En los 90, las chicas “osadas” colgaban en su cuarto el póster de Val Kilmer. Con su torso desnudo, caracterizado como Jim Morrison proyectaba una imagen “non sancta”. Pero las chicas “buenas”, que no querían enojar a su papá, tenían la foto de Chris O’Donnell. Es que el muchacho de ojos celestes, con cara de adolescente perpetuamente asombrado, proyectaba una imagen de “joven lindo, pícaro pero no peligroso” que atraía a las adolescentes sin asustar a sus padres. Después de verlo en Tomates verdes fritos, Código de honor y Perfume de mujer era imposible no soñarlo como novio que te esperaba a la salida de la escuela.
El joven actor estaba -y acá se nos nota la edad- en la “cresta de la ola”, sin embargo su carrera poco a poco se fue diluyendo. En este siglo se lo vio en algunas series. Su cara ya no era la de un adolescente asombrado, pero sí la de un cuarentón a los que los años no le habían pasado una factura muy abultada. ¿Qué había ocurrido entre ese galán de los 90 y este señor? Cinco hijos y la decisión de priorizar la familia sobre la fama.
Chris O’Donnell nació el 26 de junio de 1970. El menor de siete hermanos (cuatro mujeres y tres varones) creció en un hogar católico. Pero para sus padres, la fe no era solo cuestión de ritos sino de actitudes. En familia participaban de grupos que trataban de ayudar a personas en situación de vulnerabilidad. “Ver a mis padres ayudando generaba un gran impacto en mí. Decidí que siempre intentaría ser solidario”.
Aunque toda la familia asistía a la misa dominical, no eran unos “santurrones”. Por eso, cuando el menor dijo que quería ser actor, sus padre no lo tildaron de “pecador” y lo incentivaron en su deseo. A los 13 consiguió participar en varios anuncios publicitarios. Pero el que realmente le hizo decir “este es el mejor trabajo del mundo” fue cuando le tocó grabar una publicidad de Mac Donalds nada más ni nada menos que junto a Michael Jordan.
A los 16 seguía teniendo los rasgos de un nene de 12. Lo que parecía una debilidad lo transformó en fortaleza. “Los directores me elegían porque sabía que conservaba la cara de un chico pero la madurez de un joven”.
De la publicidad saltó a papeles menores en la televisión. Se dio el gusto de trabajar con Jessica Lange, de la que se enamoró platónicamente. La primera gran oportunidad parecía que llegaba cuando lo llamaron para interpretar al hijo de Barbra Streisand en El príncipe de las mareas. Ya tenía el libreto en sus manos, cuando su compañero de cuarto le pasó el teléfono temblando: “Dice que es Barbra Streisand”, le anunció. Y era sí nomás. La consagrada artista lo llamaba para anunciarle que no formaría parte de la película porque prefería que ese rol lo hiciera su hijo y ¡le pedía disculpas! Al cortar, Chris aprendió dos lecciones. Los verdaderos grandes son humildes y por más famoso que seas tu hijo siempre debe ser prioridad.
Pese a este primer tropiezo, la diosa fortuna no lo abandonó. Lo llamaron para ser parte de la película Tomates verdes fritos. No asumía un rol protagónico, pero sí esencial. Su Buddy Threadgoode atrapaba desde el comienzo y cuando termina como termina (no, no se preocupe lector, no hay spoilers) el espectador no podía dejar de pucherear.
Después vino Código de honor, un drama escolar donde compartía elenco con los galancitos del momento Brendan Fraser, Cole Hauser, Ben Affleck y Matt Damon. Aunque ambas historias le habían permitido lucirse, le faltaba el espaldarazo final. Le llegó con Perfume de mujer. Su compañero de elenco era el mismísimo Al Pacino. Los productores dudaban si darle el papel a él u otro muchachito que en ese momento también llamaba la atención, un tal Leo Di Caprio. Finalmente se decidieron por O’Donnell porque Di Caprio les parecía demasiado joven e impredecible.
En la primera prueba con Al Pacino, O’Donnell estaba tan nervioso por la presencia del legendario actor que aunque lo intentó, no logró ocultar sus nervios y tartamudeó en su parlamentos. Y fue justamente esa actitud mezcla de respeto y timidez, lo que convenció a los productores que era el indicado. Su personaje también debía ponerse nervioso frente al personaje del Coronel. Tampoco le costó encarnar a un estudiante. En ese momento, además de actuar estudiaba Marketing en Boston College. En los tiempos muertos, entre escena y escena era frecuente verlo rodeado de libros preparando algún examen. Llegó a insinuar si se podía posponer la fecha de estreno porque se le superponía con la entrega de tres trabajos prácticos.
Desde el principio, Martín Brest, el director de la película, intentó que Al Pacino y Chris no se encontraran fuera del set. No quería que se hicieran compinches para aumentar la distancia entre ellos al filmar. Pero Al Pacino, no solo no le hizo caso sino que lo puso bajo su ala. Mantenían largas charlas. En una de ellas le dio un consejo que jamás olvidaría. “Nunca te cases con una actriz. Siempre serás el segundo en su vida”.
Por su trabajo en la película, Chris O’Donnell fue nominado para el Golden Globe Award como mejor actor de reparto. También ese año, 1992, fue incluido en la lista de los 12 actores jóvenes más prometedores.
Ya consagrado participó en Blue Sky, Círculo de amigos y Batman Forever. Todo era aplausos y más aplausos, hasta que en 1997 lo convocaron como protagonista de Batman y Robin. La oportunidad no podía parecer más gloriosa. Formaría parte de una saga con fanáticos asegurados, George Clooney encarnaría a Batman y la chica éxito del momento, Alicia Silverstone, a Batichica. Nada podía salir mal, pero salió.
El comienzo fue auspicioso. Para encarnar a Robin, nuevamente, los productores dudaban si dárselo a él o a Leonardo Di Caprio. Se decidieron por el primero porque en los testeos realizados, los consultados aseguraba que en una hipotética pelea entre ambos, O’Donnell ganaría con facilidad.
Lo que parecía destinado al éxito resultó un fracaso histórico. Desde el traje de Batman defenestrado por sus seguidores por tener tetillas hasta una interpretación de Clooney desastrosa. Un Capitán Frío encarnado por Arnold Schwarzenegger ya no al borde del ridículo sino lisa y llanamente ridículo y una Alicia Silvestone, víctima de la crueldad de la prensa a la que por sus cambios de peso, la apodaron Fatgirl. O’Donnell no se salvó del naufragio y también fue destrozado por su actuación.
¿Era tan mala la película? El problema no fue el casting, el vestuario, ni siquiera su director Joel Schumacher. Lo que el público no perdonó es que se notó de una manera muy evidente que no se quería contar una historia sino ganar plata por el merchandising sin siquiera disimularlo. Muchos años después, el mismo O’Donnell reconoció que fue una película pensada “para vender muñequitos", pero sostiene que aunque participar de la promoción fue difícil porque “habíamos recibido unas críticas terribles. La experiencia fue fantástica”.
Después de semejante fracaso lo consideraron para el papel de Spiderman pero los productores prefirieron a Tobey Maguire. También fue uno de los nominados para encarnar a Jack Dawson en Titanic, pero esta vez Leo Di Caprio logró quedarse con el papel.
O’Donnell filmó dos o tres películas más y poco a poco su presencia se diluyó. Algunos creyeron que se trataba de “la maldición de Batman” y que luego de su defenestrado Robin no le ofrecieron otro papel. Lo que pasó es bastante diferente.
Andrew Fentress era uno de sus mejores amigos. Un día lo fue a visitar y apareció Caroline, su hermana, una chica tan bonita como simpática. Charlaron un rato y como vivía en el mismo edificio, Chris se ofreció a acompañarla. Risita va, flirteo viene, en un momento la besó. Pensó “esto es maravilloso” pero también “Andrew estará muy enojado”. O’Donnell, como buen actor, sabía distinguir besos de verdad de besos actuados, pero adhiriendo al principio “mejor perder una chica que un amigo” no avanzó más.
En 1993, con el éxito de Perfume de mujer desempolvó el consejo de Al Pacino de no casarse con una actriz. Recordó a Caroline, el beso en el pasillo y su profesión de maestra. Hombre de códigos, le preguntó a su amigo si podía llamarla. El amigo no puso reparos. “La llamé, y ella me preguntó por qué la llamaba. No sabía por qué, excepto que nunca la había olvidado. Y empezamos a hablar…. Salimos durante tres años, nunca convivimos y nos casamos cuando cumplí 26”.
La boda fue en abril de 1997 en la Catedral de San Patricio en Nueva York. En 1999, nació Lily, la primogénita y siguieron Christopher, Charles, Finley y Maeve. Cinco hijos en siete años. “A veces te sorprende cuánto puedes querer a esa personita que tienes a tu lado. Es lo más extraordinario que me ha pasado nunca y estoy encantado”, contó feliz.
Como padre de una familia numerosa se preguntó qué deseaba priorizar, si los hijos o su carrera. “Me pregunté si quería ser un padre o un playboy”, sin dudar, eligió lo primero.
Con una buena cuenta en dólares y la certeza de que podía vivir el resto de su vida sin lujos extravagantes pero también sin problemas económicos decidió correrse del foco de atención. “Me ofrecían estas enormes películas que habrían llevado mi carrera a un nivel diferente, y decidí frenar”. Se negó a participar en sagas comerciales que implicaban éxito, pero también embarcarse en giras interminables de promoción y cientos de hora de gimnasio para conseguir la musculatura adecuada.
Las veces que le preguntaban si se arrepentía de haber dejado proyectos contestaba sin vueltas: “No, yo amo lo que estoy haciendo, no siento la necesidad de hacer algo más. Pienso que, si yo fuera un hombre soltero, estaría haciendo otras películas y persiguiendo otras cosas, pero yo estoy en mi máximo ‘ancho de banda’ en este momento criando cinco hijos”.
Sin dudas y sin arrepentimientos asegura que eligió priorizar a la familia antes que al individuo. Junto a su familia asiste todos los domingos a misa y, como lo hicieron sus padres, ayuda en grupos solidarios. Es uno de los pocos momentos donde utiliza su fama. Sabe que un rostro conocido consigue mejores donaciones que uno desconocido.
Como católico, no reniega ni oculta su fe, pero tampoco la impone. “Soy practicante; voy a la iglesia y llevo a mis hijos. Creo que es importante criar a los hijos en alguna especie de tradición no necesariamente católica. No soy un loco religioso pero me gusta ir a la iglesia simplemente para sentarme y pensar. Puede ser que ni siquiera esté prestando atención a lo que están hablando pero en mi mente sé que mis niños están aprendiendo un montón y es una buena estructura”.
Desde 2009 es parte de NCIS: Los Ángeles, trabajo que le permite estar cerca de su casa y con una rutina laboral mucho más organizada que con las películas. En su tiempo libre, le gusta jugar al golf y atiende su pizzería. El ex Robin es un fantástico pizzero. Sus creaciones eran tan sabrosas que sus amigos lo convencieron para abrir un local, Pizzana, que hoy figura entre los mejores de la ciudad. En los días con buen tiempo se lo suele ver atendiendo las mesas y charlando sin divismos con sus clientes. Cuando alguna cuarentona le pide una selfie accede sin problemas. Sabe que alguna vez fue muy famoso. Hoy no lo es tanto y lo mejor, no le importa.
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