Julio Chávez y el regreso de las funciones: “Nos autorizan un 30% de espectadores, pero el teatro sobrevive sin mucho más”

El magistral actor volvió a las tablas y reflexiona junto a Teleshow sobre cómo vivió el año en pandemia: “No se puede presionar al ser humano a que deje de temer cuando el temor, además, ha sido tan alimentado”

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Julio Chávez a solas con Teleshow

“De esta pandemia he aprendido a intentar no ser esclavo, escuchar y tomar mis decisiones”, dice Julio Chávez, que intenta no caer en el temor que -considera- “ha sido tan alimentado”. “Estoy haciendo un ejercicio cívico y de decisión de mi propio protocolo, sin dejar que el miedo sea el que gobierne”, explica.

Con el regreso de la actividad teatral a la Ciudad de Buenos Aires, Chávez volvió a subirse a un escenario. “No hay que banalizar la necesidad expresiva”, reflexiona el artista que retomó la obra Después de nosotros, que escribió en conjunto con Camila Mansilla, con quien trabajó un nuevo guión durante la cuarentena.

La ficción en la que interpreta a Juan, el padre de un joven de 22 años con retraso madurativo, puede verse de miércoles a domingos a las 20.30 horas en Paseo La Plaza. En cuanto a la capacidad reducida de las salas, una medida sanitaria que causó cierto rechazo del sector, Chávez es contundente: “Nos autorizan un 30%, pero tampoco el teatro sobrevive con mucho más. No es tan común que una sala se llene”.

—¿Cómo se sintió volver al escenario?

—Mucha alegría y agradecimiento. Hemos vuelto a hacer teatro con mucho esfuerzo de parte de mucha gente que ha gestionado la reapertura de los teatros: los productores, los actores, los técnicos. Todo el mundo que se aviene y entiende la seguridad con la cual estamos trabajando por el protocolo que nos protege. Tenemos unos meses de mucho temor, cada uno tiene su protocolo individual e independiente, de alguna manera, y no se puede presionar al ser humano a que deje de temer cuando el temor, además, ha sido tan alimentado. La vuelta al escenario tiene muchas particularidades, entre ellas, el hermoso oficio de poder repetir las ceremonias. Esto no le compete solo al actor sino a todos.

—¿Cómo la pasaste este año y cuál es el aprendizaje?

—No estoy en condiciones de hablar en pasado: lo estoy transitando. No sé cómo va a terminar mi espíritu y mi almita. Me encuentro más sólido de lo que creía, con una relación mucho mejor conmigo mismo y un vínculo muy amoroso con todas las cosas que he elegido. De alguna manera, revalorizando mi vocación, contento de haber elegido esto porque en esta circunstancia me ha ayudado mucho. He escrito un guión que voy a hacer junto con Camila Mansilla, he editado tres obras de teatro, he estudiado mucha literatura. Tuve la posibilidad de tener cierto sostén que no me angustie como para pensar qué voy a hacer, por lo menos hasta este verano.

—No es menor.

—Después de este verano, no sé... Tal vez compraré menos carne (risas). Tampoco es grave. Tengo muchos beneficios y sostenes. También estoy haciendo un ejercicio cívico y de decisión de mi propio protocolo, respetando el protocolo general pero sin dejar que el miedo sea el que gobierne sino la cautela y la necesidad de expandirme, caminar, estar al aire libre, hacer todo aquello que me mantiene en cuidado. Guiado por la cautela y la civilidad. En ese sentido, me he encontrado mucho más cívico de lo que creía.

—¿Hubo un ejercicio de contrastar la línea que se bajó de cuidado con un esquema de protocolos propio?

—Soy pensante, como puede serlo cualquiera. Entiendo que hay prohibiciones que no se pueden discutir: está prohibido y listo. Después, hay sugerencias: evitar tal cuestión. Pero “evitar” no es “no lo hagas”; es “tomá vos la decisión”. Es cuestión de ir evaluándolo. No voy a sacarme el barbijo, pero si voy caminando y necesito tomar una bocanada de aire porque el barbijo no es del todo saludable porque me estoy recalentando en mi propio aire... Es más nocivo. Hago así con el barbijo (simula bajárselo), tomo tres bocanadas de aire y sigo. No voy a dejar de hacerlo. Es un ejemplo muy banal. Otra cosa que he advertido en estos ocho meses es no banalizar ningún punto de vista: todos tienen un sostén. No voy a banalizar el virus ni a las personas que la han pasado mal, ni hablar de quienes han perdido un ser humano, pero tampoco voy a banalizar la necesidad expresiva que necesito en mi trabajo. Hay que intentar comprender el punto de vista ajeno y saber que tenés que hacer el ejercicio de tus propias decisiones.

"No voy a banalizar el virus ni a las personas que la han pasado mal, ni hablar de quienes han perdido un ser humano, pero tampoco voy a banalizar la necesidad expresiva que necesito en mi trabajo" afirma Julio Chávez

—¿Es la necesidad expresiva la que te lleva de nuevo al escenario en este momento? Imagino que lo económico, con la capacidad de los teatros reducida, no debe ser muy rentable para los actores hoy día.

—Voy a ser sincero a costa de no ser tan elegante: nos autorizan un 30%, tampoco el teatro sobrevive con mucho más. No es tan común en una sala de 400 personas, tener 400 vendidas. Eso le compete a aquellos espectáculos que tienen la suerte de agotarse. Todos los espectáculos deberían tener la posibilidad de llenar, pero tampoco voy a decir: “Che, no podemos meter más que 200”, porque si metés 200 estás muy contento.

—Es un montón.

—Hay que meter 140 personas hoy en una sala... Los productores merecen que se pueda aumentar, todos tenemos ganas de que haya más. Seguramente, al vendedor de zapatos le gustaría vender ocho pares más, pero festejo la posibilidad de poder abrir nuestra zapatería y poner el calzado en el escaparate. Después, vamos a pelearla, pero tampoco estamos en un país o una economía que uno dice “antes de la pandemia los teatros se llenaron, después de la pandemia, lamentablemente, el 30%”. Perdón mis adorados productores, inclusive me pueden mandar una carta documento, pero si metemos… Ojalá podamos al 50%, prontito... El 50%, gracias señores, laburemos, levantemos el país y, por supuesto, el ideal es el 100%.

—Alguna vez me dijiste: “Me llevo bien conmigo aún en los momentos que tengo que padecerme”. ¿Tuviste muchos de esos momentos en estos meses?

—Menos de lo que me hubiese imaginado. He tenido encuentros tan hermosos con algunas actividades. Vi toda la filmografía de Hitchcock, leí muy pausadamente un libro de Truffaut haciéndole un reportaje. Estudié muchísimo a Borges y a Marechal. Me he topado con gente tan extraordinaria. El señor Borges... Tan orgulloso, no me gusta decir esta frase pero la voy a decir: “Qué lindo y es argentino”. No tengo algo nacionalista, pero lo que más festejo es que lo leo en mi propia lengua. Algo que he hecho es una deveteca y una biblioteca para cuando me jubile, y este fue un ejercicio de jubileo. Lamentable triste, problemático, pero me ubicó en un lugar diferente. El despertar a la mañana se volvía muy particular, la agenda y las obligaciones se modificaban. El tiempo, al cual a veces le digo que no me alcanza, me dice: “¿Qué vas a hacer conmigo ahora?’'. Son hechos individuales que no hay por qué banalizarlos. Así como no hay que banalizar el miedo, tampoco los encuentros positivos que se han tenido.

—¿Te agarró enamorado?

—No, pero me agarró picarón. Me siento vital, interesado por la vida, vulnerable y lo suficientemente angustiado como para sentirme vivo.

—En alguna oportunidad te he escuchado decir que dormías con tus tres perros en la cama. Actualmente, tenés una perra llamada Pola, ¿verdad? ¿Duerme con vos?

—He dormido con tres perros en mi cama y más objetos que no voy a mencionar. He aprendido a dormir en la punta de la cama con un pie puesto de freno en la pared porque los perros te van empujando, pero con esta perrita, que es una policía muy demandante y un poco brava, la veterinaria me dijo: “Sacala de la cama y del cuarto. Tiene que aprender que ella no es la dueña de la manada”. Lo hice con mucho dolor, pero lo bien que le vino.

—Cada uno ocupando el lugar que le corresponde.

—Esta perrita tiene algo muy parecido a mí -no por nada la tengo- y he podido comprender que soy una persona que puedo llegar, aparentemente, a ladrar o parecer peligroso, pero no lo soy. He comprendido, mirando el comportamiento de mi perrita, que es muy miedosa. Por las dudas, manifiesta defensa por miedo a ser atacada. Cuando la observo, observo tan naturalmente ese comportamiento que dije: “Claro, porque vos sos parecido” (risas).

—¿Tenés ganas de vacunarte o estás con dudas?

—No lo sé. Tengo una disciplina médica o de cuidado, hago homeopatía hace 22 años. En estos 22 años solamente he tomado antibióticos dos veces: por una extracción de la muela, que es la única autorización de mi homeópata. Confío mucho en él y en su sentido común. Haré lo que diga él, pero como es una situación muy particular, haré lo que yo decida. Parte de una decisión importante es lo que él me recomienda. He aprendido en esta pandemia a intentar no ser esclavo, escuchar y tomar mis decisiones. Eso no significa que no voy a pagar mis cuentas: hablo de las cosas lógicas.

—Hacernos cargo de las decisiones que tomamos.

—Es un momento muy particular y he visto muchas cosas extraordinarias. Inclusive comportamientos míos, cosas que he descubierto, correcciones que me interesaría hacer, comportamientos ajenos, también, que no me quiero olvidar. Esta pandemia tiene algo que tienen los velorios: uno toma conciencia de lo que es la vida, aparentemente, y dice “Mirá vos, ¿para qué todo esto...?”. Nos dura un día: al día siguiente está un poco más débil esa conciencia; a los dos días… Entonces, me gustaría hacer un ejercicio de no olvidarme de algunas cuestiones. He visto preocupaciones muy grandes acerca de la vida humana y me he preguntado: “Cuando digo vida, ¿a qué vida me refiero?”. La vida orgánicamente es fundamental, ¿pero es esa la vida del ser humano? Me he dicho: “¿Así que te importa tanto la vida, a costa de cualquier cosa?”. Cuando ves hundirse los barcos llenos de gente que quiere salvarse y vivir en un lugar civilizado, pensás: “Che, ahí hay vidas”. Pero cuando veo cómo se vive, no me veo preocupado día y noche por cómo se está viviendo. Entonces, me digo a mí mismo: “Che, ¿no está bueno pensarlo ahora ya que estás tan preocupado por la vida?”.

—Una autocrítica sobre el compromiso que tenemos con el otro.

—O no, o reconocer que, en verdad, no nos importa tanto. Entonces, si no nos importa tanto, ¿qué me estás molestando para que viva como vos pretendés o me ponga el barbijo? Me he sorprendido a mí mismo con un discurso cívico, pero tengo que dormir pensando: “¿Cuánto lo hago valer? ¿De qué estoy hablando cuando digo eso?”.

—¿Y cuál es la respuesta?

Una de las cosas que evalúo es cuánto me importa la vida, qué tipo de vida me importa y si esa vida se la deseo a cualquier ser humano o es un tipo de vida que yo quiero tener. Porque también tengo que saber que para tener ese tipo de vida, por el sistema en el que estamos, otro no la tiene. Entonces, digo: “Bueno, Julio, no te digo cuál tendría que ser tu respuesta, pero lo que no te voy a permitir, después de estos nueve meses, es no intentar mantener la pregunta”. Y cuanto más volvamos a la normalidad, más importante es esa pregunta.

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