Hace veinte años se estrenaba Casi Famosos. Su director venía del suceso de Jerry Maguire. Y este era su proyecto más personal. Una recreación del mundo del rock en 1973 de la mano de un adolescente que oficia de periodista de la revista de música más importante del momento, la Rolling Stone. Ese joven periodista llamado William Miller en la película fue el mismo Cameron Crowe. Gracias a un llamado de Ben Fong Torres, secretario de redacción, dejó su ciudad y se dedicó a mostrar la vida en gira de los grandes grupos de los setenta con una mirada que cruzaba la inocencia con la pasión y una escritura musculosa.
Casi Famosos no respondió a las expectativas en el momento de su estreno. Sin embargo, aunque la película permaneció inmutable, muchas cosas cambiaron en su recepción. Se puede afirmar que hoy goza de mayor popularidad que dos décadas atrás y se constituyó, más allá de sus méritos artísticos, en un clásico moderno.
La película es de un género especial. De uno que en el último tiempo cada vez tiene más exponentes. Films que en el momento de su estreno no provocaron entusiasmo masivo y que fracasaron en la taquilla, pero que con el correr de los años se convierten en favoritas del público. Con 60 millones de dólares de presupuesto, en Estados Unidos sólo recaudó 32 millones. La derrotó, entre otras, la reposición en salas de El Exorcista: casi un guiño del destino, un film de 1973, año en el que Crowe situó su historia. Sin embargo, cada año que pasa, el recuerdo de ella se instala con más fuerza.
Su película anterior había sido un éxito enorme. Gran recaudación, buena crítica y presencia obligada en la temporada de premios. El suceso de Jerry Maguire le abrió muchas puertas a Cameron Crowe. Y también la billetera de los productores. Él se dio cuenta que ese era el momento exacto para encarar la película que siempre quiso hacer. La que reflejara su primer contacto con el mundo del rock. Los productores iban a aceptar el proyecto que él presentara. Y así fue. De esa manera se dio el gusto de trazar estas especies de memorias iniciáticas, de recuerdos adolescentes en un mundo de fantasía. Sus años en un Disney real y fascinante: cómo un chico de 16 años se convierte en uno de los periodistas musicales más importantes de su tiempo y de qué manera convive con las súper estrellas, sus egos, sus manías y sus inseguridades.
El actor principal iba a ser Brad Pitt pero a último momento se retiró del proyecto. Cualquier otra producción se hubiera caído si una súper estrella se retira, o al menos se hubiera postergado hasta encontrar un reemplazante a la altura. Pero Steven Spielberg, uno de los dueños de Dreamworks, le dijo a Cameron Crowe que no se preocupase, que buscara al actor apropiado para el papel sin importar el nombre. “En esta película la estrella es el guión” dijo Spielberg.
Russell Hammond (como Stillwater y muchos de los personajes) toma características de distintos músicos de esa primera mitad de los setenta. Pero su espíritu es el de Glenn Frey, el cantante de los Eagles, que forjó una amistad con Crowe. Para el joven cronista, Frey era “la persona con más onda del mundo”. Una de las frases más recordadas del guión es un textual de Frey, un pedido que le hizo a Crowe el día que lo conoció: “Escribí que tenemos onda”.
Stillwater, el grupo de la ficción, está inspirado en varias de las bandas que conoció Crowe en esos años. Tiene mucho de los Allman Brothers, pero también de Led Zeppelin o de los Eagles. El episodio de cuando uno de los músicos casi se electrocuta se basa en algo similar que le sucedió a Ace Frehley de Kiss. La zozobra en un viaje de avión le ocurrió dos veces en su vida. Una con los Who y en la otra, según contó en la última edición norteamericana de la Rolling Stone, iba con su esposa Nancy Wilson mientras sobrevolaban la ciudad natal de Elvis. Mientras rezaban para que el avión no fuera derribado por la tormenta ambos se dieron cuenta que nadie recordaría el lugar de su muerte porque nada podía competir con ser la cuna del Rey del Rock.
Otro de los episodios reales que está contrabandeado en el guión tuvo lugar en 1970. Robert Plant se paró en un balcón de su habitación de un Hyatt, enfrentando al vacío, jugando con el abismo, y gritó: “Soy un dios de oro”. En la película la frase la toma el cantante de Stillwater pero la dice desde el techo de una casa que es sede de una fiesta estudiantil.
Debe decirse: no es una gran película. Es indulgente, poco rigurosa y hasta algo tramposa.
Cameron Crowe cuenta que, en sus años de periodista, junto a Peter Frampton en medio de las giras se reían de los que intentaban hacer películas de rock. Todos los realizadores decían lo mismo: que su película sería por fin la que lograra captar la autenticidad del mundo del rock. Se burlaban de cada intento y de los involucrados. Un cuarto de siglo después, Cameron Crowe llamó a su amigo Peter Frampton (Crowe escribió las liner notes de Frampton Comes Alive, uno de los discos más vendidos de la historia). El guitarrista y cantante le dijo: “Así que vos te vas a convertir en aquello que criticábamos”.
El comentario fue profético. Porque Casi Famosos es una película entrañable y que ha ganado, como los buenos vinos, con el paso del tiempo, pero lejos está de la autenticidad o de mostrar el mundo de la música en 1973. Lo que sí está en Casi Famosos, y tal vez involuntariamente, es el recuerdo ingenuo de ese tiempo. “En Casi Famosos el sexo es inocente, las drogas tienen efectos solamente simpáticos y los problemas entre los músicos no son muy diferentes a los de los adolescentes en un campamento”, escribió Gustavo Noriega en su crítica original en la revista El Amante en el momento del estreno en las salas.
Casi Famosos es una memoria idealizada (y simplificada) de un mundo mítico. Y aunque a los puristas no les guste, tampoco se puede afirmar que eso esté mal. De hecho, muy probablemente allí resida el encanto (que por supuesto lo tiene) de la película.
En Casi Famosos están los músicos, las groupies, las drogas, la revista, los egos. Sin embargo, no es una radiografía del mundo del rock de los setenta. Pero tampoco intenta serlo. Ese mundo era más salvaje, más ruidoso, más peligroso.
Peter Frampton también traicionó a su yo de mediados de los setenta y participó de la película de su amigo. Compuso alguna de las canciones originales junto a la que en ese momento era la esposa del director, Nancy Wilson del dúo femenino Heart. También fue el consultor musical de la producción; entre otras tareas, Frampton fue quien le enseñó a tocar la guitarra a Billy Crudup.
La música es vital en la estructura de la película. En ese momento, las grandes producciones dedicaban un millón y medio de dólares a comprar derechos de canciones. Casi Famosos llevó esa cifra a más del doble. Invirtieron 3.5 millones.
En el guión original, Crowe había incluido cuatro canciones de Led Zeppelin, un hueso duro de roer. El grupo, sus integrantes, no cedían sus temas. Pero como conocían a Crowe -escribió una nota de tapa sobre ellos en la Rolling- aceptaron ver el film en una proyección privada en el sótano de un hotel. Crowe viajó a Londres con los rollos de película bajo el brazo. Él sabía que Robert Plant y Jimmy Page se reunían una vez al año y en ese encuentro aprovechaban para conversar todo lo relativo a los negocios del grupo.
En la pequeña sala los dos músicos se sentaron unas filas adelante del director y dos de los productores. Estos tres sólo miraban a los músicos y trataban de decodificar sus reacciones. Los veían hablar entre sí y con cada diálogo susurrado sus corazones se detenían. Hasta que llegó la escena de “Soy un Dios dorado”. Plant emitió una gran carcajada. Se rió con ganas. “Sí, dije eso”, repetía. A la salida, Plant y Page estaban felices. Habían disfrutado de la película y querían saber si la madre de Crowe era en realidad como el personaje que interpreta Frances McDormand. La negociación posterior fue sencilla. Sólo hablaron los Zeppelin.
Denegaron el permiso de uso de Stairway to Heaven (“Es demasiado. Nunca permitimos que nadie la usara”) pero en reemplazo sugirieron (y Crowe aceptó de inmediato) Bron-Yr-Aur. Ese fue el regalo de ellos que se negaron a cobrar por ese tema.
Y ya que hablamos del uso de canciones populares en Casi Famosos no posterguemos más el gran momento. La escena del micro y de Tiny Dancer. El clima previo es oscuro. La noche anterior del cantante había sido una catástrofe, había sido la de la excursión al techo de la casa y sus delirios de grandeza mezclado con instinto suicida. La resaca se nota en su cara. Hay culpa y vergüenza. Nadie habla hasta que por la radio del micro de la banda en gira empieza a sonar un tema de Elton John.
La escena es de una belleza innegable. De a poco todos la cantan, hay miradas, sonrisas. Un sentimiento de hermandad se instala. Las canciones que mutan en colectivas suelen funcionar en el cine (desde La Marsellesa de Casablanca en adelante). De un solo cantante se pasa a una pequeña multitud por efecto contagio. Ese crescendo suele emocionar. Y esta escena no es la excepción. La cámara sobrevuela a los protagonistas, flota entre ellos (una especie de travelling gracias a un riel instalado en el techo del micro). Hold me closer Tiny Dancer. La canción no era una pieza desconocida pero tampoco integraba el combo de hits seguros que Elton John tocaba en todos sus recitales. Casi famosos le dio una nueva vida, una masividad con la que no contaba. Durante años Elton John reconoció la situación en sus recitales; pasó a ser un infaltable en su lista de temas.
Penny Lane, el papel que hace Kate Hudson, está inspirado en Pennie Trumbull. Tanto es así que el disclaimer final de la película en la que los estudios suelen afirmar, por recomendación de sus abogados, que todos los personajes son ficticios, en este caso aclara que Penny está ligeramente inspirado en una persona real. Pennie Trumbull fue una de las representantes más destacadas de una fauna típica del rock, las groupies. Posiblemente junto a Pamela Des Barres (el personaje también tiene algunas características de ella, quien clamó por ser reconocida tras el estreno -los dos libros de memorias de Des Barres son una lectura muy divertida sobre el ambiente del rock-) sea de las más conocidas y una sobre la que más leyendas se construyeran alrededor de su figura.
Se llamaba Pennie Ann Trumbull pero todos la conocían como Pennie Lane. En esos años formó y lideró una agrupación de chicas al que llamaron Flying Garters Girls. Las otras integrantes se llamaban (o se hacían llamar) Marvelous Meg, Sexy Sandy, The Real Camille, and Caroline Can-Can. Pennie Trumbull dejó de seguir bandas y de disfrutar de las fiestas post shows a sus veinte años. Regresó a su ciudad, Portland, y comenzó su vida universitaria. Se casó y tuvo una exitosa vida profesional.
Philip Seymour Hoffman interpreta al legendario crítico musical Lester Bangs. Es el mentor del joven periodista. Bangs, en la película y en la vida real, no hace concesiones. Su consejo al adolescente que está por entrar a trabajar en la Rolling Stone es “sé honesto y no tengas piedad”. La película no cumple con ninguna de las dos premisas. Pero poco nos importa.
Todo había empezado mucho antes, más de 25 años atrás del estreno del film. Un chico de 15 años llamó a la revista Rolling Stone para pasar una información sobre un grupo de rock. Al número siguiente vio reflejada en una de las páginas el dato que había pasado por teléfono. Como escribía en alguna revista local, se animó a enviar su propuesta a la Rolling Stone. Para su sorpresa fue aceptado. Cameron Crowe con 16 años siguió a los grandes grupos de los setenta en sus giras. Escribió sobre los Allman Brothers (su primera tapa), sobre Led Zeppelin, sobre lo Eagles. Entrevistó a David Bowie, Joni Mitchell y Rod Stewart, entre muchos otros.
En la redacción de la revista se decía ante el éxito del chico y su sucesión de notas de tapa que en realidad él cubría bandas exitosas pero que al resto de los periodistas no les interesaban. El Crowe de 16 años tenía un gran ojo, pureza y una implacabilidad surgida de su falta de experiencia. Pero muy probablemente su mayor virtud fuera algo que en el mundo del rock y del periodismo abunda, el cinismo. Sin embargo, de vez en cuando, eso le traía alguna complicación.
Cuando envió su nota sobre Led Zeppelin (otra nota de tapa) se enteró que al dueño y director de la revista, Jann Wenner no le había gustado nada. Por primera vez fue llamado a la oficina del director. Crowe estaba convencido que lo iban a despedir. Ese sensación casi tuvo confirmación cuando vio la cara de Wenner. Pero, en realidad estaba agobiado porque se había enterado de la muerte de su maestro en el periodismo Ralph Gleason. Wenner le dijo que la nota estaba bien, que la iban a publicar pero que no era lo que esperaban. Por supuesto era mucho más de lo que se podía esperar de cualquier chico de 16 años pero no era lo suficientemente buena para esa Rolling Stone.
“Escribiste lo que ellos quisieron. Están sus palabras, no tu visión. Es la mirada de un fan. No hay nada en este artículo que le explique a los que lo lean dentro de diez o veinte años por qué esta banda es tan importante en este momento, qué significa para millones de jóvenes”, le dijo Wenner.
Apenas terminó se levantó de su silla y se dirigió a un despacho contiguo. Crowe esperó sentado en su silla. No sabía si se había terminado la reunión con el director o debía esperar algo más. Al rato, Wenner volvió y le extendió un pequeño libro ajado, con el lomo algo abombado por el uso y lleno de marcas en lápiz. Era Slouching towards Bethlehem, la colección de crónicas de Joan Didion.
“Tomá, quedátelo, es mi ejemplar. Y leélo; en especial el perfil que Didion hace de Jim Morrison. Si querés ser un mero escriba, si querés publicar alguna nota de vez en cuando, sacar alguna reseña, comentar algún concierto, está bien. Pero si querés escribir, si querés llegar al fondo, ir más lejos, tenés que leer este tipo de cosas. Y sumergirte en las profundidades, animarte a aproximarte al abismo”.
Wenner, el editor exitoso y consagrado, ante el apuro del cierre podría haber publicado la nota -tal como hizo- y olvidarse del chico de 16. Sin embargo, actuó como un verdadero editor. Exigió a su autor, buscó que se convierta en un escritor, lo empujó al fondo de su material.
La relación entre ellos no terminó bien. Cuando Crowe a los 22 publicó su primer libro (Fast Times at Ridgemont High: Crowe, de incógnito, hace el último año del secundario y lo cuenta en ese texto revelador), que rápidamente fue adaptado al cine, Wenner quiso los derechos cinematográficos pero el agente de Crowe se los vendió a otro productor. El editor lo vivió como una traición. Estuvieron décadas sin hablarse.
La historia tiene un final feliz. Reconciliados, Jann Wenner, finalmente, aceptó hacer un cameo en Casi Famosos.
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