Cuando era chica, Cris Morena tenía plaza y no televisión. “Mis padres no querían que viera tele. Lo nuestro era el juego. Cruzábamos a plaza Chile y comíamos las moras del árbol. El guardia nos retaba y nosotros, con la boca toda colorada, le jurábamos que no habíamos probado ni una. Porque cuando no existía la embajada, ahí había una gran lomada desde dónde nos tirábamos con carritos de rulemanes y nos echaban. Yo tenía ocho o nueve años y todo eso me parecía divertidísimo”, recuerda con Teleshow la productora de contenidos infantojuveniles más emblemática de nuestro país. Y agrega: “Tenía dos años cuando me fui sola de casa por primera vez. Agarré mi carro de mimbre rosa, que para mí era enorme, y me llevé a mi hermano de uno. Llamé el ascensor, toqué el botón de la planta baja y crucé a la plaza. Nadie me detuvo. Podría haber terminado en cualquier lado… Esa fue mi primera gran aventura”.
Escritora, creativa y directora, María Cristina De Giacomi (según consta en su DNI) atravesó a más de una generación con sus tiras. “Yo crecí con Cris Morena”, dirá alguien de 45, pero también alguien de 20. Sus novelas para niños y adolescentes coparon continentes, colmaron el teatro Gran Rex, descollaron en ventas de discos y merchandising… Causaron un furor que hoy, en la era post digital, resulta inimaginable. “Jugábamos a los cowboys y a los indios. Casi quemamos a una amiga después de atarla a un árbol. Mi nivel de imaginación era altísimo. Y más de adolescente me subía los andamios para cruzar a la casa de al lado. Mis padres ni se enteraban”, rememora Cris, con una mezcla de ternura y admiración por esa chica que creció en el barrio de Palermo entre las décadas del 50 y 60.
“Un día me senté con Juan Carlos Mesa y le conté todo esto: que el ascensor antiguo de mi casa era enorme y espejado; que yo lo frenaba y ahí me cambiaba con la ropa que quería usar para salir; que ahí me di mi primer beso; que lo usaba para escribir canciones y cuentos. Porque nosotros éramos cuatro hermanos y vivíamos con algunas comodidades, pero no tenía cuarto para mi sola. Entonces el ascensor frenado era mi lugar. Por eso Juan Carlos Mesa me dijo: ‘Vas a ser la ascensorista de Mesa de Noticias’. Y así fue. Yo gritaba: ‘¡Seguuuuundo!’”, agrega desde la cabecera de la mesa de mármol de su oficina en Otro Mundo, el espacio para artistas que inauguró hace un par de semanas en Martínez.
TOBOGANES, PERMISOS Y MUCHO VUELO
A pasos de la Panamericana, el mega proyecto hecho realidad de Cris Morena funciona en lo que alguna vez fue una fábrica. Tiene una superficie de 2.800 metros cuadrados y con solo entrar uno percibe el sello de su artífice. Frases de sus tiras, fragmentos de canciones y decorado acorde. A la izquierda hay una recepción con un bellísimo mandala en el piso, un manifiesto que Cris luego destacará y un cuadro con el rostro de Romina Yan –su hija que murió en 2010– con una frase que no es azarosa: “Somos lo que soñamos”. Desde allí se accede por una escalera a las oficinas, todas límpidas, vidriadas e intercomunicadas.
Mientras que, si desde la entrada se dobla a la derecha –como esta mañana lo hacen chicos que viene y van– se accede un gran espacio “dónde todo sucede” que se llama “Mundo Jugate”. Tiene un “Árbol de la vida” en el centro, toboganes, escaleras, bancos, hamacas y una cafetería, al fondo. Desde allí también se sube al segundo piso, dónde hay estudios de grabación, salas –“Semillas” o “Sueños”–, un laboratorio de pianos y un rincón signado por un “piso de red” donde los chicos se acuestan a descansar, charlar o divagar, porque también de eso se trata la creatividad. “Aquí nada está prohibido. Todo se puede. No hay carteles indicaciones de cosas que no hay que hacer”, asegura Cris y lamenta que sólo en las redes puso un par de pautas de seguridad. ¿Más? Un teatro que aún está en obra, pero que tiene acceso independiente, boleterías y la promesa de convocar multitudes.
“Otro Mundo se llama así por una canción de un ángel que viene a salvarte de la oscuridad. Y yo suelo empezar todo con una canción. Pero, además, porque mucha gente me dice que hago cosas de otro mundo, pero que si yo las hago, dejan de ser de otro mundo, son de este”, explica Cris justo cuando llega Azul Giordano, su nieta de 14 años, la hija menor de Romina. “Viene directo del colegio a tomar clases de audiovisuales”, apunta, orgullosa de la niña. “Vas a ver a tu abuela hacer una nota”, le cuenta para explicar la presencia de Teleshow en su oficina.
“Es un espacio energético. El centro son los chicos y los jóvenes, que los llamamos artistas desde que entran porque vienen a disfrutar y a aprender para explorar sus dones, exponerlos y, quien te dice, el día de mañana ser grandes artistas y grandes personas. Ya nos están llamando de productoras para decirnos que quieren tal o cual tipo de artista. Pero nuestra base tiene que ver con el servicio de generar seres humanos libres y felices, aunque parezca muy metafórico. Para que el día de mañana sean hombres adultos interesantes”, destaca la directora del centro que tiene 650 chicos anotados en “Aventura”, para chicos de 8 a 18 años, y 120 en “Camino”, de 18 a 25. Cuentan con un 20% de jóvenes becados, pero aspiran a llegar a la mitad del total. Y hoy los cupos están completos en una organización con “artistas” y no alumnos; “guías” y “mentores”, no profesores, sí maestros.
—¿Cuánto de esto tiene que ver con todo lo que hiciste antes?
—A lo largo de toda mi… (No quiero decir “carrera” porque cambiamos el glosario y queremos hablar impecable; que las palabras tengan que ver con lo que hacemos) En mis treinta años de vida que anteceden a la creación de Otro Mundo siempre pusimos al niño en el centro. Esto lo hice en pequeño, con chicos con los que trabajaba. Me da placer ver florecer a la gente que está conmigo. Para mí es un orgullo que les den un premio o que les pase tal o cual cosa. Entiendo que la gente tiene que volar libre. No sabés lo feliz que estoy con Lali o con Peter o con Benja Rojas, por nombrar tres. Seguimos teniendo una relación fuerte. Me agradecen mucho y eso es valiosísimo. Yo les agradezco haber confiado en mí.
—Teniendo en cuenta el glosario, ¿es correcto decir que Otro Mundo es una academia?
—No. Es un espacio de aprendizaje que tiene que ver con lo lúdico, con el despertar del artista. Así los llamamos desde que entran. Es aquel que decide ser artífice de su propia vida. Tomar las riendas en sus manos. Queremos que terminen siendo personas libres para elegir. Entre todas mis vidas, porque hice cosas bien disímiles (fui asistente social, actriz, conductora, productora, compositora, directora) esta es una nueva faceta que tiene que ver con un aprendizaje de valores y artes. Por ahí un chico que entra a “Aventura” no tiene tan claro a dónde va. Pero acá todo es integral. Empieza con lo audiovisual y después se da cuenta que se quiere cambiar a artes escénicas. En “Camino”, que es como una universidad, van eligiendo gracias a las herramientas que les damos y a las capacidades que descubren. Nosotros nos tomamos cuatro años –este es el quinto– en generar Otro Mundo. Queríamos ver que buscábamos a nivel filosófico. Y seguimos... porque la entrada de los artistas nos hace modificar. Nuestro manifiesto habla de lo que sucede con los sentidos. Me gusta ver brillar los ojos de quien está creando.
—¿Podés identificar ese verdadero brillo en los chicos que tenés enfrente? Que sea auténtico y no una imposición de los padres…
—Totalmente. Vi más de 7.000 videos de chicos que se anotaron y cumplieron el proceso. La epidemia me ayudó a hacerlo sola. Además, los chicos de “Camino” hicieron audiciones presenciales. En un minuto me doy cuenta si un niño tiene talento o no. Así se hacen los castings en el mundo entero. Me puedo equivocar, obvio. Pero, sobre todo en los más chicos, te das re cuenta si tienen ese deseo genuino. Yo siempre digo que el éxito es algo personal y vos podés tener éxito en la vida y por ahí no tener éxito en alguna actividad que hagas. O podés tener éxito en esa actividad y no tener éxito en tu vida personal. La fama es otra cosa. Y hay que tomarla como el fracaso. Va y viene. Nada más. Hay gente que tiene fama porque se dá. Y otros que buscan fama y no tienen nada para dar… Duran poco.
—Es decir: esto no es una fábrica de famosos.
—No. Es una usina de artistas; un semillero de creativos. Sin Covid, esto va a ser una fiesta permanente. Ahora estamos un poco atados. Muchos chicos del Interior y del Exterior no pudieron venir por los cierres de fronteras. Además, tenemos más de 50 ateliers, que son lo que antes se llamaba talleres, abiertos a cualquiera. Los vamos a ir lanzando de a poco y son de danzas –con grandes guías como Mati Napp–, de improvisación, doble de riesgo, magia, Shakespeare… ¡También de Floricienta y de Chiquititas! Con vestuario real de las tiras y guiones para aquellos que te dicen: “Yo quiero ser Agustina”, “Yo quiero ser Belén” o “Yo quiero ser Corcho”. Tendremos seminarios para empresas, con cambios de roles entre grandes ejecutivos y operarios.
—¿Cómo te acompaña Romina en todo esto?
—¿Viste la entrada? El día antes de irse mi hija mandó un mail a 22 personas. Era “El mandala del infinito” y decía: “Somos lo que soñamos”. Cuando estábamos armando la recepción dije: ‘Esto es lo que tenemos que poner acá’. Era lo que ella quería contarnos. Nos agradecía a nosotros y al universo por ser feliz, básicamente. Por ser feliz… Fue muy fuerte. Hay muchas cosas... Esto es Romina. Siempre vive en mí.
SEGUIR LEYENDO: