Por los riesgos asumidos a la hora de entregar algo distinto en cada lanzamiento, por haber sabido transformar en trabajo la parálisis impuesta por la cuarentena y, por sobre todas las cosas, por su relevancia cada vez mayor en la escena hip-hop / rap / trap local, Ysy A es el artista argentino que mejor interpretó el pulso pandémico de estos doce meses a la hora de convertirlo en música. “Cuando digan ’2020′ de mí se van a acordar”, patentó en el tema “Silbando” como para que nadie tenga que decir estas cosas por él.
Después de un álbum conceptual desde lo narrativo (“Antezana 247”, acerca de la “trap house” en la que convivió con Duki y otros, en un raid creativo y de jolgorio) y otro desde su enfoque de producción (el ecléctico “Hecho a mano”, con 11 tracks trabajados, cada uno, por un productor distinto), Ysy ya tenía en mente su próximo movimiento: un disco con un guión romántico, de amor torturado y real. Pero… coronavirus.
“Después de un primer mes de mucho encierro, de no hablar con nadie, en abril -cuando bajó un poquitín la locura- nos juntamos con mi equipo y dijimos: ‘No vamos a permitir que ni una pandemia mundial nos frene el caudal de energía que tenemos en la cabeza’. Estábamos muy empedernidos a hacer historia fuerte este año”, le dijo Ysy A a Infobae. “Solamente la creación es la que nos va a sacar de esto”, fue la arenga.
Además de un cómic (“Cuenta mi vida desde mi punto de vista como testigo y artífice de lo que pasó con esta movida en los últimos 10 años”), activó la usina con “#YsyA2020” un... ¿mixtape fragmentado? ¿Una colección de simples? No importa tanto su forma, sí su contenido: desde su bunker tiró media docena de tracks -con sus respectivos videoclips- en los que imprimió el devenir de la pandemia, la economía diaria, el freestyle. Polaroids de locura ordinaria con barras contundentes como: “País de riquezas con tanta pobreza, donde mes a mes sube el dólar” (“Una de dos”) o “Alto el gas y la luz, y ni hablemo’ comprar / Alquilar hasta ahí, porque viste cómo es / Llega fin de mes y otra vez no hay para pagar” (“Pasa que yo”). Y sin apelar al “autotún” -así pronuncia “autotune”-, una decisión estética que no es una virtud en sí misma, pero que, en este caso, subraya su flow y el texto queda más al frente que nunca.
“Con música fresca, experimental y letras más picantes, busqué retratar cómo estaba viviendo el año y hablar de lo que estaba pasando. Muchos músicos, creo yo, no hablaron de lo que estaba pasando con la cuarentena y la realidad del país. Sacaron temas que tenían guardados de antes o temas nuevos buscando pegar y distraer. ¿Pero quién habla de lo que está pasando ahora? Así que me hice cargo de contarlo. A mí me gusta contar lo que vivo y decir la verdad de lo que estoy viendo. Y lo que estoy viendo y viviendo es esto, un quilombo”, puntualizó sobre “#YsyA2020″.
Lo último que editó en 2020 fue “Mordiendo el bozal”, oficialmente su tercer disco. “Con la vuelta del calorcito, saqué esta bomba romanticona. Lo terminé en diciembre del año pasado, apenas después de haber sacado ‘Hecho a Mano’. Estaba, no sé si cansado, pero sí un poco agobiado de hacer esa música pesada que hago siempre yo, que me encanta y me caracteriza, pero quería hacer algo nuevo. Tenía ganas de contar una película de amor entera, pero no lo hice de la manera burda que se usa siempre para estos temas: (pone un tono meloso) ‘Te amo, te extraño, mi amor... perdóoon, te engañé, te extraño, te pienso”. Quise contarlo como lo vive un pibe de 22 años. El amor es mucho más profundo: te enamorás, llegás tarde, la cagás un poquitito, la piba se enoja, te perdona, vas, venís. Y el disco no termina feliz: el protagonista termina mordiendo el bozal”, definió de un tirón.
-A diferencia de “Hecho a Mano”, que lo trabajaste con 11 productores distintos, esta vez te cerraste a Club Hats y Yesan. ¿Por qué?
-Porque los admiro mucho como músicos. Cuando nos sentamos en el estudio, las canciones empezaron a salir solas. Yesan se ponía a tocar la guitarra y creaba una melodía, mientras que Club Hats ya le estaba poniendo una batería y una línea de bajos a eso. Y yo, ya iba escribiendo de lo que iban a hablar las canciones. Club Hats hace unos instrumentales increíbles, como vi a muy pocos productores… y tiene sólo 20 años. En cuanto a la producción general de un disco, Yesan es el mejor del país, para mí. Armamos un dream team y, a partir de eso, el disco se hizo solo.
-También editaste algunos singles, entre los que se destaca “Igualito a tu padre”: un regalo para tu hijo Bruno que cumplió 5 años en agosto. ¿Cómo te pega la paternidad?
-Sinceramente, ser papá es lo mejor que me pasó en la vida. Más aún que hacer música. Me salvó la vida. ¡Me dio el doble de vida! Yo la estaba valorando muy poquito. Y cuando lo tuve a Bruno… ¡puuum! Empecé a valorarla más, me hizo ser hombre muy rápido. Es un manual de vida. Cuando lo veo, me enseña un montón de cosas con solo estar conmigo. Ser papá es lo que más agradezco todos los días de mi vida. Me puso en el camino en el que tenía que estar. Antes, hacía cosas que no me sumaban, que me sacaban del lugar correcto. Teniéndolo a él, no hay forma de que me descarrile.
El verdadero músico urbano
“Soy re porteño, amo a Buenos Aires”, deslizó con los ojos achinados por su sonrisa gardeliana. Gesto congruente con su búsqueda tanguera y un nickname a la usanza del inmortal Julio Sosa: “El varón del trap”. Sin embargo, su base de operaciones está en Tigre. Por la ventana del Zoom, se puede espiar hacia la vista agreste y arbolada que tiene Ysy a sus espaldas. “En esta cabaña montamos un estudio desde mitad del año pasado. Y acá sigo grabando, aprovechando la inspiración”, dijo y hay que adivinar, porque el audio llegó entrecortado: la conexión es débil. “Por eso me vengo, así desconecto y no me molestan los mensajes”, se ríe.
-Tu música es muy urbana, de la ciudad; sin embargo, se termina de gestar ahí.
-Sí, es loco, pero la verdad es que puedo crear en todos lados. Sé aprovechar el momento en el lugar en el que esté. Mi música es re urbana y re porteña, nace ahí. Soy un bicho de ciudad y vengo acá, en donde puedo conectar dos partes mías: traigo todo mi pecado capital y acá lo purgo, lo limpio.
-En eso termina de cuajar el tratamiento tanguero que hacés sobre tu música, ¿no?
-Claro. Me conecto mucho con el tango para componer y escribir. Y seguimos sampleando mucho tango: “Igualito a tu padre”, por ejemplo, tiene el de “Madame Ivonne”. Poder llevar ese sonidito a algo super nuevo, que no tiene nada que ver, me es hermoso. Y lo voy a seguir haciendo. Estoy apuntando al sonido criollo, que es lo que somos nosotros: porque no somos latinos ni europeos, somos las dos cosas... ¡y no somos ninguna de las dos! “Pasa que yo” es otra prueba de búsqueda en ese aspecto: sonar tanto criollo y tanto porteño, pero sin que pierda esa cosa promiscua del trap… o mismo del tango, ¿viste?
-Ahí, además, cruzás lunfardos de ayer y hoy, mientras das un punto de vista sobre lo costoso de vivir. ¿Cómo encarás ese tipo de letras y cómo construís tu lenguaje?
-Es una responsabilidad que me tomo y me voy a seguir tomando. Yo no quiero hacer música política, ni vine a poner ninguna bandera. Estoy contando lo que vive una persona como nosotros, de la edad que sea, en este lugar. Este año se nota más todavía, pero en mi carrera siempre busqué plasmar la argentinidad: hablar de “YO”, del “guacho”... usar todo ese lunfardo bien argentino. Con la globalización, se perdió eso de hacer sentir bien de dónde está saliendo esa música. No me gusta cuando un argentino rapea como centroamericano y no sabés si es centroamericano o argentino. Cuando me escuchás a mí, me gusta que vos te des cuenta de que soy argentino, que esto sale de acá, que esto no se está haciendo en otra parte del mundo así. No lo digo sintiéndome más piola que los demás países. Justamente, creo que es una búsqueda que cada tierra tiene que tener: cómo contarle al mundo lo que se está viviendo en ese lugar. Pero no buscar pegar y vender con ese relato, porque sino pierde esa mística.
-Este año cantaste tu tema “Traje unos tangos” en los Premios Gardel con tangueros de distintas generaciones, como Cucuza Castiello y Amelita Baltar. ¿Qué sacaste de esa experiencia?
-Fue un honor, sin duda, porque más allá del tango, del trap, del freestyle, yo estoy comprometido con la música popular argentina. Quiero enaltecer la historia de la música de este país hasta el día que me muera. Entonces, excede a un solo género: al que hago yo, al que hacía Gardel. A Cucuza lo conocí ahí, es un hombre que sabe un montón de historia, de música y lo lleva en el corazón. Me empapó de una información y una energía super rica que yo encantado estoy de recibir. Seguramente hagamos música con él y su hijo, que también es un capo. Y compartir con Amelita, que pasó por momentos muy históricos, también es un honor increíble. Yo tengo 22 años y toda mi vida voy a nutrir a los nuevos que vengan después de mí, como esta gente más grande lo hace con nosotros. Por eso, fue una de las cosas más lindas que me pasaron este año.
El freestyle vs. las batallas
“Toda mi vida aconsejé a todo el mundo y era de decir: ‘Y el hip hop, y la cultura, y la música y la calle, y tun, tun, tun’. Pero hace tres años, cuando salí de las batallas de freestyle y me aboqué a mi carrera musical, entendí que tenía que esforzarme por ser mi mejor versión y enseñar con el ejemplo”, dice Ysy respecto al camino autogestivo que eligió para editarse, tocar o fabricar y vender su merchandising. Algo que no todos los artistas de su generación hacen: en cuanto explotó el trap, los sellos y productoras fueron a la pesca de estos jóvenes talentos. “En vez de aconsejar y decirle a otro: ‘Che, boludo, cortá el contrato con estos que son unos garcas’, preferí ser independiente y que el otro se dé cuenta solo de que así se puede laburar igual. El ego del artista, a veces, no acepta consejos, ni siquiera de su mejor amigo”.
Si esta música está en el centro de la escena después de tantos años de underground, es en parte gracias a él: Alejo Acosta, nacido en Buenos Aires, 1998, hijo de padres uruguayos. De muy chico, y gracias al acceso irrestricto que daban las plataformas p2p para descargar música en mp3, se vio movilizado por la primera ola del reggaetón boricua -Don Omar, Daddy Yankee, Arcángel & De la Ghetto-, su primer acercamiento a las rimas. De a poco, comenzó a seguir a esa energía que lo enpujaba a hacer, hacer y hacer: salía a rapear a los colectivos con el objetivo de juntar el dinero necesario para producir fechas en las que se combinaban recitales con batallas de freestyle, breakdance y graffiti, siempre en torno a la cultura hip-hop.
Toda esa experiencia decantó en la creación de El Quinto Escalón: la mítica competencia de free que a la vez fue plataforma y vidriera para muchas de las figuras de la música actual, como Duki, Wos, Paulo Londra, Trueno y Lit Killah.
Popular y masivo, real y digital, El Quinto Escalón era un monstruo que crecía en el corazón del Parque Rivadavia, pero a Alejo no le gustaba nada. En paralelo, iba cocinando sus primeras creaciones, tanto como solista como con Modo Diablo, el power-trap-trío que formó junto a Duki y Neo Pistea. El 11 de noviembre de 2017, final del “Kingto”, fue la última vez que vio una batalla entera: “Cuando decidí terminarlo, tuve la decisión interna de correrme completamente de ese mundo: nunca más mirar una batalla para poder, en mi cabeza, pasar a otro nivel. Yo sabía que esta misión que estamos haciendo con la música argentina, me iba a demandar un montón de energía, porque era algo nuevo, era volver a arrancar. Para que sea sano, me olvidé de ese mundo. Pero nunca dejé de hacer freestyle: es la madre de todo esto, es un ejercicio hermoso. Pasa que ese mundo se había vuelto algo loco, me parecía un programita de entretenimientos, una cosa medio Disney, ir a hacer reír a los nenes”, analiza en perspectiva.
-Y, en algún punto, hasta tóxico para lo artístico, ¿no?
-¡Era super tóxico! Se armó una cosa muy loca y entendí que, como yo no lo podía cambiar, porque era algo que dependía de millones de personas alrededor del mundo, ya no era algo que yo podía decidir. Entonces me corrí y me puse a hacer algo nuevo.
“Para mi es difícil ver la crisis que hay para rimar / Ysy va silbando, lo hace fácil, va sin respirar”, describe en “Silbando”, justo antes de rematarlo con un silbido tan estremecedor como el de Omar Little, antihéroe de la esencial “The Wire”, cuando va llegando de noche a los barrios picantes de Baltimore. En esas líneas, Ysy da su diagnóstico sobre la actualidad de las batallas de freestyle. Acá lo amplía.
-Algunos de los pibes que competían y se hicieron músicos, van y vienen. ¿Vos nunca pensaste en volver a batallar?
-Te juro que, por la responsabilidad que siento para con la escena hip-hop argentina, se me pasa por la cabeza volver a ese mundo a renovarlo. No a competir: sí a llevar la filosofía de lo que yo siento que es el freestyle, que siento que se perdió. Antes, nosotros no ganábamos ni un peso y nos matábamos en la plaza por esforzarnos, ser mejores raperos y superarnos día tras día. Ahora, les pagan un sueldo, tienen sponsors, hacen plata por Internet, tienen todas las de ganar y no se superan en nada, ¿entendés? Los chabones siguen rapeando igual que hace tres años: no cambian el flow, no cambian lo que se dicen, no cambian su forma de pararse arriba del escenario. Como que se abombó tanto ese mundo que se olvidaron del progreso y se conformaron con tener un caudal de público que les de un ingreso por mes. Está mal eso. Por eso te juro que me recontra alejé del mundo del freestyle. De la última Red Bull vi dos minutos... y no necesité más. Nosotros, los que hacemos música, no dejamos de tirar freestyle y nuestro nivel no paró de aumentar, amigo. Y yo los escucho a esos pibes que están rapeando igual que hace mil años y me mata ver como se quedaron en una zona de confort. Es como que lo material te hace perder el objetivo. A vos te pueden pagar, te pueden vestir, te pueden maquillar, te pueden poner en el escenario más caro, con los mejores micrófonos del mundo, pero si vos no sabés rapear re piola, es una cagada, es un show burdo. Me enojé, me enojé, ¡perdón, amigo! (se ríe).
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