—Nene, ¿a vos te gusta esto?— pregunta Silvio Soldán.
—Claro que me gusta— responde un aspirante a galán televisivo de 24 años.
—Acordate que a vos, en una semana te va a cambiar la vida— augura Soldán.
Marcelo Dos Santos recuerda de memoria este diálogo que ocurrió en 1987, cuando estaba dando sus primeros pasos en la pantalla chica. Fue invitado a participar del mítico programa Feliz Domingo que conducía Soldán en Canal Nueve. Él actuaba en una novela de Alberto Migré cuando se sumó como uno de los presentadores del célebre ciclo en el que los adolescentes competían por ganarse un viaje a Bariloche.
Soldán tenía razón: Marcelo ganó una enorme popularidad en la pantalla chica y su vida dio un giro enorme. En los años siguientes se afianzó como actor y hasta que se animó a probar suerte en el exterior. No le fue mal. En 1992 dejó la Argentina para comenzar de cero en la televisión venezolana. Luego se fue a Colombia, donde vive desde hace más de 26 años: allí ha construido gran parte de su carrera artística. Ahora participa de la segunda temporada de La Reina del Flow, una exitosa serie que puede verse en Netflix, en la que interpreta a un productor musical que compite con la empresa de la protagonista, Carol Ramírez.
—¿Es difícil trabajar en un set de televisión con protocolos?
—Hay unos protocolos que están establecidos y son totalmente coercitivos, contradictorios. Demostraron que no han servido mucho, porque después de nueve meses se siguen usando los mismos. Entonces hay que expresar una disconformidad. No es un uso voluntario. Hay un tratado que hizo la Unesco en 193 países donde es más importante la salud personal del individuo que la salud colectiva. Por el bien de la mayoría no se puede obligar a un sujeto a hacer algo que no quiere. De hecho, cada vez que te quieren hacer una PCR hay que firmar un consentimiento. La gente no se da cuenta de que está firmando obligado. Los protocolos son incómodos, a un actor taparle la boca y ponerle una careta es horrible.
—¿Cuál fue tu primer trabajo en la televisión?
—Empecé en el viejo Canal 11 con (Sergio) Velasco Ferrero, en un programa que se llamaba La Gran Ocasión, en el que había un intercambio de cosas, como canjes: vos traías una cosa y yo llevaba eso que vos necesitabas, y en cámara hacíamos el intercambio. Después Velasco hizo otro programa los sábados, Venga a Bailar, donde la gente competía bailando. A mí me daban la parte del vals de los 15 años: las nenas que iban a cumplir 15 bailaban el vals conmigo y yo, como un tronco...
—¿Cuándo arrancaste en Feliz Domingo?
—Estuve tres años sin trabajar y retomé con la telenovela La Cuñada, que la escribió Migré. Ese fue mi debut como actor, estaba Zulma Faiad, Francisco Llanos, Daniel Fanego, Gustavo Garzón, Patricia Palmer... Mientras estaba en La Cuñada voy a Feliz Domingo como actor invitado y hago un par de prendas. Silvio (Soldán) me dice: “¿Nene, a vos te gusta esto?”. Yo le dije: “Claro que me gusta”. Me responde: “Bueno, acordate que a vos en una semana te va a cambiar la vida”. A la semana me llamaron para ir un domingo, de prueba. Me hizo una presentación absurda... Le agradezco a Silvio la grandeza y la humildad: te hace un pase de Maradona enfrente del arco, ¿viste? Esa prueba terminó siendo mi incorporación como presentador de un programa icónico en la Argentina. Y eso me hizo súper popular... Empecé en el 87 y estuve tres años, mientras trabajaba con (Raúl) Lecouna en las novelas Amandote 1 y Amandote 2.
—¿Irte a trabajar afuera fue una decisión muy pensada o te tiraste a la pileta?
—Estaba trabajando con Carolina López en una novela de Raúl. “¿Cómo hacés para cobrar 10 veces más de lo que cobro yo, con el mismo productor?”, le dije a Carolina. “Somos venezolanos. Nuestras novelas se ven en más de 100 países y hay un concepto por la propiedad intelectual de los personajes, que se llama royalty. Entonces, no importa dónde vamos a grabar porque de alguna manera aseguramos la difusión y la comercialización de las novelas”. “Si es así, te doy mi demo para que lo presentes en Venezuela”, le dije. Lo llevó, pero no pasó nada. Después, en otra novela, le di el reel a Mariela Alcalá. Lo presentó en Venezuela y me dijo: “Venite para acá”. Estaba por hacer una novela con Raúl. “Si te vas, no te espero”, me dijo. “No me esperes...”, le respondí. Debuté en Venezuela como antagonista de una novela que tenía 98% de share: La Loba Herida. Entré con el pie derecho.
—El mercado de las novelas fue cambiando mucho con el paso del tiempo: en Argentina hay muy poca producción de ficciones nacionales.
—Es la naturaleza del negocio, el avance de lo digital. Los artistas nos adaptamos como podemos, los productores también. En La Reina del Flow está metida Caracol Televisión, Sony Entertainment, y la empresa local Teleset, hay capitales que vienen de afuera. Es la primera serie colombiana que gana un Emmy. Igual, estuve tres años sin trabajar: como decimos en Buenos Aires, no es que estaba tirando mantequilla al techo. Estaba haciendo dos novelas, muy saturado de trabajo. Una semana antes de hacer un viaje en moto hasta la Patagonia con dos amigos, me dijeron: “No vamos”. Entonces me fui a Perú, con un taita, hice una semana de yagé... Y después volví acá (Bogotá). Pasaron cinco meses, seis, voy a los castings, y curiosamente no gano ninguno... “Bueno, será cuestión de quedarse en la casa”, pensé. Así estuve tres años sin trabajar. Hasta que hice el casting para La Reina del Flow y lo gané.
—¿En esos tres años cómo hiciste para vivir?
—Viví de ahorros. Viví de cosas que tenía y las vendí. Me di cuenta de que no soy las cosas que tengo, me di cuenta de que no hay un universo jugando a favor ni en contra. Que pasa lo que pasa, y no te tienes que desesperar por lo que tú quieres que pase.
—En general, ¿siempre te dan el rol del extranjero, del argentino?, ¿cómo es el acento de tu personaje en La Reina del Flow 2?
—No, no. No soy un tipo súper talentoso para hacer acentos porque no los practico. Sí puedo hacerlos si me pongo a estudiarlo. Pero siempre tengo eso de que me gusta que haya un dejo... no sé, a lo uruguayo, argentino... Cuando tenía que hacer este personaje, que es un argentino, empecé a ver otra vez programas. Y decía: “El tono del argentino es tan agresivo, es tan intolerante”. La Reina del Flow 1 la vieron 300 millones de hispanoparlantes, yo no podía hacer un argentino como los que estaba viendo. Entonces hice uno más tranquilo, que no dice tantas argentinadas. Puedo decir algunas malas palabras: qué lo parió, la concha de tu hermana. Me dijeron: “Hacete un argentino de pura cepa, súper rajado”. Rajado es súper idéntico. Y como es un antagonista que viene a competir y destruir el mercado local para ser el dueño, yo dije: “No, ese argentino no voy a mostrar. Voy a mostrar un argentino más de antes, un argentino más veloz pero respetuoso, no que abalanza al otro, no que lo pasa por encima”. Porque nosotros todavía tenemos una imagen afuera de gente muy soberbia.
La paternidad y los escándalos mediáticos
En 1998 Marcelo se casó con la modelo y actriz colombiana Aura Cristina Geithner. En el 2000 nació su hijo Demian, y luego se separaron en malos términos. Ella viajó a México con el pequeño y decidió radicarse allí. Dos Santos se mantuvo alejado de su hijo durante muchos años, pero ahora viven juntos en Bogotá. Su padre le transmitió su amor por la actuación, la filosofía y la espiritualidad. En Instagram, ambos suelen publicar videos en los que hacen reflexiones sobre la vida y mantienen diálogos interesantes.
“Él estuvo muchos años con su mamá, hasta que cumplió la mayoría de edad y quiso venir acá, cosa que agradezco inmensamente. Estamos en un proceso muy hermoso. Tuvimos que ver de verdad quiénes éramos, cómo era el tema de la amistad o de la relación que se empezó a formar, y estoy súper feliz de estar con él. Es impresionante”, cuenta el actor.
—¿Ahora estás en pareja o soltero?
—En realidad, yo estoy conmigo. Hay que darse cuenta de que las relaciones son caóticas porque es un ego relacionándose con otro. Cuando estás trabajando algo más auténtico, más puro, no podés trabajar al otro como a un objeto. Si tuviera una relación contigo, los dos seríamos objetos. Los objetos son los que pueden tener relaciones: vos querés esto, el otro quiere lo otro, ¿no? Cuando sacás esa palabra, relación, y te das cuenta de que lo que hay es un relacionamiento, como una especie de interacción espontánea, ya no lo podés llamar pareja. Podés caminar con alguien, alguien camina contigo, ambos caminamos en el amor. Entonces en ese sentido, sí hay una energía femenina en un cuerpo, que estamos caminando por este camino de saber lo que somos.
—Y en el pasado tuviste problemas en tus relaciones con las mujeres...
—Sí, tuve. Bueno, pero es por eso que uno tuvo sus maestros bien importantes para aprender. Uno sabe por dónde no es. Y esto tiene mucho sentido. Por ejemplo, si yo te dijera: “Hola, mi amor”, ¿qué amor estoy viendo? Entonces uno se da cuenta de que no puede ser dueño de cosas. ¿Qué amor estoy saludando cuando te digo: “Hola, mi amor”?
—A mí, supuestamente.
—No, si yo te digo: “Hola, mi amor”, estoy saludando al amor mío...
—Claro, vos decís que me estás saludando como si yo fuera una propiedad.
—Claro. Pero de alguna manera no estoy viendo lo que hay en vos. Si yo te dijera, por ejemplo: “Hola, tu amor”, estaría claro en el tipo de amor que manifiestas tú. Pero uno se da cuenta que cuando hay mucho ego... Hay personas que aman y otras que creen que aman. El 80, 90% de la población tiene un pensamiento de amor, ¿no viste cómo se pasa del amor al odio tan rápido? Porque pienso un montón de cosas lindas hasta que empiezo a pensar un montón de cosas feas... Entonces, si vos y yo estamos relacionándonos y somos servidores del amor, hay muy poca posibilidad de pelear. Porque las cosas no son como vos crees o te parecen, las cosas son como son. Y eso es un aprendizaje que estos temas con otras relaciones me dejaron súper claro.
—Y cuando una de tus parejas, Antonina Canal, te denunció por violencia y esa pelea se mediatizó fue un momento complicado que viviste.
—Sí. Ahí es donde uno tiene que ser íntegro. Si vos estás cuatro años con una persona que es maestra de danza y que dice ser maga, sacerdotisa, la belleza femenina... Y en cuatro años y dos días, ella dice: “Este me pega”, tú tienes que decir: “¿De verdad? O sea, ¿se volvió loco en dos días?”. Das conmigo talleres... O este tipo fue así siempre, y lo que vos enseñabas no era tan cierto, porque estabas viviendo un infierno en tu casa, o pasó alguna otra cosa y te inventaste la historia para destruir al sujeto. Como yo supe lo que pasaba, no hice nada. De alguna manera eso me forjó, me di cuenta de que un mejor guerrero no saca la espada, no pelea. Si vos sabés lo que sos, no necesitás peleas, porque ahí ganan los medios, ¿no? El chisme... Entonces: que digan lo que quieran. Yo estuve, sé lo que pasó... Cuando te quedás tranquilo y esperás que las aguas bajen empezás a entender lo que pasó. Si querés ponerle un por qué, también entendés el por qué. Pero en ese momento las aguas estaban agitadas, sí... Porque uno es impulsivo, porque uno tiene dignidad, porque uno sabe lo que es, uno sabe lo que pasó. Evidentemente, eso no pasó. Nadie averiguó cómo terminó eso. Nadie fue al juzgado a ver qué pasó.
—Al final llegaron a un acuerdo económico: vos le tuviste que pagar.
—Sí. Primero ella pedía 30 mil dólares. Yo le digo: “Nunca hiciste en tu vida esa plata en una semana”. Yo pensé que esa era una conciliación, pero eso es un robo. Además le dije: “Si tuviera esa plata no te la doy, porque la gente va a decir que te quedaste callada por plata. Así que no la tengo”. Terminó un año después por 200 dólares a pagar en dos veces.
—¿Y eso influyó en tu carrera, que no te contrataran o que te pusieran una etiqueta de golpeador?
—La etiqueta, sí. Pero ya te digo, el que compra la etiqueta es el sujeto moderno que cree lo que pasa en televisión. Gente que compra los titulares, pero no investiga. Entonces es una etiqueta poco relevante para mí. La gente que sabe, mi familia, mis amigos... Ellos mismos decían: “No, dale, defendete”. Yo decía: “No, no voy a entrar en eso, porque eso no pasó. Dale tiempo y vas a ver: eso no pasó”. Y de hecho solamente en todo este tiempo que estuve en Colombia, que son más de 26 años, pasó una vez. Un tipo violento es un tipo violento siempre, no es un tipo violento un día. Entonces las cosas, con el tiempo... A mí, la verdad, lo que piense la mayoría no es un tema que me haya afectado nunca. Como decía mi viejo: “Yo apoyo la cabeza en la almohada y duermo tranquilo”. A mí me pasa igual, eso lo aprendí: yo apoyo la cabeza y duermo.
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