En estos días, ¿de qué manera describimos nuestra realidad? Porque nuestras palabras son las que en verdad crean esas realidades. Y el mal hábito de compararnos con otras personas atentan contra nuestro bienestar. Son apenas dos conceptos que Florencia de Andrés acerca en su entrevista con Pamela David para PamLive -que se emite por su cuenta de Instagram: @Pamedavid-. Porque los meses pasan, pero la cuarentena queda. ¿De qué manera la transitamos para que nuestro estado de ánimo no se vea afectado? Las ideas de Florencia son inspiradoras, tan necesarias en estos tiempos que corren.
—A medida que pasa el tiempo, ¿qué pasa con nuestro estado de ánimo?
—Tenemos motivos para estar más negativos. Pero también es cierto que nunca nos ayuda. Cuando estamos muy negativos nuestra energía física baja. Cuando más la necesitamos, más la perdemos. Cuando estamos más negativos nuestro cerebro empieza a funcionar no tan bien. Empezamos a estar mental y físicamente en desventaja.
—¿Un primer tip para empezar a recuperar la fuerza?
—Empezar a darnos cuentas qué palabras hay atrás de nuestros pensamientos y emociones. ¿Cómo cuento yo lo que me está pasando? Sin darnos cuenta, generamos un impacto directo en nuestras emociones. Lo que yo pienso afecta a lo que yo siento, y lo que yo siento afecta a lo que hago. Y si me doy cuenta que digo cosas que son exageradas, puedo cambiarlas diciendo, por ejemplo: “Mi casa esta desordenada y sí, estoy cansada para ordenarla todo el día”, en vez de decir: “Mi casa es un caos”. Emocionalmente es distinto. También puedo decir: “Mis hijos no la están llevando bien esta etapa”, es distinto a decir: “Mis hijos son un desastre”. Es muy distinto decir: “Si esta cuarentena no termina pronto, yo me muero”, a: “La verdad que esto es un desafío enorme para mí”. Fijate cómo nos sentimos cuando decimos una cosa y cuando decimos la otra. Estamos describiendo lo mismo. Las palabras que decimos para decir lo que nos está pasando son mucho más que descripciones: son creaciones. Las palabras crean realidades.
—Nuestras palabras crean realidades. Pero, ¿cómo hacemos para escucharnos?
—Desde que nos levantamos nos tenemos que escuchar, prestarnos atención. A veces le prestamos atención a todo el mundo, a lo que nos rodea, menos a nosotros. Otra cosa que podemos hacer para sacarnos de la negatividad es practicar la gratitud. La emoción de la gratitud es la que más rápido nos saca de un estado emocional negativo. De eso que me estoy quejando debemos parar un minuto y pensar que en esa situación tenemos algo que agradecer. Por ejemplo, practicar la gratitud es parar nuestra queja y decir: “Tengo hijos, cuando hay mucha gente que no los tiene". Si te estás quejando todo el día de que tu casa es un caos, pará y pensá que hay mucha gente que no tiene casa. Tomar un poco de perspectiva y hacer un ejercicio de un minuto de decir: “Me estoy quejando, pero también se puede agradecer”. Otra cosa para salir de la mala onda es ser más amables con nosotros mismos. Es la práctica de la autocompasión: tratarse a uno mismo con cariño y con respeto, como muchas veces tratamos a los demás pero no nos tratamos a nosotros. Si fuéramos conscientes que una de las mayores causas del sufrimiento humano tiene que ver con lo duro que somos con nosotros mismos, si nos diéramos cuenta que en ese dialogo interior hay un gran poder, porque yo puedo detener eso... Puedo dejar de maltratarme, de juzgarme y criticarme, y puedo ser más compasivo conmigo misma. Hay que parar un poco y darnos cuenta de qué cosas puedo cambiar hoy. ¿De qué manera describo mi realidad? ¿Estoy usando palabras exageradas que hacen que todo parezca peor de lo que en realidad es? Puedo parar y practicar un minuto de gratitud y tratarme con más amabilidad.
Una de las mayores causas del sufrimiento tiene que ver con lo duro que somos con nosotros mismos. Puedo dejar de maltratarme, de juzgarme y criticarme, siendo más compasiva conmigo misma
—¿Cómo evitar confundirse con el conformismo?
—El conformismo sería decir: “Y bueno…”. La aceptación de las cosas que no me salieron bien me invitan a la superación. Si algo no me salió bien, ¿qué me planteo de cara al futuro? Tratarme bien no significa tratar de cambiar mis espacios de mejora, es tratarlo con compasión. Es mirarlo como lo miraríamos si le tuviera que dar un consejo a mi mejor amigo. A un amigo, cuando algo le sale mal, no le decimos “sos un fracaso”. Y si no se lo digo a un amigo, ¿por qué lo hacemos con nosotros?
—¿Qué pasa cuando tu entorno es negativo?
—En primer lugar, debemos darnos cuenta que la negatividad es algo de otro, no es propio. No convertir la negatividad de otras personas en algo propio. Debo poner un límite. Le permito a la otra persona sentir lo que quieran sentir, pero no lo hago propio. No permito que esa persona descargue sobre mí toda su frustración y contagiarme de su emoción. Cuando sentimos que nos tiran abajo nuestros sueños y nuestros proyectos, podemos hacer el escudo. Cada vez que alguien de tu entorno te dice algo muy negativo, podes repetirte estas palabras protectoras: “Sin importar lo que vos digas o lo que vos pienses, soy una persona valiosa; sin importar lo que pienses de mi proyecto, mi proyecto es valioso”. Recomiendo pensarlo, repetirlo para adentro. Si alguien de nuestro entorno está muy negativo porque está pasando por un mal momento, debemos seguir esta premisa: “Elijo ser más positivo con la persona que esté más negativa”. Es un desafío, pero una persona que está pasando por un momento de mucha negatividad lo último que necesita es que le resaltemos su negatividad. Necesita de un “te quiero”, “te abrazo”, “te apoyo”, “te valoro”.
—¿Cuáles son las conductas que nos quitan la energía?
—Hay que dejar de quejarse. Es muy seductora porque, primero, tenemos motivos para quejarnos, y también sentimos una especie de descarga, pero no deja de ser una trampa. Hablo de la queja recurrente, permanente, de una actitud de vida. Cuando nos acostumbramos a quejarnos, le damos la energía que tenemos. La queja no cambia nada; el tema que nos preocupa siempre está en el mismo lugar. Pero la energía sí cambia: nos viene como ese bajón energético, una caída. Puedo preguntarme si hay algo de lo que me estoy quejando que dependa de mí cambiarlo. El primer camino que podemos tomar es cambiar algo nosotros. El segundo camino es pensar alejarnos de una persona o una situación. Quizá sea el momento de decir “basta”, y alejarme. El tercer camino se llama la aceptación. Aceptar no significa resignarse. Aceptar es estar en paz, es dejar de regalarle mi energía a esa queja inútil.
—¿Cuál es la diferencia entre aceptación y resignación?
—Cuando no me queda otra, me resigno. Pero en el fondo, cuando yo consulto con mi corazón cómo me siento, me siento mal. Aceptar es distinto. Hay un aspecto de una situación o de una persona que tal vez no es lo que más me gusta pero decido aceptarlo e intentar cambiarlo y suelto esa necesidad mía de que sea diferente. Si quiero dejar actitudes que me roban energías tengo que dejar de quejarme y de compararme. En esta era de redes sociales es muy difícil no compararse. La otra persona comparte su mejor foto, sus mejores vacaciones, la mejor comida, pero no sabemos qué hay detrás de esa foto. Cuando nos comparamos con otro nos dañamos la autoestima y la confianza, y en ellas están las llaves directas para lograr las cosas que yo quiero en la vida. Si quiero tener una vida o un trabajo mejor, o una mejor relación con mi pareja o mis hijos, o estar más contenta en general, si lo que hago es dañar y golpear mi autoestima y mi confianza estoy destruyendo mi tesoro, mi llave, mi puerta a lo que quiero. Tengo que dejar ya de compararme con otra persona.
—¿Cómo te das cuenta si tenés el hábito de compararte, por ejemplo en las redes sociales, de manera inconsciente?
—En algún punto todos nos comparamos. Lo aprendimos desde que vamos al colegio: estamos entrenados para compararnos. Pero comparate con vos mismo. Ponete objetivos de acá a seis meses y compara tus progresos, compará con todo lo que hiciste mirando hacia atrás. Compararse con otros es un acto inútil.
—¿Existen tips para utilizar bien las palabras?
—La primera premisa es saber que las palabras que decimos no se las lleva el viento. Quedan grabadas por el resto de la vida de muchas personas. Las palabras tienen poder. En segundo lugar, hay ciertas palabras que anulan todo. Los “peros” arruinan todo lo bueno que dije, queda invalidado. Hay que reemplazar el “pero” por el "y": el “pero” invalida, el "y" suma. Las palabras que desmotivan vienen del “deber”: “tengo que...”, “debería...”, “yo tendría que...”. Creemos que nos motivamos diciendo todo eso y lo único que hace es despertar al rebelde que tenemos adentro, aquel que no quiere hacer nada de todo eso. Los seres humanos estamos diseñados para funcionar mucho más por lo que deseamos que a lo que nos obligan a hacer. Muchas veces transformamos los deseos en obligaciones. Por ejemplo: “Tengo que hacer dieta”, “Tengo que ir al gimnasio”. Si empezamos a decir “quiero” en vez de “tengo” o “debo” van a empezar a sentir el cambio energético. Las palabras generan energía.
Lo aprendimos desde que vamos al colegio: estamos entrenados para compararnos. Pero comparate con vos mismo
—Todos conocimos personas en la vida que nos marcaron con palabras, para bien o para mal. ¿Cuántas frases limitantes convivieron y conviven con nosotros?
—La creencia que más nos limita de lograr cualquier cosa en la vida tiene que ver con que no tengo la suficiente confianza en mí. Con que no soy “suficientemente bueno para…”. En algún momento me hicieron creer que no era suficientemente talentosa, inteligente o atractiva. Nos limitamos cuando empezamos a dudar de nuestra capacidad para lograr algo. Todos los que tuvimos niños cerca sabemos que ningún bebé nace creyendo que no puede. En algún momento de nuestra vida alguien nos hizo creer que no eramos lo suficientemente buenos, capaces, merecedores. Esta creencia es tan poderosa y profunda que muchas veces produce adicciones, depresión, ansiedad, bloqueos en el amor, en la capacidad de lograr cosas en la vida porque tenemos esa creencia profunda de no confiar en nuestra capacidad. La buena noticia es que nadie nace con eso, es adquirido. Podemos soltarlo, cambiarlo y empezar a creer que yo sí me merezco, que sí soy buena, capaz e inteligente, y merecedora de la felicidad y el éxito. Cuando cambian esa creencia profunda, cambia todo.
—¿Cómo motivamos a los más chicos con el cole sin abrumarlos?
—Hay que armarles un “rincón de logros” en un lugar de su habitación. Una pared con fotos de éxitos que hayan tenido en sus estudios como una buena nota, un buen examen, una felicitación de una maestra. Eso devuelve una imagen positiva. No importa si hoy están más o menos. Las palabras que decimos los grandes son un espejo para que los chicos se miren cómo son. Es trasmitirles que son capaces.
—¿Cuáles son esas creencias limitantes que aparecen o se repiten en Argentina?
—Una creencia limitante es pensar que “no me lo merezco”, y otra muy poderosa es la del que no reconoce sus talentos. La creencia limitante es: “Yo no soy una persona talentosa”. Dos de cada diez personas conocen y usan su talento a diario. Solo dos de cada diez personas la pasan bien en sus trabajos porque no conocemos nuestros talentos. Un talento puede ser conversar con alguien y convertirlo en profesión; un talento puede ser contener. Hay tantísimos talentos pero las personas no las conocen y no se sienten talentosas. Sienten un bloqueo muy grande a encontrar realmente qué quieren hacer para su vida.
—¿Cómo puedo hacer para encontrar mi talento?
—Para empezar, debo ver qué actividades me atraen naturalmente y me energizan. A mí, por ejemplo, me energiza escribir y comunicarme, porque en mí es un talento natural; otras personas se estresarían. Preguntate qué te energiza, qué te atrae, qué cosas ven en vos. Buceá en tu interior a ver qué cosas te atraen y vas a empezar a encontrar un caminito hacia tu talento.
En algún momento me hicieron creer que no era suficientemente talentosa, inteligente o atractiva. Nos limitamos cuando empezamos a dudar de nuestra capacidad para lograr algo
—¿Cómo inspirar a los argentinos a creer en su país?
—En primer lugar, darnos cuenta que hay cosas que no podemos cambiar, pero que dentro del entorno que nos toque estar, como el país, la familia, o situaciones complicadas que no elegiríamos tener pero están, puedo elegir el camino de todas las explicaciones válidas o no, o puedo elegir decir: “Esto es así, no lo puedo cambiar. Pero con esto que me toca, ¿qué puedo hacer yo?". En esa elección de qué voy a elegir yo está mi libertad. Nadie nos puede quitar ese espacio. Quiero que dejemos de sentir que nuestra vida está en manos del gobierno de turno.
—¿Cómo hacer para dejar a los miedos de lado?
—Por un lado podemos empezar a diferenciar cuáles de nuestros miedos son imaginarios y cuáles son reales. Estos hay que atenderlos, escucharlos, y preguntarme de qué manera me puedo preparar mejor. Por ejemplo, mañana tenés una entrevista de trabajo y tenés miedo: quizá ese miedo te está avisando que hay un peligro y necesitás protegerte de algo importante. Si ya hiciste todo lo que dependía de vos para protegerte, después podés usar tu cabeza para imaginar cosas que te hagan sentir bien en vez de escenarios trágicos. Pero primero hay que atender el miedo real.
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