Esa tarde del 6 de febrero de 2018 nadie imaginó la tragedia. Todo comenzó con un análisis de rutina, una simple endoscopia. Eran las 17 horas en punto cuando Débora Pérez Volpin ingresó al quirófano aquella calurosa tarde de verano. Un día en el que no haría nada fuera de la rutina: después del trabajo, Quique Sacco, por entonces su pareja desde hacía ya más de siete años, la pasaría a buscar por la clínica de Palermo en la que minutos más tarde la periodista perdería la vida de la manera más absurda: las estadísticas indican que la probabilidad de un fallecimiento en ese estudio es del 0.03%.
Débora estaba en condiciones óptimas de salud, apenas un dolor estomacal que la impulsó a sacar un turno para cerciorarse de que todo estuviera en orden y, por cierto, aprovechar la ocasión para hacerse todos los chequeos antes de empezar la actividad como diputada electa. Meses antes se había despedido, al menos por un tiempo, de su otra pasión: el periodismo, que hasta entonces lo desarrollaba al frente de Arriba Argentinos, el noticiero que conducía junto a Marcelo Bonelli y que ya se había convertido en un clásico de las mañanas de El Trece.
En diálogo con Teleshow, Quique ofrece ahora su mejor homenaje, recordándola como a Débora le gustaría: con alegría. Y repasando los grandes momentos que vivieron juntos.
—¿Cómo recordás el último día de Débora?
—Nos vimos el lunes a la noche porque se quedó (en casa) para hacerse estudios al otro día y tuvimos una charla realmente hermosa. Pareciera que, en la retrospectiva, se podría decir que era como una despedida. A veces pareciera increíble. Después la vi el martes, volvimos a hablar- Es más, quedamos que yo la iba a buscar para cenar porque los chicos, Agustín y Luna, se iban de viaje con el papá (el camarógrafo Marcelo Funes). Tenía programada una endoscopía en otro lugar para el día miércoles, porque ella había tenido una molestia, y cuando fue el lunes, por una cuestión de que le iban a hacer toda una batería de estudios, ahí deciden que le iban a hacer la endoscopia el mismo día, en el mismo lugar. Para eso hubo que anular la que iba a hacer en otro lugar el día miércoles. Nosotros el domingo habíamos estado tomando sol y nadando con los chicos en la pileta de mi casa. Por eso fue tan traumático.
—¿Buscan avanzar con la causa, más allá de que lograron la inhabilitación profesional del endoscopista?
—Nunca buscamos… No teníamos, como dije siempre, ni odio ni rencor. Lo que queríamos era justicia, simplemente. Es más, tampoco estábamos pensando si esta gente debía ir a la cárcel o no, eso era una decisión de la Justicia. Logramos llegar al juicio oral, y logramos una condena. Y pudimos esclarecer en el marco de la Justicia cómo fue todo lo que ocurrió, eso quedó muy claro. Y si bien no alcanza del todo la conformidad, la verdad es que se logró muchísimo. Era una manera de ponerse al hombro un montón de cosas para cerrar las heridas. Y después, en el transcurso de ese juicio, no fuimos nosotros sino el propio Tribunal el que por recogimiento de testimonios abre una causa nueva por encubrimiento y falso testimonio a las autoridades de la clínica y a otros miembros del personal, profesionales y empleados de la clínica, que están también a disposición de la Justicia para la investigación. También hay una instancia de apelación nuestra contra el fallo por la anestesióloga, pero la Cámara todavía no se expidió. Pero bueno, en la familia estamos mucho más tranquilos porque en 18 meses logramos pasar por todas las instancias judiciales que había que pasar y llegar a un juicio oral.
—¿Pudiste llorarla al principio o necesitaste que pasara todo este proceso judicial?
—El impacto fue tan grande y tantas cosas pasaron alrededor que quizás no tuve tiempo de… Obviamente, al principio es como recibir un puñal, pero había que ocuparse de tantas cosas que quizás fue una manera de procesarlo. Pero también es verdad que el primer fin de semana después de ese día pedí estar solo, era un fin de semana largo de carnavales, y creo que ahí me enfrenté muchísimo conmigo mismo y con la ausencia. Y sí, fue desgarrador... Pero era también una manera de enfrentarme con esa realidad. Y creo que, después, seguir estando con los chicos manteniendo determinadas costumbres familiares, fue sanador. Y el juicio fue un proceso sanador para nosotros también. Incluso el libro que estoy escribiendo ahora, que tiene que ver un poco con el hecho de Débora, pero más que nada habla de resiliencia; escribir es sanador. Es como poder sacar todo lo que no tiene adentro para encontrar el equilibrio. Hubo tiempo para llorarla, para extrañarla... Pero yo me quedo con esa imagen intacta de Débora y de todo lo hermoso que vivimos. Es lo que me permite seguir adelante en la vida y poder disfrutar de los chicos, de la familia y de mi nueva historia.
—Seguís teniendo relación con Agustín y Luna.
—Sí, seguimos siendo una familia. Agustín trabaja conmigo en la radio, nos manejamos como una familia. Todos los días tengo contacto con ellos, nos vamos a cenar, estuvieron en las vacaciones conmigo. Incluso, este fin de semana nos vamos de viaje los tres. Están en mi vida y lo van a estar para siempre. Son mis hijos del corazón. Con el papá también tenemos una excelente relación y queremos lo mejor para los chicos. Obviamente que él es el papá de sangre y yo, del corazón, pero están en mi vida. Primero con Débora formamos una pareja, y ella abrió la puerta de poder transformarnos en una familia, y sin embargo, ante lo que ocurrió, Agustín y Luna podrían haber dicho que yo era la pareja de la mamá y punto. Pero siguieron alimentando este amor que nos tenemos y que se profundizó mucho más porque fue una relación directa entre nosotros. Estoy al tanto de lo que sucede en la vida de ellos, en el estudio, en sus vidas privadas, tengo diálogo permanente y ellos, conmigo.
—¿Creés que el hecho de que Débora haya sido una figura agilizó el proceso judicial?
—Nos ayudó la opinión pública, nos ayudó la prensa. Y también hemos tenido un estudio de abogados que ha sido extraordinario: se comprometieron e impulsaron todo esto. Y hemos generado con ellos una relación hasta personal por cómo se instalaron en nuestra piel, en nuestros sentimientos, para esclarecer todo esto. Estaré agradecido toda la vida.
—¿El de Débora fue un caso bisagra?
—Yo creo que sí, hay un antes y un después. Primero por las situaciones de mala praxis o de impericia, y después, creo que es la primera vez que en tan poco tiempo se lleve a dos médicos a juicio oral. Y eso no es en contra de lo médicos, simplemente está en hacer la diferencia entre quien actúa bien y el que se equivoca. Nadie está pensando en que alguien lo hizo a propósito. Después de Débora cayeron muchísimo las estadísticas con respecto a la gente que se hace endoscopías. Es un estudio necesario y hay que seguir haciéndolo, pero bien. Porque la posibilidad de una muerte en un estudio de este tipo ínfima. El caso de Débora conmovió a todos los argentinos: era una persona conocida, una profesional del periodismo y después, de la política. Conmovió por su juventud, por su frescura.
—¿Qué es lo que más recordás de ella?
—La nuestra fue una maravillosa historia de amor que la disfrutamos. Lo que ocurrió no fue una decisión ni de ella ni mía. Hay cosas en la vida en las que a veces no podés hacer nada... Pero ella va a estar siempre en mi corazón. Y estoy convencido de que nos ilumina, nos va marcando el camino. Para nosotros siempre estará presente de algún modo.
En el nombre de la madre
Agustín Funes, el hijo mayor de Débora Pérez Volpin, compartió con Teleshow una anécdota de su mamá que retrata a la perfección la pasión que tenía por el periodismo y que le terminó trasmitiendo a él, que hoy está a un año de recibirse de periodista.
“En 2014, cuando cayó un rayo en un balneario de Villa Gesell y murieron cuatro personas, nosotros estábamos de vacaciones allá. La gente en Buenos Aires nos empezó a llamar para ver si estábamos bien, y nosotros no entendíamos hasta que nos enteramos de la tragedia. Me acuerdo perfectamente que mi mamá estaba inquieta, con el bichito de periodista que, aun estando de vacaciones, no lo podía apagar. Estar tan cerca de un hecho tan fuerte claramente no la dejaba tranquila y necesitaba ir. En un momento me agarra y me dice: ´Vamos´. La miré, yo tenía 16 años, y aunque ya sabía que quería estudiar Comunicación, era chico y le dije: ´¿A dónde? ¿Cómo vamos a meternos ahí?´. Y ella me dijo: ´Sí, sí, vamos, hay que ir a preguntarle a la gente qué vio, cómo fue”. Yo me sentía raro, pero a la vez me quedé asombrado de verla actuar en carne propia, pero no quería ir. ´¿Vos querés ser periodista? Bueno, entonces vencé ese miedo y vení´, me dijo. Y fuimos.
Cuando llegamos, fue la primera vez que la vi desempeñarse como pez en el agua en su profesión. A esa altura conducía desde hacía años Arriba Argentinos y ya estaba acostumbrado a verla en la tele, pero nunca la había visto en la calle, que fue el lugar en el que ella se formó como cronista. Verla ahí, ejerciendo el periodismo de calle... me quedé fascinado, no solo porque yo quería hacer lo mismo, sino porque estaba viendo a mi mamá en una faceta distinta, como una profesional trabajando de lo que amaba. Después, obviamente, los grandes canales de Capital, como no tenían gente cubriendo la zona, la llamaron para decirle que estaba yendo un móvil de El Trece y si quería cubrir la noticia. Ella obviamente dijo que sí, y se quedó como hasta las 12 de la noche, o más, en parte saliendo desde el balneario y en parte desde la salita a la que habían llevado a los chicos heridos. Transformó un día de vacaciones en un día de trabajo pleno porque le salía del alma, no podía evitarlo. Así era ella”.
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