Si un productor de Hollywood quisiera emitir un programa de “situaciones locas que le pasan a los artistas”, uno de los invitados podría ser Joaquin Phoenix narrando cómo con sus hermanos cantaba canciones religiosas por las calles venezolanas. Alguno invitaría a Matt Damon y que recuerde cómo se terminó enamorando de una argentina o a Drew Barrymore para que diga cómo es Steven Spielberg de padrino o a Meryl Streep y las razones por las que ama a De Niro pero no tanto a Dustin Hoffman. Los invitados podrían ser muchos, pero sin dudas, la que se llevaría por lo menos tres emisiones y acapararía toda la atención sería Melanie Griffith. Es que pocos pueden ostentar una infancia como la de ella. Hitchcok le hizo una broma macabra y creció en una reserva con 132 grandes felinos.
Hasta los cuatro años, la vida de Melanie era como la de cualquier niña de Nueva York con padres sin problemas económicos. La hija mimada de Peter Griffith, que había empezado como actor infantil y para esa época se había convertido en uno de los publicistas más importantes de la Gran Manzana y de Nathalie Hedren, una modelo de una belleza hipnótica. Comenzaba la década del 60 y el mundo de Melanie era muy similar al que nos mostró la serie Mad Men. Un mundo donde el lujo y las apariencias eran fundamentales. Para romper ese statu quo se necesitaba mucha valentía, algo que a la madre de Melanie le sobraba.
Encerrada en un matrimonio que no la hacía feliz, se animó a separarse. Alegó que estaba harta de soportar a un marido, alcohólico e infiel que además no toleraba cuando ella ganaba más que él. Con sus padres divorciados, Melanie comenzó a vivir una infancia -literalmente- a dos puntas. Su padre se quedó en Nueva York y su madre se mudó a California. Uno junto al Atlántico, la otra junto al Pacífico.
Nathalie era una modelo conocida y cotizada en Nueva York. Pero en su nueva ciudad debía empezar de cero. Lo primero que hizo fue cambiar su nombre. Se autobautizó Tippi, que significa encanto. Con 32 años, divorciada, una hija pequeña y escasos contactos, pensó que le costaría encontrar trabajo. No fue así.
Luego de verla en un comercial, Alfred Hitchcock, la convocó para rodar Los pájaros en el rol protagónico. Halagada por la propuesta pero también acuciada por su inestabilidad económica, Tippi aceptó.
Con cinco años, Melanie comprendió que su madre debía dejarla muchas horas al cuidado de la niñera para ir a trabajar. Lo que no comprendió era por qué muchas veces, encerrada en su cuarto, la escuchaba llorar. Tampoco entendió cuando volvió de grabar, llena de rasguños y con un ojo herido. Pasarían muchos años hasta que supo el maltrato a los que el director la sometía. “Lo que sufrió mi madre a manos de ese memo fue terrible”, denunciaría.
No solo su madre fue maltratada por el director. Para Navidad, ese señor de aspecto bonachón al que llamaba Tito Hitch, la llamó a su lado y con cara de abuelito bueno le entregó un regalo primorosamente envuelto. Feliz lo desenvolvió pero largó un grito y corrió a refugiarse en brazos de su mamá. El abuelito bueno se había convertido en un lobo feroz que le regaló una muñeca, réplica exacta de su madre, vestida de verde como en Los pájaros pero guardada en lo que parecía un ataúd en miniatura.
Esclavizada por un contrato de cinco años, Tippi siguió trabajando con el director. Si amagaba con renunciar él le preguntaba amenazante qué sería de su hija. Logró terminar su contrato y se negó a volver a trabajar con el director al que llamó “cerdo gordo”. Nuevos proyectos la esperaban.
En 1969, Melanie era una bonita preadolescente cuando su madre le anunció que viajaría a Mozambique a rodar Satan’s Harvest, junto a su entonces marido, Noel Marshall. Melanie esperaría su regreso en la casa de su padre en las Islas Vírgenes.
Al volver, Melanie la escuchó contar cómo en un descanso de la filmación, salió a recorrer la zona y encontró una casa abandonada pero tomada por 30 leones. Le dijo que había quedado tan conmovida que decidió participar de varios safaris y visitar distintas reservas naturales africanas.
Hasta ahí era el relato de una experiencia única. Pero la cosa cambió cuando Tippi le dijo que, junto a su esposo, se habían convertido en activos defensores de los derechos de los animales. Melanie pensó que su madre abriría un refugio para perros abandonados o gatos enfermos. Pero no. Le anunció que adoptaría a tigres y leones desamparados.
Así fue como, un día al regresar de la escuela, Melanie encontró en el living de su casa no a un lindo gatito sino a un león. Se trataba de Neil, un hermoso animal de 180 kilos que, luego de ser usado en distintas publicidades, había sido abandonado por su dueño.
Melanie se acostumbró a comer, darse un chapuzón en la pileta, andar por la casa y meterse en la cama acompañada por su atípica mascota. Lo que para la familia era un simple gatito, para los vecinos era un peligro y un problema. No solo desconfiaban sobre su mansedumbre, también les molestaba su rugido. En condiciones naturales, se escucha a una distancia de hasta 8 kilómetros. Pero si en la sábana africana le sirve para comunicarse con la manada o marcar territorio, en la ciudad resulta además de molesto, aterrorizante.
Ante la presión de los vecinos, Melanie pensó que se tendría que despedir de su mascota. No fue así. De lo que se despidió fue de su casa.
Con su madre, su padrastro y sus hermanastros, John y Jerry Marshall, dejaron la ciudad y se mudaron a un rancho, en el desierto de Mojave. Tippi y Noel les informaron a sus hijos que en el lugar grabarían Roar, una película en defensa de los animles. Demostrarían que las relaciones entre humanos leones y tigres era posible. Los chicos aceptaron encantados. Comenzaba una aventura tan fascinante como peligrosa.
El argumento de Roar era la vida de una familia común entre felinos grandes. Como ningún actor se animaba a actuar con leones y tigres reales, Tippi le propuso a Melanie y Noel a sus hijos John y Jerry ser los protagonistas. Les prometieron que serían cinco semanas de filmación pero le erraron por apenas 1790 días. Fueron cinco años.
Si convivir con Neil era relativamente sencillo, la situación en el rancho se empezó a complicar. Es que comenzaron a llegar felinos y otros animales rescatados. Melanie se tuvo que acostumbrar a convivir con 71 leones, 26 tigres, un tigón (híbrido de un tigre macho y una hembra leona), 9 panteras negras, 10 pumas, 2 jaguares, 4 leopardos, 2 elefantes, 6 cisnes negros, 4 gansos canadienses, 4 grullas, 7 flamencos y una cigüeña. Se libró de vivir con un rinoceronte, el único animal que rechazaron vaya a saber por qué.
Acostumbrada a vivir en su propia versión del Arca de Noe, Melanie no se asombró al saber que su madre gastaba cuatro mil dólares semanales en comida para animales ni cuando compró un congelador con capacidad para almacenar 4500 kilos de carne. Apenas se inmutó al saber que su madre y su pareja vendieron sus cuatro casas en la ciudad para solventar los gastos de Roar. Cuando no quedaron inmuebles por vender, Tippi se desprendió del costoso tapado de piel que le había regalado Hitchcock. Ninguna de las dos lo lamentó.
Al comenzar el rodaje, actores y personal técnico debían convivir con animales no domesticados y sin el asesoramiento de cuidadores o entrenadores especializados. Los animales andaban libremente y rompían equipos y escenografías sin que nadie lograra impedirlo. Conclusión. Durante el rodaje ningún felino resultó herido pero sí 70 miembros del equipo.
La filmación empezó a convertirse en un infierno. Porque si un gato te araña a lo sumo te hace un gran raspón, ahora en el caso de un león la situación se complica. Lo demostró, Jan de Bont, el director de fotografía cuando recibió 220 puntos de sutura en su cabeza luego del zarpazo de un león.
Aunque los chicos se movían con naturalidad entre los animales, el peligro era constante. Es que obviamente los animales hacían lo que le indicaba su instinto y no el director de cámara. Para una escena, donde un león debía lamer la cara de Tippi, la única manera de lograrlo fue untando la cara de la actriz con miel. Melanie miraba aterrada. Nada garantizaba que el animal no la pasara sin mucho trámite de la categoría hija a la categoría huérfana.
Melanie vio que su madre se escapó de las garras del león, pero no ocurrió lo mismo con uno de los elefantes. Tembo, que pesaba cinco toneladas, vio a Tippi en el suelo, la alzó con su trompa y la tiró por los aires. Resultado, una mano y un tobillo fracturados. Aunque considerando el tamaño de Tembo y el de la ex modelo se puede afirmar que “la sacó barata”.
Su padrastro no la pasó mejor. Interactuando con leones, uno lo mordió. Lo llevaron de urgencia al hospital donde los médicos lograron salvarle el brazo. Volvió y a las semanas, un felino le mordió las piernas. Otra vez al hospital. Le dieron de alto y lo mordieron ocho veces más. En una de esas visitas le detectaron gangrena producida por tantos ataques. A sus hijos no les fue mejor. A John, un león le mordió la cabeza y le hizo una herida que requirió una sutura de 56 puntos. A Jerry otro león le mordió el muslo y estuvo un mes internado. Los Marshall fueron tantas veces al hospital que los médicos bromeaban que bautizarían con su apellido a un sector.
Con tanto felino suelto y tanto familiar y técnico herido, Melanie temía por su integridad física. Un día se plantó “Madre, no quiero salir de esto con media cara”, pero regresó al set. Le indicaron que se acostara cerca de un león y lo hizo confiada. Pero el león reaccionó mal y la atacó. La escena fue aterradora. Tippi trata de rescatarla, pero el animal sigue con las garras sobre su hija. Los gritos de la madre y de la adolescente son tan reales como estremecedores. El ataque quedó registrado y formó parte de la película en esta toma tan real como espantosa.
Melanie quedó muy lastimada. Lo peor fueron las heridas de su rostro. Casi pierde un ojo. Tuvieron que realizarle una cirugía de reconstrucción facial que, gracias al profesionalismo de los médicos, no destruyó sus lindos rasgos. Se dice que luego del accidente se rehusó a volver a la filmación, sin embargo, sorpresivamente, sí lo hizo y siguió afrontando toda clase de peligros.
Roar fue estrenada el 30 de noviembre de 1981. Aunque a la película le sobraba garra (cuac) duró apenas una semana en cartelera y recaudó solo dos millones de dólares de los 11 que se invirtieron.
En 1985, Hedren admitió que “Fuimos estúpidos más allá de todo conocimiento. Nunca deberíamos haber tomado esos riesgos. Esos animales son tan rápidos que si deciden ir tras de ti, solo una bala en la cabeza podría detenerles”. En sus memorias “Tippi: A Memoir” ensayó una autocrítica sobre cómo su pasión por los leones pudo haber afectado a su hija. “Muchas veces, en los años siguientes, me pregunté si Melanie habrá sentido que era tanta la atención que le daba a los grandes felinos que teníamos que no le dedicaba suficiente atención a ella”, reflexionó.
“No fue hasta varios años después que me di cuenta qué ingenua y estúpida fui. Me dominó la emoción, el asombro, el desafío, la pasión y la visión de hacer nuestra película y compartir mi vida con estos magníficos animales salvajes, y dejé a un lado la lógica”. Si bien siguió rescatando animales de zoológicos y circos, hoy se declara radicalmente en contra de tratar a los animales salvajes como dulces mascotas o bonitos peluches.
Melanie intentó continuar con su vida. Tuvo tres matrimonios y la misma cantidad de divorcios. Vivió una época de adicciones y descontrol pero se recompuso. Suele visitar a su madre que sigue viviendo en su rancho con 13 tigres y algunos leones. La ex musa de Hitchcock llegó a tener 60 gatos pero ahora solo tiene un par. En cuanto a Melanie, cuando Stella la hija que tuvo con Antonio Banderas, le pidió una mascota no lo dudó. Le trajo a Lady una hermosa perrita, juguetona, bonita y simpática que, si bien te puede orinar la alfombra o destrozarte una media, nunca te dará un tan cariñoso como bestial zarpazo.
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