“Fue muy emocionante leerlos y pensar que muchos de ustedes me empezaron a escuchar por sus abuelos”. Durante los últimos días, los seguidores de Soledad Pastorutti empezaron a revivir su histórico debut en Cosquín. Y en esas historias mínimas está su gran reconocimiento como artista, ese que pasa de generación en generación y que perdura en el tiempo.
La cantante compartió por medio de un vivo de Instagram estas emociones con sus seguidores y comenzó algo misteriosa su participación. “¿Dónde estoy?”, jugó con su público, que se reportaba desde Jujuy hasta Santa Cruz, en una muestra del alcance federal y regional de su música.
Las respuestas mayoritarias iban por Córdoba y no estaban tan errados: La Sole abrió el cuadro y se vio la Plaza Próspero Molina, a 25 años exactos de su inolvidable primera vez. “Me dolía mucho la panza, tenía que subir a cantar. Me traje el emblemático poncho, el verdadero, que estuvo acá y revoleé con mi hermana Natalia”, recordó con mucha emoción.
“Es rara la sensación de estar en la plaza sin público”, reconoció la cantante. “Hay vida, los coscoínos están, hay mini peñas, pero por supuesto no es lo mismo que en el festival”. A modo de agenda, la Gringa adelantó que durante febrero va a continuar con sus presentaciones en el Luxor de Carlos Paz y que tiene en mente realizar un concierto en Buenos Aires.
Durante la charla con sus seguidores, la cantora se vio invadida por la emoción y, por momentos, le costó retomar el hilo: “No estoy con todas las luces, me invaden los recuerdos, la emoción, el sentimiento de alegría. Me siento una afortunada porque gozo de salud”, dijo.
“¿Alguna vez pensaste llegar tan lejos?”, le preguntó una fanática. “Así de lejos, no, pero siempre se tiene la esperanza de seguir caminando. No me conformo fácilmente y aquí estoy”, señaló orgullosa luego de 25 años de carrera. Enseguida, se sumó el Laucha Calcaterra con su guitarra, para un fogón virtual. Desde allí partió el riff de “A don Ata”, La Sole se sumó con su poncho y todo fue un hermoso viaje en el tiempo.
Causas y consecuencias de su noche soñada
Antes de su primera vez en Cosquín hubo un debut semiprofesional para La Sole, que lo recordó en una entrevista con Teleshow. “Tenemos dos fechas fundacionales con mi banda”, señaló en referencia al 4 de noviembre de 1995, en la Fiesta de la Flor en Escobar. Se presentaron sin cachet, pero a la organización le gustó tanto su actuación que al bajar del escenario se encontraron con una paga. Era la primera vez que cobraba por hacer lo que tanto le gustaba. Fue el aperitivo, antes de meterse en el corazón de los argentinos.
La historia de La Sole con Cosquín va mucho más allá de la frustración del ‘95 y la explosión del ‘96. Se remonta a su niñez, a los juegos en su casa de Arequito y a los sueños de ser artista, como contó en un programa especial en el que celebró sus veinte años como profesional: “Escuchaba estos festivales en la radio, me acuerdo de pararme en la cama, con el desodorante de mi mamá como micrófono, y cuando presentaban a Horacio Guarany, subía el rugido de la gente y cerraba los ojos y me imaginaba que era para mí”.
El sueño de la piba iba a llegar, no sin algunos tropiezos. Desde los ocho años tocaba y tocaba hasta que un día su padre, Omar, tomó la decisión: “Nos vamos a Cosquín”. Allá fueron los Pastorutti, con Soledad y su hermana Natalia, a la carpa oficial. Su show empezó a correr de boca en boca y llegó a oídos de los artistas, entre ellos César Isella, que la apadrina.
César estaba programado con su banda para la noche del cierre, ni más ni menos, y la invitó para que cante un tema. Allá fue La Sole, con su poncho al hombre y sus ilusiones de niña. Pero antes de cruzar el último telón, alguien la frenó. “Hay una ley que los menores de 15 años no se pueden exponer”, le dijeron. Con su hermana Natalia, se sentaron en los adoquines de la plaza, al otro lado del escenario, mientras escuchaban el clamor del público. Todavía no era para ella, y volvió con algo de vergüenza al pueblo. Sentía que les había fallado.
La frustración fue tan grande que para el verano del ‘96 papá tuvo que insistir para volver a Cosquín. Se presentaron en la misma peña y esta vez el corrillo llegó a oídos del intendente, que gestiona para que interprete un tema en la transmisión televisada. “Se llama simplemente, Soledad y la recibimos con el aplauso de todos. Que sea con suerte, querida”, la presentó el histórico Julio Márbiz.
Hicieron “A don Ata”, el homenaje a Atahualpa Yupanqui que se convertiría en su clásico y que tenía un pequeño ritual. Una noche durante un concierto en Villa Gobernador Gálvez, el público estaba aplacado y no había manera de levantarlo. Hasta que la jovencita divisó desde el escenario como un hombre mayor se quitaba el abrigo y lo empezaba a revolear sobre su cabeza.
Ella lo imitó con su poncho, y fue tal la respuesta de la gente, que lo empezó a repetir en cada chacarera. En Cosquín estaban enterados de este juego, y le aconsejaron que no lo hiciera; pero antes que se cierre el telón, y con rebeldía adolescente, lo tomó del piso empezó a agitarlo sobre su cabeza. Ya nada volvió a ser lo mismo.
Terminaron siendo cuatro canciones en vez de una, y comenzó una locura a nivel nacional. La vuelta a Arequito esta vez fue sin vergüenza y en autobomba: “Había Dos mil personas en la calle del pueblo, las mismas personas que veía todos los días”, recordó la Sole, que reflexionó sobre los recuerdos de esa noche de fantasía.
“Fue un comienzo de Cenicienta, después vino toda una parte que no entiendo nada, porque el éxito no se disfruta, te agobia”, reconoció. Pero la noche de Cosquín había sido mágica e inolvidable: “No sé si hay otro momento en mi carrera que haya superado esa sensación. Realmente sentí estaba en un cuento, no era real”, confesó. Pero lo era. En su mano había un micrófono y no un desodorante. Y los aplausos, esta vez eran para ella.
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