“No se puede ahorrar en Argentina”, sentencia Chiche Gelblung, y vislumbra un futuro pos pandemia todavía menos optimista. “No va a ser gratis todo este año”, define el periodista y remata, contundente: “Todavía no vivimos las consecuencias”.
A pocos meses de haber sido internado por una descompensación severa, el mítico conductor de la televisión argentina dice que nunca tuvo un diagnóstico exacto de lo que le pasó. “El susto se lo llevaron los demás porque yo nunca me enteré”, dice, y cuenta que se sintió conmovido por la actitud y el cariño de la gente.
Además, en esta entrevista con Teleshow, Chiche recuerda sus notas más polémicas, confiesa cuál no volvería a hacer y, aunque aclara que no le gusta el rol de maestro de periodismo, asume que en la producción de sus programas se hace escuela. “No me gusta el ‘no’, probablemente eso sea toda una disciplina”, admite ahora.
—¿Cómo ves el país y lo que se viene a partir de todo esto que estamos viviendo?
—Se viene difícil. La gente está muy mal. Los chicos, el tema del colegio; la gente grande que no sale, las reuniones familiares, los presos: está todo complicado. Y la economía, ni te cuento. La sufrimos todos los días. Un economista me dijo que para volver al momento pre COVID hay que calcular cinco años. No para estar mejor, sino prepandemia. Cinco años acá son 50 siglos (risas). Cada año se multiplica por cien.
—¿Te tocó en tu carrera contar un año tan loco como este 2020?
—No. La gripe porcina no tuvo este nivel: la pasamos sin enterarnos. Vivir una pandemia no nos ha tocado nunca, no en este nivel de locura. Ha habido cosas peores, años terribles desde lo que es institucionalmente la Argentina: golpes de Estado, problemas internos serios. Pero como esto, a nivel global, no.
—Son muchos años de carrera y con un estilo propio inconfundible. ¿Te sentís un maestro del periodismo?
—No, yo no me siento eso. He tenido una gran influencia en mucha gente y hay toda una tecnología Gelblung en el sentido… Cientos de productores han pasado por nuestras productoras y programas, pero no me siento con ese espíritu de maestro. Tampoco me gusta el rol del docente. Trato de dejar huella y explicar qué no me gusta y qué sí. No me gusta el “no” en el periodismo. Probablemente, eso sea toda una disciplina. Una vez teníamos que hacer un puesto de choripán trucho, una experiencia que después repetimos muchas veces. Cuando lo tiré a la producción, me dijeron: “¡No, estás loco! No vamos a hacer un puesto de choripán”. “No es tan difícil, nos vamos a la Costanera y nos instalamos a ver qué pasa”. Tuve que ir yo a la sala de escenografía. No pudieron transmitirlo, hasta que lo vieron hecho. Salió a la calle, tenía las cámaras, se instaló, se armó. Fue una lección. Después, todo salía rapidísimo.
—¿Qué tal salió al aire?
—Espectacular. Tuvo una repercusión fenomenal. Hicimos toda una serie. Fuimos a vender a las dos Costaneras, pusimos manteros, una frutería, un kiosco en Plaza Miserere. ¡El kiosco todavía está secuestrado en la Comisaría 7!
—¿Qué querían demostrar con esos puestos?
—Arrancó el primer día y ya tuvimos cinco muestras de mafia. La mafia del pan, la mafia del chorizo, la mafia de los que se instalaban ahí, la policía que venía a mangar, los inspectores. Una cosa impresionante. Cuando fuimos a ser manteros por avenida Pueyrredón, los dueños te cobraban llave. ¡Como si fuese un pedazo de vereda! Había que hablar con Fulano; si no, te mataban. No es un chiste: te mataban, te atropellaba un auto. Había mafiosos por todos lados. Estamos rodeados de mafias. La calle es una zona peligrosa.
—¿Tuviste que ir a buscar productores que hayan caído presos en la búsqueda de notas?
—Todos terminaron en cana (risas), con procesos. Siempre experiencias exitosas económicamente, pero pésimas desde el punto de vista legal. Nunca pedí cosas que no estuviera dispuesto a hacer. A veces sale bien, otras mal.
—A tu equipo o a vos, ¿los apretaron mal alguna vez?
—A mí no, porque hice mis experiencias personales menos riesgosas. Qué sé yo: hice trapito, recolección de basura. Salí a vender libros de poesía por la calle. Era muy difícil eso. Hicimos una apuesta y dije: “Yo creo que la gente compra poesía”, entonces hicimos varios libros de poesía, compramos, y yo salí a venderlos. Y la gente compraba: me fue muy bien vendiendo libros de poesía. Creo que los dueños de los bares me compraban para que me fuera rápido, porque andaba con una pinta medio desarrapada. Tampoco soy muy galán, pero digamos que me maquillaba como para que parezca medio desagradable, y vendía libros. Hice de todo.
—¿Te arrepentís de alguna nota o pensás que hoy no la repetirías?
—Hay una sola nota que reconozco que no repetiría, pero tiene su excusa. Todos los canales tienen muy malos monitores y no tengo una gran vista. En un episodio que tenía que ver con el crimen de (José Luis) Cabezas, compramos un auto y lo quemamos para probar que la cámara no podía desaparecer en el fuego. Adentro había una cabeza de animal y no vi que era tan desagradable. No lo vi. Después, tuvo mucha repercusión y me di cuenta de que no lo hubiera hecho si lo hubiera visto antes. Los monitores son horribles, si no lo hubiera sacado del aire, personalmente. Otra vez hicimos la reproducción de una explosión, la primera vez que se hizo un atentado con un celular, a un líder de Hamás. El tipo estaba hablando por teléfono y le voló la cabeza. Nosotros lo reconstruimos y lo hicimos con muñecos. Canal 9 estaba en Gelly, pegado al Sanatorio Mater Dei. Empezó a haber explosiones y nos puteaban los médicos, los enfermos, porque había gente durmiendo. Fue una cosa terrible. La gente creía que era un atentado en serio.
—¿Te han pedido que guardes muchos secretos?
—Sí, soy bastante leal con eso. (Héctor) Timerman decía que el periodista no tiene amigos: tiene contactos. Pero yo creo que hay que guardar secretos, sí. Uno no tiene la obligación de revelar todas las cosas. Hay cosas que trato de borrármelas para no tener la tentación de contarlo.
—¿Te han querido pagar para que alguna nota no saliera?
—¡Mil veces! Siempre fueron situaciones muy absurdas. Una vez, Amalita Fortabat había hecho una tapa con Gerardo Sofovich. Eran los personajes del año, una nota muy audaz. Al otro día, me avisan de la portería que había llegado Amalita que quería hablar con el dueño, Aníbal Vigil. Le digo: “El único director que está acá hoy soy yo. Si quiere hablar conmigo...". Era muy chico, debía tener 30 años. Entonces, entra y me dice: “Usted no es el director”. “Sí, soy el director, lo que pasa es que soy joven”. “Hice una nota que no quiero que salga. Le voy a proponer lo siguiente: compro todos los ejemplares”. “No, ya están en impresión”. “Bueno, le compro todos los ejemplares”. Le digo: “Amalita, aunque usted me compre todos los ejemplares, tengo la obligación de volver a imprimirlos porque la gente quiere leer la revista. Lo lamento”. “No quiero que salga, ¿usted no me entiende?”. “La que no me entiende es usted. Esto es un servicio público, es un medio de comunicación, no puedo no sacarlo por más que esté enojada”. “Compro tres ediciones”. En ese momento estaba con su pareja, Luis Prémoli, que le dijo: “Amalita, ¡vámonos!, porque no hay solución acá. Te la vas a tener que aguantar”. La gente cree que a veces con dinero se puede todo. Después estuvo fascinada con la nota, no tuvo consecuencias posteriores.
—¿Sofovich se enteró?
—Se enteró después. Con Gerardo tuve otra historia que fue que nos secuestraron una edición por una tapa suya, un quilombo fenomenal. En época de los militares él estaba en Canal 9, yo en Gente. Canal 9 era del Ejército, se habían repartido (los canales) cada una de las Fuerzas. La Armada tenía El Trece; Telefe la Fuerza Aérea. El director del canal era Clodoveo Battesti, un coronel. Teníamos una foto de Gerardo haciendo un gesto, le pusimos una gorra de coronel, se la dibujamos, e hicimos una tapa que decía: “El conflicto de Gerardo con los coroneles”. Secuestraron la edición, tuvimos mucho despelote. Gerardo nos hizo juicio porque parecía que estuviera posando. Él no tuvo la culpa, era un dibujante híper realista que era un genio, le dibujó la gorra perfecto. Nos clausuraron la revista. Estuvimos peleados mucho tiempo.
—¿Se llegaron a amigar?
—Sí, son las guerras que genera el periodismo.
—Una época nefasta de la historia argentina. Te han cuestionado por tu rol como director de la revista en Gente en ese contexto.
—Siempre estuve muy tranquilo y siempre dije lo mismo. Soy responsable de todo lo bueno y de todo lo malo que salió durante ese período. No me arrepiento. Recuerdo la historia con cualquiera, quiero ver quién tiene pruebas de que no hayamos actuado honestamente. Entiendo que la gente pueda tener objeciones, pero he enfrentado todo tipo de juicios en ese sentido. No me parece que hayamos mentido ni nada por el estilo. No ganamos guerras que no ganamos. No nos llevamos bien con los militares porque no les gustaba que habláramos de los Montoneros y del ERP. La pasamos muy mal como publicación en esa época. La gente cree que éramos una revista procesista y el Proceso nos tenía muy mal. Además, me tuve que ir de Argentina por esas cosas, muchos desaparecidos dentro de la redacción. Una parte de nuestra historia. Ya todo es viejo.
—Cuando alguien compara el gobierno actual o el anterior con una dictadura, ¿qué pensás?
—Es una idea ridícula. La libertad que hay en Argentina. Haber vivido una dictadura es una cosa muy compleja, no tiene nada que ver. Desde la llegada de Alfonsín nunca hubo una dictadura en Argentina. Se terminaron. Por suerte. Hubiera preferido empezar en el periodismo en el 83. Cuando se habla de dictadura son pavadas: en este momento la gente publica lo que quiere, cómo quiere, las redes sociales circulan. Vivir sin libertad en el periodismo es muy complicado.
—¿Cómo han impactado las redes sociales en el periodismo?
—Tienen un costado negativo que es cierta vagancia en la búsqueda de la información. Hay medios que se hacen exclusivamente mirando las redes sociales y las redes contienen mucha fake news y tendencias que no son objetivas. Le han quitado a los periodistas la curiosidad de la calle, de chequear una información. Se publican noticias que después tienen que desmentir. Ha muerto gente antes de tiempo. Tienen la ventaja de que todo el mundo ha pasado a ser importante, la democratización de la palabra es fantástica porque todos pueden expresarse. Para el periodismo tiene como consecuencia negativa que te afanan todo, pero eso sería parte del negocio, y la vagancia.
—Hablaste de cinco años de recuperación económica para volver a estar como estábamos antes de la pandemia. ¿Cómo ves al país más allá de lo puramente económico?
—Muy complicado desde el punto de vista sanitario. Ha habido una terrible falla en todo el tema de la política sanitaria. Tampoco uno puede juzgarlo: hay que hacerlo cuando pase el tiempo, ahora es absurdo porque estamos transitándolo. Este tema de la vacuna es un delirio. Aparentemente nos la empezamos a dar en diciembre, una vacuna que no está autorizada todavía. Ojalá funcione. Todo el mundo está pensando que la vacuna está, y no está probada en ninguna parte. Va a tener una aprobación en tiempo récord. Es parte de toda la estrategia sanitaria rara que hemos llevado nosotros, donde pasamos 1.100.000 contagios, donde pasamos los 30.000 muertos, cómodos. Diez millones de chicos en sus casas, un año de escuela perdido. Es todo una locura.
—¿Cómo hubiera sobrellevado Macri esta situación de pandemia?
—Probablemente la hubiera enfrentado con otro criterio, pero es muy difícil porque no le tocó. Todo lo que uno pueda decir es contrafáctico. No sé si lo hubiera hecho mejor o peor. ¿Hubiéramos tenido más muertos? Probablemente sí porque no hubiera cerrado la economía. O no. No puedo saberlo. Prácticamente tenemos la economía destruida, los muertos también los tenemos, pero a lo mejor si no hubiéramos hecho eso tendríamos 50.000. ¡Qué sé yo! Lo vamos a saber cuando termine.
—¿Cómo ves este casi primer año de Alberto como presidente y su vínculo con Cristina?
—Vi a un Alberto muy cambiante. No es fácil la que le tocó, es bailar con la más fea. Lo veo muy agobiado, le han tocado cosas muy terribles. Ha hecho lo que pudo con una relación muy difícil con el poder porque, evidentemente, hay una número dos que es como número uno, el fantasma de la doble conducción. La carta de Cristina lo que hace es decir: “Vos sos el que maneja la cosa”, pero también le marca los tiempos. Es muy difícil. Todo lo malo se lo adjudica a Cristina, todo lo bueno también se lo adjudica a Cristina. Todavía no sabemos si Alberto estuvo o no a la altura de lo que tenía que estar. Hay que esperar. Por ahora, lo que se ha hecho es mantener la situación social controlada, pero nada más. En base a una emisión brutal. Hemos fundido la economía, pero ha habido paz social, lo cual no es poco en estos momentos.
—¿En qué ahorrás, Chiche?
—En gastos (risas). No se puede ahorrar en Argentina. No soy muy afecto a los ahorros. Me gusta gastar mucho en viajes, invertir en mí, en mi familia. No soy un gran ahorrador. No puedo dar lecciones.
—¿Seguís trabajando porque lo elegís o por necesidad?
—Por las dos cosas. Uno puede armar una vida sin trabajo también, hay mucha gente que la arma. Mientras pueda hacerlo, voy a seguir. No me gusta hacer vida de jubilado, prefiero hacer vida activa. Tengo muchos proyectos todavía. No creo que haya una etapa para ciertas cosas. Mientras el cuerpo aguante, vamos a seguir.
—¿Qué opinás del Papa Francisco?
—No me gustaba como obispo ni como cardenal, pero me gusta más como papa. De los papas, al único que respeto es a Juan Pablo II y a Benedicto XVI: me encantaba el predecesor de Francisco, es un intelectual espectacular. El único tipo del que me da placer leer cosas de la Iglesia y se animó a cosas que ninguno: a preguntar si Dios era hombre o mujer, si era blanco o negro. Cosas que no se animan los intelectuales. Siempre me impresionó mucho su cabeza. Este papa es un papa demasiado argentino, demasiado peronista. No es que no me guste, le tengo respeto, es un tipazo, pero no me gustaba cómo pensaba cuando era obispo. Me emocionó que sea un argentino, pero no me vuelve loco. Además, no viene a la Argentina. Me da bronca eso, no reconoce sus orígenes. Si hubiera venido en un viaje relámpago, dos días, por lo menos... Canceló su cuenta del diario en la Plaza de Mayo y nunca más volvió.