Se lo conoció como uno de los principales actores de las grandes telenovelas que coparon la pantalla argentina durante los 80 y 90, por innumerables papeles en los que hizo de galán pero también de villano. Sus primeros pasos en la televisión comenzaron en 1984 cuando formó parte del elenco de Amor y Señor, la novela protagonizada por Arnaldo André y Luisa Kuliok. A partir de ahí, no paró más. Se trata de Boris Rubaja (64), un actor de larga trayectoria que supo conquistar, a través de sus personajes, todos los escenarios: los estudios televisivos, los sets de filmación, las tablas teatrales.
Durante su permanencia en nuestro país, trabajó en recordados programas televisivos como María, María y María, Amo y señor, El infiel, Micaela, Sólo para parejas, Dulce Ana, Alta comedia, 90-60-90 modelos y Señoras sin señores, entre muchos otros. A su vez, en cine participó en películas como Camila, Sucedió en el internado y Obsesión de venganza. Mientras que en teatro estuvo en obras como El diluvio que viene y Vamos a contar mentiras, entre otras.
Desde Israel, en diálogo con Teleshow, Rubaja cuenta cómo es su vida a 18 años y medio de haberse ido de la Argentina. Actualmente, reside en Givataim, ciudad aledaña a Tel Aviv, y comparte su felicidad de poder seguir dedicándose a lo que más le gusta: la actuación y la dirección teatral.
—¿Por qué decidiste irte de la Argentina?
—No estaba feliz. Y a nivel profesional ocurrían algunas cosas que no me gustaban. Yo tenía un cachet determinado por cada jornada de trabajo y un día me llama un productor y me dice: “Hay tanto para vos. Y esto te lo doy porque sos vos; atrás tuyo hay 100 actores que lo hacen por la mitad de lo que te estoy pagando…”. Después, el tema de la seguridad era grave. Yo vivía en Francisco Álvarez, en la Provincia de Buenos Aires, un lugar soñado y muy lindo, que empezó siendo mi casa de fin de semana y terminó por convertirse en mi residencia definitiva. Era un lugar paradisíaco, lo llaman la Córdoba Chica porque tiene un microclima y está a 43 metros sobre el nivel del mar; además tiene mucho verde. Fui muy feliz ahí, pero en un momento comenzaron a robar mucho en la zona. Cuando llegaba a mi casa había siete segundos de tensión porque tenía que bajar del auto y abrir la puerta del garaje, y los cinco perros que tenía salían a modo de seguridad… Era un momento de terror donde podía aparecer alguien con un arma, apuntarme y entrar. Era una situación muy difícil… Entre que estaba intranquilo y muchos de mis amigos cerraban y quebraban sus negocios en la época del corralito, quería cambiar de ámbito.
—¿Cómo surgió la posibilidad de instalarte en Israel?
—Tenía tres opciones: Colombia, México y Venezuela. Cuando me estaba por ir me llamaron de una escuela hebrea para dirigir una obra de teatro y fue una experiencia extraordinaria. Me pagaron muy bien, pero al tiempo empezó a decaer. Y digo: “¿Qué pasa acá?”. Los alumnos me manifestaron que la obra no les gustaba y decido reescribir la obra con la temática que ellos querían y fue un éxito total. En ese trabajo, yo tenía un asistente al que le comenté que tenía planes de irme y me dice: “¿Por qué no te vas a Israel?”. Dudé porque era otro idioma, otra cultura… Pero esta persona me contó que me daban un sueldo por seis meses, una vivienda, y además, me enseñaban el idioma. Antes de tomar la decisión, aprendí algo de hebreo con él y luego de tres meses, en los que noté que no era muy difícil, decidí viajar y probar... Y acá estoy cumpliendo 18 años y medio en Israel.
—¿Cómo surgió la posibilidad de dedicarte a lo que más te gusta en Israel?
—Cuando llegué estaba dispuesto a dedicarme a otro oficio mientras aprendía hebreo en los primeros años, sin embargo mi trabajo en algunas series y telenovelas argentinas hizo que ocurrieran cosas que no tenía en mis planes. Un día estaba sentado en un café conversando con un amigo y me llamaba la atención que varios nenes se me acercaban, pero yo no entendía lo que me decían. Le pedí a esta persona que me tradujera qué era lo que estos niños me querían decir. Él me cuenta que me identificaban como “el papá de Soledad”. Estaba sorprendido porque yo no tenía hijos. Pero ellos insistieron diciendo que él era “Ignacio, el padre de Soledad”. En ese momento me di cuenta que estaban hablando del personaje que había interpretado en Chiquititas de gran popularidad en Israel, y en la cual había trabajado varios años atrás. Recuerdo que me habían convocado para hacer 10 capítulos y terminé haciendo 41. Fue un trabajo menor, pero como siempre me enseño (Agustín) Alezzo, todo personaje es Hamlet, y así lo hice toda mi vida.
—¿Y cómo te benefició ese reconocimiento popular en las calles de Israel?
—A los pocos días, estando en una clase de hebreo, el director del centro de estudio entró al salón preguntando por el “padre de Soledad”. Con mucho asombro supe que se estaban refiriendo a mí y me dijo que me querían entrevistar de un diario. Hice la nota y se publicó a nivel nacional bajo el título: “Ignacio, el padre de Soledad es judío”. Esa publicación me abrió la puerta con la comunidad latina y a solo cuatro meses de haber llegado a Israel. A partir de ahí me comenzaron a llamar de distintos lugares para que empiece a dar clases en español. Y así empecé. En el 2007 presenté un proyecto junto con el teatro de Givataim ante el ministerio de absorción, para el financiamiento de una temporada teatral. El proyecto fue aprobado y con gran esfuerzo se estrenó en enero de 2008 la primera obra de teatro en español en el Teatro Nacional de Givataim. Desde ese entonces cada año en esa sala hay presentaciones en español.
—¿Cómo es tu vida hoy en Israel?
—Conocí a los 10 meses de instalarme a una mujer y al año de estar juntos me dice: “Boris, ¿vamos a seguir pagando dos alquileres, si estamos todo el tiempo juntos?”. Este es uno de los países más caros del mundo porque hay mucho impuesto y gasto de seguridad, por las guerras continuas. Al tiempo de vivir juntos, me dice: “Seamos padres”, pero yo no quería saber nada. Primero, quería probar la convivencia. Y segundo, buscaba estar bien económicamente. Sin embargo fuimos padres de dos mellizos maravillosos: un varón y una nena, que hoy tienen 16 años.
—¿Se parecen al padre?
—¡Nada que ver con el padre! Mi hija es estudiante y trabaja todo el tiempo. Todavía no tiene claro lo que quiere ser, pero apunta hacia la Medicina, y hace mucho deporte porque la madre es profesora de educación física. Mi hijo, en cambio, quiere hacer plata. Estudia, porque es obligatorio hasta el secundario. Él dice: “Yo quiero hacer plata”. Hermanos nueves meses en el mismo vientre, pero con dos personalidades totalmente distintas.
—¿Cómo te afectó la pandemia?
—En Israel hubo dos etapas, la primera cuando se conoció a la enfermedad y luego hubo un rebrote. Desde marzo, los teatros y todo lo que tiene que ver con la cultura está cerrado. Ahora, las escuelas están abriendo y los negocios a la calle pueden atender con control de temperatura, con máscaras, y se permite hasta cuatro clientes dentro del local. Los centro de compra no los dejan abrir y tampoco están abiertos los restaurantes y los bares. Todo está todo cerrado, y hay grandes manifestaciones frente a la casa del Primer Ministro pidiendo por favor, si abren algunos negocios, por qué otros no. Y también hay varios pedidos para que la cultura pueda abrir.
—¿Te quedaron muchos amigos del ambiente artístico en Argentina?
—Tengo algunos, pero no del medio: es muy difícil tenerlos. Recuerdo haber tenido un gran compinche: hicimos cuatro tiras, pero terminaron, y tras eso solo hubo un par de llamados y nada más. Mis amigos del alma son cinco, y no tienen nada que ver con el medio. Es más, acá no he hecho amigos como ellos.
—¿Qué diferencias notás entre el actor argentino y el israelí?
—No hay diferencias. Un actor es un actor y tiene la facultad de hacerle creer al espectador que lo que están viendo es verdad. La escuela es la misma, lo que puede variar es la manera de trabajo. En Argentina, el método que tenemos para hacer novelas es envidiado y admirado en el mundo. No pueden entender cómo se puede hacer un capitulo de 47 minutos en un solo día cuando acá tardan días para hacer un capítulo. Ni hablar del cine argentino, que es extraordinario. Creo que la técnica marca la diferencia.
—¿Volverías a vivir en la Argentina?
—Por ahora no, pero no lo descarto. En estos años he vuelto esporádicamente porque amo al país. Argentina cobijó a mis padres y me formó con la educación, el teatro y la actuación cuando a los ocho años decidí que quería hacer esto. Sin embargo, si me llaman para hacer una novela por algunos meses, una película o una temporada de teatro lo haría con mucho amor y mucho gusto. Ir a vivir de forma permanente no lo tengo previsto por ahora.
SEGUÍ LEYENDO