Mario Massaccesi es periodista y conductor de televisión y radio. Y además, coach ontológico. Y en este encuentro con Pamela David para su ciclo de entrevista PamLive, acerca distintos caminos para evitar las culpas, también los conceptos aferrados, los mismos que nos hacen creer realidades que no son. Explica cómo transitar duelos dolorosos para finalizarlos con gratitud. Aprender a surfear la ola de la vida y nutrirnos de nuestras experiencias. Las patas fundamentales para poner en movimiento la vida. Y las situaciones dramáticas que el propio Massaccesi debió atravesar para llegar a este camino, viendo la crisis como una oportunidad de sanación.
—Este año hemos aprendido mucho a meternos dentro nuestro para averiguar qué nos pasa: tuvimos tiempo para nosotros mismos.
—Mucha gente se espantó cuando se encontró con esa persona que es o ese ser que está siendo dentro de casa, entre cuatro paredes, durante mucho tiempo, donde no había excusas para la rutina, el atolondramiento sobre todo de los que vivimos en ciudades grandes. Cuando no estaban tan ocupados u ocupadas en el hacer, empezamos a hacer. Ahí fue donde mucha gente dijo: “Epa, ¿este soy yo? ¿Este monstruo soy yo? ¿Estos fantasmas hay en mí? ¿Estos miedos, esta ansiedad, esta capacidad creativa?”. Mucha gente se encontró con alguien creativo y logró sacar todo lo que había dentro de sí, e hizo de eso un año maravilloso.
—Dicen que somos un 10% de las cosas que nos pasan, y un 90% de lo que hacemos con lo que nos pasa.
—Entre otras cosas, la posibilidad de soltar. Quienes se animaron a verse y tomar a esa persona que empezaron a ver adentro de sí mismos son los que tienen coraje, porque hace falta mucho coraje para verse. Cuando uno se ve hacia adentro, a sí mismo, se encuentra con luces que siempre son muy lindas y nos llevan a un mejor lugar, pero también nos encontramos con nuestras sombras, y a veces son sombras que acarreamos hace muchos años, que están ahí escondidas, que están agazapadas, que las hemos postergado, que la hemos barrido bajo la alfombra. Y cuando nos quedamos tanto tiempo adentro, como paso en este 2020, mucha gente se encontró con esas sombras: “¿Y entonces, ahora qué hago? Porque las pude esconder durante mucho tiempo…”. La rutina, la vorágine en la que estamos metidos, es ideal para no darle bolilla a esas cosas importantes… Y lo importante somos nosotros.
—¿Es fácil soltar?
—No lo podemos saber hasta que no lo hacemos. Es como subir una montaña: para cada uno la experiencia es distinta. Yo te puedo decir: “Es fácil subir a la montaña”, pero a lo mejor para vos te resulta imposible, o mucho más difícil, o te pasan un montón de cosas que a mí no me pasan. Lo bueno de mi libro, Soltar para ser feliz, es que no tiene una receta para soltar porque cada uno trae su propia carga. Sí hay preguntas que te pueden facilitar el proceso de soltar. Si yo te digo que para soltar hay que hacer tal y tal cosa, vos me podes decir que no te sirve, porque la receta para vos no es la receta que yo estoy necesitando. La receta que yo estoy necesitando es lo que cada uno de nosotros puede experimentar en el proceso de soltar. Lo que siempre digo es que puede resultar difícil, pero tengo una buena noticia: es posible. Y cuando algo es posible la única alternativa que nos queda es poder hacerlo. Meternos en la experiencia y dejarnos llevar. De pronto es mucho más fácil de lo que creemos, y tal vez creemos que es mucho más fácil y nos cuesta un poco más. Ahora, hasta que no lo hacemos, no te lo puedo decir. Cada uno tiene su propia experiencia. Requiere de dos cosas: la decisión de soltar y la disciplina para hacerlo. Porque hay gente que quiere resultados sin hacer nada. Para que me pasen cosas tengo que hacer cosas. Pero también tengo que tener claro qué queremos que nos pase. Esa es una pregunta que la mayoría no sabe responder.
—Una pregunta que nos puede ayudar a soltar es: ¿qué quiero que me pase? Tal vez, es la que nos puede servir para empezar una búsqueda.
—¿Qué quiero que me pase? ¿Qué quiero lograr al hacerlo? ¿Cuál sería el resultado? ¿Qué me permitiría soltar? ¿Qué espacio se abriría en mí? Y la más importante: ¿de qué me estoy perdiendo mientras no suelto? Porque mientras estoy ahí amarrado, cargando un equipaje, en muchos casos de muchos años, me estoy perdiendo de la flexibilidad, de la apertura, de vivir liviano, de ir más rápido, de estar más cómodo dentro de mí. Entonces también debo pensar de qué me estoy perdiendo si no lo hago.
—Esa pregunta te invita a pensar en positivo.
—Exactamente, porque a veces nos agarramos y nos quedamos anclados en un lugar, en una aparente zona de seguridad que nunca es segura. Lo que tiene que pasarte, te va a pasar. Entonces, qué tal si, como en una especie de clase de educación física, empezamos a tener más destrezas, recursos o más posibilidades para poder accionar, para que las cosas nos pasen. El barco que se queda anclado en la costa se pierde del paisaje que viene, y el paisaje que viene no sabemos cuál es. Hay que atreverse a hacer el corte, soltar amarras para empezar a ir. Yo lo llamo el efecto Tarzán. Tarzán agarra lianas, y para poder avanzar tiene que soltar alguna, porque si no se queda en ese lugar, en la aparente zona de confort. Tiene que soltar una liana e ir a la próxima para avanzar en esta selva maravillosa que es la vida.
—¿Cómo manejamos la culpa por soltar?
—La culpa aparece cuando creemos que estamos haciendo algo fuera de los límites que nos han fijado, de los conceptos, de los mandatos. Cuando nos corremos de ese lugar que nos hemos formateado, empieza la culpa. Lo mejor es ir primero por la experiencia. Segundo, si al soltar le ponés amor, la culpa queda muy chiquita. Si soltás con amor, no puede haber culpa. Nos han metido en la cabeza que soltar es abandonar, dejar de lado, correr de lugar… ¡No! Soltar es amar porque la libertad, la alegría, el amor, la felicidad, son los bienes más preciados que puede tener el ser humano. Ojo con la culpa porque es un gran saboteador interno, que “te come el coco”. Es el dedo rector de los juicios. Está dentro de uno, y hay que hacerle una especia de burla. La culpa es como el miedo: en algún punto sirve para protegerse o evitar excesos. Reivindico un cachito de miedo y de culpa. El problema son los excesos. Ahí es cuando quedamos chiquititos frente a eso que, si le damos lugar y le damos espacio, se adueña de nosotros.
—¿Qué pasa con la gente que no puede soltar el fallecimiento de un familiar?
—El duelo tiene varias estaciones. Si el fallecimiento ocurrió hace 10 días o varios meses todavía estás en etapa de duelo con lo cual no podemos pretender soltar a uno de nuestros muertos. Hay gente que lo logra y lo puede hacer porque hay un entrenamiento, pero tampoco vamos a pedir que en 10 días, o en 3 meses o en un año, en el que no hubo despedidas, soltemos a los muertos de un tirón. El duelo es el dolor y el caminito que tenemos que atravesar hasta llegar a la gratitud. El duelo arranca con el estado de shock: “No puedo creer que se haya muerto”. Después aparece el enojo: “¿A mí me viene a pasar?”. Incluso hasta nos enojamos con Dios. Después del enojo viene la tristeza, que es cuando caemos en la cuenta de que efectivamente esa persona se murió. Después viene el miedo a que a otros les pase lo mismo; entonces nos ponemos obsesivos con los que amamos y lo que hacemos porque no queremos pasar por la misma experiencia traumática. Después todavía nos queda una instancia más hacia abajo, el momento de mayor dolor, en el que no le encontrás la salida. Te perdés en ese lugar. Después viene el momento que aceptás que efectivamente es así. Lo hacés cuando tenés el arrebato de buscar un mensaje de texto y no llega, cuando escuchás el teléfono y no es esa persona, cuando a la mañana te levantás y esperás ese mensaje que nunca llega. La evidencia o la aceptación es cuando entrás al cuarto y está toda la ropa y tenés que empezar a decidir qué hacer con eso. Después de la aceptación viene el camino del perdón, el perdonar todo lo que pasó porque somos humanos, hemos hecho cosas muy buenas, otras no tanto, hemos metido la pata, nos hemos peleado, nos hemos arreglado, hemos resistido a esa persona, no la hemos entendido en algún momento… pero no es que lo hicimos por bueno o por malos, lo hicimos porque la vida es un aprendizaje. Entonces me perdono por eso y te perdono por lo que hiciste, y estamos perdonados. Después viene el último lugar que es el más hermoso, el de la gratitud: “Gracias por haber compartido estos momentos en nuestras vidas. Espero que hayas aprendido de mí esto y vos de lo mío. Agradezco el tiempo de haberte tenido como parte de mi vida”. Y a partir de ahí se puede empezar a soltar. Pero eso lleva mucho tiempo, te puede llevar meses, años; cada uno lleva sus propios tiempos de acuerdo a los conflictos que ha tenido. Estamos aprendiendo todo el tiempo, y de qué manera hacerlo.
—Hablemos de la familia: a veces las relaciones familiares no son fluidas.
—Que en la Navidad nos tenemos que llevar todos bien es un mito que hay que agarrar y tirarlo a la basura. La Navidad es apenas un punto de referencia y es una posibilidad que tenemos. Nada más. La verdadera Navidad es cuando estamos todos bien, y puede ser cualquier fecha del año. La verdadera Navidad es cuando nos juntamos y estamos bien, cuando después de los conflictos familiares nos volvemos a juntar y renacemos en la relación que podemos refundar con hermanos, padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos. La Navidad es el renacimiento o el nacimiento de algo nuevo que no está marcado por la fecha del almanaque. Pero, ¿qué tal si empezamos a poner nuestras propias fechas en el almanaque? No hay que estar atados a fechas que nos impone la religión, la sociedad de consumo… Podemos soltar todo eso que nos ata y nos obliga a hacer las cosas de determinada manera como hace todo el mundo.
—¿Qué pasa con el exceso de afecto en cualquier tipo de vínculo?
—Lo veo como el exceso de control. Debemos soltar ese control porque creemos que controlando a los demás estamos controlando todo. El control es un espejismo. Es algo que suponemos, pero no tenemos nada bajo control. El exceso de control invade la vida de los demás, nos hace caer en abusos de confianza sobre los demás. Por ejemplo, el abuso de la cantidad de llamados: llamar a cualquier hora. El abuso de no respetar las decisiones de otras personas aun cuando las amamos mucho. Y por otra parte, nos quita la posibilidad de tener nuestra propia vida, porque yo estoy tan preocupado y ocupado de una persona que me pierdo de mi vida. Mientras estoy ocupado en la vida del otro, ¿qué me estoy perdiendo de mí? Me pierdo de mi vida por el supuesto control o el exceso de afecto hacia los demás.
—Y también genera expectativas, las de querer que la otra persona sea así, y al fin y al cabo no lo es.
—Y el plomazo en el que nos convertimos… Imaginate si yo te llamara seis veces a la mañana, siete veces a la tarde y cinco veces a la noche. El segundo día me mandás a la mierda y con toda la razón del mundo. Imaginate la carga que representa eso para la otra persona, para aquella que es controlada y tiene el peso de ese amor en exceso. Es tóxico el exceso de control, la invasión sobre la vida de los demás.
—Hablemos de la importancia de ser flexibles…
—Es lo mejor que nos puede pasar. Siempre sugiero mirar la imagen de los surfers en el mar. Se suben a la ola, están un rato, se caen, se vuelven a levantar, vuelven a buscar la ola, y juegan y son flexibles, y se meten en el mar y saltan… Creo que la vida es eso. Y a medida que estemos entrenados para surfear la ola de la vida, la vamos a pasar mejor. Nos dijeron que teníamos que ser como un roble y yo creo que tenemos que ser un bambú, que todo el tiempo va moviéndose con raíces firmes. Las raíces firmes son los valores que tenemos cada uno. Fundamentalmente, aceptar dos cosas: que nos podemos enfermar en cualquier momento, o los que tenemos cerca nuestro, y que también nos podemos morir en cualquier momento. Si tenemos ese punto de referencia, que es la manifestación de la finitud de la vida, que la vida termina acá, nos vamos a atrever a ser felices. Ahora, no hay que esperar a que pase eso. No quiero esperar a que alguien de los míos se enferme para ser feliz. Yo quiero ser feliz antes, no después de eso. Porque después seremos felices pero con el dolor de alguien que ya no está, que es el aprendizaje o el fruto de esa felicidad. La felicidad no viene no viene a tocarte la puerta, hay que buscarla cada instante, en cada momento.
—Aplica como el soltar. Tener la decisión de encontrarla y también, ser constante.
—Atiendo muchas consultas y el 70 % abandona el propósito que se pusieron a la semana o a las dos semanas. Yo siempre les pregunto su plan de acción para llegar a la felicidad y les hago un seguimiento. Si se propusieron hacer algo hay que ver el valor de su palabra. Hay cuatro patas fundamentales que ponen en movimiento la vida: declaraciones, promesas, pedidos y ofertas. Si yo pongo en acción estas cuatro declaraciones fundamentales, la vida se pone en movimiento. Declaro algo, prometo hacer ese algo para que eso pase; ofrezco, por ejemplo, mandarte una foto todos los días de mis avances, y además pido, por ejemplo, ayuda. Es un ida y vuelta porque a veces no podemos soltar solos. La puerta de salida se abre hacia adentro y la puerta de emergencia se abre hacia afuera, cuando necesitamos de un otro para poder llegar a eso que queremos lograr.
—¿En qué momento de la vida nos podemos dar cuenta de que algo nos está molestando y no somos conscientes?
—Cuando no la estoy pasando bien. Una amiga, Melania Ottaviano, experta en Educación, hizo una charla TED diciendo lo siguiente: cuando después de ocho horas de trabajo al fichar con la tarjeta empezamos a ser felices, algo no está funcionando. Cuando los chicos empiezan a ser felices después de que salen de la escuela es porque algo en la educación no está funcionado. Si en la pareja soy feliz cuando estoy solo o cuando salgo de casa es porque algo en la pareja no está funcionando. Si como papá o mamá empiezo a ser feliz cuando cierro la puerta de casa y me abro a otra cosa es porque algo no está funcionando. Es una buena manera de darse cuenta de qué hay que corregir. A veces no es necesario soltar, es acomodar la piedrita que te molesta en el zapato y ubicarla en otro lado. Una cosa es la piedra en el zapato que no te deja caminar, pero si esa misma piedra te la pones en el bolsillo, la piedra va a seguir estando con vos pero en otro lugar, donde no duele. No tiraste la piedra, la acomodaste en otro lugar.
—¿Qué pasa cuando se analiza mucho una herida?
—Por momentos puede que duela, sobre todo si es una herida que dolió mucho. Y además, si es una herida injusta. Hay heridas que nos las hacemos nosotros cuando nos equivocamos, pero a veces recibimos heridas por circunstancias de la vida. Puede ser una tragedia, o a veces nos hacen cosas que no hemos elegido. Si eso ya me pasó, tengo dos opciones: una es la reacción, buscar los mecanismos legales para poder hacer algo con esa persona que me lo hizo. Hay otra posibilidad que se complementa, que es la acción: ¿qué puedo hacer por mí, porque esa situación ya la pasé? Recordar o revivir todo el tiempo ese dolor me va a llevar al dolor. ¿Qué espacio nuevo se puede abrir dentro de mí? No para negar esto que me pasó, porque el dolor quizá siga de por vida, pero llenar los casilleros de la vida con lo que yo me merezco. Ahí está la oportunidad que nos damos de trabajar mucho con nosotros, buscar relaciones que nos sumen, mostrar las heridas. Hay que convertir el dolor en una oportunidad. Y es llenar los casilleros que vienen con oportunidades, cosas nuevas que me merezca, porque si no me quedo en un lugar que ya viví. Hay que hacer de la bosta, abono. A mí me pasaron muchas cosas tristes que yo no elegí, torturantes, que me sumieron en un infierno durante 33 años, que me llenaron de miedo, vergüenza, culpa, que me dejaron el autoestima por el piso, que no podía ver el valor de mí. Después de trabajar mucho en mí, y con gente que me ha ayudado, hoy yo creo que esta es la oportunidad que me di para terminar de sanar aquello que me pasó y que yo no elegí que me pasara. No justifico lo que me hicieron y lo que viví. Ya lo padecí, ya lo sufrí. La nueva oportunidad es esta. La experiencia ha servido para golpear las almas de otras personas y decirles: “Yo pude, y estaba en el horno”. Si yo pude, tal vez te puedo ayudar a que vos puedas.
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