“Hay gente que se preserva en el conflicto”, dice Diego Peretti, y se ubica en la vereda de enfrente. “Quiero vivir muy tranquilo. Entiendo la vida no de una manera materialmente vertiginosa y trato de tener mucho tiempo para la contemplación”, reflexiona.
Mantener la calma no siempre es fácil. Semanas atrás el actor reveló que durante el año de pandemia puso sus ahorros en un emprendimiento inmobiliario y resultó estafado. “Me enferma. Estoy tratando de cajonear ese problema porque te terminan intoxicando”, se lamenta, y confiesa que no tiene mucho optimismo acerca de la posibilidad de recuperar su plata. “Dependo de alguien que no cumple con la palabra”, concluye.
En esta entrevista con Teleshow, Peretti asegura que se aplicaría cualquiera de las vacunas disponibles contra el coronavirus, sin ningún tipo de distinción sobre su origen. “Son países que nosotros, como sociedad, no podemos criticar científicamente porque quedamos mal parados”, argumenta el artista, que acaba de estrenar -gracias a la reapertura de las salas- La noche mágica, película de Gastón Portal que protagoniza con Natalia Oreiro, Pablo Rago y Esteban Bigliardi.
—Celebramos la vuelta del cine.
—¡Por favor! ¡Sí! De la televisión, el teatro y el cine, el cine es el más golpeado de todos. Sé que para los exhibidores y los dueños de las salas el costo de abrir sin tener mucho material, porque la producción de cine no está siendo enorme, es muy difícil. Que la gente venga al cine, porque se acostumbró a un estándar casero que es muy difícil que se revierta.
—Y a vos te toca volver a la pantalla con un malo, que al final no es el más malo.
—Es un Papá Noel muy metafórico. Desde un punto de vista realista, es metafísico. Un Papá Noel que incluso podría ser el deseo de la mente del personaje de Nati Oreiro. Termina desarrollándose algo que no es una Navidad festiva, es una Navidad negra, pero aún así cumple deseos que sirven para un nuevo nacimiento.
—De alguna manera son dos historias que van en paralelo: la del ladrón que entra a robar en esa casa en Nochebuena y algo que se empieza a entender de esa familia a partir del robo.
—A partir del robo, a partir de la lista de deseos de ella, a partir del vínculo que tienen. Sobre todo el personaje que hace Esteban Bigliardi con sus obras de arte. Esta cosa de vivir en un lugar totalmente ganado por lo materialista. Todo eso genera un clima que, dentro de lo atractivo y la comedia, provoca algo extraño. Algo extraño que no es nada más que un robo. Papeles muy difíciles tanto para Esteban Bigliardi como para Nati Oreiro. En Nochebuena te das cuenta de algo muy siniestro que, si realmente tomás conciencia, tenés que variar 180 grados tu vida.
—Se te hace intolerable la vida.
—Exacto. Acercarse a ese abismo: esa es la película. Atravesar ese abismo junto con este ladrón.
—¿Alguna vez se te hizo medio intolerable la vida?
—Sí, pero no por una causa trágica. Viví un desamor muy grande. Estaba estudiando en la Facultad de Medicina y mi primera novia me dejó de un día para el otro. Quedé knock out, muy deprimido. Iba a un lugar todas las mañanas en el que no respiraba vocacionalmente y, en la otra parte de la vida, no encontraba afecto, no encontraba ganas de hacer nada. Me bajoneé mucho. Eran causas normales de una vida que se está viviendo vitalmente y que produce obstáculos. Después, un poco más sabiamente, viví una época en donde empezaron a fallecer mi madre, mi padre, mi tío, mi ex, un amigo, todo en cuatro años o cinco. Eso me dejó elaborando lo que es la vida en su conjunto, así, filosóficamente, y me cambió totalmente el eje. Desde esa época, entiendo la vida no de una manera materialmente vertiginosa y trato de tener mucho tiempo para la contemplación, la escritura, la gimnasia, estar con mi chica, pasarla bien, divertirme.
—Te preservás.
—Sí, pero hay gente que se preserva en el conflicto. Cero conflicto yo. No me gustan las discusiones. En el teatro y para personajes me encanta, pero en la vida no. Quiero vivir muy tranquilo, desde esa época.
—¿Qué te enoja?
—La mala educación, la desubicación. Cuando veo que hay codicia mal colocada. Cuando no se valora el lugar que tal o cual persona ocupa. No valorar o tratar despreciativamente lo que se está haciendo, la palabra dada. El estar diciendo algo y después contradecirlo a los dos segundos con las acciones.
—Y por fuera del trabajo, ¿qué te hace feliz?
—No tener ningún tipo de conflicto que me entretenga y me saque del foco de mi cabeza creativa. Creativa no significa nada más que escribir o escuchar música o ver una película; creativa también para pensar un lugar de viaje, hacer una nueva ampliación de una casa que tengo en La Pedrera. Ahí me quiero enfocar, esa es mi vida. Lo demás, bah.
—Hace poco contaste que sufriste una estafa inmobiliaria en la que quedaste involucrado. Eso debe ocupar un espacio mental.
—Desde ya. Y sigo con este problema porque estoy dependiendo de la cabeza de alguien que no es como yo, que no cumple la promesa, la palabra. Entonces, estoy ante alguien con quien no puedo discernir y del cual depende una plata que puse y unos departamentos que son ahorros hechos honestamente.
—¿Creés que lo vas a recuperar?
—No soy muy optimista. No te podría decir sí o no. Por lo que me estoy enterando, hay bastante gente que tiene el mismo problema. Averigüé que es una persona de una familia de mucha plata, entonces, no entiendo el manejo. Me enferma. Estoy tratando de cajonear ese problema y dedicarme cuando me tenga que dedicar. Y después, poder saltar a las cosas que me gustan de la vida, que no me envenenen porque te terminan intoxicando.
—¿Tenés ganas de vacunarte, cuando se pueda?
—Lo que haya. Me vacuno: me pongo lo que sea, por el amor de Dios, sí. No hago distinción ideológica. Tanto Estados Unidos, como Inglaterra, como la Unión Soviética, como China, son países que nosotros, como sociedad, no podemos criticar científicamente porque quedamos mal parados. Es una estupidez monumental. Esos países, que tienen un despliegue y un desarrollo tecnológico tan enorme, si vacunan a su población, a su tribu... Sí, claro: confío, venga de donde venga.
—De donde venga y cuanto antes vacunar la mayor cantidad de gente posible y terminar con esta pesadilla.
—Sí, cuanto antes, por favor. Esa conducta dirigencial... Que se comporten como la situación amerita. Que traten de ser, más que vacunados, héroes ciudadanos. Que no cometan la verbistkeada en que se convirtieron.
—¿Te enoja cómo se está manejando la dirigencia política?
—Cuando ocurren estas cosas, sí. No cómo se está manejando. Alberto Fernández es el mejor cuadro político que teníamos para ser presidente. No digo que no haya buenos, pero el país en manos de Vidal o Carrió, o en manos de Scioli o Cristina, hubiera sido peor. Me gustó el tándem Larreta, Kiciloff, Alberto en la lucha de la pandemia. Tuvieron buenos reflejos, me sentí emocionado. Concuerdo cien por cien con un discurso anti grieta, sea de un lado o del otro, y con dirigentes que referencialmente se coloquen en un lugar épico. Pero épico respondiendo con las acciones, no en el discurso. Eso ya es berreta, me rompe las orejas. En las acciones, veo una disociación que me pone... Una fuerza progresista, que se dice progresista, que se dice humana, solidaria, social, no puede cometer situaciones como las conocidas. Es un desastre. Son como veinte casilleros para atrás. Tratar de tapar una causa jurídica con otra, todos carpetazos... No lo soporto. Con Juntos por el Cambio no concuerdo ideológicamente, estoy más cerca del Frente de Todos, pero del relato o la ideología o como quieran llamarlo, no de las acciones de sus dirigentes, salvo las excepciones que te dije.
—Te escucho con una ideología clara y sin fanatismo, pudiendo decir lo que te gusta y lo que no.
—Alberto Fernández tendría que llamar a Cristina y a Macri, sentarlos, off the record, y decirles: “Muchaches, les voy a pedir que se retiren de la política activa hasta que resuelvan sus causas judiciales”. Armamos marchas con toda la estructura política de los dos partidos, marchas en donde la gente multitudinariamente les va a agradecer ese gesto heroico. ¡Pero váyanse hasta que resuelvan sus causas judiciales! A partir de ahí cuatro, cinco políticas de Estado en donde suba Mussolini o suba el Che Guevara no se cambian. Docentes, vivienda, educación, eso define el tipo de país. Después, a tratar de avanzar con una sensibilidad social que se acerque a más justicia en la población, a más equidad. Estamos lejísimos de todo esto.
—¿Pensaste en irte a vivir afuera alguna vez?
—Es difícil vivir en este país pero nunca creí que iba a comprender a la gente que se iba a vivir afuera. Por más que estuvieran mal, ¿cómo se van a ir? Es el lugar donde nacés, tenés tus amigos, te criaste. ¿Te vas a ir a otro lado a trabajar? No lo entendía. Lo entiendo ahora. Es muy difícil con estas cosas. Tuve la oportunidad de quedarme en España. Te vuelvo a decir, es como: “¡¿Qué? No, ni loco!”. Y ahora: “Huy, pasar una década en un lugar donde no tenga miedo al salir, donde no tenga miedo de poner unos ahorros, donde no tenga que comprar dólares...”. Estoy tomando conciencia de la energía tan depredadora que tiene este país. A la vez tiene, si querés hacemos un programa un día, todas las cosas positivas que le veo y que me unen.
—Hay algo de la argentinidad que es maravilloso.
—Sí, en la medida que soy más grande me va pegando más. Estamos en un momento muy depresivo socialmente. Es la pandemia también.
—Recién mencionabas aquel momento de unidad entre Alberto, Larreta y Kicillof, al principio de la pandemia que nos hizo ilusionar, y finalmente no duró nada. Nos peleamos por todo.
—Si yo vivo en la misma habitación con una persona, mi estrategia no puede ser expulsarla para vivir nada más que con la gente que concuerda conmigo. Hay una porción histórica, y además quizás antropológica, entre personas que defienden el status quo y personas que quieren transformarlo: los conservadores y los progresistas. Esas dos partes de la población están en todo el mundo. Hay que lograr que los dirigentes políticos traten de ejercer para ponerse de acuerdo entre esas dos corrientes, en pos del bien común. No es tan difícil. Estamos atravesados por una tremenda corrupción y una casta política que ya es una clase social, que se arreglan entre ellos. Conviene la grieta porque es negocio. Todo ese entramado requiere una reforma política urgente porque si no va a haber quilombo.
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