Ser kinki (o “quinqui”), en España, significa ser un poco marginal, el origen del término remite al quincallero ambulante, un vendedor de baratijas que va de aquí para allá ganándose la vida como puede. El Jincho se autodefine humilde, real y un poco loco, también se sabe kinki. Es rapero, fue ladrón, tiene un pasado de alumno excelente e inmediatamente de desertor escolar. Su fama traspasó los muros del barrio obrero de Orcasitas y este madrileño con acento latino copó TikTok con su canción “Los porros no”, cuyo videoclip oficial supera los cuatro millones y medio de reproducciones en YouTube. Y sigue sumando.
En la línea de “Una vela” de Intoxicados, El Jincho cruza en su hit drogas, policías, paseos conurbanos y una simpatía pilla que convence hasta al más santurrón. Igual que el Pity Álvarez (actualmente preso por asesinato), el madrileño tiene el aval de los barrios bajos, la marca de la cárcel en su piel, en su andar, en sus palabras. Así, su música se contagia de esa realidad descarnada que asusta y seduce por igual.
“Yo no estoy orgulloso de todo lo que me ha pasado, yo estoy orgulloso de lo que soy ahora, de que está mi madre viendo, pero nada de orgullo por la delincuencia, los robos, de eso nada”, le confesó al presentador David Broncano, en el living del programa español La Resistencia. En el set de televisión, dijo que le podían decir Jose, pero no aclaró exactamente cuál era su verdadero nombre. Simplemente bromeó, fue sincero y bailó un poquito, como a la gente le gusta.
Tenía no más de 14 años cuando empezó a sobresalir en las batallas de gallos, esas competencias de freestyle en las que gana el que tiene la lengua más larga. Hoy tiene 30 y aunque no se vanagloria de su pasado picante, sí utiliza esas experiencias para darle un marco de credibilidad a sus palabras. El Jincho sabe de lo que habla y aunque es europeo de nacimiento, se identifica con el estilo latino, con aires de República Dominicana, país que visitó -allí grabó un video- y donde rapeó sobre una base de bachata. Es que Orcasitas, aunque esté en Europa, tiene un paisaje más parecido al de cualquier barrio del tercer mundo: faltan cloacas, escasea la luz, el asfalto no es el mismo que el de la Gran Vía. El rapero sabe lo que es vivir en crisis, conoce el esfuerzo de trabajar desde chico para ayudar a su familia y el error de haber caído en la delincuencia en busca de plata fácil.
Entrevistado por el diario El Mundo, El Jincho recordó su primer robo, que llegó un poquito antes que el freestyle: “Fue en una panadería debajo de mi casa cuando tenía unos 13 años. Le quitamos la caja del dinero, unas 6.000 o 7.000 pesetas. Real. Yo era un ladrón. Pero ahora ya soy un rapero, un artista. Ya no sé de delincuencia. Cuando me enseñan un aparato nuevo para delinquir ya no lo conozco. Ahora sé de micrófonos”. En esa misma nota reconoció haber ganado “más dinero robando que con la música” y no tuvo empacho en reconocer el motivo por el que había estado preso. “Fueron tres años y 10 meses. Por retención ilegal. Vamos, por secuestro. Tuvimos a una persona retenida ilegalmente. No le queríamos dejar ir, le robamos... Pero nos mangaron los poligomas (los policías). Salí en 2015”.
Desde que vive de la música, el madrileño ya no roba, pero mantiene latente su desprecio por las fuerzas policiales. “Me han detenido muchas veces. Muchas. Y, a lo mejor, es por eso mismo. Sé cómo es su trato y cómo son. Unas ratas. Unos cerdos. Abusadores. Real. Y que quede claro que el delincuente soy yo, no mi madre ni mi hermana. Entonces, ¿por qué cuando ellas venían a visitarme a la cárcel también se les faltaba al respeto? Me las querían cachear, rebuscar... Como si ellas fueran a cometer una actividad ilegal. No me las hablaban con respeto. Todos los policías son iguales para mí, al igual que ellos nos tratan a todos los delincuentes igual”, explicó con claridad.
Su vida íntima tiene algo de misterio. En una entrevista de 2018 dijo que se fue de Orcasitas porque ahora tiene una hija y quiere que ella se críe en otro ambiente, lejos del crimen y de las drogas. Se desconoce quién es la madre de esa niña, a la que tampoco muestra en redes sociales. Su comunicación con el público es honesta y desordenada, no esconde nada, pero tampoco parece que hubiera un plan detrás. En Instagram, por ejemplo, su foto de perfil es la de una mujer joven y en su biografía apenas dice #RIPMiNegraYocasta.
En el canal de YouTube Buho TV, de la República Dominicana, el rapero contó que Yocasta era su novia y murió en sus brazos porque nunca llegó la ambulancia. Según sus propios dichos, ella era asmática igual que él, pero estaba mucho más delicada y después de una primera internación, falleció. “Su madre no la quería conmigo porque yo soy delincuente. Yo me la llevé a un pueblo y me decía ‘yo estoy mal’, pero yo la veía bien. (…) Tuvo una parada respiratoria y yo estaba con ella. Desde ese tiempo yo tengo su foto en mi perfil, su nombre, su cara y todo”, contó emocionado a la vez que mostraba los tatuajes en memoria de su amada muerta.
Su historia triste no es lo que sobresale de El Jincho, sino su picardía y su ritmo. O quizá es la combinación de una cosa y la otra lo que lo hace diferente. En su caso, los honores que se ganó en la calle le están sirviendo para vivir bien y seguir dando cátedra. No es una metáfora: El Jincho fue convocado para dar una clase magistral en el Postgrado de Gestión Empresarial de la Música de la Universitat de Valencia. El título del encuentro será “Desarrollo de artistas y monetización en plataformas digitales” y servirá como ejemplo de un caso de éxito en la castigada industria musical. ¿Quién dijo que todo está perdido? El Jincho, no.
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