Carina Gallucci y Carlín Calvo se vieron por primera vez en un pasillo de Canal 13 en octubre de 1996. ‘¿Te conozco de algún lado?’, le preguntó el galán de 42, consagrado y archi famoso. ‘De la tele’, le contestó ella, de 26, que solo había hecho un par de bolos y soñaba con ser actriz. ¡Hola papi! era la telenovela que los reunía, protagonizada por Carlos Andrés Calvo y por Patricia Echegoyen, que además era su pareja en la vida real. ¿El rol de Carina? Dolores, un personaje minúsculo que duraría tres meses.
“Mi hermana tenía las carpetas forradas con la foto de Carlín. Yo no. Pero ese día, cuando me lo crucé en el pasillo, me encantó. Yo sabía que no me ubicaba de ningún lado, pero era un seductor nato”, recuerda Carina, que por entonces además estudiaba psicología. “Compartimos una única escena en la que me cambió la letra varias veces para probarme. ¡A mi no me importaba nada! Me fascinaba ir a grabar y que él estuviera ahí diciéndome todo lo que yo quería escuchar: que era linda, muy buena actriz y que mi sonrisa le daba paz. Seducía sin esfuerzo: le salía. Y yo lo veía como un amor imposible”, apunta la madre de Facundo (21) y Abril (14), los dos hijos del actor que murió el último 11 de diciembre y que este domingo 21 cumpliría 68 años.
—¿Te invitó a salir?
—Más o menos… En la fiesta de despedida del último día de grabación le di una carta de agradecimiento. Se la dirigí también a Patricia, para que no hubiera doble sentido, ni se armara quilombo. ‘Les escribí esta carta para darles las gracias por los meses compartidos’, aseguré con vergüenza. Me dijo que agregara mi número de teléfono. ‘¿Sino dónde te agradezco la carta en la que vos me agradecés?’, insistió con picardía. Y con un fibrón anoté el teléfono de la casa donde vivía con mis padres. No pensé que fuera a llamarme.
—Pero te llamó.
—A la semana. Ese día yo estaba muy ocupada y le avisé a mi papá que no estaba para nadie. Suena el teléfono y lo escucho decir: ‘Hola, Carlos’. Le hice “no” con la cabeza. Es que no conocía a ningún Carlos. ¡Jamás asocié con Carlín! Pero pasaron los días y se me ocurrió que podía haber sido él y cuando le pregunté a mi papá, me confirmó que quien había llamado tenía voz de hombre grande. A las dos semanas volvió a llamar. Yo acababa de llegar del gimnasio, atendí y escucho: ‘¿Dolores?’. Así me llamaba, por mi personaje. Casi me desmayo. Me dijo que me pasaba a buscar en cinco minutos. Le contesté que no podía cambiarme tan rápido. Me dijo que tenía solo una hora; que era ahora o nunca. Sin bañarme, me puse un jean, una remerita y bajé. Mi mamá y mi hermana espiaban desde el balcón del tercer piso. Les aseguré que era una reunión de trabajo… Y cuando me subí al auto, Carlín tenía un perfume riquísimo.
—¿A dónde fueron?
—Me explicó que no podía ir a tomar un café a un bar porque le iban a sacar fotos. Me propuso ir a un hotel, pero me aseguró que no iba a pasar nada. Me hipnotizó con sus anécdotas, me elogió y no se me acercó para besarme en toda la charla. Recién cuando me dejó en casa me abrazó y nos dimos un beso. Me volvió a llamar en Nochebuena para pasarme a buscar. Yo sabía que si nos volvíamos a ver iba a pasar algo, pero no quería que fuera a las apuradas y no volver a verlo nunca más. Entonces le dije que no. Volvió a llamarme el 26, ya con más tiempo, y ahí sí, empezamos a vernos y no nos separamos nunca más.
–¿Se separó de Echegoyen?
—A esa altura ya no convivía con ella, pero tampoco se definía. Yo siempre pensaba que iban a volver. Empezamos un pseudo noviazgo que no era fácil, porque me ocultaba. Me pedía que no le contara a nadie que estábamos juntos. Era muy paranoico con la prensa. Decía que me quería proteger y yo le creía, pero creo que en realidad quería seguir viéndose con otras mujeres. Las salidas consistían en pasar por Automac e instalarnos el fin de semana en su quinta en Parque Leloir. Me llamó Dolores durante tres meses; así me presentó a su familia.
—¿Cuánto duró ese pseudo noviazgo?
—¡Dos años! Siempre con intermitencias. El un día me decía que era la mujer de su vida, pero al día siguiente que no podía comprometerse. Era muy celoso y me mandó a investigar. Después quiso llevarme de vacaciones al Caribe y vino a mi casa a presentarse. Tardó dos minutos en convencerlos. Era encantador. Se los metió en el bolsillo. Nos fuimos a unas islas paradisíacas y la pasamos bárbaro. Pero siempre pasaba lo mismo: me dejaba y volvía. Hasta que, cuando yo ya estaba decidida a terminar para siempre, hubo un giro inesperado.
—¿Qué paso?
—Nosotros no nos cuidábamos porque Carlín me había dicho que no podía tener hijos. A mí no me preocupaba, porque no proyectaba una pareja con él. Eran tantas las idas y vueltas… De hecho, el día que me recibí de psicóloga, me dejó. Pasé días llorando en mi cama. Yo iba a la psiquiatra porque estaba muy deprimida. Es que un tipo así te enloquece. Me fui a lo de una amiga a El Bolsón y cuando volví, nos vimos un par de veces. Averigüé para irme a estudiar a España y le dije que estaba decidida a separarme. Me pidió que nos viéramos una vez más y que llevaría un test de embarazo, porque presentía que yo estaba embarazada. Le dije que era un delirio, pero acepté. Juro que no tenía ni un síntoma, ni un día de atraso.
—¡¿Qué?!
—Tenía razón. Era un tipo con mucha intuición. Aparecieron las dos rayas. Yo estaba feliz, pero por otro lado se me venía un mundo abajo. Él me abrazaba, saltaba, me decía que me amaba, pero me aclaró que yo iba a vivir en la quinta de Leloir y que él iba a vivir en el departamento de Libertador. Fue duro. La prensa nos perseguía y me hizo comprar una peluca negra para andar por la calle. (Ríe)
—¿Se mudaron juntos?
—A los tres meses de embarazo me vine a su departamento de Libertador, que es donde vivo ahora. Llegué con un bolso porque no sabía qué iba a pasar, pero Carlín se asentó. Pero unos meses más tarde tuvimos un accidente automovilístico por una tormenta en el Camino del Buen Ayre, quedó con muchos hematomas e infartos cerebrales, y le dijeron que tenía que hacer reposo, porque además era hipertenso. Había riesgo de ACV. Pero a los tres días volvió a trabajar.
—Y vino ese primer ACV…
—El 14 de marzo de 1999, unos meses después del choque y tres meses antes de que naciera Facu. Fue en casa. Noté que hacía algo raro con la boca, que no podía mover un brazo, ni una pierna. Fue a terapia intensiva. Cuando Facundo tenía 40 días de vida nos casamos acá, en casa. Él tenía miedo de que me pasara algo y para protegerme, hicimos el civil. Después nos fuimos a Cuba para que se rehabilitara.
—¿Cuánto tiempo?
—Cinco meses, con mi bebé recién nacido. Carlín estaba muy bien en comparación con el resto de los internados. Su deterioro era motriz, pero podía mejorar. Después de tres años volvió al teatro. Nuestra relación estaba muy bien. Su ACV nos unió. Estaba agradecido por cómo yo lo había acompañado. Y cuando Sebastián Ortega lo llamó para hacer El Hacker –que para él era muy importante porque implicaba volver a la tele–, quiso que tuviéramos una hija. ‘Sacate el diu. Se viene la nena’, insistió. Y al mes quedé embarazada de Abril, que nació el 21 de marzo del 2006. Siempre presenció los partos…
—¿Fue un padrazo, no?
—Si… (Se le corta la voz y llora) Tenía un amor inmenso por sus hijos. Fueron su motor. En otro momento, se hubiera suicidado después de lo que le pasó. Pero un día le dije que si lo hacía, Facundo me iba a preguntar por qué su papá no había luchado por él. Desde ese momento, peleó hasta el final. Lo que agradezco a Dios es que después de su segundo ACV, nunca se dio cuenta lo enfermo que estaba. Le afectó de tal manera que no tenía vergüenza, ni estrés. Quería laburar. Ese verano del 2014, cuando hizo teatro en Mar del Plata, le hizo mucho bien.
—¿Antes de su segundo ACV vos ya estaba separada de él?
—Cuando Abril tenía dos años volvió a hacerse el galán con todas... Además, se puso muy obsesivo por trabajar. Peleábamos mucho, delante de los chicos. Yo me quería separar y él no. Terminó aceptando y encontramos un departamento re lindo, cerca de casa. El plan era que hiciera temporada con Taxi 2 en Carlos Paz, pero en octubre tendría una función despedida en Mar del Plata. Nos despedimos con un abrazo en la puerta de casa y quedamos en que a la vuelta se mudaba al departamento nuevo. Ese fue nuestro primer Adiós. Facundito tenía once años y fue con él a Mar del Plata. Un rato antes de que empiece la función, mi hijo, que tenía celular y me dijo: ‘Papá está nervioso. Se olvida mucho la letra’. Me preocupé. Y cuando lo volví a llamar, me dijo que estaba sentado en la butaca y que acababa de salir Diego Pérez para decir que Carlín se sentía mal y se suspendía la función. Al toque me llamó Javier Faroni –su amigo del alma y productor de la obra– y me confirmó que había tenido un segundo ACV.
—¿Te fuiste a Mar del Plata?
—De madrugada, con mi cuñado. Había niebla en la ruta… Ya en el camino me avisaron que podía morir o quedar con muchas secuelas. Llegué llorando, los médicos me avisaron que esta vez le había afectado la parte cognitiva… Había que ver qué quedaba de Carlín. Nos reconocía y tenía memoria remota, pero no sabía nada de lo que había sucedido. Empezamos una nueva etapa.
—¿No recordaba que ustedes habían acordado separarse?
—No, para nada. De ahí fue a Fleni en Escobar y lo visitábamos. Me presentaba como su mujer. Yo le decía: ‘Hola Oso’, como siempre. Y él me contestaba: ‘Hola Osa’. Yo le aclaraba que estábamos separados, y él me contradecía. Una vez que le dieron el alta, lo llevamos a su propio departamento y le gustaba. Yo tenía miedo que añorara nuestra casa, pero no.
—Y te hiciste cargo de todo…
—Siempre, de todo. Pasó a ser como un hijo más. Todo ese amor pasional que yo sentía por él pasó ser un amor maternal. Después del segundo ACV, Carlín era otro.
—¿Tuviste otra pareja?
—Un tiempo, pero ya no.
—¿Hay algo lindo que te gustaría recordar de sus últimos meses?
—Es lindo, pero triste… Estaba en un departamento con internación domiciliaria, pero por la pandemia no íbamos mucho. Además, me dolía el alma... Ya no se le iluminaban los ojos al verme, ni me decía ‘Osa’. Estaba cada vez estaba más ido… Fuimos el Día del Padre, nos vio y cerró los ojos. (Vuelve a llorar). Me estaba guiando… Yo tenía que dar el siguiente paso: trasladarlo a un lugar de cuidados paliativos, para pacientes por los que ya se había hecho todo y no había más. Yo llevaba diez años manejando enfermeras y equipos médicos… Entonces con Facundo, que es mayor de edad, tomamos la decisión. Después de mucho tiempo sin reírse, Carlín se rió con Facundo el día del traslado. Al poco tiempo tuvo algo que pudo haber sido un tercer ACV. La doctora me dijo que creía que no iba a pasar de esa noche. Tenía una máscara para respirar y hacía un gran esfuerzo. Entonces le dije que no luche más, que no tuviera miedo, que arriba iba a estar mejor. Pasaban los días y resistía.
—No se dejaba ir.
—Tal cual. Entonces junté a mis hijos y les dije: ‘Me parece que si papá no nos ve a los tres juntos y bien, no se va a ir’. Entonces fuimos los tres juntos a visitarlo. Carlín tenía los ojos abiertos y nos seguía con la mirada. Aunque los médicos me decían que era solo un reflejo… Nos paramos los tres juntos, yo en el medio y le dije: ‘Acá estamos los tres’. Facundo hizo un chiste: ‘Estamos para la foto’. Y yo agregué: ‘Es la foto que te podés llevar de recuerdo’. Los chicos lloraban y me acosté al lado de él. Le aseguré que me podía hacer cargo de los chicos, que era un ejemplo de lucha, que le perdonaba todo y que era el amor de mi vida… (Llora)
—¿Era el final?
—En diez años yo nunca había pensado qué tenía que hacer cuando se fuera: los tramites, el velorio, entierro. Nada. Pero ese día lo llamé a Javi Faroni para pedirle ayuda. Me contó que estaba en Estados Unidos, pero que lo mantuviera al tanto porque se volvía en el primer vuelvo. Carlín lo esperó toda la semana y murió un rato antes de que Javier aterrizara en Buenos Aires para poder ayudarme. Fue el viernes siguiente a nuestra despedida. A las ocho y media de la mañana me llamó José Luis, un médico amigo que estaba a cargo de todo y me dijo: ‘Ya está, Cari. Dejó de sufrir’. Y yo le agradecí a Dios haber vivido uno de esos amores que son para siempre y que pasan una sola vez en la vida.
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