1980 fue el último año de vida de John Lennon. En los seis años que habían transcurrido desde la aparición de Wall and Bridges, su último disco de canciones propias, se había recluido en su departamento del Dakota. Casi sin apariciones públicas de importancia y ninguna referida a una novedad discográfica. Había sido noticia por su irrupción en la asunción presidencial de Jimmy Carter, en la que rompió el protocolo y se acercó a saludarlo ante el estupor de los que los rodeaban y hasta del flamante presidente. Se lo veía desayunando en sus lugares favoritos cerca del Central Park y paseando a Sean en el cochecito. No mucho más. En 1979 había publicado una solicitada en el New York Times explicando su silencio: “Un silencio de amor y no de indiferencia” decía esa Carta de amor -como la titularon- firmada por John y Yoko.
Pero su silencio musical, más que urdido, más que premeditado, fue involuntario. Se le escurrieron las musas. No encontraba motivación para escribir. Luego del frenesí tóxico del Fin de Semana Perdido y ante la fría (tirando a gélida) recepción crítica de sus últimos trabajos, John se replanteó como seguir. Pero ese replanteo se transformó en parálisis. Se convirtió en un hombre que recuperó lo cotidiano pero perdió la inspiración y el interés. No le gustaba mirar para atrás. Para él lo importante era lo que venía pero era un Beatle. Y eso era muy difícil de sobrellevar. La gente se lo recordaba todo el tiempo. Y, era también, (casi) imposible de superar.
Cuando a principios de 1980 volvió a dejarse llevar por el impulso de la escritura, de la búsqueda de las melodías, dudó de sus habilidades. Estaba duro, le faltaba gimnasia. En algún momento creyó que ya no tenía nada para dar.
Hacía unas semanas que John estaba intentando, de a poco, volver al ruedo. Casi con timidez, con la prevención del que tras abandonar un largo tiempo no sabe si recordará lo básico de la actividad, Lennon se animó a intentar nuevas canciones después de más de cinco años. Hasta allí sólo había podido crear pequeños fragmentos a los que no podía encontrarles la forma definitiva. Muchas veces se preguntaba si había perdido el don. Y ante esos breves fragmentos de canciones también se frustraba: “Vos sos el que escribió A Day In a Life; esto no está a la altura”, se decía a sí mismo.
Beautiful Boy, un tema dedicado a Sean, fue de lo primero que hizo. La música se basaba en una composición inédita que ya tenía casi una década de antigüedad, aunque la letra era toda nueva. Ahí, posiblemente, resida, el gran mérito de este nuevo John. No forzar su estilo compositivo, no intentar recuperar una voz del pasado que ya no era la suya, hablar de sus temas. Del amor, de la familia, de su hijo, de sentirse un poco fuera del juego, mirando las nuevas olas.
En 1980, su último año, como en tantos de sus últimos veinte años, Paul McCartney fue importante para él.
A principio de enero, Paul llamó a John. Le dijo que estaba con Linda y sus cuatro hijos en un hotel cercano, a pocas cuadras del Dakota, que tenía marihuana de una gran calidad que querían compartir con él y con Yoko. La charla siguió avanzando y fluyendo hasta que Paul le contó que el siguiente paso era un viaje a Japón con el que Wings, su grupo, iniciaría una gira mundial.
John lo felicitó y le deseo suerte pero antes de pasar al siguiente tema de conversación, Paul le contó que en Tokio se iban a alojar en la suite presidencial del Hotel Okura. A partir de ese momento Lennon se mostró reacio a seguir conversando, intentó dos o tres veces cortar la comunicación hasta que lo logró. Antes inventó una excusa para suspender la visita de Paul y Linda a su casa. Apenas finalizó la charla telefónica, John fue a contarle a Yoko que los McCartney se alojarían en “su suite, su habitación”. John estaba indignado y sostenía, casi a los gritos, que esa estadía alteraría el karma del lugar y que debido a eso, ellos ya no podrían alojarse ahí en su siguiente viaje a Japón.
Fue en ese viaje que a Paul lo revisaron en el aeropuerto y lo detuvieron. Estuvo preso 9 días en Japón bajo el cargo de posesión de drogas. Llevaba una gran cantidad de marihuana con él. John, en privado, se burló de su ex compañero y su falta de previsión. Atribuyó el incidente a la soberbia de Paul que pensó que podía saltearse los controles japoneses. La detención más allá de los días preso, las tapas de diarios alrededor del mundo, produjo un importante perjuicio económico. Se suspendieron las presentaciones en el país oriental y hubo que devolver más de cien mil entradas.
Pero unos meses después, Paul sacudió a John. Mientras se desplazaba por Manhattan en un limosina, de la radio salió un sonido familiar, un timbre de voz que él conocía. Sonaba Coming up. “Ese es Paul”, dijo John con una sonrisa. Apenas escuchó el tema, John lo aprobó. Le parecía una gran creación de Paul, no como sus últimos éxitos que Lennon consideraba fáciles, mínimas variaciones de viejas creaciones, sin riesgo, sin búsqueda y muy superficiales (John solía ser, en privado y públicamente- inclemente con los temas de los otros tres Beatles).
Coming up fue otro estimulo, una especie de desafío. Coming up fue uno de sus motores: si Paul lo podía seguir haciendo, ¿por qué él no podría?
En las múltiples entrevistas que dio tras la salida de Double Fantasy, Lennon contó que el origen de su regreso a los estudios fue un viaje a las Bermudas junto a Sean cerca de mitad de año. En esa travesía en barco hacia las Bermudas, en la zona del Triángulo de las Bermudas, una tormenta feroz asoló la embarcación. Todos los tripulantes se descompusieron y estuvieron postrados en sus camarotes. Sólo dos quedaron en pie. El capitán de la nave y John Lennon. En un momento tras horas a cargo, el capitán sintió que debía descansar, el sueño lo abatía. Le pidió a John que quedara a cargo del timón. Luego de unas breves explicaciones y de unos minutos de supervisión, el capitán pudo acostarse y John condujo la embarcación. Esas horas, contó Lennon, fueron las que lo inspiraron; cambiaron su modo de pensar y le demostraron que debía salir de nuevo al mundo a mostrar sus creaciones.
Unos pocos meses antes había empezado a navegar en pequeñas embarcaciones, cerca de Manhattan. Una tarde, según cuenta Kenneth Womack en su reciente libro Lennon. 1980. The last days in the life, John se cruzó con Billy Joel. Le dijo que le gustaba mucho lo que hacía, que tenía todos sus discos y que Just The Way You are era uno de los temas de su relación con Yoko. Pero pocas semanas después, John, indirectamente, fue el causante de un disgusto para Billy Joel. El cantante quiso comprar un departamento en el Dakota pero la Junta del edificio rechazó la solicitud porque estaban cansados de lidiar con los fanáticos de John y no querían otra estrella de rock en el edificio.
La otra parte del álbum que vendría, que surgiría de ese viaje, le apareció como una revelación, una de esas noches de Bermudas, en un bar, al escuchar una canción. Sonaba como los temas que Yoko había grabado diez años atrás. Era Rock Lobster de The B-52s, el grupo New Wave (aunque esa es la canción que John mencionó en todas las entrevistas, por la fecha es probable que se tratara de Private Idaho, tema que los B-52s habían editado en ese momento). Desde el mismo bar llamó a New York y le dijo a Yoko que debían grabar juntos un álbum. Ella no viajó a Bermudas tal lo convenido pero sí dispuso todo para que entraron a un estudio apenas su esposo y su hijo regresaran.
Ese disco juntos, también tenía como fin recomponer el equilibrio de la relación. John sentía que Yoko estaba alejada de él, tenía miedo de perderla. Y sabía que dándole el cincuenta por ciento de su regreso, la mitad de los tracks, poniéndola a la par, lograría una vez más su atención.
Ese año la pareja pasó por meses turbulentos. El John doméstico no siempre era pacífico, sus tormentas internas se traslucían en reacciones intempestivas, ataques de ira y silencios profundos. Yoko por su parte buscaba expandir sus negocios, invertía en propiedades y vivía un romance con Sam Green, un hombre del mundo del arte, un marchand que había estado en The Factory, cercano a Andy Warhol, persona de confianza de Greta Garbo y con contacto con los artistas plásticos y las galerías más importantes del momento. La relación con John y Yoko se intensificó cuando consiguió, casi sin esfuerzo y en muy poco tiempo, invitaciones especiales para los tres para estar en la asunción presidencial de James Carter. Luego fue el intermediario que permitió que la pareja adquiriera un Renoir para las paredes de su departamento en el Dakota.
Albert Goldman, el escandaloso biógrafo que se ocupó de figuras como Elvis y Lenny Bruce, en Las Vidas de John Lennon, asegura que Green y Yoko Ono tuvieron un apasionado romance durante 1980. Ella se mostró en varias ocasiones en público con él. Yoko, en esa relación, también ejercería el control, imponiendo gustos y tiempos como en su matrimonio. Goldman afirma que Yoko hasta pensó en el divorcio. La relación con Green parece haber sido el principal motivo de que Yoko no viajara a las Bermudas (los biógrafos oficiales de John dicen que el viaje de él a las Bermudas “fue conveniente para Yoko en esos días” sin ahondar en los motivos).
Su relación con los fans era pacífica y despreocupada. Una de las grandes ventajas que le encontraba a Nueva York era la posibilidad de caminar por sus calles sin ser molestado de manera constante. En Nueva York es verosímil cruzarse con una gran estrella, está naturalizado de algún modo. Podía desayunar en bares cercanas a su casa, caminar por la calle y hasta hacer algunas compras. Le pedían autógrafos y pequeños grupos de fans lo esperaban en la entrada del Dakota. Entre ellos había un puñado de chicas que se consideraban las groupies ideales de John. Había un pacto tácito que ninguna de las dos partes violaba. Ellos no lo molestaban y él saludaba con cortesía cada vez que pasaba junto a ellas, y cuando estaba holgado de tiempo o con ganas de hablar, se detenía y respondía sus preguntas. Ellas, además, disciplinaban al resto de los curiosos. Estaban también los que no sabían de respetar reglas y lograban ingresar como polizones al Dakota. Corrían y vagaban por los pasillos buscando a la célebre pareja. Algunos llegaron a encontrar la puerta del séptimo piso y al tocar el timbre, se sorprendieron al ser atendidos por el mismo John Lennon. Al conseguir lo que habían ido a buscar, la mayoría de las veces no sabían qué decir ni cómo comportarse, y se quedaban en silencio largos segundos hasta que el músico les cerraba la puerta en la cara.
Double Fantasy significaba el regreso de John después de años de silencio. Un Beatle, ese Beatle, volviendo al ruedo. La expectativa era grande; y comprensible. Los grandes ejecutivos de las discográficas se enteraron y lo sedujeron con grandes propuestas económicas. John no tenía contrato vigente desde 1976. Había disfrutado de esa libertad, de esa falta de presión para entregar nuevos discos. Pero en esta ocasión sabía lo que quería. No le importaba que Paul hubiera obtenido casi 22 millones de dólares en su último acuerdo. Las discográficas le ofrecían millones de dólares, productores, músicos invitados, los mejores estudios. Pero la contraoferta de John era siempre la misma. No le importaba la plata: sólo quería compartir los créditos con Yoko Ono. Lo trataban de convencer y, sobre todo, de patear la pelota para adelante. Le decían que el regreso tenía que ser a lo grande. Un disco todo de John. Y que el siguiente, lo compartían. O, mejor aún, después, editaban uno de Yoko. Pero John se mostró irreductible. El disco era de los dos. Las reuniones siempre terminaban igual: los ejecutivos salían espantados, John agradecía y mirándolos a la cara les aseguraba que ya iba a aparecer quien los contratara. No se equivocó. El joven David Geffen que estaba abriendo su propio sello, aceptó la propuesta de John. Quería un Beatle en su catálogo. A cambio de un millón de dólares (mucho menos de lo que habría ganado en cualquier otro sello) pero pudiendo alternar una canción suya, con una de Yoko, Lennon volvió a tener contrato luego de cuatro años.
La pareja entró a grabar lo que sería Double Fantasy. En poco tiempo tuvieron las canciones. El disco apareció a mediados de noviembre de 1980. Las ventas fueron buenas pero nada espectaculares, las críticas reticentes (alguno hasta mandó a John a la cocina), y el primer single avanzaba en los charts pero sin arrasar.
Al público le encantaba volver a escuchar la voz de John en las radios pero comprar el LP era una cuestión diferente. Las canciones de Yoko eran vanguardistas, disonantes y asustaban al público de John. Era muy incómodo levantarse a cambiar la púa del surco tema de por medio o adelantar la cinta de los cassettes entre canción y canción.
A John también le gustaba escucharse en la radio. Se dio cuenta que eso que él había naturalizado, era algo excepcional y muy disfrutable.
John se prodigó con la publicidad. Se lo veía contento de estar de nuevo en el juego. Y cada medio importante quería tener su voz. Era sin dudas un Lennon más maduro pero no por eso menos contundente al momento de opinar. Siempre había un título en sus declaraciones. No solía enviar mensajes entrelíneas ni utilizar eufemismos. Nadie debe tener tantas últimas entrevistas como John Lennon. Ese género póstumo tan redituable, en el caso de Lennon es increíblemente prolífico. Se explica porque en el momento de su asesinato, John y Yoko estaban en plena promoción de Double Fantasy. Gracias a eso, hay una gran variedad de declaraciones de John sobre el proceso de grabación de esas canciones y sobre su mirada del mundo.
La repercusión del disco hizo que quisiera volver rápido al estudio. Así sus días se dividían entre las tareas de promoción y las sesiones de Milk and Honey.
El 8 de diciembre de 1980 la pareja se despertó temprano y desayunó en un pequeño bar cercano al Dakota. Luego John fue al peluquero. Debía prepararse para la sesión de fotos con Annie Leivobitz para la revista Rolling Stone. La nota y la tapa habían requerido de una larga negociación. El dueño y director de la revista sólo quería a John en la tapa; él, una vez más, se negó. En un momento de la sesión la fotógrafa le sugirió que se desnudara. John no lo pensó dos veces. Se sacó toda la ropa y se abrazó a una Yoko vestida con un jean azul y un sweater negro. Cuando vio una prueba de la imagen, Lennon quedó fascinado: “Esa imagen es la mejor representación de nuestra relación”, dijo.
A la tarde fueron al estudio y trabajaron en Walking on Thin Ice (tema que luego sería el single de Season Of Glass, el LP que Yoko sacaría tras la muerte de John). Suspendieron la cena fuera de su casa para ir a ver a Sean antes de que se durmiera. Cuando bajaron de la limusina en la puerta del Dakota, ya habían pasado las diez y media de la noche.
Entonces fue cuando Mark David Chapman comenzó a disparar.
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