muy rápido, tranquilizate”. Y mi papá: “¡Wow! (aplaude), todo excelente, eres el mejor”. (Risas). Entonces, tenía esas dos partes.
—Y después llegó tu mujer. ¿Es verdad que te ayudó a lookearte para convertirte en El Chapo?
—Sí. Como es actriz, la conocí en el teatro, tengo a mi mejor coach o a mi mejor crítico en la casa. La historia es que en la castinera me dicen: “¿Quieres ser El Chapo?”. Cuando llego a la casa y le digo a mi esposa, me dice: “Córrete la barba, déjate el bigote, ponte esta camisa de narco, y vas”. Fue el primer casting en mi vida que llegué muy relajado porque no sabía qué era. En el primero; en el último, que ya sabía, estaba nervioso.
—¿Cuando te ofrecen hacer El Chapo vos tenías noción de lo que se podía convertir ese proyecto en tu carrera y la serie en sí misma?
—Cuando vi que era Netflix, leí el guión completo y vi cómo estaba escrito... Te dabas cuenta de que iba a ser un trancazo. Estaba inteligentemente bien creada, documentada; los personajes bien delineados. Tenía un trabajo brutal detrás. El que haya pegado la serie no depende nada más de mí o de mis compañeros, fue de todos.
—¿Cómo te confirman que el papel es tuyo?
—Venía manejando y sonó el teléfono, contesto en altavoz del coche, y empieza el jefe de casting a tocarme como una fanfarria. Y yo: “¿Qué pasó?”. “Te quedaste”. Me puse súper contento, llegué a la casa y teníamos un tequila, me acuerdo que mi esposa y yo nos la tomamos entera (risas).
—Nadie se acuerda cómo terminó esa noche.
—No lo recordamos. Y nació mi otra hija. No... (Risas).
—Tuviste que subir mucho de peso.
—Fue uno de los procesos más difíciles. Pesaba 68 kilos y me dijeron que tenía que subir para tener la expresión corporal de alguien mayor y le dije a la showrunner: “Te lo puedo hacer”. “¿Cómo?”. “Subo de peso”. Me pusieron a un nutricionista: comía 5.000 calorías diarias. Era comer cada dos horas. No tenía hambre, lo peor en este mundo. Mucha gente me dice: “¡Ay, qué rico comer todo!”, y no, no está padre comer sin hambre.
—Hay algo que pasa con estas series, de cierta romantización del universo narco. Pienso en El Chapo, pero también en otras series o documentales que han retratado la vida de Pablo Escobar, que acercan esos personajes con la gente.
—Te voy a decir por qué. Una bioserie no se hace para informar ni tampoco tenemos la verdad absoluta. Tratamos de que se acerque a una realidad y cuando la realidad es tan cercana, porque es un ser humano que vive, existe, tiene hijos, etcétera, tienes que ser un ser humano. Y cuando tú haces un ser humano creas empatía. Las telenovelas no eran para empatizar, eran para imaginarse, volarse de que: “Ah, la señora que hace el aseo se va a enamorar de…”.
—Aspiracional.
—Exactamente. Y no hay ninguna empatía. Las series nuevas crean empatía y más si es una bioserie. Cuando se le muere el hijo al Chapo, tienes empatía con el personaje, porque entiendes la muerte de un hijo. En una telenovela, la mala es la mala todo el tiempo y no tiene un ápice de buena, y la buena es buena todo el tiempo y llora. Eso es una telenovela. Aquí, no. Es un ser humano que ha de reírse, se divierte, tiene que tomar una decisión; es eso.
—El Chapo ya estaba detenido cuando se estrenó la serie. ¿Pero te contactó alguien de su familia?
—Imagino que la vieron, pero no tuve ningún contacto. Está tan bien hecha y tan inteligente que no había espacio para comunicarme con… Tampoco es que dejé mal al Chapo. No queríamos dejarlo mal: queríamos contar una historia. Hice mi propio Chapo. Si yo hubiera sido el hijo, hubiera dicho: “No se parece”, pero la gente me compró la idea de que El Chapo es como lo hice; pero mentira, no lo es. Eso es una ilusión.
—Después del gran éxito de El Chapo filmaste con Sylvester Stallone.
—Con Stallone, muy divertido.
—¿Cómo fue grabar en otro idioma?
—Me aprendí la escena al derecho y al revés. No había un ápice para equivocarme. No podía fallarles y fallarme. Hace poco me preguntaron qué diferencias había entre grabar en Latinoamérica o en Estados Unidos, Hollywood, y es que tienen más dinero para producir. Estamos a la altura en Argentina, en México y en Colombia. La única diferencia es que ellos abrieron un tráiler y había 50 cámaras. Aquí, apenas tenemos una o dos. Pero el talento no le pide absolutamente nada.
—¿Cómo llegaste a esa película?
—Llegué porque me esforcé mucho (risas). No, me fui a Canadá a perfeccionar el inglés porque... ¿Sabés qué me pasó? Estaba en el primer estreno en Los Ángeles de El Chapo 1, evento mundial, Netflix, increíble. Todo lo que un actor sueña. Era el protagonista, medios de Italia, de toda Latinoamérica, Estados Unidos, brasileños, de muchos países. Y de repente me dicen: “Hello, Marco, ¿how are you?”. Hablaba inglés, pero no para una entrevista. Decía una babosada y era una comedia total, pero si decía una tontería que pueda costar cara…
—¿No tenías un traductor?
—Sí, yo hablaba español y la persona lo traducía, pero dije: “Esto no me vuelve a pasar”. Acabé la tercera temporada y me fui a Canadá dos meses y después otros dos a Los Ángeles a conseguir manager. Me mandó como a 30 castings, no quedaba en ninguno, no me quedaba, no me quedaba...
—¿Cómo era en ese momento venir de semejante éxito y que te rechacen en un casting? Se deben jugar cosas ahí.
—Al principio dije: “Tonto de mí, te crees que ya ¡wow!” Pensaba que para qué me hacían casting, pues que prendan la tele y lo vean. Y después dije: “¡Qué tonto, es otro personaje, es otra cosa!”. En Hollywood les importa un cacahuate quién eras o de dónde vengas. Te reconocen, pero ¿y? ¡Hace casting hasta Brad Pitt! Entonces, hice un casting para Rambo, para el antagónico, no para el personaje que terminé haciendo, y les encantó. Cuando voy a Los Ángeles, me dicen: “Es que Sly, Sylvester Stallone, quiere a alguien más alto y más fuerte”. Más alto me pongo un tacón, zancos, pero más fuerte... Voy al gym todos los días en menos de una semana, era imposible. “Pero queremos que estés en la película y tenemos este personaje, es más chico”. “No importa, quiero estar en la película”. Rambo, por supuesto que sí. A grabar en Tenerife, primera clase, te recogen en coches súper elegantes, te trasladan a un hotel increíble, cinco estrellas, puedes agarrar todo lo que quieras. Es un sueño.
—La pasaste bien, está buenísimo.
—Sí. Sly era un tipo genial, sencillo. Está a mi estatura, pero su espalda son como dos mías...
—Todo lo que te has propuesto lo conseguiste. Ahora estás grabando en la Argentina. ¿Cómo te estamos tratando en este país?
—Estoy feliz de estar haciendo esta película, Mete miedo, con María Abadi y Melisa Garat, mis compañeras directas, argentinas, son divinas. Aparte de buenas actrices, son grandes personas. Me han ayudado mucho con lo del acento. Tengo coach y todo, pero es una ventaja llevarte bien con tus compañeras y conocer un crew nuevo.
Mirá la entrevista completa