A los 82 años Héctor Larrea se retira de los medios. El conductor estuvo 60 años trabajando sin descanso, hasta que dijo basta. Ya no es más ese adolescente de Bragado que soñaba convertirse en locutor para llevarle alegría a la gente. Cumplió su objetivo y fue mucho más allá... se convirtió en parte de la historia de la radiofonía argentina. Ahora quiere un merecido descanso, aunque se lo va a extrañar mucho.
En 2020, el conductor estuvo al frente de dos programas de Radio Nacional: El carromato de la farsa (de lunes a viernes de 14 a 16) y Gardel por Larrea (los domingos de 9 a 10). Por primera vez trabajó desde su casa, debido a la pandemia. Y el 13 de noviembre sorprendió a sus seguidores al anunciar que ya no seguiría al aire el año próximo, ni ningún otro.
Unos días antes de su última salida al aire, este miércoles 30 de diciembre, habló por teléfono con Teleshow sobre los motivos que lo llevaron a jubilarse de la radio, ese medio del que se enamoró cuando era un pibe y practicaba el oficio leyendo publicidades arriba de un rastrojero. Años más tarde, y siguiendo los consejos de Antonio Carrizo, cumplió su sueño: se convirtió en uno de los referentes más importantes del dial a lo largo de seis décadas.
—¿Cómo se siente ahora que se retira de la radio?
—Bien, porque necesito hacerlo. Como los coches en competencia tengo que entrar a boxes y repararme (risas). Estoy con un estrés que viene de hace mucho tiempo y me mortifica mucho, me perjudica mucho. Entonces tengo que dejar esas responsabilidades, ya que todas las responsabilidades de la vida, aunque uno sea mayor, se pueden dejar. Ya no puedo hacer radio con la fuerza que el tipo de programa que me gusta hacer a mí necesitan. Entonces, tengo que recauchutarme, rehacerme, porque fueron 60 años sin parar. No paré nunca. Las vacaciones siempre fueron muy breves. Le dediqué mi vida a esto. Esto que es la radio le dediqué todo, percibí todo, más no puedo pedir… Pero ahora es el momento. Había pensado hacerlo un poco antes, pero siempre decía: “Bueno, hagamos un año más...”. Ahora quiero parar porque no es que esté agotado, es que pienso que... no sé. Pero tengo que parar. Yo le hago mucho caso a mi intuición.
—Este año fue difícil para todos....
—Sí, este fue un desastre, pero el mejor negocio es cultivar la paciencia y la serenidad. Cosa que yo he aprendido a hacer con el tiempo.
—Hay veces que hay que parar, y los cambios, aunque a veces cuestan, siempre son positivos
—Claro y además cuando tu edad es considerable, ya pasando los 80... Yo digo que los 80 son una bisagra, aunque ahora se diga que no, que la gente vive mucho más. Sí, se vive mucho más, pero hay que ver cómo, ¿no? Además, eso de las vidas largas que se proponen los científicos, hay que ver en qué condiciones se desarrollan. La vida es una vida, un periodo que no es taxativo. Por ahí anda por los 80 y ya el tipo tiene derecho a relajarse… Y yo no tengo porqué negarle al cuerpo, aunque mi intelecto diga otra cosa a veces. No tengo por qué negarle al cuerpo que me ha sido dado la posibilidad de un relajamiento. ¡Por primera vez en su vida, pobre! Yo me doy cuenta de que me canso. No tengo la misma fuerza y el tipo de programa que a mí me gusta hacer requiere. Entonces como trabajar de taquito no me gusta, no sé hacer programas de otro tipo.
—Y cuando se lo comunicó a su familia, a sus seres queridos ¿cómo lo tomaron?
—Ellos tienen miedo, todos mis amigos tienen miedo de que yo me... ¿Cómo se dice? De que se me vayan las ganas de vivir, las energías. ¿Cómo se dice?
—¿Depresión?
—Tienen miedo de que me deprima. Pero yo no pienso eso: esas cosas no se pueden calcular. Si me voy a deprimir o no, el año que viene para este fecha te lo digo (risas). Y te voy a pedir que me traigas el psiquiatra. Pero por ahora no, por ahora estoy bien.
—En la vida hay etapas. Y cuando uno siente que la etapa está cumplida hay que cerrarla cuando todavía estás bien, porque sino…
—Esa es la mejor definición que he escuchado. Trabajar distinto a mí no me gusta. Además te ofrecen las soluciones más diversas: hacer un programa por semana, de dos horas, de tal cosa (risas). No, querido, no; te lo regalo, gracias. No es la radio que a mí me gusta. Y ya hice 60 años...
—¿Cómo fue la reacción de sus oyentes? ¿Le mandaron mensajes diciéndole que no se vaya, que lo van a extrañar?
—Sí, muchísimos...
—Usted es un referente para todos los que trabajamos en los medios, como un ejemplo a seguir.
—Y... fueron muchos años. Aun cuando lo que hacés no sea brillante, la permanencia gana, ¿no? El tipo gana por cansancio (risas).
—Si le tuviera que dar un consejo a alguien que está recién está arrancando, ¿qué le diría?
—Que trabaje con pasión. Y sino, que no trabaje... Yo soy melómano, y la definición del melómano es tan terminante que dice: “Persona que ama la música con pasión”. A mí me parece tan justo para muchas otras cosas. Es necesario que todo se haga con pasión. Desde la formación de un hogar hasta la relación con amigos: todo tiene que ser apasionado. Lo que es no es apasionado pareciera que no es digno de esta vida tan linda que Dios nos ha dado.
Hijo de Emilio Larrea y Celestina Felisa Villarreal, Héctor nació el 30 de octubre de 1960 en Bragado. Su padre tocaba el bandoneón y tenía un cuarteto con el que hacía shows, pero como no le alcanzaba para vivir de la música, debía hacer otro tipo de trabajos. De don Emilio, Larrea heredó su amor por Carlos Gardel. Y cuando pudieron comprar la primera radio en su casa, descubrió un nuevo mundo del que también se enamoró rápidamente.
En 1949 su vida familiar cambió con la muerte temprana de su papá, a los 45 años, luego de sufrir un ACV. Su madre quedó devastada, y durante tres meses dejaron de prender la radio. Hasta que un día Héctor la convenció de volver a escuchar programas… Y Celestina sonrío otra vez después de mucho tiempo. En ese momento se dio cuenta del poder sanador de la radio, y decidió convertirse en locutor.
Cuando era un adolescente le escribió una carta a Antonio Carrizo pidiéndole consejos para ser un locutor profesional. “Lo escuchábamos con mi madre. Era una voz cercana y el modelo de locutor que quería ser. Sin conocerme, Antonio me mandó sus consejos. Los seguí paso a paso...”, contó el conductor en el libro Héctor Larrea, una vida en la radio, escrito por su amigo Martín Giménez, quien es el responsable artístico de Radio Nacional.
“Y la vida no paró de sorprenderme. De pronto pasa ante mis ojos como un suspiro: presentar la orquesta de Alfredo Gobbi, acompañar a Sandro por distintos carnavales, poner mi cara desconocida en el Canal 13 del cubano Goar Mestre… Gracias a la chapa que da la tele me ofrecieron media hora de aire en El Mundo para plasmar lo que había imaginado. Era tan poco tiempo que propuse hacer todo… Rapidísimo. Saben de qué hablo: las reflexiones del doctor Pueyrredón Arenales, las exageraciones de Don Verídico, las risas de Beba Vignola y Rina Morán, los ‘pajaritos’ de Mario Sánchez, los tangos que pasamos en la hora del aficionado. Y también la tele, el ‘plin, plin, plin’ o el ‘ten monito’ de Seis para triunfar...”.
—El otro día pasé por Radio Nacional y vi en el piso de la entrada del edificio una baldosa en la que está grabada su nombre y el de Cacho Fontana. Qué hermoso homenaje. Es muy fuerte…
—De todo eso me declaro inocente: yo no tengo nada que ver, yo no lo hubiera hecho. Pero no pudo evitarlo. Ya he pactado hace muchos años con mi ego que hay que vivir con más serenidad y tengo ciertos reparos para algunas cosas. Ese tipo de homenajes me parece un poco desorbitado, sinceramente; fuera de lo que debe ser. Pero son amigos: no puedo evitarlo, qué se yo... Tengo ciertos pudores que vienen con mi personalidad.
—¿Qué tiene pensado hacer cuando empiece su retiro?
—Nada.
—Que la vida lo vaya llevando...
—Como ha sido siempre. Ya veremos... Te lo dije: si querés el 26 de diciembre del año que viene hablamos. Por ahí te pido la plata de una psiquiatra... Bueno, mi hijita, te tengo que dejar, porque estoy muy cansado...
¡Hasta luego, maestro! Descanse.
Gracias por tanto...
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