Escribo y lloro. Miro sus libros y lloro. No se murió un amigo de infancia ni un familiar y sin embargo, no puedo parar de llorar. No lloro a los gritos ni desesperada, pero lloro. Se murió Quino, el artista increíble que maravilló mi adolescencia. El dibujante único que resignificó mi nombre Susana en Susanita. El creador genial que solo con un lápiz y una sabiduría única te explicaba la vida.
Quino es uno de esos artistas que sin querer forman parte de tu vida y que cuando se despiden no podés evitar sentir que lo que sigue no será tan bueno.
Mi primer contacto con él fue un verano en San Clemente. Era una adolescente típica, aburrida en esas vacaciones familiares cuando en una librería de usados, mi mamá me compró Mafalda 5. Recuerdo que fue amor a primera vista. Me lo devoré en menos de una hora y lo releí cada día de ese verano, con la misma devoción que un monje lee el misal. Me hice “devota” de Quino y comencé a venerar a Mafalda.
Poco a poco, con algún ahorro, un poco pidiendo, un poco ganando fui completando la colección. Esos 10 libros, formato historieta eran mi tesoro, mi orgullo y también mi fuente de sabiduría. Comencé una costumbre que todavía tengo. Reafirmar un concepto diciendo “como dice Mafalda”, “como dijo Miguelito”. “ya lo dije Felipe”. Y obvio que empecé a entender cuando me largaban un “sos re Susanita” aunque yo siempre me sentí más Libertad.
Mi vínculo admiración con Quino se acrecentó el día que mis padres en una decisión histórica para la vida familiar decidieron dejar de comprar el diario La Prensa y empezar a comprar el diario Clarín. En la revista Viva aparecía una historieta del maestro. Los domingos me abalanzaba sobre esa página y me reía a carcajadas pero después me quedaba pensando. Y ese es uno de los grandes secretos de por qué Quino es maestro. Porque sus personajes primero te hacen reír y luego pensar. Sí, pensar esa actividad a veces tan devaluada.
En 1987 yo era una maestra de primaria recién recibida y decidí ir a trabajar como docente a Puerto Deseado en la provincia de Santa Cruz. Lo hice por joven, por aventurera y por qué también me pagaban un plus salarial más que interesante.
Pero la experiencia fue tan enriquecedora como fuerte. En tiempos donde internet era un embrión y las comunicaciones no estaban desarrolladas, la soledad se hizo sentir. Y Quino vino al rescate. Porque otra vez sus historietas del domingo y su Mafalda me hacían reír y pensar. Fue en esa época que les dije/pedí a mis alumnos de primer grado que si me veían triste me trajeran “historietas de Quino”. Y al otro día y durante todo el año me inundaron con ellas. Se ve que me veían muy triste, pero que pronto descubrieron que esos dibujos eran remedio y mimo.
Decidí que necesitaba expresarle a Quino cuanto lo admiraba. De caradura le escribí una carta donde le contaba lo importante que era su trabajo para mí. Le conté que no tengo habilidad para el dibujo, que intento trazar un círculo y me sale un cuadrado, que lo quería y admiraba. No guardé copia. La escribí a mano, con letra de maestra y la mandé por correo de estampilla como era en ese momento. Como no tenía su dirección se la envié al diario.
Pasaron los meses. Me olvidé de la carta pero no de Quino. Hasta que un día recibo un sobre escrito no con letras de maestra sino de genio. Era Quino. Quiero compartir con el lector sus palabras, mi tesoro. Porque el hombre venerado por casi todos los dibujantes del mundo se tomó el tiempo para contestarle a una maestrita desconocida que le expresaba su admiración. Él que era mas que alguien le contestaba a una nadie.
En un párrafo me expresa: “Todo lo que me dices justifica la mala sangre que se hace uno y que trato de reflejar en las páginas de Clarín revista. Me alegra llegar, a veces, a tu corazoncito. Te mando un besote enorme y me gratifica muchísimo saber que hay gente como vos”.
La firma es un autorretrato donde me entrega una rosa. Y sí, la releo y lloro y no me importa llorar. Compruebe el lector que no me manda una carta de apuro, ni realizada por un secretario. No. Él, el historietista argentinos más reconocido del mundo se toma el trabajo de responder una carta que le llegó de un ciudad chiquita, perdida en el sur del sur.
Después de un tiempo, decidí volver a Buenos Aires para estudiar periodismo. Cambié de profesión, de ciudad, de amigos pero no mi veneración por Quino. Poco a poco me compré las 10 Mafaldas y todos sus libros de historietas que en mi biblioteca ocupaban un lugar de privilegio. Mis amigos sabían que no me gustaba ni me gusta prestar libros y que si lo hago es una gran muestra de confianza y afecto. También sabían que si te prestaba un de Mafalda directamente era una muestra de amor incondicional.
En 1991, Quino presentaba Humano se nace, lo hacía en una librería en la calle Corrientes y el encuentro era abierto al público. Yo vivía en Morón pero no me importó tomar colectivo, tren y subte para llegar a la cita. Recuerdo que en el panel estaban Rep, Fontanarrosa y Daniel Divinsky, el mítico editor. Y acá va una infidencia: si existe un gremio maravilloso es el de los dibujantes. Nunca me topé con tipos más creativos, con un mundo interior más rico y a su vez tan generosos con el talento del otro. La admiración que se profesan entre ellos, el reconocimiento al trabajo del otro es tan genuino como jamás vi en ninguna profesión.
Al comenzar la presentación recuerdo que Rep ponderó la excelencia del maestro Quino en el trazo. Porque una de sus envidiables características era su meticulosidad para el dibujo, con detalles mínimos y una reproducción del original que superaba la excelencia. Fontanarrosa, con ese decir tan gracioso suyo, no recuerdo mucho qué dijo pero sí que nos hizo reír. Cuando terminó Divinsky miró a los asistentes y preguntó si alguien quería hablar. Dos o tres de los que estaban le preguntaron a Quino sobre su obra y él contestó con esa humildad que no era postura sino característica.
Entonces yo me olvidé que estaba ante el Olimpo de los dibujantes, que era una muchacha grande para andar haciendo papelones. Pero levanté la mano y pedí a hablar. Y de forma atropellada, mezclando las palabras le dije a Quino que lo admiraba. Que su trabajo era muy importante, para nosotros, para los nadies, porque en sus personajes él hablaba por nosotros, porque nos mostraba un mundo que queríamos pero que no salía así y que a veces nos sentíamos como sus dibujos con el futuro que nos daba una patada en el traste, pero que sus creaciones nos decían que sí, que se podía salir adelante.
Al terminar se me quebró la voz. En la sala se hizo un silencio enorme y cuando yo pensaba “tierra trágame”. Quino cuya timidez era tan enorme como su talento se levantó, vino hasta donde estaba, me abrazó y me dijo Gracias, tus palabras me llegan al alma. Me fundí en ese abrazo, mientras cual película de Hollywood la gente aplaudía y Divinsky afirmaba entre risas “que conste que esto no fue planeado” y Fontanarrosa hacía chistes sobre contratarme para otras presentaciones.
Días después, Cristina Wargon hizo una pequeña reseña de ese encuentro y contó no lo que si vio sino lo que realmente había pasado. Porque en ese momento yo no era una fan emocionada por encontrarme con su ídolo. Era una nadie, una desconocida que de un modo torpe pero absolutamente sincero ponía en palabras lo que tantos sentíamos por Quino. Una admiración enorme y un gracias gigante.
Hoy se murió el maestro. Sé que ya era una persona mayor y que vivió una vida hermosa. Que tuvo en vida el reconocimiento de sus pares y de sus miles de admiradores en todo el mundo. Todos los años, en la Feria del Libro, Quino volvía a sentir que como le aseguraba Miguel Rep era “el argentino más amado”. Cada vez que se presentaba se formaban largas filas de personas que con sus libros bajo el brazo esperaban verlo. Él no les firmaba los ejemplares, les hacía un dibujo a cada uno. Imagine el lector cómo quedaría agotado luego de hacer cientos de dibujos y sin embargo, lo hacía.
Divinsky aseguraba que “Mafalda sirve como toma de conciencia en los sectores medios que viven con determinados criterios éticos”. Quino aclaraba que le gustaba el humor “del señor chiquito frente al poderoso” y con cierto pesimismo que también lo caracterizaba se lamentaba porque “Ya no hay Felipes, quedan pocas personas que, de grandes, se rompan el lama por hacer lo que soñaron de chicos”.
Y quizá sea cierto, por eso nosotros los nadies necesitamos muchos más Quinos que nos dibujen un mundo donde sea más lindo vivir. Un mundo más solidario que solitario. Y mientras esperamos y trabajamos para lograr que ese mundo llegue, Mafalda seguirá teniendo un lugar en nuestras bibliotecas y Quino en nuestro corazón.
Se murió Quino, la vida sigue. No es igual de buena.
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