El día que Tim Robbins conoció a Susan Sarandon algo le dijo que esa mujer sería imprescindible en su vida. En ese mismo momento, Sarandon pensó que ese señor, 12 años más chico pero 16 centímetros más alto, era una buena invitación a pensar la vida de a dos. No era la primera vez que la actriz se enamoraba. Había estado casada con Chris Sarandon, del que conservaba un buen recuerdo y el apellido.
Era 1988, Sarandon y Robbins habían sido convocados para filmar La bella y el campeón. El guion indicaba que Robbins, un novato, debía disputarle el amor de una atractiva animadora de un equipo de béisbol a nada más y nada menos que a Kevin Kostner que personificaba una vieja gloria del deporte. Pero si en el guion quedaban dudas de con quién se quedaría la bella, en la vida real todo era más sencillo. Costner era el galanazo del momento, pero Susan se sintió atraída por Robbins. El actor ocupaba un rol secundario y se destacaba por su talento, que mostraba su formación actoral. No era un paracaidista ni un buscador de fama, al contrario, desde los 12 años había abrazado la actuación, quizá impulsado por su padres. Su madre, Mary Bledsoe, era actriz, y su padre, Gil Robbins, un músico con mucho prestigio en el folk estadounidense que grabó cinco discos con el grupo The Highwaymen. Hasta ese momento, Robbins no había tenido ningún protagónico, pero sí había logrado ser de esos secundarios que se hacen notar.
Si a Susan le atrajo la infancia artística de Robbins, quizás a él le atrajo la infancia “rompemoldes” de ella. Sarandon era la primera de los nueve hijos de un matrimonio muy católico y tradicional. Fue educada en una escuela de monjas pero ya de adolescente mostró su personalidad. Se escapaba de colegio para participar de las marchas en contra de la guerra de Vietnam y a favor de los derechos civiles, lo que provocaba el horror de las religiosas y de sus padres, convencidos republicanos.
Al terminar el secundario, la rebelde Susan se anotó en la Universidad Católica no por opción o vocación sino porque fue la primera que la aceptó, y además le daba un buen motivo para irse de su casa. La universidad era cara y para pagarla trabajó como moza, peluquera y hasta limpió departamentos. Fue en la universidad donde conoció y se enamoró de Chris Sarandon, se casaron en 1968 y decidieron vivir en la Gran Manzana, porque anhelaban triunfar en Broadway.
Su primer gran papel apareció en 1974, de la mano de Billy Wilder en Primera plana, era apenas una novata, pero se destacó junto a actores consagrados, como Jack Lemmon y Walter Matthau. Aunque Robbins en ese momento tenía 15 años, recordaba que Susan formó parte de Rocky Horror Picture Show, un musical irónico que mezclaba sin prejuicios rock and roll, ciencia ficción, terror y diversión. Ella habló sin alardear de su papel de Sally en Atlantic City, que le trajo su primera nominación al Oscar, y cuando en 1983 filmó El ansia, junto con David Bowie y Catherine Deneuve, rieron a carcajadas cuando Susan repitió la historia, que ya era conocida por todos. Debía filmar un escena lésbica con Denueve y le propusieron tomar una copa de alcohol para animarse, a lo que ella replicó: “No hace falta estar borracha para querer acostarse con la Deneuve”. Él le contó de su formación actoral en los talleres universitarios. “Tanto esfuerzo para un trabajo tan fácil, que no es cirugía cerebral y puede ser llevado a cabo por un niño”, le contestó ella sin sarcasmo.
Quizá Susan no le contó de sus amores con Sean Penn, David Bowie y Christopher Walken, y él, caballero, quizá no le preguntó. Entre pausa y pausa, Susan le confió la vez que su médico le advirtió acerca de su imposibilidad de tener hijos biológicos por su endometriosis. Y entonces, mientras vivía una relación fortuita con el director Franco Amurri, quedó embarazada a los 37 años. “Fue ganarse la lotería”, dijo, y decidió seguir adelante con el embarazo, aunque muchos le aseguraron que sería el final de su carrera. Así llegó al mundo Eva.
Así las cosas, el actor con aspecto de adolescente y la actriz de la mirada intensa y cuello de cisne apostaron a convivir. Es cierto, Susan venía con una hija de tres años, una diferencia de edad, para la época escandalosa, ideas claras y posturas firmes. Venía con un combo difícil, pero cuando Tim la miraba solo veía que venía con el sol. Nunca se casaron legalmente. “No me casaré porque me da demasiado miedo darlo por hecho o que él me dé por hecho, tal vez será una buena excusa para hacer una fiesta cuando tenga 80 años”, dijo alguna vez ella.
Al año de convivir, en 1989, nació su primogénito, Jack Henry, y tres años después, Miles. Susan los tuvo pasados los cuarenta, lo que mostró que no hay madres añosas, sino madres. Cuando los chicos crecieron los anotaron en un colegio de Manhattan. Lo eligieron no por el prestigio sino porque a la noche las aulas se convertían en dormitorios para los sin techo.
La pareja construyó una muralla sobre su vida privada, pero no sobre sus opiniones políticas. El matrimonio alzó su voz sobre temas que otros preferían callar o ignorar, ya sea contra la guerra del Golfo, el sexismo, el maltrato a los refugiados, la corrupción de los políticos, la guerra de Irak, el descuido del planeta y la censura de la información. Fueron los primeros en defender la causa gay cuando todavía era algo que se percibía como amoral. Es que para ellos, la fama no era la manera fácil de conseguir la mejor mesa de un restaurant sino una oportunidad para visibilizar lo invisible.
El momento en el que ganaron la admiración de muchos pero espantaron a otros fue en 1993. Debían entregar el Oscar al mejor montaje. Un premio menor pero premio al fin, con cámaras enfocando, transmisión en vivo y toda la parafernalia que despliega Hollywood cuando quiere demostrar que no solo es la fábrica de sueños, también el sueño. El matrimonio se tomó de la mano y avanzó. Ella bien diva con un vestido de ensueño y él con un smoking de dos mil dólares. Pero lejos de sonreír para las cámaras pidieron que cerrasen un campamento para enfermos de sida en Guantánamo. Sus palabras duraron casi lo que dura un suspiro: 23 segundos.
El aplauso pareció tan genuino como la furia que siguió. Gilbert Cates, director y productor decidió tacharlos de la lista de invitados de la gala siguiente. “No los invitaré a ninguna gala más. Que alguien invitado por mí para presentar un premio utilice ese tiempo para postular una creencia política personal no solo es ultrajante, sino deshonesto y de mal gusto”. Pero Susan y Tim, lejos de “achicarse”, escribieron una carta en Los Angeles Times. “Pensamos que el silencio frente a la crueldad es lo inadecuado”, declaraban. “Nuestro llamamiento fue una mínima fracción de tiempo en la duración del espectáculo. ¿Cómo no se va a tolerar que se dé información cuando se toleran tantos anuncios publicitarios?”.
Mientras, siguieron filmando. Pero nada de películas edulcoradas ni tanques pochocleros. Robbins escribió, dirigió y protagonizó Bob Roberts, en la que muestras los chanchullos de campaña de un cantante folk que quiere ser senador. En 1995, Robbins otra vez escribió y dirigió Dead man walking. Sarandon encarnó a la hermana Helen Prejean, consejera de un homicida condenado a muerte. Sin una gota de maquillaje, con un vestuario austero, la Sarandon entregó tal actuación que Hollywood levantó el veto y la premió con el Oscar a mejor actriz. Antes había sido cuatro veces nominada. Susan agradeció, se mostró emocionada y hasta contenta. Sin embargo, en una entrevista dejó en claro qué lugar ocupa en su vida. Conserva la estatuilla en un estante… en el baño de su casa.
El matrimonio siguió filmando y defendiendo sus ideas. “Nos quieren presentar la guerra del Golfo como una operación de hamburguesería, sin sangre, sin niños huérfanos, sin gente sepultada viva mientras se produce una destrucción salvaje de toda infraestructura”, dijo Robbins mientras participaba en una marcha contra la guerra de Irak. A las marchas solían ir con Eva, la hija mayor de la actriz. Si la criticaban, contestaba lapidaria. “Tiene 18, la misma edad que tenía yo cuando iba a actos públicos contra la guerra de Vietnam”.
En 2006, el matrimonio fue invitado de honor en el Festival de Cine de Mar del Plata. Ambos dieron una charla en una sala colmada del Hotel Hermitage. Cuando se esperaba que la “actriz roja” empezara a despotricar contra el estado del mundo, confesó: “Me interesan las historias de amor y todas las que hice son de ese tipo. Las chicas que me tocó interpretar son de carácter fuerte y, sin embargo, cuando las hago me parecen tan frágiles... Yo elijo para actuar a personas comunes, ordinarias, que hacen cosas y sienten miedo. No me gusta que empiecen un film siendo héroes. El coraje se demuestra, tal vez, siendo íntimo con otra persona, o decidiendo que ya no se vivirá en la mentira.”
Fue en esa charla en la que el matrimonio dejó entrever algo de su intimidad. “Tim es un director brillante; yo le llevé el libro de Mientras..., y le costó arrancar, pero luego se puso a llorar y no se detuvo. Reescribíamos en casa, de noche, trabajando dieciséis horas diarias hasta que me cansé y lo mandé a un hotel. Quería la cena lista, y yo estaba embarazada y con un hijo de dos años. Un director tiene que estar pensando todo el tiempo, sus días son larguísimos... Nuestra responsabilidad era seguir pidiendo la perfección. Yo no dirigiría más que a mi familia: mis hijos se estaban poniendo grandes”.
Sin embargo, cuando parecía que Susan “la roja” había cantado ausente, alcanzó que le preguntaran si se metía en política para mostrar que ella era ella. “La popularidad de Bush es tan baja y hace un trabajo tan horrible que una se imagina que cualquiera podría hacerlo mejor. Hillary me decepcionó porque apoyó la guerra, se transformó en una política. Yo misma no imagino meterme en política porque me inspira más la gente que trabaja de abajo hacia arriba. En Estados Unidos, entrar en política es vender el alma al diablo...”.
A Robbins y Sarandon se los veía felices. Habían desoído los prejuicios por la diferencia de edad. Soportaron con una sonrisa cuando los culpabilizaron por la suspensión de los festejos del aniversario del estreno de La bella y el campeón. Los productores temían sus discursos antibelicistas y prefirieron suspender la gala a escucharlos. No fue la única vez. La poderosa ONG United Way of America canceló la presencia de la actriz en varios de sus actos.
A ellos nada parecía importarles. Se tenían a ellos y sus ideas. Pero en 2009, los actores se separaron. Lo anunció su publicista con un escueto comunicado. “La actriz Susan Sarandon y su compañero durante 23 años, el actor Tim Robbins, han anunciado que se separaron durante el verano”, y cerró con un contundente “no se harán más comentarios”.
La noticia fue muy dura para todos los que veía en ellos no una pareja modelo pero sí un modelo de pareja. Y se lo hicieron saber. “La gente me paraba en las calles y me decía que se habían puesto a llorar cuando se enteraron de mi separación. Pero para mí era más triste todavía. Nunca pensé que eso sucedería”, contó la actriz. Según declaró fue el propio cauce de la relación lo que la llevó a su fin, el tan temido “desgaste”. “De vez en cuando traes a gente a tu vida por una razón específica. Quizás tienes una relación para tener hijos y te das cuenta de que después del punto en que los has formado, esta se ha completado”, contó en The Daily Telegraph.
El divorcio si bien sorprendió a la Sarandon, no la dejó llorando por los rincones. Se puso de novia con Jonathan Bricklin, un muchacho de 33. Ella reconoció a People que había una relación, aunque dijo que no le gustaba la palabra romance: “El noviazgo es una palabra tan estúpida. Se puede decir… que estamos colaborando juntos en muchas áreas diferentes”. Rompieron luego de cinco años juntos. Hace poco declaró que está “totalmente disponible” e incluso abierta a tener una relación con una mujer, porque su orientación sexual “está curiosa para quien quiera intentarlo”.
Tim Robbins no volvió a estar en pareja, o al menos no trascendió. En 2011 se lo vio orgulloso y feliz junto a su ex en la boda de Eva Amurri, la hija de la actriz y a quien el actor crió desde los tres años. También compartieron alguna cena. Sarandon afirmó que su papel en la obra Exit the King la llevó reevaluar la relación con su ex marido. “No puedes hacer una meditación sobre la muerte y permanecer en una situación que no es auténtica», dijo. “Me hizo examinar dónde estaba en mi vida, y me obligó a realizar algunos cambios”. Si en algo se distinguen tanto Susan como su ex es en vivir según sus convicciones. Y si a alguien no le agrada, en el baño de su casa conservan un buen lugar para los Oscar y los comentarios ajenos.
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