En marzo de 1972, Helen Gurley Brown era la editora jefa de Cosmopolitan, la revista femenina que priorizaba las notas de sexo sobre las de moda y los trucos de felación antes que los de cocina. Pero Helen quería ir por más: publicar el primer desnudo masculino y a doble página. Se lo propuso a ese dios con rostro humano llamado Paul Newman. Él la escuchó una hora y le respondió en un segundo: “No”.
Invitada al Tonigth Show, Helen cavilaba quién aceptaría el desafío cuando le avisaron que Johny Carson no conduciría esa emisión sino una emergente estrella de cine y televisión, a punto de estrenar Deliverance: un tal Burt Reynolds. Al verlo se quedó sin aliento. Objetivamente ese señor portaba los mejores genes masculinos. Atractivo, viril, un macho alfa que transmitía seguridad y esa picardía del que sabe que con poco lo consigue todo. Helen se acercó y le propuso fotografiarlo sin ropa porque “si a los hombres les gusta ver mujeres desnudas, a las mujeres nos gusta ver hombres desnudos”. Al actor la propuesta le pareció divertida, aunque luego se arrepentiría, aceptó.
Imitando a revistas masculinas como Playboy, el apuesto Burt posó desnudo, acostado sobre una piel de oso y con su mano izquierda tapando sus partes íntimas. Había cumplido 36 años, era un tipo conocido, pero a partir de esa imagen su fama estalló. La edición vendió un millón y medio de ejemplares. Cada vez que salía de su casa las mujeres lo perseguían mientras suplicaban excitadas que les autografiara su ejemplar. En el teatro, los tímidos aplausos se convirtieron en gritos y silbidos de señoras y señoritas enardecidas por ese pubis que no veían pero intuían.
Antes, mucho antes de transformarse en objeto de deseo, Burt era un niño que nació un 11 de febrero de 1936 en Michigan y vivió su infancia en Florida, donde su padre era jefe de policía. A Burt no le interesaba ser actor sino una estrella del fútbol americano. Cualidades no le faltaban. Medía 1,83, era rápido y fuerte. Así fue como consiguió una beca deportiva en la universidad.
Lo reclutaron para los Seminoles, y en su primera temporada ya se destacó. “Para ser un hombre blanco era muy rápido”, recordaba. En 16 jugadas corrió 134 yardas -alrededor de 122 metros- y realizó dos touchdowns. También capturó cuatro recepciones para 76 yardas. El futuro se vislumbraba prometedor, pero sufrió una lesión en la rodilla en el primer juego de su segunda temporada, y luego otra lesión en la misma rodilla. Y como no hay dos sin tres se fracturó el bazo en un accidente de auto.
Esa racha de mala suerte lo mantuvo fuera del campo durante casi dos años. Volvió pero sin una buena rehabilitación perdió su lugar. Sin posibilidades en el deporte pensó en ser policía, como su padre. Pero el destino tenía otro camino. Un profesor lo escuchó recitar un fragmento de una obra de Shakespeare y lo invitó a participar de una obra de teatro. De invitado pasó a protagonista y recibió una beca para estudiar teatro en Nueva York.
En la gran manzana, el destino volvió a darle una mano. Pero hasta que se la dio trabajó de lavacopas, camionero y mozo. A finales de los 50 consiguió algunos papeles en la televisión y participó de una gira teatral con Charlton Heston. En 1961, debutó en el cine con Angel Baby. Lo llamaron para ser parte de la película Sayonara y lo descartaron por encontrarlo demasiado parecido a Marlon Brando. Con el tiempo esta comparación lo fastidiaría muchísimo.
En un aeropuerto una mujer se acercó a felicitarlo por sus trabajos mientras le nombraba todas las películas de Brando. Enojado, le contestó: “Por Dios bendito, señora ¡No soy Brando!” Acto seguido ella sonrió: “Ahora sí que no me engaña. Estoy completamente segura de que usted es Marlon Brando”. Dicen que Brando fue el que rechazó que Reynolds fuera parte de El padrino porque lo consideraba narcisista y mal actor. Reynolds admitía “Que Dios me perdone, pero adoro tener la atención de la gente”.
Pese a su bronca fue gracias a que Brando rechazó ser Lewis Medlock en Deliverance que Reynolds comenzó a dejar de ser conocido para pasar a ser famoso. Era 1972. La película más su producción en Cosmopolitan lo transformaron en el hombre del momento. Muchos años después reconocería que esa foto dinamitó sus posibilidades de que lo tomaran como un actor serio. “Pensé que sería divertido. Toda mi vida la viví de esa manera. Si pensaba que saltar del edificio sería divertido, saltaba del edificio”, contó sobre sus razones para aceptar.
Aunque no logró prestigio consiguió un récord. De 1978 a 1982, las cinco películas que protagonizó fueron las más taquilleras, algo que ningún actor pudo igualar. En 1979 se convirtió en el segundo hombre en aparecer desnudo en la portada de Playboy. Cuerpo, carisma y porte tenía para él y también para repartir.
Su pinta era innegable casi tanto como su rara “falta de olfato” para decidirse por algunos papeles. Le ofrecieron ser el primer James Bond estadounidense y dijo que no porque era un personaje demasiado inglés. No aceptó ser Han Solo en Star Wars ni participar en Atrapado sin salida en el papel que sí aceptó Jack Nicholson. Tampoco en La fuerza del cariño, rol que nuevamente aceptó Nicholson, y encima le sirvió para ganar un Oscar.
En los rodajes era famoso por su capacidad de hacer reír a todos y de protagonizar las escenas de riesgo sin recurrir a dobles. Esto no siempre salió bien. En 1984 junto a Clint Eastwood fue parte de Ciudad ardiente. En un momento debían golpearle la cara con una silla de utilería, pero se equivocaron y tomaron una silla real. Resultado: le rompieron la mandíbula.
En 1977 protagonizó Dos pícaros con suerte. El éxito fue tal que el auto que manejaba, un Pontiac, disparó sus ventas un 500%. Rodando esa película se enamoró de Sally Field. Mientras la actriz recordaba la relación como “confusa y complicada, pero con mucho amor”, el actor solo tenía palabras de elogio para ese tiempo. “Creo que hubiéramos sido muy felices. Si alguien pregunta sobre ese período de mi vida, fue un momento maravilloso” y admitió “Ella era el amor de mi vida, y arruiné la relación”. Según Sally, él era “arrogante y carismático” pero también controlador e incapaz de aceptar todo sobre ella. Quizá por eso ella puso fin a la historia antes de que se convirtiera en una historia sin fin.
Antes de su romance con Sally, Burt estuvo casado con la comediante inglesa Judy Carne, y a principio de los 90 se casó con Loni Anderson. El matrimonio duró seis años, de 1988 a 1993. La boda fue en una capilla que el futuro esposo mandó a construir. Mientras avanzaba por el pasillo la madre lo miraba con cara de “¿estás seguro de lo que vas a hacer?”. No se equivocaba. El divorcio fue conflictivo. Él la acusó de engañarlo y ella de abusos físicos, drogas y alcohol. Según el actor, Anderson era experta en gastar. “Casarnos fue un movimiento realmente tonto de mi parte. Ella compraba todo por triplicado, desde vestidos de todos los días hasta joyas, porcelanas y sábanas. Le di una tarjeta Platinum con un límite de crédito de cuarenta y cinco mis dólares. Lo alcanzó al máximo, en media hora”, recordó sobre su ex.
Los desmanejos de su ex no fueron los únicos que vivió Reynolds. En 2014 se tuvo que declarar en bancarrota y se vio obligado a subastar sus bienes. En sus épocas de gloria llegó a ganar cerca de 10 millones de dólares por año. Invirtió en propiedades como un rancho en Florida y otro en Arkansas; varias mansiones en Beverly Hills y Malibu; una propiedad en Georgia y un refugio en la cima de la montaña en Carolina del Norte. Poseía un jet privado, un helicóptero y numerosos autos deportivos. En cada entretejido para su pelo llegó a gastar 15 mil dólares. Su costoso divorcio y varios proyectos no redituables, como una cadena de restaurantes que le costaron veinte millones de dólares y un teatro en Florida, lo llevaron a perder parte de su fortuna. “No he sido alguien que haya sido inteligente con respecto a su dinero. Hay un par de actores que son bastante brillantes con la forma en que manejaron su fortuna. Pero no son muy buenos actores”, admitía.
Para pagar sus deudas decidió realizar una subasta en Las Vegas. Remató su chaqueta de Dos pícaros con suerte, un par de botas de vaquero, la canoa de Deliverance, el Pontiac y un reloj de oro que le regaló Sally Field, entre otros artículos. Así pudo conseguir casi tres millones de dólares. También vendió su propiedad en Florida. El precio inicial fue de 10 millones de dólares pero finalmente sacó solo un poco más de tres. “Soy un hombre viejo con una casa muy grande”, se justificó “así que me estoy reduciendo”.
Su fortuna quedó reducida a cinco millones de dólares, una suma más que respetable para cualquier mortal, excepto si fuiste millonario. En los últimos años decía que “lo único bueno de envejecer es que los demás creen que algo sabio va a salir de tu boca” y además asumió: “Me di cuenta de lo que Clint Eastwood intentó decirme durante años: la vida es demasiado corta para que no hagas los proyectos que quieres con la gente que te gusta”.
El actor de la masculinidad indiscutida decía que sabía que quizá se había perdido de interpretar personajes más serios porque no estaba interesado en desafiarse como actor, sino solo en pasarla bien; “nadie se divirtió como yo”, decía. Es cierto, no ganó ningún Oscar y perdió casi toda su fortuna pero, como dicen por ahí, a Burt Reynolds quién le quita lo bailado.
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