Ricardo Darín, Chayanne, Ricardo Bochini, Fidel Castro, Pelé, Dios...Estos son algunos de los nombres que aparecen ligados a las anécdotas que Leo Sucar guarda de sus días junto a Diego Maradona. “Hubo muchas situaciones divertidas, pero también compartimos varias charlas filosóficas”, cuenta el ex dueño de La Diosa en diálogo con Teleshow, mientras revisa las fotos, los regalos y la infinidad de recuerdos que le quedaron de su amistad con el astro de fútbol.
—¿Es verdad que tu relación con él empezó de una manera particular?
—Lo conocí en Sky Ranch, en el año ‘95, cuando él todavía jugaba en Boca y yo era el gerente del boliche. Diego era habitué. Pero, al año siguiente sucedió el episodio del jarrón, por el que fue detenido Guillermo Cóppola. Y, en ese momento, me dijeron que no tenía que dejar que Maradona estuviera en el lugar y que, si iba, lo tenía que echar porque estaba salpicado por el tema de la droga...
—¿Entonces?
—Yo no era amigo de Diego todavía, sólo lo atendía porque era mi trabajo. Pero tampoco lo iba a echar aunque la orden viniera de arriba...¡Y de muy arriba! La cuestión es que él vino un día y yo le di su mesa de siempre. Entonces, me fui al baño a hablar con la persona que me estaba diciendo que lo tenía que sacar de ahí y le dije: “Yo a Maradona no lo voy a rajar. Él le da prestigio al lugar y no me parece que haya que negarle la entrada porque su representante esté detenido. Si quieren me despiden y si no renuncio, pero yo no lo voy a sacar de acá”.
—¡Qué situación!
—Esto lo escuchó un amigo de Diego que estaba en el baño y se lo contó a él. Yo me vine a mi casa y, como a las siete de la mañana, tocaron el portero eléctrico y la niñera de mis hijos me dijo: “Es el señor Maradona”. Bajé a abrirle y él me abrazó y me dijo: “Me enteré lo que hiciste. A partir de hoy, vos sos mi amigo. Tus amigos son mis amigos y tus enemigos son mis enemigos”. Fue como un pacto de sangre.
—¿Y cumplió su palabra?
—¡Cómo! Cuando demolieron Sky Ranch en el gobierno de Fernando de la Rúa, cada uno tuvo que hacer la suya. Y yo, en el ‘97, abrí La Diosa. Pero una vez tuve un problema con el dueño de El Divino, Eduardo Aracil, que quería tener todas las deidades bajo su órbita y se opuso a que usara ese nombre. Yo se lo conté a Diego y él inició una demanda alegando que Maradona era igual a Dios y que Dios era igual al Divino, así que se opuso a la marca del otro. Todo eso quedó en la nada, pero Maradona dejó en claro que estaba dispuesto a bancarme como fuera.
—Me imagino lo que debe haber sido Diego en La Diosa...
—¡Él te daba vuelta el boliche! Un día vino Bochini con una chica con la que estaba empezando a salir, así que yo le di otro vip para que estuviera más tranquilo. Pero, cuando llegó Maradona, Ricardo me llamó para decirme si no le podía pedir que le firmara una servilleta. La cuestión es que esperé el momento y le dije a Diego: “Está el Bocha que quiere un autógrafo tuyo”. Y él me contestó: “Vamos”.
—¿A dónde?
—Fuimos adonde estaba el Bocha. Diego lo saludó, le hizo una reverencia, se arrodilló y, mostrándole la servilleta que me había mandado él a mí, le pidió: “¿No me la firma, maestro?”. Ricardo le dijo: “Sí, como no”. Y se la firmó. La gente se amontonaba para verlos, porque eran dos ídolos juntos. Cuando nos volvimos al otro vip, Bochini me llamó y me dijo: “¡Este hijo de pu...no me firmó nada!”.
—¿Hubo algún momento de tensión en la noche con Maradona?
—Sí, muchísimos. Un domingo habíamos abierto el boliche para hacer una cena con Diego, Laura Cibilla, Luciano Castro, Ricardo Darín y yo. Nos matamos de risa y la pasamos espectacular. La cuestión es que después de un largo rato, Maradona se fue y yo me quedé charlando tranquilo con los chicos. Hasta que escuchamos el ruido de una coleada y nos asomamos asustados a ver qué pasaba.
—¿Y?
—Era la Montero de Diego que se había subido a la vereda con las ruedas chillando. “¿Qué pasó?”, preguntamos nosotros. Pero él se bajó de la camioneta, lo agarró a Ricardo del cuello y lo increpó: “¿Qué le dijiste a Laura?”. ¡Luciano no sabía cómo pararlo! Yo, mientras tanto, me fui a hablar con Cibilla para ver qué había pasado. Todos pensamos que Darín se la había querido levantar...
—¿No fue así?
—¡Nada que ver! Se armó un lío bárbaro. Y lo que le había dicho Darín a Laura fue: “Che, decile a Diego que vaya a la casa a ver a Claudia y las hijas que lo están esperando”. Se lo había pedido de manera amistosa. Pero, cuando ella se lo contó, Maradona se re calentó y lo quería matar a Ricardo...¡Se puso loco! Por suerte, con Luciano lo pudimos calmar y la relación entre ellos quedó bien. Pero había cosas que le hacían saltar la térmica.
—A saber....
—Que le digas o le hagas algo a su chica, por ejemplo.
—¿Te pasó alguna vez a vos?
—Sí, era un día que hacía frío. Estábamos en La Diosa escuchando anécdotas de Diego y de repente la veo a Claudia temblando. Entonces fui a mi oficina, agarré una camperita de jean y, caminando de espaldas a ella, la levanté como para ponérsela en los hombros. Y Maradona me clavó una mirada como diciendo: “Ni se te vaya a ocurrir”. Yo pegué la vuelta porque si no me mataba.
—¿Y qué te dijo al respecto?
—Yo le expliqué: “Diego, tenía frío”. Y él me dijo: “Vos no te preocupes, yo me encargo. ¿No viste que se estaba por ir?”.
—¿Cómo?
—Es que él quería que estuviera incómoda para que se fuera...Yo intenté hacer un acto de caballerosidad y él casi me fulmina con la mirada. Así que nunca más.
—¿Es cierto que un día te pidió conocer a un famoso cantante?
—Sí. Me dijo que fuera al Four Seasson donde estaba alojado él para llevarle unos anteojos míos que le gustaban, porque cada tanto se encaprichaba con algo mío y me lo pedía. Y me dijo: “Está Chayanne en Argentina. ¿Por qué no lo traes?”. Yo hablé con el empresario que lo había contratado y le dije que Maradona lo quería conocer, que fuera para el hotel. La cuestión es que Diego quiso que nos metiéramos en el yacuzzi de la habitación. Y ahí estábamos los dos, desnudos, él fumando su habano, cuando de repente golpearon la puerta...
—¿Era Chayanne?
—Sí. Llamó: “¿Diego?”. “¡Pasá Chayanne!”, le contestamos. El tipo entró despacio, buscando dónde estábamos. Y cuando nos vio a los dos ahí se quedó duro, como diciendo: “¿Y esto qué es?”.
—¡No era para menos!
—Diego le decía: “¡Pelá y metete!”.Y Chayanne no quería saber nada...Decía que no, que los pies, que las medias... ¡La timidez que tenía ese hombre era increíble! Fue un momento muy fuerte para él. Pero Maradona tenía un carisma muy especial y se divertía con esas cosas. Lo hizo cantarle: “Lo dejaría todo....”. ¡En el jacuzzi!
—Pero no era así con todo el mundo, ¿o sí?
—Cuando salíamos de La Diosa, a veces iba para el lado de Retiro y se ponía al lado de la cola de los taxistas, que en general se quedaban dormidos esperando pasajeros. Entonces me hacía bajar el vidrio del acompañante, me pedía que los tocara en el hombro para despertarlos y, cuando lo veían a él, les decía: “¿Cómo le va maestro? Le quiero desear que tenga un buen día y que le ponga garra a la vida. Ustedes son unos fenómenos por cómo trabajan para llevarle el pan a su familia”. Les bajaba una línea que los tipos no lo podían creer.
—¡Wow!
—Yo creo que debe haber un montón de taxistas contando la anécdota de que, un día, Diego los despertó.
—¿Y qué te decía Maradona sobre eso? ¿Por qué lo hacía?
—La felicidad de Diego pasaba por hacer feliz a la gente. Era así. Podía estar mal él, pero si veía felices a los otros era feliz. Por ahí me decía: “¿Viste la cara que puso tal persona cuando le firmé el autógrafo?”. Se fijaba en esas cosas. Aunque no le gustaba el tumulto, ni que se le vinieran encima, ni que lo tocaran....Tenía cosas que había que mantenerlas a raya para que no se pusiera mal. Y lo peor que le podías decir a Diego era: “Cuidate”.
—¿Cuidate?
—Sí: te ahorcaba. Mucha gente se la pasaba hablando con él una hora lo más bien, pero cuando se despedía le decía: “Chau Dieguito, cuidate”. ¡Y se armaba!
—¿Por qué?
—Porque se ponía loco. Y, más de una vez, tuvimos que separarlo. “¿Qué pasó?”, preguntábamos cuando veíamos que se agarraba con alguno. Y venía el de seguridad y decía: “Nada: le dijo ‘cuidate’”.
—Pero era algo cariñoso, ¿o no?
—Sí, pero no le gustaba nada. “Cuidate vos”, decía. Mirá: la única vez que yo estuve distanciado de Diego, fue cuando lo vi en una situación íntima de consumo y le dije que tratara de aflojar con eso. Él se enojó muchísimo conmigo y me aseguró: “Vos te vas a morir tomando gaseosa light”. La misma frase se la dijo a Martín Liberman cuando le tiró una insinuación parecida. En ese sentido, era contundente.
—En Cuba debe haber pasado de todo, ¿o me equivoco?
—Yo te hablo de lo que vi. Él quería jugar al golf hasta cualquier hora, pero no se veía nada. Así que Gabriel Buono y yo teníamos que alumbrarle los hoyos con linternas. Porque nosotros no jugábamos, Diego jugaba y nosotros hacíamos el laburo sucio. Le íbamos corriendo las ramitas, por ejemplo. Después, conseguimos unas pelotitas fluorescentes, pero cada noche nos teníamos que acordar de ponerlas en el freezer para que siguieran iluminando. Era una tarea extra que nos tocaba.
—¿Es verdad que en La Pradera había un sector al que ustedes no podían entrar?
—El cuarto de él: le decíamos “El Impenetrable”. Era una habitación que quedaba en el piso de arriba a la que nadie podía acceder. Yo entré una sola vez porque Diego me quería mostar algo, pero nada más. Ahí no pasaba nadie. Y en la puerta, tenía una foto de Bill Clinton a la que le pegaba con un bate de beisbol.
—¡¿Cómo?!
—Así como te digo: agarraba el bate y le daba golpes hasta que rompía la cartulina con Clinton y nosotros teníamos que volver a poner otra igual.
—¿Era su mecanismo de descarga?
—Él odiaba al sistema porque nunca lo dejaron ir a los Estados Unidos. Fue en la época en que Claudia compró un departamento en Miami y Diego me mandó a mí a verlo. Porque ella había tratado de sacar una visa para Maradona y el embajador le dijo: “Cuando su marido se cure se la vamos a dar”. Obviamente, nunca se la dieron. Y él descargaba esa bronca pegándole a Clinton.
—¿Qué más pasaba en esa casa?
—En la puerta tenía La Bombonerita, dónde jugábamos fútbol tenis. Él podía estar horas pateando que no se cansaba. Obviamente, siempre nos ganaba. Y si nos podía robar algún tanto, lo hacía. Hubo un viaje en el que estuve sólo con él y ya no podía más del dolor de cintura. Por suerte, una vez el chofer que le había asignado Fidel Castro se apiadó de mí y me llevo a recorrer la isla para sacarme de ahí.
—¿Cómo fueron esos tiempos en los que las cuentas de Diego estaban vacías?
—¡Uf! Me acuerdo que una vez fuimos a México a tratar de facturar, aprovechando el partido homenaje de Carlos Hermosillo. Fue caótico. Lo llevamos a un hotel spa para que baje de peso y él se divertía tirándole con un aire comprimido a las latitas de gaseosa que ponía arriba del televisor. Obviamente, a la noche teníamos que ir nosotros a sacar los balines con una pincita de depilar para que no nos echaran. La cuestión es que yo un día me fui al DF a tratar de traer negocios y Diego me dijo: “Cuando vuelvas, pará en la casa de deportes y traeme un casco de minero y un Paintball”. Y yo, que no sabía lo que era, se lo traje.
—¡No!
—Al otro día, había hecho un Andy Warhol en la habitación. Y nos tuvimos que poner a lavar todo para que no nos rajaran. Porque, encima, el dueño nos había dado unas camisetas para firmar y no se las habíamos dado. Así que una vuelta nos encontramos con los patrulleros en la puerta porque el tipo estaba enojado y nos quería echar. Pero le dimos una camiseta a Diego para que la firmara y zafamos. Igual, lo más divertido fue lo de Pelé.
—¿Qué pasó con él?
—Había venido gente de una tarjeta de crédito que quería hacer una publicidad con Maradona y Pelé. El guión era buenísimo: venían los dos haciendo pases con una banda de pibes por distintas calles de una favela, uno con la remera de México ‘86 y el otro con la de México ‘70, hasta que se encontraban en una esquina, se miraban fijo y, cuando parecía que se iban a empezar a pelear, se intercambiaban las camisetas. A Diego le habían ofrecido 600 mil dólares, ponele, que era un montón para el hambre que se venía sufriendo. Pero Guillermo dijo que pidiéramos 800. Y aceptaron. El problema vino después....
—¿Por qué?
—A Diego se le ocurrió preguntar cuánto se llevaba Pelé. Yo le dije que no tenía idea. Y a los de la tarjeta les pedí que, si preguntaba, le dijeran que cobraba lo mismo que él. El tema es que cuando yo le dije eso a Maradona empezó: “Pará: ¿a mí me van a dar la misma plata que a él? Yo no lo hago”. ¡Y se cayó el contrato! Nosotros nos queríamos matar. Tené en cuenta que, en ese mismo viaje, una pinturería nos pagó treinta mil dólares y Buono tuvo que viajar a darle esa plata a Claudia, para que pudiera festejar los quince de Dalma. ¡Estábamos desesperados!
—¿Es verdad que ahí te quisieron extorsionar con una foto suya?
—Sí. Yo tenía un local de venta de camisetas de fútbol y, un día, vino un tipo con una foto enmarcada de Diego completamente desnudo en un vestuario. Me dijo: “Tengo esto y no me gustaría tener que andar vendiéndolo por ahí”. Yo le dije: “¿Cuánto querés?”. Y me quedé con la foto, que todavía la tengo con su cuadrito y su estuchecito... La pagué treinta dólares.
—Contame del perfume que usaba Maradona....
—A él le gustaba el Thierry Mugler, que es fuertísimo, y andaba todo el día con el atomizador en la mano aplicándoselo. Así que era imposible ocultar que habías estado con Diego, porque el olor te delataba. ¡Olías a él! Yo tengo varios que él me regaló, pero no me los voy a poner nunca porque es un perfume que identifico con él.
—¡Me imagino!
—Y porque no se te va nunca el olor...Prefiero guardarlos de recuerdo.
—¿También tenés remeras de Maradona?
—Sí, la verdad que tengo una colección de ropa de Diego. Es que era un clásico de él: llegado un momento de la noche, decía “cambio” y te tenías que sacar la remera que llevabas para ponerte la de él.
—¿Cómo en la cancha?
—¡Claro! Yo siempre salía ganando porque me iba con una prenda de cualquier marca barata y terminaba con una de Gianni Versace...Era su manera de regalarte algo. Pero, cada vez que iba a comer con él, sabía que la remera que me ponía no volvía. Y te la tenías que cambiar dónde fuera: nada de ir al baño.
—¿Y se preocupaba por tu vida?
—Siempre preguntaba y estaba atento a todo. Dos de mis hijos, los gemelos Mariano y Joaquín, cumplían los tres años el mismo día que él cumplía cuarenta. Yo tenía todo organizado para la celebración, pero la tuve que postergar porque tenía que hacerle la fiesta a Diego. Entonces él me dijo: “No te preocupes, que de los chicos me ocupo yo”. Y, a la semana siguiente, le armó el festejo a los pibes junto con Claudia en su quinta de General Rodríguez.
—¿Hizo una fiesta infantil?
—Armó un asado. Y la verdad es que había pocos amigos de mis hijos... Pero él se ocupó de todo y no me dejó llevar nada. Tengo la foto de Diego con uno de los gemelos en cada rodilla. Hoy ellos forman la banda Beruti y estoy seguro de que alguna energía les quedó de ese momento.
—¿Y cómo eran esas charlas que tenías con Diego?
—La mayoría se dieron en Cuba, en la época que estaba rubio. Hablábamos horas. Ahí, no teníamos más que una naranja o una galletita para compartir, no había nada. Salvo café. Y me acuerdo que ahí charlamos mucho de Junior, su hijo italiano.
—¿Qué te decía de él?
—Estaba negado. Decía que no era suyo. Y, en algún momento, cuando yo le decía que era obvio que el pibe era Maradona, me respondía: “Sí, pero no es mi hijo”. Como dando a entender, a modo de broma, que podía ser del hermano.
—¿De Hugo?
—Claro. Pero el chico era de él. Y con Cóppola siempre le decíamos que tenía que asumir esa situación. A él le resultaba muy difícil por el tema de Claudia, Dalma y Gianinna. Sobre todo por las hijas, que las tenía tatuadas en los brazos. Era como que no podía decir: “Tengo otro hijo”.
—¿Y sentía culpa por eso?
—Sí. Porque era como que quería reconocerlo, pero no tenía las herramientas. Así que yo siempre le hablaba y le decía que se imaginara lo que era para un hijo no conocer a su padre. Le pedía que pensara en Don Diego y Doña Tota, que eran lo máximo para él. Por suerte, con los años terminó reconociéndolo... En esas charlas, también hablábamos de Dios.
—Muchos le hacían creer que él era Dios...
—Sí. Yo le decía: “¿Qué onda vos con Dios? ¿Sos un elegido? ¿Te regaló el don del fútbol? ¿Hay alguien más como vos o sos el único? ¿Sos Jesús, su hijo fultbolista? ¿Tenés una misión en la Tierra?”. Esto venía a cuento porque, un día, iba a venir el comandante y yo le pregunté: “¿Cómo es estar solo con Fidel? Entonces él me respondió: “Es más o menos como estar solo conmigo”.
—Es que vos no tenías registro de con quién estabas, ¿no?
—Claro, yo era amigo del Gordo, no del Maradona que hacía goles majestuosos. Pero a partir de ese momento le seguí la charla. Y, en más de una oportunidad, me dijo que tenía miedo de que Dios se la cobrara.
—¿Cómo era eso?
—Diego sabía que el barba había sido muy generoso con él al darle ese don. Porque lo suyo no era fruto ni del esfuerzo ni del trabajo, él había nacido así. Y siempre decía que no le gustaría que Dios le cobrara todo lo que le había dado.
—¿Y vos pensás que se lo cobró?
—No. No hay explicación de por qué una persona nace con ese don...
—Tampoco hay explicación de por qué una persona que nace con ese don y tiene tantos logros, termina como terminó Maradona...
—Mirá: su vida fue una cuarentena eterna sin pandemia, porque se la pasaba encerrado. ¡No podía ir a ningún lado! Además, siempre se tuvo que cuidar mucho: no podía tomar, no podía comer, no podía hacer nada...Y dónde estuviera tenía que ser el mejor y tenía que ganar. Quizá, ese era el precio que pagaba por su don. Pero el otro día me acordé de algo.
—¿De qué?
—Diego tenía muchas frases únicas. Una muy conocida es: “Me cortaron las piernas”. Yo me acuerdo que una vez le dije: “No te cortaron las piernas, vos podés caminar. Hay gente a la que le amputan las piernas de verdad. Lo que decís está buenísimo, pero es muy fuerte. ¿Qué pasaría si te cortaran las piernas de verdad y no pudieras caminar?”. Y Diego me contestó: “No hace falta que no pueda caminar. El día que no le pueda pegar a una pelota, no quiero vivir más”.
—Fue lo que le pasó en el último tiempo, después de su operación de rodilla....
—Sí. Y es por eso que, hoy, esa frase me hace tanto ruido.
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