El humor argentino acaba de perder a una de sus risas más emblemáticas: la de Carlos Sánchez, a su vez responsable de tantas carcajadas en un público que supo deleitarse con sus ocurrencias. En la mañana de este martes 2 de marzo, más precisamente a las 6.45, el corazón de este hombre de 68 años dejó de latir en el Sanatorio Otamendi, según informó su agente de prensa, Silvia Puga. Se encontraba internado desde el 2 de febrero como parte de su tratamiento por un cáncer que en las últimas semanas, después de años de lucha inquebrantable, no le ofreció tregua alguna.
Hasta hace no mucho más de dos meses, Sánchez había compartido encuentros con sus amigos. Si bien su semblante no siempre había sido el mejor, sus familiares no habían notado signos que pudieran encender las alarmas, aun cuando en el último tiempo lo acompañaron en los vaivenes anímicos que enfrentaba como consecuencia de su enfermedad.
Todo comenzó en 2010 cuando una serie de estudios clínicos arrojaron que Carlos tenía cáncer en el riñón. El tratamiento indicado con los médicos pareció tener éxito. Creyó que su salud había superado el mayor de los desafíos. Pero poco después se comprobó que el tumor se había propagado, haciendo metástasis en el hígado, el páncreas en las dos glándulas suprarrenales, en una costilla y en la cadera. El humorista nacido en Bahía Blanca el 19 de julio de 1952, no se rindió. Y continuó venciendo obstáculos.
“Estuve con medicación vía oral y todo lo jodido que tenía, se curó -le había contado a Teleshow en septiembre de 2019-. Pero el único que es resistente a la quimioterapia es un tumor que tengo en la cadera. No se puede operar porque si tocan el nervio ciático, me queda la pata estúpida. Entonces, me cambiaron a quimioterapia por vena”.
Pese a todo, como podía, Sánchez -quien en sus inicios trabajó con Juan Alberto Badía, Susana Giménez, Juan Alberto Mateyko y Marcelo Tinelli, aunque adquirió gran popularidad en el recordado ciclo Café Fashion- seguía trabajando. En teatro, con el espectáculo El Gordo y el Mago, junto a Pablo Madini. Y en televisión, interpretando al comisario Benítez en Argentina, tierra de amor y venganza, la exitosa novela que emitió El Trece.
Artista al fin -o más bien, por sobre todo-, era la primera vez en tres décadas de carrera vinculada al humor que conseguía demostrar que también era un actor de carácter. “Esta quimio te cansa físicamente pero no es tan fuerte ni hace que se te caiga el pelo. No tiene otras consecuencias”, destacaba, feliz con la oportunidad brindada, aunque se la había ganado de la manera que creía indicada: luego de hacer un casting. Entró por dos capítulos, se quedó por muchos más. Y fiel a su estilo, bromeaba: “Benítez es una mezcla de corrupto e inepto al que lo único que le interesa es la guita. No me costó mucho componerlo...”.
Por aquel entonces, el cómico era puro entusiasmo. “Comparado a lo que tenía antes, ahora lo que tengo es un forúnculo. La verdad es que estoy muy bien. ¡Estoy bárbaro!”, celebraba, feliz además porque de las dos sesiones por mes, ya hacía solo una. Y le restaban seis meses de tratamiento.
Para sus amigos, Carlos era Cacerola: así lo habían apodado en Bahía Blanca cuando tenía 17 años y jugaba al rugby. Y en un partido, recibió una patada brutal en la cabeza. “Estuve inconsciente durante casi 10 horas, pero cuando me desperté me hicieron estudios y no tenía nada. Fue como si hubiera estado dormido durante mucho tiempo. Y mis amigos empezaron a decirme que con esa Cacerola debían necesitar un borcego de acero”, reía, al recordar lo ocurrido.
Se trata de esa misma risa -tan característica, tan suya- que sonará por mucho tiempo como un eco propio del dolor que provoca la pérdida irreparable. Y será también un lamento porque Carlos Sánchez ya no podrá contagiar su carcajada, ni provocar otras, nuevas. Este martes 2 de marzo se apagó la risa.
SEGUIR LEYENDO