“Les presento a Gabriel, mi primer nietito”, comenzó su posteo Beto Casella su posteo acompañado de una foto de él con el pequeño en brazos, mientras el flamante abuelo usa barbijo, como medida para cuidarse a él y al bebé ante un posible caso de coronavirus.
Luego explicó que el bebé era hijo de su hijo mayor Juampi y de su nuera Noe y contó la historia de Gaby a quien definió como un “peleador”, ya que nació a los seis meses de gestación con un peso de nada más 500 gramos.
“Al ser tan prematuro tuvo que luchar con muchos inconvenientes por su falta de desarrollo. Pero con el incansable amor del equipo médico, de sus papás y de Dios, ya está cumpliendo tres meses y recién hace nada más que tres o cuatro días recibió el alta”, contó el feliz abuelo.
El bebé “ya pesa dos kilos y medio”, agregó. ¿Por qué no contó antes que se había convertido en abuelo? “Todo este tiempo preferimos mantener la noticia en el ámbito privado y familiar. Nuestras gracias eternas a los médicos, médicas y heroicas enfermeras del Hospital Italiano de San Justo, verdaderos ángeles que velaron por Gabriel cada día y cada noche”.
“Gaby Casella ya está en su casa. Que Dios lo siga bendiciendo”, cerró el conductor. Aunque en la foto tiene su cara tapada con el barbijo y con anteojos, se puede ver en sus ojos su felicidad por poder tener al fin a su nieto a upa, que descansa cómodamente en brazos.
El posteo de Beto consiguió en pocas horas casi cincuenta mil “Me gusta” y miles de comentarios, muchos de ellos de colegas y de gente del ambiente. “Que Dios lo bendiga”, escribió Verónica Varano. “Grande Beto”, agregó Tomás Dente y Gabriela Sobrado lo felicitó. Alexis Puig comentó: “Felicidades abuelo Beto y felicidades a los papis”. Los mensajes de los seguidores en las redes iban hacia la misma dirección: todos felicitaban al abuelo y a los padres y enviaban bendiciones a Gabriel.
Además de Juan Pablo, Beto tiene otro hijo, Franco. Hace un tiempo en su programa el conductor difundió un audio en el que hablaba de la importancia de los hijos y de la oportunidad que llega con los nietos. A continuación, aquel imperdible texto de hace tres años:
Hay un período en el que los padres quedamos, con el tiempo, huérfanos de nuestros propios hijos. Los chicos crecen, independientemente de nosotros. Van creciendo como árboles que hablan, como pájaros que se mandan a volar. No le piden permiso a la vida, crecen. Crecen arrogantes, lo desafían todo. Pero no es que crecen un poquito cada día, crecen de repente. Cuando te quisiste dar cuenta, cuando te quisiste acordar, se sientan al lado tuyo, con una naturalidad increíble te dicen algo que indica que esa cosa chiquitita con pañales, ya no usa pañales hace rato.
¿Cuándo creció que no nos dimos cuenta? ¿Cuándo aprendió a andar en bicicleta? ¿Cuándo dejó de usar la bicicleta? ¿Y los cumpleaños infantiles donde lo llevábamos? ¿Los jueguitos en el pelotero, en la arena, en el arenero de la plaza?
Y ahora estás ahí, en la puerta de la disco, no solo esperando que crezca, sino que aparezca. Y ahí están los hijos, entre hamburguesas y gaseosas en las esquinas, con el uniforme de su generación, esos morrales, esas mochilas pesadas en sus hombros. Y ahí estás vos con algunas canas, que encima aparecieron temprano. Y esos son nuestros hijos, que amamos sobre todas las cosas. No hay vuelta que darle, la vida es así.
Hay un momento en el que los padres nos empezamos a quedar huérfanos de los hijos. No vamos a ir más al arenero, nunca más; ni al pelotero; ni a buscarle la hamburguesa con doble ración de papas; ni a buscarlos a la puerta del boliche. Ya está, crecieron, a veces sin que agotaras con ellos todo el afecto. Te quedó guardado. El campito, la playa, las navidades, las pascuas, la piletita… ahora están solo en fotos.
Sí, es verdad, había peleas en el auto por quién bajaba la ventana, quién la subía, si la música estaba fuerte, qué había que poner en el stereo. Empezaron a priorizar a sus amigos, a su noviecita, a su noviecito, y así fue que los padres fueron quedando exiliados de los hijos. Ahí tienen la soledad que tanto habían deseado cuando los pibes rompían las pelotas.
Cuando te parezca mentira, vas a decir “¿yo, abuelo? ¿yo, abuela?”, y ahí te va a llegar con el nieto la hora del cariño tranquilo, sin responsabilidad, la picardía que no ejerciste con tus propios hijos. Por eso los abuelos son tan desmesurados, y distribuyen el cariño de forma incontrolable. Disfrutan en serio.
Los nietos, para ellos, son la última oportunidad de reeditar el afecto que faltó, a veces, un poquito más para sus propios hijos. Porque aparte había el laburo, las responsabilidades, las vacunas. Por eso es necesario ahora, de grandes, hacer unas cosas adicionales. Es así.
Los seres humanos, dicen, solo aprendemos a ser hijos después de ser padres. Solo aprendemos a ser padres después de ser abuelos. En fin, pareciera que solo aprendemos a vivir después de que la vida tuvo que pasar.
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