De bailar en el parlante del boliche a que Marcelo Tinelli y Susana Giménez se peleen por sus servicios. De vagar en las plazas de Morón a tocar en el Gran Rex y cerrar un evento del entonces gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli ante centenares de miles de personas en Mar del Plata. De admirar a bandas claves de la movida tropical a sentir cómo sus ídolos los envidiaban. De ver producir a destajo la máquina de hacer chorizos y sentir que solo les tocaban algunas migajas.
Brian Coqui Romero, Leonel Leíto Lencinas, Gonzalo Gonzalito Muñoz, Lucas Kaká Caballero, Emmanuel DJ Memo Guidone, Matías McCaquito Flores y Simón Gaete eran un grupo de pibes de Morón que no soñaban ni el comienzo del guion de la película que les tocó protagonizar. Si bien es una de esas historias se cuenta de a montones en la industria de la música -la fórmula que funciona hasta que aburre, la naranja que se exprime hasta que no da más jugo- pocos fenómenos treparon tan alto y cayeron tan pronto en tan poco tiempo como el de los Wachiturros.
En tiempos de mutación de redes sociales, vivieron la transición del Fotolog al YouTube, y de alguna manera anticiparon el Tik Tok. Fueron virales cuando no existía la palabra y alcanzaron los millones de visualizaciones sin tener un videoclip oficial. En un par de años, pasaron de los parlantes de Jesse James a la senda peatonal de Abbey Road, la meca de cualquier músico. Hasta que en un momento y casi sin darse cuenta, todo empezó a bajar.
El big bang de Pasión de Sábado
El 14 de mayo de 2011, los Wachiturros debutaron en Pasión de Sábado, luego de una ingeniería de producción que se organizó en cuestión de días. Una semana atrás, Coqui, Leíto y Gonza habían visitado los históricos estudios de la movida tropical acompañando a McCaco, un artista con buena proyección por entonces. Se habían sumado al staff gracias al ojo clínico de Lucas Rodríguez, un productor conocido como Bazooka y habituado a recorrer los boliches en busca de jóvenes talentos.
El desempeño de los adolescentes llamó la atención de los hermanos Pablo y Adrián Serantoni, productores de peso de la movida tropical, quienes hablaron con Bazooka y le sugirieron armar otro grupo a partir de ellos. No había tiempo que perder. La plaza del barrio sirvió como semillero y se fueron sumando las piezas. Sumaron a Kaká que era compañero de Leíto, Mati el hermano de McCaco, Simón que también andaba por ahí y DJ Memo, el mayor y el único con cierta experiencia en la música.
Bazooka puso los ojos en el Caribe y adaptó un tema de Rey Pirín, artista portorriqueño, llamado “Tirate un paso”. Sólo le cambió algunos versos y los adaptó al lenguaje y la estética turra. Subieron el tema a Facebook y a la semana volvieron a Pasión. Su vida ya no iba a ser la misma: “No me olvido más cómo nos recibió la gente. Enseguida teníamos shows y ya estábamos arriba”, cuenta Gonzalito a Teleshow.
Ese mismo fin de semana debutaron en un boliche de Quilmes y a la semana empezó el baile en serio. Llegaron a promediar cuarenta presentaciones por fin de semana. El presentador Hernán Caire reconoció no haber visto una explosión semejante en el estudio desde la presentación de Volcán. Habían pasado géneros, estilos, artistas, pero nadie había logrado el impacto de los Wachiturros. En este caso, más allá de lo pegadizo del ritmo y de la cadencia caribeña del remix, el encanto estaba en el baile, y en el look.
La onda wachiturra
“No somos ni floggers, ni chetos ni cumbieros”. En su presentación en Pasión de Sábado, los Wachiturros dejaban en claro sus principios. Eran wachines por la edad, pibitos, adolescentes, donde el más grande tenía veinte años. Y eran turros por la onda: aritos, piercings, cejas depiladas, algún detalle en el pelo, los jeans rotos, las chombas de colores... y esas chombas.
Dentro de su estética callejera y urbana, había un aspecto de la vestimenta que distinguió a los Wachiturros: sus chombas y chalecos sport, de marca y estética asociados históricamente a las clases altas. En principio usaban pilcha La Martona, vinculada al polo, y luego fueron por las chombas y chalecos Lacoste, propios del golf.
“Lo compramos original, en un outlet”, aclaraban siempre, casi ofendidos, y fueron un furor. En cuestión de días, los pibes de los barrios vestían cómo sus ídolos adolescentes, pero no todos tenían los recursos para comprarse el original. Y las imitaciones eran tan buenas que no se notaban. A los ejecutivos de marketing no les hizo mucha gracia el asunto, un poco por la cantidad de indumentaria trucha y otro porque no era el target acostumbrado.
El rumor, confirmado por los propios artistas, es que arreglaron económicamente con el manager para que dejaran el paz al cocodrilo. Se dieron la mano y fueron a vestirse por Tommy Hilfiger. Los Wachiturros aseguran que la historia es cierta, pero que ellos no vieron un peso del arreglo. Tampoco supieron de la demanda de un millón de dólares que les iniciara Rey Pirín por plagio. Sin embargo, como todo lo que vinculado a litigios judiciales, parece quedar en la nebulosa.
Los jóvenes no cobraban en relación a lo que generaban, y de esto dan fe los integrantes del grupo. En aquel dorado 2011 llegaron a promediar casi cuarenta shows por fin de semana y viajaban por todo el país. “Llegábamos a Salta, por ejemplo, arrancábamos a las 12 del mediodía en un baile, de ahí a una radio, de ahí a otro baile, de ahí a la Fiesta del tomate, de ahí a otro pueblo. Y todos los fines de semana así. Jujuy, Tucumán, Catamarca, por todo el país”, recuerda el cantante. “Hoy me gustaría volver a todos esos lugares y conocer un poco, porque nos tenían de acá para allá”.
Gonzalo tenía veinte años y junto a Memo eran los únicos mayores del grupo. El resto, andaba por los 16. Más allá de los rollos de cada uno, Gonzalo asegura que no había excesos en la caravana bolichera de los Wachiturros: “Nuestro mensaje siempre fue sano, bailar, divertirse, pasarla bien. Y para mantenernos despierto no necesitábamos ni drogas ni alcohol, sí tomábamos muchísimo Speed”, reconoce.
Denuncias cruzadas
De todo lo que generaban por show, veían solo una parte. “Nosotros hacíamos la nuestra, no nos dábamos cuenta”, reconoce el cantante. La que descubrió la punta del ovillo fue su mamá, en una de las visitas del grupo al programa de Susana Giménez: “Ella escuchó que nos habían pagado 180 mil pesos y a nosotros nos dieron 2.000 a cada uno. Ahí empezamos a notar que algo pasaba, agrega. “En el cierre del año, nos pagaron 400 mil, pero a nosotros nos dieron un Blackberry... nos arreglaban así, con ropa o boludeces”.
A la hora de buscar responsables, Gonzalito tiene en claro donde apuntar pero entiende que no hay demasiado para hacer. Eximido está su productor Bazooka, amigo del barrio y compinche hasta que se fue a vivir a Brasil. Quien manejó los destinos de los Wachiturros fue Akkua Producciones, y según los artistas, ahí iban a parar las ganancias: “Ellos se encargaban de vendernos, y bien que nos vendían. Ahí también empezamos a notar cambios, de repente se aparecían con una camionetita nueva... ¿de dónde salía la plata?”, se pregunta Gonzalo sin esperar respuesta.
Hubo un atisbo de denuncia formal, pero quedó en la nada. El cantante sabe que la plata no la va a recuperar, pero le da bronca haber perdido algunos recuerdos del furor del grupo, esos pequeños hitos que permitan documentar que no todo fue un sueño: “El disco de oro de los Wachiturros lo tienen ellos, en cada boliche que íbamos nos daban placas, regalos, todo eso está en la oficina”, lamenta.
Como todo fenómeno, el de los Wachiturros hizo florecer unas cuantas imitaciones en diferentes lugares del país como en Sudamérica. “Fuimos a Perú y nos pusieron al lado de los Wachiturros de no sé donde. Los dejamos chiquitos”, recuerda con una sonrisa. Pero una imitación dolió en particular, porque salió de adentro.
A meses de la explosión, Simón dejó el grupo y salió a dar shows vendiéndose como el verdadero Wachiturro. “Ahora las cosas están bien, pero en su momento dolió”, reconoce Gonzalo. “Decía boludeces, que a los Wachiturros los inventó el... ¡si no sabe bailar! Nosotros íbamos a Jesse James, Pinar de Rocha, Claxton, hicimos el video, éramos bailábamos posta”; admite el joven que se hizo cargo de las voces cuando se fue Simón: “Le puse el pecho y me mandé”, cuenta orgulloso
Los Wachiturros por el mundo
Desde aquel debut en Pasión, no hubo programa que se quisiera perder a los Wachiturros. Los magazines, los de entretenimientos, los deportivos, hasta Gran Hermano. Y también los tanques: Susana Giménez y Marcelo Tinelli se disputaron sus servicios. Y no fueron números de adorno, sino maestros de ceremonia de los programas más vistos de la televisión argentina.
En ShowMatch, fueron número estelar en la rave organizada por Charlotte Caniggia, en las primeras apariciones mediáticas de la hija de Claudio Paul, y pusieron a bailar a todo el bailando, desde Marcelo y los jurados hasta una incrédula Grecia Colmenares.
Algo parecido ocurrió en lo de Susana, donde ni siquiera la diva pudo resistirse a tirar un paso, Allí tuvieron algunos chispazos entre divertidos y tensos con la Tota, el personaje de Miguel del Sel. En el último programa del año, cerraron a todo trapo con figuras como Pablo Echarri, Facundo Arana y Dady Brieva mezclados entre sus coreografías. Se caía de maduro y fueron personajes del año en Revista Gente. Y la segunda palabra más buscada en Google. La primera, fue Facebook. Todo tenía sentido.
Cuando en Argentina empezaba a apagarse, la ola wachiturra cruzó el océano y llegó a Europa. Actuaron en discotecas de Bélgica, Italia y Suiza para un público heterogéneo, con predominio de latinos y coreanos, que tiraban pasos al compás de unos pibes del oeste del conurbano. En Londres, se sacaron la mítica foto en Abbey Road y grabaron una versión de “Tirate un paso” en inglés, con un rapero local. La cinta se perdió en un cajón.
De a poco la fiebre por el grupo se fue apagando, mientras uno de sus integrantes enfrentaba un proceso judicial. El 7 de mayo de 2012, DJ Memo, entonces de 22 años, fue acusado por “abuso sexual gravemente ultrajante en grado de tentativa” en perjuicio de una niña de 13 años ocurrido en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, donde el grupo había dado uno de sus tantos shows. Según la denuncia, el hecho ocurrió mientras los Wachiturros firmaban autógrafos a la salida del hotel y allí habrían subido a una combi con algunas fanáticas, donde se habría producido el abuso.
Memo estuvo preso tres días y salió en libertad condicional. Siempre sostuvo su inocencia y se mantuvo tranquilo a la espera de un juicio que pasó por cuatro juzgados y se postergó durante ocho años. “Tuve una condena social y mediática, judicial nunca”, declaró en una visita hace un par de años a Involucrados. “Me dio bronca porque son inocente”, señaló en una entrevista con Mauro Szeta, a comienzos del 2020. Finalmente, meses después fue absuelto. Como el resto del grupo, Gonza siempre creyó en la inocencia de su amigo
Antes y después de esta situación, Memo había tenido problemas con la Justicia. “siempre me ayudaron pero el consumo no paró y me junte con gente que no debía”. La primera vez que vio un arma, contó, fue a los 17: “Me llamaba la atención tener mi plata, aunque nunca me faltó nada, y a los 19 me llevaron preso”Sin embargo, sobre Memo pesa otra condena por tráfico de estupefacientes, por la que se encuentra en libertad condicional. En el 2017 fue preso, acusado de transportar estupefacientes para su comercialización y luego de dos años le concedieron el beneficio de la libertad condicional, por lo que debe firmar la libertad una vez por mes hasta el 2022.
Wachiturros modelo 2021
Si bien en el imaginario popular queda la sensación de que a los Wachiturros se los tragó la tierra, de acuerdo al relato de Gonza, nunca estuvieron separados. Dispersos o perdidos sería una mejor definición. O fuera de tiempo, ya que llegaron tarde al mundo de Instagram. Solo tuvieron un parate de unos dos años, pero antes y después siguieron participando en fiestas privadas y fueron contratados por algunos boliches, claro que en una dosis súper reducida respecto a los años de furor.
De la formación clásica, quedó un cuarteto formado por Brian, Leíto, Gonzalito y Memo. Kaká abrazó la fe evangélica y se hizo pastor y McCaquito probó suerte como futbolista y luego le perdieron el rastro. En 2019 volvieron a asomarse a los medios, y proyectaban una carrera alejada de aquellas locuras, con participaciones más dosificadas, hasta que los frenó la pandemia. “Tenemos otras obligaciones, no podemos irnos un fin de semana a tocar a Salta”, resume el cantante, mientras revela que charla seguido con sus ex compañeros. Quizás, en algún lugar del Oeste, se esté preparando una nueva fórmula.
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