Logró la fama con Francella y Emilio Disi, alcanzó un récord mundial rompiendo barras de hielo, y volvió al anonimato: la increíble vida del villano de Los Extermineitors

Fanático de la cultura samurái y profesor de karate, Néstor Varzé comenzó con Gerardo Sofovich, pero fue popular siendo el despiadado Dragón. Hasta que se alejó de la televisión. Hoy vive en su Avellaneda de siempre, aún envuelto en el eco de aquel pasado de reconocimiento masivo

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Néstor Varzé, hoy y ayer
Néstor Varzé, hoy y ayer

En la década del 80 el cine argentino se caracterizó por la infinidad de éxitos que emitió en la pantalla grande. Grandes artistas vinculados a la comedia hicieron de esa época una de las más legendarias del género. Las 10 películas nacionales más taquilleras en ese periodo fueron vistas por 8,7 millones de personas. En ese mismo periodo, las 10 extranjeras más vistas superaban ese número por muy poco: 9 millones. El público no le daba la espalda al producto criollo gracias a una calidad desarrollada con pocas herramientas.

En 1989 se estrenó Los Extermineitors, protagonizada por Guillermo Francella y Emilio Disi, con Aldo Barbero, Héctor Echavarría y Patricia Sarán. La trama estaba basada en dos legendarios ex combatientes llamados Extermineitors y Destroceitor, que luego de ser arrojados al mar a manos de la banda criminal de El Dragón, eran suplantados -por error- por Guillermo y Emilio, sin ninguna noción de entrenamiento militar. Pese a esa carencia, les destinan una riesgosa misión. Y allí comienza el delirio.

Ahora bien, ¿quién era El Dragón? Lo interpretaba Néstor Varzé, quien con el paso de los años pasó a ser uno de los villanos favoritos. En Los Extermineitors tuvo una participación que generó una gran sensación en el púbico. Eso lo llevó a que en la siguiente -Extermineitors II, la venganza del Dragón- apareciera en todo su esplendor, consagrándose como el ídolo de los adolescentes pese a que era el malo de la película. En el filme, El Dragón escapa de prisión y comienza, desde la oscuridad, a vengarse de quienes lo encarcelaron.

El salto a la popularidad de Varzé se dio casi sin darse cuenta, por esas cosas del destino. Trabajaba en La Noche del Domingo, el recordado programa de Gerardo Sofovich, y para ir al canal pasaba por la puerta de Argentina Sono Films. “Yo no sabía qué había ahí. Un día me dicen en el canal que tenía que ir ahí a una reunión para ser la estrella de una película. Pensé que era una broma...”, comentó años atrás en el programa radial Descontracturados, sobre su primer paso como actor.

Néstor Varzé en Los Extermineitors

Al día siguiente, se reunió con el productor Carlos Mentasti, quien le comentó que todos los días lo miraba pasar desde la ventana y que lo veía con condiciones para interpretar al villano de la película que en ese momento se estaba gestando. “Me divertí mucho trabajando en Los Extermineitors. Siempre trataba de aprender y mejorar. El cine es totalmente diferente a lo que venía haciendo en televisión”, recordó.

En televisión comenzó en 1980, con A todo color, el programa que conducía Fernando Bravo en el viejo Canal 7 (ATC). Estaba encargado de la parte de entretenimiento. Una tarde, como sabían que practicaba karate, le preguntaron si rompía barras de hielo y dijo que sí, tal vez pensado que de su respuesta iba a depender su continuidad en el envío: en realidad, en su vida ni siquiera había visto una. Más tarde pasó al programa de Sofovich a hacer lo mismo. Seguramente nunca imaginó que aquella primera respuesta le iba a abrir las puertas de América Latina.

En esos años, y debido a que nadie en la región hacía una actividad similar, de por sí tan poco común, Varzé fue convocado por el programa Fantástico, emitido por el Canal 2 de Caracas, Venezuela. Nadie se quería perder verlo en vivo y en directo rompiendo tantas barras de hielo. “En ese programa estaba también Guy Williams, nos hicimos muy amigos con El Zorro, pasábamos horas tomando mates”, recordó sobre el actor, quien terminaría sus días en la Argentina en la mayor soledad.

Si bien recorrió varios países, Varzé siempre fue profeta en su tierra. En el 2007, por caso, se presentó en un concurso de rompimiento de barras de hielos que se llevó a cabo en el Luna Park, llamado El golpe del Dragón en reconocimiento a su figura, por haber impulsado esta práctica. Ese día, de un golpe rompió 52 barras. No solo se quedó con el primer puesto, sino que obtuvo el récord mundial. En 2012 superó la barrera, y aunque no fue en una competencia oficial, saca pecho con orgullo: “Para History Channel, rompí 60 barras de hielo”.

Néstor Varzé dando clases en
Néstor Varzé dando clases en su dojo, en Avellaneda (Foto: Instagram)

En la búsqueda de una superación constante, el 22 de julio de 2018 Varzé batió una vez más su propio record. Dejó la vara altísima para las próximas generaciones, si es en que algún momento alguien se atreve a hacerle sombra. Hoy por hoy, no tiene rivales. Ante la presencia de una multitud y de redoblantes japoneses que sonaron como antesala al golpe, rompió de un solo impacto 100 piezas de 25 centímetros de espesor cada una.

Amor por el karate

De niño, su padre lo llevaba al cine. Se trataba de una sala de Avellaneda en la que pasaban cuatro películas en continuado. Casi siempre, al menos una de esas era de samuráis, del director Akira Kurosowa.

Sus primeros pasos en el karate los dio hace 53 años, cuando conoció al maestro Haido Tsuchiya, descendiente de una familia de samuráis, y la persona que trajo el karate a la Argentina. Cuando tenía 10 años, porque era muy nervioso y siempre buscaba descargarse a los golpes, su tío lo llevó a tomar clases: ese fue el primer contacto de Néstor con el deporte que ya no abandonaría jamás.

En el 2018, Varzé rompió
En el 2018, Varzé rompió 100 piezas de 25 centímetros de espesor cada una y se quedo con el record mundial (Foto: Instagram)

Así fue creciendo, aprendiendo técnicas y perfeccionándose. Se lo tomó como un trabajo y le dedicó su vida a las artes marciales. “Lo que más me gustaba cuando era chiquito eran las películas de lucha, las películas romanos y Hércules. Veía los físicos de los romanos y la curiosidad me llevó para ese lado: quería entrenar para estar igual. Empecé el gimnasio sin saber nada, y después me anoté en una escuela de karate que además enseñaba judo. En ese momentos eran deportes sobre los que casi nadie sabía acá, no se mostraban tanto”.

Cada vez que habla de su profesión, Varzé intenta dejar un mensaje, una enseñanza. Así lo hicieron sus maestros con él. Y continúa el legado. “Cuando empezás en esto lo primero que querés es ser Bruce Lee. Pero luego, si te lo tomás en serio, descubrís que necesitas trabajar el espíritu y la mente. Eso supone competir contra uno mismo, llegar al autogobierno”.

Su amor por todo lo que rodea al mundo samurái lo llevó a realizarse sus propias yori, o armaduras. Su padre era chapista y, de verlo, aprendió a manejar las herramientas. De esa manera, empezó a realizar sus armaduras artesanalmente. Durante 10 años las expuso en el evento Samurái Espíritu Guerrero, al que asistían personas de todas partes del mundo.

 Néstor contruye sus propias
Néstor contruye sus propias yori (armaduras) de manera artesanal (Foto: Instagram)

Su presente

Tiene su casa en Bernal, barrio del cual nunca se mudó pese a ser una persona reconocida. Allí se puede ver la cultura japonesa brotando por las paredes, similares al Japón del Medioevo. La ambientación tiene que ver con lo que respira desde la niñez. En el jardín hay algún que otro bonsái, la flor del cerezo y otras tantas curiosidades, como un Buda de 1,90 de altura que hizo años atrás para que vigilara su patio.

En la vivienda además funciona su dojo, donde les da clases a adultos y niños. “Me manejo como se manejaban los maestros antiguos. El respeto es prioridad y no nos tuteamos. Si nos sentamos a tomar mates después de una clase, cuando se puede, por ejemplo, los alumnos me llaman Sensei”, señala.

Lejos de los escenarios, Néstor Varzé se mueve por la ciudad, pero sobre todo en el barrio que nunca abandonó pese al éxito, como un ciudadano más. O mejor dicho, como el Gaucho Japonés, el cariñoso apodo con el que se lo conoce a este personaje argentino que conoce y disfruta de la cultura de Occidente como si fuera uno más de ellos.

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