En febrero de 1967, los Rolling Stones vivían una etapa de plenitud y descubrimiento. Con sus discos Aftermath y el recién editado Between the Buttons sentían que por primera vez podían codearse con sus amigos y rivales, Los Beatles. Al mismo tiempo vivían en sintonía con la efervescencia propia de la época, el Swinging London en estado puro: la recuperación económica, las galerías de arte, el mundial de fútbol, la minifalda, la música en el aire. Y las drogas, el sexo y el rock and roll.
Todavía los Stones no eran los grandes reventados del rock, recién se iban a convertir durante los ’70s. Sí tenían un exponente de fuste en Brian Jones, que veía cómo su liderazgo en el grupo poco a poco se esfumaba en su propia autodestrucción. El cantante Mick Jagger y el guitarrista Keith Richards empezaban a constituirse en una dupla de opuestos imbatible, el ying y yang en el que se apoyó la que fue considerada la banda de rock and roll más grande del mundo.
Los Rolling Stones venían diseñando su imagen de chicos malos del rock británico, construido en buena medida por su manager, Andrew Oldham. El lema “Dejaría que su hija se case con un Rolling Stone”, escandalizó a los adultos de una sociedad en permanente transformación, que podía tolerar rebeldías hasta cierto punto. Los Stones cantaban abiertamente de insatisfacciones sexuales y de madres que se empastillaban para soportar el tedio. Estaban yendo demasiado lejos.
Jugar con fuego
Las drogas legales e ilegales empezaban a jugar fuerte en el mundo rockero de la época y promediando la década, cada vez había más opciones. El alcohol, el tabaco, las anfetaminas ya formaban parte de su dieta cotidiana. Después entraron la marihuana, un poco la cocaína y la revolución del ácido, directo de la costa oeste americana, donde se preparaba el escenario para el verano del amor de la cultura hippie.
En el organigrama stone, el que más experiencia tenía en estas lides era Brian Jones, guitarra principal y líder de los comienzos, un hombre atormentando por sus celos y sus inseguridades, que tenía cuatro hijos, líos varios y una relación con Anita Pallenberg a punto de esfumarse a manos de Keith Richards.
El propio Keith ocupaba el segundo lugar en este podio en que de momento no interesaban ni el bajista Bill Wyman ni el baterista Charlie Watts. Recién venía en tercer lugar venía Mick Jagger, todavía sacudiéndose el traje de aquel chico atildado de clase media alta londinense.
En ese contexto, el News of the world, un semanario dominical que tiraba seis millones de ejemplares y era conocido por sus noticias de dudosa veracidad, movió sus fichas en pos del recato londinense. El 5 de febrero publicó un artículo en el que contaba una información de primera mano sobre Mick Jagger, a quien atribuían el consumo de marihuana, anfetaminas y ácido. Había un pequeño problema, la información podría ser cierta, pero el músico al que habían seguido por bares y clubes era Brian Jones.
Si los reporteros fueron incapaces de reconocer a un stone o fue una confusión deliberada, quedó a libre interpretación. Lo cierto es que esa misma noche, invitado a un programa de televisión, un enfurecido Mick Jagger negó las acusaciones y prometió denunciar al semanario por calumnias, cosa que efectivamente hizo a los pocos días. En el News no se iban a quedar callados.
El viaje de Redlands
El 12 de febrero de 1967, Keith Richards dio una fiesta en su residencia de Redlands, una apacible mansión en el sudeste de Londres que había adquirido el año anterior, para salir un poco de la locura de la capital y lograr un espacio para crear y divertirse.
De la mesa chica de los Stones participaron, además del anfitrión, Mick y su novia Marianne Faithfull, el fotógrafo Michael Cooper, el galerista Robert Fraser y el diseñador Cristopher Gibbs. También se pegó una vuelta el beatle George Harrison con su esposa Pattie Boyd, pero se retiraron a tiempo. También estaban en la lista de invitados Brian y Anita, pero nunca llegaron a la cita.
Junto a ellos iban dos personajes que se habían integrado hacía poco al círculo stone. Uno era Nicky Cramer, un hippie londinense, que con su carisma se ganó la confianza del grupo. El otro era un sujeto llamado David, apellidado quién sabe como y bautizado como Acid King David, el Rey del Ácido, el dealer de la nueva fantasía en la cultura rock. Para esa velada había prometido un nuevo ejemplar de su cosecha que llamó sunshine, la cargó en su maletín y la llevó.
El domingo fue un día frío, soleado, tranquilo y después de probar el material de Acid King, los visitantes salieron a dar un paseo por la playa. Más o menos a esa hora, sonaba el teléfono de la comisaría regional de West Sussex: una voz anónima denunciaba que en Redlands se llevaba a cabo una fiesta desenfrenada con consumo de drogas. El subinspector Stanley Cudmore se puso al frente del caso, y encabezó una brigada mixta de 18 policías, hombres y mujeres, de uniforme y de civil
En su biografía Vida, Richards contó que todavía estaba bajo los efectos del ácido cuando los oficiales golpearon a su puerta: “Me asomo por la ventana y ahí están todos esos enanos, ¡vestidos con la misma ropa! En realidad eran policías, pero en ese momento no lo sabía”, escribió el guitarrista. Era la primera vez que los Stones se presentaban a una situación de ese estilo
Las pruebas y el escándalo de la barra de chocolate
La policía procedió a revistar las instalaciones de Redlands y el saldo arrojó tres detenciones. A Mick Jagger, le encontraron cuatro pastillas de anfetaminas que había conseguido con Marianne durante un crucero por el Mediterráneo. “Las uso para trabajar”, se excusó el frontman. El galerista Robert Fraser ya había experimentado con la heroína y tenía algunas dosis en su poder. El resto de los asistentes fue exonerado, salvo Keith, que debió pagar lo platos del anfitrión. Un joven oficial reparó en el maletín de Acid King, que argumentó sobresaltado que contenía un material fílmico que en caso de abrirse, se arruinaría. Insólitamente, le creyeron.
Mientras los policías realizaban las inspecciones, Marianne Faithfull bajó de la planta alta. Se había dado un baño luego de la caminata recreativa y su cuerpo estaba cubierto por una manta. Una oficial de la brigada la llevó a la habitación para revisar sus pertenencias. Allí fue que aparecieron las cuatro pastillas que asumió Jagger. También, nació el mito de la barra Mars.
Seguramente a los responsables del operativo no les pareció suficiente botín una reunión en la que se fumó un poco de marihuana y sumarle cuatro pastillas de anfetaminas para inculpar a los Rolling Stones. Si había drogas y había rock, faltaba algo de sexo, para complementar con una condena moral, la trama mediática y judicial que se estaba tejiendo.
Alguien echó a rodar la historia de un juego sexual entre Jagger y su novia con una barra de chocolate Mars, que efectivamente estaba en la escena del crimen, pero no en la vagina de Marianne, como difundieron. “Eso es irse al carajo”, resumió el guitarrista en su biografía.
Marianne Faithfull era una de las bellezas más icónicas del Swingin London. Tenía raíces en la nobleza, una promisoria carrera como cantante, un divorcio y un hijo a cuestas y le sacaba unos cuantos cuerpos de ventaja a Jagger en relación a la experiencias con drogas. La historia sonó verosímil y persiguió a la cantante hasta hoy: “Fue una buena historia para demonizarnos. Mick Jagger comiendo un chocolate de mi vagina. Era demasiado barato como para que a cualquiera de nosotros se le hubiera pasado por la cabeza”, escribió la cantante en su autobiografía. Y completó con un pensamiento que refleja el espíritu de la época: “Es la fantasía de un viejo verde, la idea de un policía sobre lo que hace la gente drogada”.
Dos stones a juicio
El 10 de mayo, Jagger fue acusado por posesión de anfetaminas y Richards de permitir el consumo de marihuana en su domicilio. El 27 de junio salió la sentencia, dictada por un juez ultraconservador. Jagger fue condenado a tres meses de prisión y su compadre, a un año. Ambos también debían pagar una multa de cien libras.
La crema cultural londinense se manifestó a favor de los Stones. Los fanáticos se trasladaron de los teatros a los tribunales y algunos se acercaron a la redacción del periódico a expresar su repudio. DJ’s de bares y radios pinchaban los discos de los Stones como nunca, y cuando no, hacían un minuto de silencio en modo de protesta.
El 24 de julio, el Times sacó una solicitada a página completa con un título que lo decía todo: “La ley contra la marihuana es inmoral”. Lo firmaban desde los cuatro beatles y su manager Brian Epstein para abajo. El editor del diario, Wiliam Rees-Moog se convirtió en el principal aliado mediático de los condenados, al manifestar que la pena tanto problema solo se justificaba por tratarse del cantante y el guitarrista de una banda de rock.
Consecuencias
Al final, Jagger y Richards solo pasaron una noche en la cárcel, basados en la falta de antecedentes, en la escasa cantidad de droga probada, y ante el posible efecto boomerang de la bola mediática. Todo se resolvió en unas tablas aparentemente amargas, pero en el que cada parte supo sacar su tajada.
Jagger asumió su culpa pero no fue a prisión. El semanario evitó el juicio por calumnias y se mantuvo durante seis meses en el cenit de la opinión pública, aunque funcionó como una plataforma publicitaria exponencial para la banda y acaso haya incentivado la curiosidad de los jóvenes por determinadas sustancias. Mientras tanto, una pregunta sobrevolaba la intimidad de la banda. ¿Quién había sido el soplón?
Por cuestión de cercanía, había dos sospechosos de los asistentes a Redlands. Uno era Nicky Cramer, el hippie, y el otro, Acid King, el rey del ácido. Del primero despejaron las dudas enseguida, cuando un asistente lo golpeó lo suficiente para probar su inocencia. Del segundo, no se supo nada hasta mucho tiempo después.
David Schneiderman, o Snyderman, era efectivamente un adicto al ácido. Había nacido en Canadá y cruzó el Atlántico después de fracasar como actor y seducido por la noticias que llegaban del Swinging London, pero no pudo llevar a cabo su travesía. Fue detenido en el aeropuerto de Heathrow cuando encontraron drogas en su equipaje. La opción era deportarlo, pero la policía le ofreció un atractivo salvoconducto: infiltrarse en el séquito stone para una trampa que se estaba tejiendo.
Entre ir a la cárcel o parrandear con Jagger, Richards y compañía, David optó por lo segundo. Los escrúpulos no eran un problema. Cuando ocurrió lo de Redlands y la banda tomó reparo en la figura de David, ya estaba en otro mundo. Hizo dedo hasta Londres y partió con su maletín de sunshine rumbo a los Estados Unidos.
Vivió atormentado con su secreto bajo su enésimo alias, David Jove, hasta que se lo reveló a Maggie Albot, una agente de actores que casualmente había representado a Jagger en sus coqueteos cinematográficos. Vivió armado y paranoico, pensando que alguien lo estaba buscando para vengar su traición. Murió en 2004, creyendo que nadie sabía su secreto, aunque tanto Mick como Marianne y Keith ya estaban al tanto.
Nadie resumió aquella redada y su posterior raid judicial como, otra vez, Marianne Faithfull: “Redlands fortaleció el lazo entre Jagger y Richards y sentó las bases para que se vuelvan inseparables”. También, marcó el primero de unos tantos escándalos que vivieron los Stones con los excesos, que no tardaron en protagonizar. Del mismo modo, fue una muestra sexista y abusiva de la autoridad de la época. Un problema que no pareció cambiar a pesar de los años.
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