El 8 de marzo de 2015, Gerardo Sofovich falleció en Buenos Aires víctima de una hemorragia digestiva. Tenía 77 años, de los cuales había pasado más de 55 vinculado al mundo del espectáculo. Empezó de casualidad en la televisión, cuando la muerte de su padre, Manuel -periodista -, lo obligó a dejar la carrera de arquitectura y salir a buscar trabajo. La tele le dio refugio, y como un gesto de gratitud, permaneció fiel hasta sus últimos días.
En el teatro rompió récords de recaudación en calle Corrientes, en Mar del Plata y en Carlos Paz. El champán las pone mimosas -estrenada en los ‘70 y reversionada durante este siglo- es su carta de presentación ineludible, pero también supo llevar sus éxitos televisivos, como Operación Ja Ja, y homenajear a figuras icónicas de la cultura argentina, como a María Elena Walsh en Varieté para María Elena. En el cine, firmó clásicos de la comedia picaresca, con títulos como Los caballeros de la cama redonda, Las minas de Salomón Rey, Me sobra un marido y Camarero nocturno en Mar del Plata, donde se dio el gusto de actuar.
Pero la tele fue su primer y su último gran amor, y tuvo en Operación Ja Ja (1963) el big bang de su universo creativo. Todo había arrancado poco tiempo antes, cuando con su hermano Hugo empezó escribiendo los guiones de Balamicina, un programa que protagonizaba Carlitos Balá. Los sketches fueron su escuela, con Pepe Biondi y Pepe Marrone como espejos y La Revista Dislocada como gran inspirador. Esa dinámica propia de a época era lo que necesitaba para darle encuadre a todo el conocimiento que traía de su casa con el que había aprendido en la bohemia callejera y nocturna. Y así fue como Operación Ja Ja iba a ramificarse.
La ñata contra la tele
En ese fluir creativo se le ocurrió algo que de tan simple, no se le había ocurrido a nadie. O tal vez sí, pero nadie lo había visto con esa mirada que detectaba la impronta de lo popular. Una noche, Fidel Pintos, Jorge Porcel, Juan Carlos Altavista, Carlos Carella y Rodolfo Crespi se reunieron por primera vez en el bar que regenteaba el “Gallego”, personificado por Alberto Irízar. El sketch se llamó La mesa de café y, con varios cambios, puede verse actualmente cada noche de América.
El tango fue inspiración y fue cortina. Según contó Gerardo, todo nació de las batallas dialécticas entre piazzollistas, darienzistas, y troilistas que solo zanjaba el amanecer. Los temas podían variar, siempre dentro del imaginario argentino de cada época. La política, el fútbol, la economía, con sus respectivos personajes, a veces exacerbados. Al fin y al cabo, no dejaba de ser un show televisivo que pedía a los gritos su espacio.
La mesa del café era sinónimo de Polémica en el bar. El nombre parecía estar definido desde antes. Lo mismo su cortina: Cafetín de Buenos Aires, escrita por Enrique Santos Discépolo en 1949 e interpretada en la versión clásica por Edmundo Rivero. Polémica se estrenó como tal en 1972 con Javier Portales y Adolfo García Grau en los lugares de Carella y Crespi. Fue cambiando de todo menos de escenografía. Supo leer lo que estaba pasando y fue virando hacia contenidos más políticos, más humorísticos o más futboleros según el momento, y este año presentó una histórica mesa integrada solo por mujeres. Una rápida y antojadiza lista de sus eventuales parroquianos -Mario Sapag, Jorge Rial, Horacio Pagani, Pipo Cipolatti, Luciana Salazar, Adrián Cormillot, Rocío Oliva- habla por sí sola.
Siempre girando sobre la metáfora circular, Polémica en el bar giró sobre su propio eje y en su enésima reencarnación ofrece entre el debate encendido de la actualidad, un lugar destacado para los sketches. “Volvimos a las bases, con cómicos y guionistas que entienden el humor popular. Hoy la televisión está como sumergida en todo lo que estamos pasando. Y lo que buscamos con esto es tratar de hacer reír a la gente como se hacía en los grandes programas que ya no están”, señaló a Teleshow Gustavo Sofovich, su hijo, productor de la versión actual y garante del legado.
La peluquería más famosa
Todo comenzó en torno a Fidel Pintos, la constante en las dos máximas creaciones de Sofovich, encarnando a un peluquero sabelotodo y a Javier Portales como el cliente que lo padecía. No había famoso que Pintos no conociera, y allí disparaba en anécdotas desopilantes e inconexas que quedaron en el lunfardo como la sanata, uno de los tantos aportes de Sofovich al lenguaje popular. El elenco era un dream team, con las intervenciones de Altavista como un lustrabotas y Porcel como un vendedor ambulante con “ofertas pulenta pulenta”. María Rosa Fugazot, Jorge Luz y Alberto Olmedo completaban el equipo.
En 1982 el programa tuvo su primera remake que fue un éxito absoluto superando los 60 puntos de rating. Jorge Porcel tomó el rol de Pintos, y el resto del elenco sale de memoria para los cincuentones. Rolo Puente el cliente que padecía las mil y una, Carmen Morales –esposa de Gerardo y madre de su único hijo, Gustavo- como la manicura Alelí y su risa eterna, Luisa Albinoni y su llamada telefónica, Noemí Alan como una periodista italiana, Adriana Brodsky anticipando su papel de bebota que iba a explota con Olmedo en El Manosanta y Amalia González ganándose para siempre el apodo de Yuyito por su rol de jardinera.
“Es el tercer programa más visto de la televisión después de la final del Mundial 78 y del casamiento de Palito Ortega y Evangelina Salazar”, esgrime con orgullo su hijo Gustavo, quien continuó su legado que pudo verse hasta hace unos años en la pantalla de América.
Al revés del estilo dinámico y cotidiano de Polémica en el Bar, La Peluquería se caracterizaba por la repetición de líneas de texto y gags y fue mutando durante los años, con el sello de su creador como hilo conductor. Luego llegó El hijo de Don Mateo, encarnado por Emilio Disi, y una década después llegó El nieto de Don Mateo, en la piel de Miguel Ángel Rodríguez. Toti Ciliberto, Pablo Granados y Pachu Peña, Carlos Sánchez y Jey Mammon fueron otros actores que se pusieron el delantal.
Repitiendo el ejercicio circular de un programa dentro de otro, durante 2019 se emitió como un fragmento de Polémica en el Bar que se emitía dos veces por semana. Coco Sily, Mariano Iúdica y Sol Pérez conformaron el elenco estable de un producto clásico de la televisión argentina, que como marca de fábrica, lucía orgulloso la medalla de sus 56 temporadas.
La manzana, la pulseada y el Jenga
Así como Operación Ja Ja se multiplicó, el nacimiento de La noche del domingo tuvo que ver con otro desprendimiento, esta vez, algo más traumático. Según contó Gustavo, después de una pelea fuerte con Jorge Porcel, que marcó el final de La Peluquería de Don Mateo, su padre se lanzó al poco tiempo a la aventura del domingo por la noche. “Cuando le pregunté por qué se tiraba a conducir, me dijo: ‘Estoy cansado de los cómicos’”, reveló su hijo.
Para su desembarco formal del otro lado de la pantalla, Gerardo se valió de reflotar algunos pasatiempos típicos de la niñez -las pulseadas, el balero- con algunas ideas que solo podían existir en su mente, como el corte de la manzana. Autoexigente, Gerardo confesó que llegó a odiar su propia criatura “porque me siento repetirme cada año y no puedo sacármela de encima”.
En sus 25 temporadas al aire el programa guarda unos cuantos hitos. Algunos curiosos, como el haber sido emitidos en los cinco canales de aire. Otros marcaron tendencia. “Fui pionero del antizapping”, resumía Sofovich en alusión al “Dame dos, Caserta”, con el que frenaba el clima del programa sin necesidad de ir a un corte. También se reconoce como el creador de la publicidad no tradicional, conocido popularmente como “chivo”. Y cómo olvidar el Jenga, claro, ese juego de bloques que desafió la tensión del minuto a minuto televisivo.
El Gerardo conductor expuso un carácter irascible desconocido ante el público. “El puteador histérico en realidad no existe. Soy un apasionado defensor de mi trabajo, y al hacerlo defiendo a cada uno de mis colaboradores, exigiéndoles estar a la altura de las circunstancias”, explicaba. “Mi viejo era un cabrón, sí”, admitió Gustavo, y explica el por qué. ”Gerardo tenía 300 personas a cargo. Y cuidaba el laburo de toda la gente que estaba detrás de él. Por eso era cabrón, porque si algo se descontrolaba en ese contexto, era un desastre. Así que no le quedaba más remedio que ser ‘el malo de la película’ para seguir generando trabajo. Pero después era un tipo tierno…”, explicó.
Los 8 escalones, su última reinvención
En el programa de preguntas y respuestas conducido por Guido Kaczca, Gerardo mostró una faceta no del todo conocida por el gran público. El creador inagotable de éxitos en cine, teatro y televisión era dueño también de una inagotable cultura general, formada en su casa natal llena de bohemia y lecturas infinitas, y forjada en cada uno de sus viajes y tiempo libre. La sabiduría de Gerardo le abrió las puertas a un nuevo público, el abuelo que todo lo sabía.
“Ese programa lo puso nuevamente en la cima y permitió que una generación más lo conociera”, reveló Gustavo y sumó una anécdota: “Estábamos en Punta del Este y mi viejo ya no le daba autógrafos a nadie. Pero se le acercaban nenes de siete, ocho o nueve años y él se quedaba una hora hablando con ellos. A los grandes no les daba ni bola, pero a los chiquitos sí. Porque ellos recién lo habían descubierto con Los 8 escalones. Pero Gerardo fue uno de los tipos más leídos que ha tenido este país”, contó Gustavo sobre los últimos años de su padre.
El creador eterno
El 18 de marzo de 2017, el día en el que hubiera cumplido 80 años, a imagen de Gerardo Sofovich quedó inmortalizada en la calle Corrientes con la inauguración de una estatua en el hall del Teatro Lola Membrives. Además de su hijo y sus nietos, la inauguracion participaron amigos como Reina Rech, Mariano Iúdica, Luisa Albinoni, Susana Roccasalvo, Álvaro Navia y el productor Martín Kweller.
“Me siento realizado. Estoy cumpliendo un sueño. Y me lo estoy regalando a mí, y se lo estoy regalando a él, el día que los dos cumplimos años”, aseguró Gustavo aquel día en diálogo con Teleshow. Porque el destino había marcado que padre e hijo nacieran un 18 de marzo. Y nadie mejor que él para continuar con ese legado, que marcó y remarcó una manera de hacer televisión, que hizo estallar las boleterías de los teatros y dejó su sello en el cine.
SEGUIR LEYENDO: