“Yo sabía que Diego Maradona estaba enamorado de una mesera, ¿cómo está la chica?”, me dijo la señora Mirtha Legrand. Desde que salió publicada mi entrevista con Laura Cibilla en Teleshow, el último miércoles, cada una de las personas con las que hablé me preguntó por ella. Y se mostró profundamente conmovida por su historia de vida. Yo, en realidad, ya conocía muchos aspectos a través de varias investigaciones periodísticas. Pero algunos datos estaban errados, justamente, porque ella nunca había hablado con la prensa. Y por eso, cuando me enteré de que estaba viviendo en Buenos Aires y no en España, cómo se decía, me propuse reportearla.
Laura llevaba más de veinte años oculta. Su historia de amor junto a Diego era vox populi entre los amigos y familiares del jugador, pero todos ellos se habían ocupado de guardarla bajo siete llaves para que no llegara a los medios. Y ella, simplemente, no salió a contarla. Ni en 1998, cuando comenzó el noviazgo. Ni en 2003, cuando nació su hijo. Ni en 2008, cuando el ADN que le hizo para corroborar la paternidad del astro le dio negativo. En la misma audiencia de filiación, Maradona le había preguntado cómo estaba el niño. Y le había dicho que tenían que arreglar el tema por afuera de la Justicia, mientras le daba su número de teléfono. Pero nunca negó ser el padre de la criatura. ¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo había sido la relación entre ellos? ¿Por qué se terminó? ¿Se terminó? Nunca se supo. Hasta que, el lunes 14, ella aceptó conversar conmigo.
“No quisiera formar parte de la cantidad de gente que sale en la televisión a hablar de una persona que ya no está. No lo hice cuando estaba vivo, no lo quiero hacer ahora y no lo voy a hacer. Por eso doy esta nota gráfica y punto. No hay fotos, no hay nada. Y es la única vez que voy a hablar”, me dijo Laura nerviosa, ni bien llegó al lugar acordado. Hasta último momento tuve miedo de que me cancelara la entrevista. Y ella, hasta último momento, dudó en venir. Pero vino. Y yo enseguida me di cuenta de que era una mujer herida. Estaba a la defensiva, como esperando un ataque que nunca iba a venir de mi parte. Y, cuando ella entendió eso, recién pudo empezar a hablar.
Siempre fui muy crítica de Maradona por el trato que le había dado a sus hijos, en especial a los extramatrimoniales, y a sus mujeres. Y, más allá del profundo respeto que siento por sus deudos, su fallecimiento no cambió ni opinión al respecto. Laura lo sabía y por eso se animó a contar con lujo de detalles cómo fue su relación con él sin temor a ser juzgada. Hubo cuestiones que prefirió que quedaran en el off de récord y yo se lo respeté. También me pidió que no publicara el nombre de su hijo, ya que bajo ningún punto de vista quería que sus declaraciones lo afectaran a él. Y cumplí. Pero le pude preguntar todo. Y ella, por momentos ahogada por el llanto, me contesto.
“¿Querés agregar algo más?”, le dije al terminar el reportaje. “No, ya dije todo”, me respondió ya relajada. Y le agradecí que hubiera confiado en mí. Entonces me empezó a mostrar las fotos junto a Diego que tenía en su celular. Y también me mostró otras de su hermoso hijo, que hoy ya es un hombre de 17 años. Yo, rompiendo los protocolos, la tomé de las manos y le dije que más allá de que a ninguno de los dos les interesara reclamar nada, tenían derechos inalienables. Y que, aunque quizá este no fuera el momento, los reclamos de filiación no prescriben en el tiempo. Laura me miró en silencio. Después nos pusimos a escuchar música y un tema la hizo recordar a Maradona. La emoción volvió a apoderarse de ella. Y una vez más, las lágrimas inundaron sus ojos.
En principio, Laura no quiso darme ninguna de esas fotos que guardaba como tesoros en su teléfono. Pero yo, al día siguiente y mientras escribía la nota, insistí e insistí. Necesitaba que las pruebas irrefutables de su relación con Diego no quedaran sólo en mi retina. Así que me envió una imagen en la que Maradona le estaba cantando, pero no era suficiente porque ni siquiera se le veía la cara al jugador. Luego me mandó otra en la que los dos posaban de frente, pero bien podría ser el encuentro de una fan con su ídolo. Entonces me mandó una en la que están en un yate, ella sentada sobre él y dándose un beso. Y ya no hizo falta más nada.
Apenas se publicó la entrevista, los medios gráficos comenzaron a replicarla. Y los programas de televisión empezaron a pasar el corte del audio que estaba en la nota cual si fuera un sinfin. Muchos colegas se comunicaron conmigo para pedirme el contacto de Laura, pero ella me pidió por favor que no lo pasara. “No voy a hablar con nadie más”, me dijo segura. Y yo me quedé expectante, para ver cómo repercutía en ella la imparable repercusión de su historia.
Esa misma noche, mientras estaba hablando de este reportaje en Intratables, por América, recibí un mensaje tranquilizador. “Gracias por todo, Nancy. Me siento liberada y en Paz. Muchas gracias, de corazón te lo digo”, me escribió Cibilla. Entonces supe que había hecho bien mi trabajo. “No dudes que TODO lo que te conté es verdad”, me puso. “No tengo ninguna duda, Laura”, le contesté.
SEGUI LEYENDO