Empecemos esta nota con una verdad de Perogrullo: Gerard Depardieu es un artista enorme. Y sí, es obvio. Es enorme por su tamaño, cada vez que aparece en pantalla con su humanidad de metro ochenta y más de cien kilos parece que no entra en el cuadro. Es enorme por su talento. Con más de 200 películas a sus espaldas demostró que es capaz de cantar, moverse con gracia y saltar de un personaje del medioevo a otro actual, de uno patético a un héroe, casi sin esfuerzo. Si bien no siempre es brillante, al menos nunca es mediocre. Enorme en su humanidad, enorme para actuar, su vida está marcada por una pulsión que parece que siempre le indica que si algo no es excesivo no vale la pena. Repasemos.
Depardieu nació hace 72 años en Chateauroux, una localidad francesa. Tercero entre seis hijos, su familia vivía en un modesto departamento con dos habitaciones. En la casa faltaba plata, algo que se podía sobrellevar, pero sobre todo faltaba amor, algo que es difícil de sanar.
Según cuenta su hermano mayor, Alain Depardieu, en ese casa -porque hogar no era- la palabra “amor” era desconocida. El padre era un hombre bebedor y violento. La madre no era mucho mejor. Solía decirle a Gerard que si nació fue porque “sobrevivió a sus agujas de tejer”.
Con padres pero huérfano, a los 10 años descubrió que su mejor hogar era la calle. Ni en familia, ni en maestros, ni en curas encontró compañía. Analfabeto hasta la adolescencia, su única guía eran los policías que andaban por la zona. “Siempre me entendí bien con los gendarmes y los ‘polis’. Eran condescendientes, autoritarios pero condescendientes. Son bastante menos malditos de lo que quieren aparentar”.
Ser amigo de los defensores de la ley no le impidió tener problemas con ella. Necesitado de plata se hizo ladrón. A los 16 años fue a la cárcel tres semanas por robar un coche. Salió decidido no a abandonar el delito sino a buscar oportunidades menos peligrosas. Se contactó con un conocido y comenzaron a quedarse con joyas y zapatos ajenos. Las víctimas no los denunciarían. Se las quitaban a los cadáveres, luego de profanar sus tumbas en los cementerios.
Lo convocaron para el servicio militar, pero no llegó a vestir el uniforme. En el examen psiquiátrico le diagnosticaron “hiperemotividad patológica” y le dieron la baja.
Decidió que su pueblo le quedaba chico y sin que nadie lo detuviera se fue a París. Tenia 20 años y llegó en pleno Mayo del 68. Deambuló por las calles inundadas de estudiantes e intelectuales que protestaban contra la sociedad de consumo y el gobierno francés. Gritaban consignas como “La imaginación al poder”, “Seamos realistas pidamos lo imposible” y “Nosotros somos el poder”. Depardieu escuchaba y miraba, pero lejos de unirse a las protestas, cuando los estudiantes caían rendidos y se dormían en la calle, él aprovechaba para robarles billeteras, relojes y fe en la humanidad.
Fue también en esa época que descubrió que su porte le resultaba muy atractivo a los homosexuales. Sin problemas morales convirtió esa atracción en dinero. “Supe desde muy joven que gusto a los homosexuales”. Si me pedían sexo, yo les pedía dinero", narró sin culpas en ‘Ça s’est fait comme ça’ (Así sucedió), su autobiografía donde también reconoció que “manipulaba a algunos para desvalijarlos”. Llegó a pegarle palizas a sus clientes para lograr un mayor botín “El ladrón y el matón estaban muy vivos en mí”.
Fue prostituto de varones pero también cafisho de mujeres. Entre “changa y changa” vendió tabaco americano que conseguía de contrabando. Por si algo faltaba sumó bebidas y luego, alguna droga.
Así estaba su vida, parecía que tenía un pasaje con destino al infierno cuando un día se le dio por meditar ante un gran cartel de un cine de los Campos Elíseos. Pensó que con su pinta podía ganarse unos mangos en el cine. No le iría mal como “doble” o como héroe en la pantalla.
Ese joven sin formación decidió formarse. Las clases eran caras y cuando pensaba algún método non sancto para pagarles conoció a una pareja de directores de cine, Agnés Varda y Jacques Demy, que le propusieron trabajar de niñero de sus hijos. Fue su primer trabajo honesto.
Pero no solo eso, con una visión enorme en el futuro de ese joven que parecía tan oscuro decidieron introducirlo en el mundo del cine. Le costó casi una década ser reconocido como actor. Pero en 1974 rodó Les valseuses (Los rompepelotas, 1974), de Bertrand Blier, junto a Patrick Dewaere y Miou-Miou. A partir de ahí, no solo trabajó con los maestros del cine francés: Truffaut, Godard, Pialat, Resnais... y con directores internacionales, como Ridley Scott (Cristobal Colón), también se convirtió en el emblema del cine galo.
Como actor, es tan grande como vago. “Lleva un auricular en los rodajes. Es demasiado perezoso para aprender”, contó el cineasta Bernard Blier. El justificó su pereza aduciendo que si no perdía tiempo en memorizar guiones le quedaba más tiempo para filmar películas. Llegó a grabar seis o siete por año.
Triunfador en el cine y ahora sí, millonario, Gérard Depardieu llevó su voracidad a su vida sentimental. Se casó en 1971 con Elisabeth Guignot y no quiso pasar jamás por ningún juzgado a repetir su casamiento. Se divorciaron en 1996 pero se separaron mucho antes. La fidelidad no figuraba entre los valores del galo. Las amantes son numerosas pero hay tres mujeres importantes. Karine Sylla, que le duró solo un año, el de 1992 cuando se enamoró de la bellísima y elegante Carole Bouquet, con la que convivió entre 1997 y 2005. Luego llegó Clémentine Igou, con la que al menos sigue.
Si como marido y pareja fue un desastre como padre no fue mucho mejor. Tuvo cuatro hijos, el mayor de ellos murió a los treinta y siete años en 2008, por una neumonía. Guillaume Depardieu era toxicómano desde la adolescencia y cumplió tres años en prisión por tráfico de heroína, algo que le provocó una gran depresión. “Mataron a mi hijo por dos gramos de heroína”, culpó su padre a la justicia francesa. “Creo que la justicia americana es bastante mejor. Hay una jueza de Versalles que me quiso hundir a través de mi hijo. Si hubiese podido me hubiese puesto a mí las esposas”.
En esta vida de excesos y provocación -presume que desayuna panceta mojada en café sin azúcar- no escapa su compleja relación con el alcohol. Reconoció que llegó a beber catorce botellas de vino por día. ¿La explicación? “Lo hago para ahuyentar mis fobias, no porque sea un alcohólico”. Dice que no soporta los sonidos internos de su cuerpo como “el latir del corazón, los fluidos de mi interior, el crujido de los huesos”, y que bebe para tener a su cerebro ocupado con otra cosa: “A veces esto me impide dormir si no estoy borracho”.
Su adicción al alcohol lo llevó a meterse en problemas. Algunos son conocidos. En 2005, le propinó un cabezazo a un fotógrafo en Florencia, un año después tuvo que pagar una multa de 3.500 euros por insultar a unos inspectores de trabajo durante una filmación y en 2011 orinó en la cabina de un vuelo de París a Dublín.
Dolores Barreiro fue víctima de acoso en uno de sus desbordes. Hace 20 años la ex modelo lo entrevistó para El rayo, el programa que conducía. El francés era invitado de honor en el Festival de Cine de Mar del Plata y decidieron hacerle una nota. Fue entonces que visiblemente alcoholizado Depardieu se abalanzaba constantemente sobre la conductora. “En ese momento era ‘Hagamos la nota’. Te daban tres minutos de reloj porque venían todos los medios de todos lados, esto fue en Mar del Plata, en el Festival Internacional de Cine. Nos c... de risa, nos parecía anecdótica la situación: ‘¡Qué borracho que está! ¡Pobre!’ Pero ahora que lo ves (...) me parece repatético su rol. Nos aprovechamos de eso para tener nota”, subrayó. “Hoy no pasaría y hoy lo verías distinto”, reconoció Andy Kusnetzoff, que vivió ese momento como productor.
Hace cuatro años visitó otra vez el país y dejó frases como. “Tengo la sensación de que la Argentina cambió enormemente. Ese gigantesco “río grande” que tienen frente a Buenos Aires es magnífico. Es muy gratificante vivir entre argentinos, que son encantadores y parecen muy felices”. Pero “levantó polvareda” al asegurar “Me sorprendió la mala calidad de la televisión argentina. Creo que es la peor que vi en mi vida. En realidad no es televisión: es pornografía. En los diez días que estuve nunca la pude mirar más de cinco minutos”.
Así como vive como quiere, también cree lo que quiere. Católico por tradición luego de escuchar a la cantante egipcia Oum Kalthoum, decidió hacerse musulmán, durante un par de años para lugar saltar al hinduismo y de ahí pasar al budismo. La lectura de las Confesiones de San Agustín lo regresó al catolicismo. Atravesó un período de misticismo, que lo llevó a protagonizar una lectura pública de la “summa” agustiniana en la catedral de Notre Dame. Hoy se define agnóstico, mañana no sabemos.
Aunque durante décadas fue símbolo y sinónimo de cine francés, en 2013 sus seguidores sufrieron un cachetazo de decepción. El actor obtuvo la nacionalidad rusa que le entregó su amigo, Vladimir Putin. Esta decisión para algunos y traición para otros, no se debió a persecución artística ni hostigamiento ideológico. No hubo ningún motivo altruista sino uno bien terrenal: Depardieu quería pagar menos impuestos. El presidente Hollande había fijado un impuesto de un 75% a los ingresos superiores al millón de euros. Parafraseando a Sarlo, el actor dijo “conmigo no, Hollande” y se mudó a Estaimpuis, una localidad belga a un kilómetro de la frontera francesa y a una horita de París si se toma el tren bala.
Su polémica exilio fiscal generó una “grieta a lo galo”. Un grupo lo apoyaba y otro lo defenestraba. Es que Depardieu además de ser uno de los actores mejor pago de su país era dueño de viñedos en Francia, Italia, Argelia y Marruecos, administraba un hotel, dos restaurantes, una pescadería y una bodega en París. También regenteaba restaurantes en Canadá y Rumania, posee inversiones inmobiliarias y una productora audiovisual. Su patrimonio ronda los 90 millones de dólares lo que lo convierte en uno de los hombres más ricos de Francia.
Depardieu no fue el primero ni el único que decidió cambiar su domicilio fiscal. Alain Delon, Charles Aznavour e Isabelle Adjani también lo habían hecho. Pero al protagonista de Cyrano no lo perdonaron porque ninguno de los otros alcanzaba su popularidad y mucho menos solían declamar contra “las injusticias sociales” ni fueron reconocidos aportantes del Partido Comunista francés.
Los dardos iban y venían. El primer ministro, Jean-Marc Ayrault defenestró a los que buscan “hacerse aún más ricos”. Aurélie Filippetti, ministra de Cultura, lo acusó sin vueltas. “Deserta del campo de batalla en plena guerra contra la crisis”.
Ante la polémica, el temperamental actor decidió subir la apuesta. Aseguró que pagó 175 millones de euros en 45 años. Agregó que “A pesar de mis excesos, de mi apetito y mi amor por la vida, yo soy un ser libre, señor, y quiero seguir siendo educado” y anunció que “les dejo porque usted (el primer ministro) considera que el éxito, la creatividad y el talento deben ser sancionados”.
Acto seguido y sin vueltas hizo la “gran Depardieu”. Entregó su pasaporte y su tarjeta de seguro médico. Claro que para un tipo que hizo de los extremos un estilo de vida, esto no era suficiente y fue por más.
El artista que era casi tan representativo de Francia como la Torre Eiffel, en 2013, decidió renunciar su ciudadanía y tomar la rusa. Amigo personal de presidente Putin no tuvo problemas con los trámites. “Él se considera europeo y ciudadano del mundo. Pero quiere mucho a su país, su cultura y la vive. Estoy seguro de que ahora no está atravesando un buen momento, pero esto acabará”, declaró un diplomático y medido Putin pero subrayó que los artistas son personas con “un espíritu especial” y que “es fácil herir sus sentimientos”.
El galo justificó su amor por Rusia. Según contó, su padre fue comunista y escuchaba Radio Moscú." Eso es también parte de mi cultura. En Rusia se vive bien. No obligatoriamente en Moscú, que es una megalópolis demasiado grande para mí". En una carta pública al pueblo ruso no dudó en expresar su amor por esta nación. “Solo en su país nunca nos sentimos solos. Ya que cada árbol, cada paisaje nos trae esperanza. En Rusia no hay nimiedades, está llena de grandes sentimientos. Tras estos sentimientos se oculta un gran pudor. En su grandeza nunca me siento solo ¡Viva Rusia!”
Cambiar de geografía no implica cambiar de piel. Instalado en su nuevo país, no se afincó en Moscú porque “hay mucho tráfico, lo que es muy estresante”. Eligió Saransk, una localidad pequeña a 650 kilómetros de la capital donde abrió una cafetería. Aseguró que aprenderá ruso y rechazó el cargo de ministro de Cultura que le ofrecieron las autoridades mordavas, al grito de: “Soy el ministro de Cultura del mundo”.
Sin tapujos se ufana de ser amigo de Ramzan Kadyrov, presidente de Chechenia acusado de perseguir opositores o directamente asesinarlos. También es amigo de otro gobernante cuestionado, el bielorruso Alexander Lukashenko. Como si estos amigos no le alcanzaran sumo uno más: Kim Jong Un, el enigmático presidente norcoreano que lo recibió cuando Depardieu visitó Corea del Norte.
El artista que recibió las mayores distinciones de su país, la Legión de Honor y Caballero de la Orden Nacional del Mérito, hoy proclama “los franceses me han traicionado y me considero prácticamente ruso, con un corazón ruso-francés”. Un auténtico Depardieu. Odiado, amado pero nunca indiferente.
SEGUÍ LEYENDO