Era capaz de sacar del tacho de basura el tubo de pasta de dientes a medio terminar y decirle: “Lo tenés que usar hasta el final. No podés derrochar así las cosas, Freddie”. “Pero soy el tipo más rico del mundo”, se quejaba él. “No me importa, lo tenés que usar hasta el final”.
Lo cuenta la escritora Lesley-Ann Jones, que participó de varias giras de Queen en el pico de popularidad de la banda, en los ochenta, para describir como solo una persona el mundo, Mary Austin, se atrevía a decirle la verdad y hasta a mandonear a la megaestrella que era entonces Freddie Mercury.
¿Qué define al amor de la vida de alguien? Tal vez justo esa suma de gestos cotidianos y el tipo de lealtad capaz de poner en eje a un rockstar en tour rodeado de un entorno adulador. Mercury se lo declaró a Mary Austin dedicándole una canción que se convirtió en himno a través de las generaciones: “Love of my life” (1975). No importó que su noviazgo solo durara seis años (1970-1976), la incondicionalidad de su relación trascendió la muerte del cantante, de la que hoy se cumplen 29 años.
Mary, a quien Freddie se refirió siempre como su esposa aunque nunca se casaron, es la única guardiana del último deseo –y el último secreto– del líder de Queen: el destino final de sus cenizas.
Solo a ella podía confiarle esa misión que lo atormentaba. No es un dato inesperado. Mary había sido la primera en saber que él tenía VIH: conoció los resultados aun antes que el propio músico.
“No quería que nadie intentara desenterrarlo, como había sucedido con otras personas famosas. Los fanáticos pueden ser profundamente obsesivos. Él quería que fuera un secreto y seguirá siéndolo”, dijo Mary en una entrevista con el Daily Mail en 2013.
Por entonces contó que mantuvo por dos años la urna con los restos de Freddie en su cuarto de la mansión Garden Lodge de Kensington, valuada en 22 millones de dólares, que le legó su gran amor junto con la mitad de sus bienes y un porcentaje de los derechos de autor de la banda.
“Fue difícil encontrar el momento. No quería que nadie sospechara que estaba haciendo algo fuera de lo normal. Una mañana simplemente me escabullí de la casa con la urna. Tenía que parecer un día normal para que nadie sospechara”. Unos días antes había llamado a sus padres, Bomi y Jer Bulsara, a una ceremonia íntima en Garden Lodge en memoria de Freddie. Pero ni siquiera ellos supieron cuál sería el destino final de las cenizas de su hijo.
Se especuló con que habrían regresado a su Zanzíbar natal, que habrían sido enterradas bajo un cerezo en el jardín japonés de la misma Garden Lodge y con que estaban en el cementerio de Kensal Green bajo otra identidad. Austin desmintió cada versión y se mantuvo fiel a su promesa: “Nadie nunca sabrá dónde están enterradas, porque ese fue su deseo”.
Una clave de esa lealtad inclaudicable se vislumbra en una entrevista que Mercury dio en 1985: “Todos mis amantes me preguntan por qué no pueden reemplazar a Mary, pero es simplemente imposible. Es la única amiga que tengo, y no quiero a nadie más. Para mí es mi esposa. Para mí fue un matrimonio. Creemos el uno en la otra, y eso es suficiente para mí”.
Se habían conocido en 1969, cuando Austin tenía 19 años y era vendedora en la mítica boutique Biba, epicentro del Swinging London, a la que Freddie, de 24, y aún en ascenso, solía ir con el guitarrista Brian May. “Al principio, la mayoría de las veces venía con alguien. Sonreía, decía ‘hola’ y pasaba. Pero sus visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Habrán sido cinco o seis meses hasta que finalmente me preguntó si quería salir con él. Cinco meses después estábamos viviendo juntos y seguimos así durante unos seis años”, contó Mary en el documental Freddie Mercury - The untold story.
Mary era de origen humilde y su vida cambió por completo cuando empezó su romance, casi en secreto, con el músico. Lo acompañó en los primeros años de éxito de su carrera. “Crecimos juntos”, dijo en aquella entrevista al Daily Mail. Eran días felices: ella lo acompañaba a las grabaciones y en las largas noches que pasaba componiendo. “Solo ha habido dos personas que me han devuelto tanto amor como yo les di. Mary, con quien tuve una larga aventura, y nuestro gato, Jerry”, decía Freddie.
Una Navidad le propuso casamiento con un anillo de jade. Mary aceptó. Pero pasaron los meses, y aunque ella se ilusionó con un vestido, la propuesta se diluyó. “Nunca lo cuestioné, pero él sí había empezado a cuestionarse a sí mismo. Probablemente quería casarse, pero empezó a preguntarse si eso iba a ser justo para mí”, contó Austin sobre el final del noviazgo, cuando Mercury le reveló que era bisexual. “No creo que seas bisexual. Creo que sos gay”, le dijo ella.
Fue el final de la convivencia, pero la confianza infinita y la certeza de que en ella iba a encontrar una voz capaz de hablarle con la verdad y de igual a igual si era necesario, como si no fuera un rockstar, no tenían reemplazo. Ese día la abrazó y le dijo que, sin importar lo que pasara, quería que fuera parte de su vida para siempre. “Creamos una rutina de una vida fuera de lo convencional. Si había una comida yo me sentaba de un lado de Freddie y su último novio del otro”, recordó ella en una oportunidad. Para asegurarse de que siguiera en su vida, la contrató como su asistente personal y se mudó a una casa en Stafford Terrace, desde donde podía ver el departamento de Mary por la ventana, como se ve en la biopic Bohemian Rhapsody, por la que Austin ganó más de 51 millones de dólares en regalías.
La película, que echa luz sobre esa historia que durante años fue parte de los secretos que Austin custodió celosamente en memoria de su amigo, fue sin embargo acusada de hacer straight-washing, es decir, de centrarse en esa relación heterosexual cuando, si bien Mercury nunca habló de su sexualidad, fue un ícono gay de su tiempo. De hecho, vivió hasta sus últimos días con su novio, Jim Hutton, con quien mantuvo una relación desde 1985. Ni eso ni los dos matrimonios de Mary –tuvo dos hijos, y Freddie fue el padrino del mayor– impidió que siguiera llamándola siempre su esposa. Solía decir: “Puedo tener todos los problemas del mundo, pero si tengo a Mary, sé que puedo atravesarlos”.
Después de la muerte de Mercury, Hutton, un peluquero irlandés que solo recibió 600 mil dólares (un vuelto en comparación con la fortuna que el músico le legó a Mary) denunció que había sido echado de la mansión de Garden Lodge, aun pese a que Mercury quería que siguiera viviendo ahí. Usó la herencia para volver a Irlanda, donde escribió un libro sobre su relación con Freddie. Le había tocado compartir con el ídolo sus años más dolorosos –estuvo en el círculo íntimo que lo acompañó durante toda su enfermedad– y una viudez menos reconocida que la de aquella primera novia que Freddie eligió para que fuera el amor de su vida, aún después de su muerte: “La voy a amar hasta mi último suspiro”.
Mary fue un apoyo incondicional en esos últimos días del cantante antes de aquel 24 de noviembre de 1991 que enlutó al mundo. Había planeado envejecer con ella, pero la intensidad electrizante de su voz se apagaría apenas a los 45 años. Por esos días fue cuando Mercury le reveló que tenía pensado dejarle la mansión en la que Mary vive hasta hoy, a sus 68 años: “Si las cosas hubiesen sido distintas, vos serías mi esposa y todo esto sería tuyo de todas formas”.
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