“Me veo y me gusto”, cuenta Darío Barassi, que con 37 años está al frente de 100 argentinos dicen, la nueva apuesta de entretenimiento de las tardes de El Trece. “Me comparo con el notero de AM (una de sus primeras experiencias televisivas) y veo un crecimiento bárbaro, me siento mucho más maduro”, dice el humorista sobre su faceta de conductor que tuvo muy buenas repercusiones. “Siempre tuve la intuición de que había algo en mí para la conducción”, confiesa en esta entrevista con Teleshow.
Barassi vive la cuarentena junto a su mujer, Luciana, y su hija Emilia, por quien confiesa estar “loco”; ya cumplió 14 meses. “Soy muy buen padre, ¡no sé qué me pasa!”, ríe el artista, que está dispuesto a dejar todo por la niña. Y explica que, de alguna manera, agradece el tiempo que le dio el aislamiento para disfrutarla.
—¿Tu hija ya te vio en tele?
—¡Ay, Dios! Tengo un video espectacular. Como no la expongo en redes no lo puedo compartir. pero se lo mandé hasta a un primo segundo que vive en Villa María para que la vea. Estábamos viendo juntos el primer programa y la tenía a la gorda tirada encima mío con el pañal, comiéndose una banana, y de repente me ve aparecer, se endereza y dice: “Papá...”, con una cara de duda. no entendía nada de nada. Me tiene loco mi hija. Loco, loco, loco.
—Empieza un recorrido con tu hija entendiendo que tiene un papá muy querido y famoso.
—Es un tema, me ocupo bastante. Por suerte me casé con una mujer bien plantada, psicóloga, y me ayuda mucho a diseñar, entre los dos, la mejor estrategia para que se transite con disfrute y la responsabilidad compleja que tiene. Me encanta mi trabajo, lo pondero, disfruto de ser Barassi; pero también disfruto mucho mi intimidad, la valoro. Puertas adentro de mi casa es como un santuario, es sagrado. Si no tengo intimidad, todo lo otro no lo puedo hacer porque me siento vacío. Necesito mantener los dos mundos.
—¿Se parecen el Barassi público y el de la intimidad?
—Sí, bastante. Pero es una construcción psicológica que me sirve mucho entender que es un personaje, que se parece mucho a quien soy, pero no es todo lo que soy. Soy más que Barassi. En mi casa soy mucho más tranquilo, y por momentos necesito sacarme el mote del personaje. Soy “el Gordo”: necesito estar con mis amigos de San Juan, que me bardeen con las cosas que me bardeaban en el colegio, no tener que estar entreteniendo, siendo rápido, ingenioso, seductor. Permitirme ser ortiva, angustiarme. Sino, es imposible.
—¿Están pensando en un hermanito o hermanita para Emilia?
—No este año. Antes de ser padre quería tener 14 hijos, pero la paternidad es una entrega absoluta. ¡De ambos lados! Tenés que tener la capacidad de recibir tanto amor. La pendeja me llena por completo, me siento muy pleno. Obvio que tenemos muchas ganas, sobre todo para que Emilia también tenga un hermano, hermana, y para volver a transitar ese proceso que fue mágico. Pero es mucha entrega, mucha responsabilidad. Aparte, en la paternidad decido siempre estar muy presente. Con Emilia, durante un año dije no a muchísimos laburos, me quedé solo con el teatro para tener tiempo para estar. Lo mismo quiero si me toca volver a transcurrir una nueva paternidad, y no es el momento ahora.
—¿En qué sos el mejor con Emilia?
—Me descubro: soy muy buen padre. ¡No sé qué me pasa! Pensé que iba a ser infumable, pero mi fuerte es lo lúdico. y ella se prende en todas. Con una sábana y una tela, yo ya soy una princesa de Disney; con un almohadón ella está en su castillo, me convierto en caballo, después somos auto, aviones. Soy así desde que nació y el pediatra en un momento me dijo: “Che, está muy sobreestimulada, está muy pasada. Alguno de los dos está un poquito pasado”. Me hice el boludo, pero claramente era yo. Cuando estaba solo con mi hija, desde que tiene un mes la pendeja, le hacía shows, le cantaba. Entonces, aprendí a dosificarlo, pero puedo estar horas jugando. Insoportable, pero en eso soy bueno.
—¿En qué momento decís: “Mi vida era tan ordenada, ¡cómo me metí en esto!”?”
—Decirte que no lo pienso es de forro para el resto de los padres porque es mentira: obvio que lo pensás en algún momento. Emilia tenía seis meses y nos fuimos a Uruguay un fin de semana y esas escapaditas, cuando estaba tan tapado de trabajo, eran salvadoras. La primera noche, soy rutinario, siempre vamos a comer a un lugar que me gusta. Y obviamente, era el primer viaje de mi hija, venía de viajar en un avión, la pendeja estaba desquiciada. No pudimos hacer nada. La segunda noche fue medio parecido y me dio un poco de angustia decir: “¡Claro! O sea, dale, flaco, ya no es lo mismo”. Incluso el segundo día del nacimiento fue muy intenso y esa noche, en un momento, se durmió, y con mi mujer nos miramos como diciendo: “¿Qué pasó?”. Pero no, es lo mejor que me pasó en la vida. Es otra dimensión: ninguna persona me genera lo que me genera Emilia. Nada en el mundo. Pasé a estar en decimoquinto plano siendo un gordo ego terrible. Puedo suspender todo lo que tengo si mi hija me necesita para algo.
—¿Qué pasó con los TOC y la aparición de Emilia?
—No voy más a guardias. No chequeo más puertas. No sé qué pasó. Perdí el control, perdí el orden y me di cuenta de que, si bien es incómodo, es mucho más sano. Vivo más tranquilo, pero apenas se duerme ordeno todo, limpio. Al menos necesito la foto, dos, tres horas, de mi casa impecable. Aparte es muy libre, pensé que iba a ser muy controlador... La pendeja va, se tira, come pasto, gira por el barro; me la mandaron así para que me corrija. Llega al parque impecable, perfumada, con sus dos colitas, el vestidito, toda prolija, y a los tres segundos está chupando un perro. Bueno, la vida (risas).
—¿Cómo te llevás con la cuarentena?
—El primer mes fatal, golpe a todos. No podía porque, de verdad, tenía tres proyectos actorales muy buenos y me angustiaba mucho perdérmelos. Soy muy tipo muy social también: necesito a mis amigos, a mi familia; me despierta, me satisface. Así como disfruto mucho mi casa, disfruto mucho lo social. Fue un mes intenso, complejo, muy ayudado por mi mujer. Retomé terapia de manera virtual, aunque no me guste, acomodé un poco los patos... y te juro que fue disfrute.
—¿Qué tal la experiencia de la terapia virtual?
—Lo odio. “Soñé con un pájaro en la cara de mi padre que me decía: ‘Adelgazá’”. ¡No se puede contar eso por acá! Tengo que estar en un cuartito, más tranquilo, cara a cara. Me cuesta muchísimo. Lo hice porque de verdad estaba angustiado, pero con mi mujer la fuimos transitando y la pudimos acomodar con una beba, en ese momento, de siete meses. Después Emilia empezó a crecer, a caminar, a hablar; a reírse, desarrollamos una cosa muy vincular entre los tres que funcionó bárbaro. Hoy lo agradezco. Lo que pasa es que agradecer la cuarentena es un poco violento para la gente que la pasa mal, ya sea económicamente o por temas de salud.
—Con 37 años sos una persona muy querida por el público y con una carrera soñada por muchos. ¿Qué más te gustaría lograr?
—Me gustan los desafíos, los lugares que me ponen incómodo. La conducción era un desafío terrible. Antes de que nazca Emilia nos fuimos a España un mes con mi mujer y me sentí muy cómodo allá, sobre todo en Madrid, y me contacté con un par de productores y con un par de directores de cine. Hay una posibilidad de amplificarlo a ese nivel. Veo las carreras que hacen (Ricardo) Darín, (Leonardo) Sbaraglia, Joaquín Furriel, ni hablar de Rodrigo de la Serna. Son referentes muy icónicos que hicieron un proceso que me resulta muy interesante.
—Se viene Darío Barassi en La Casa de Papel.
—Bueno, no, porque el mameluco no me va a favorecer. Tiene que ser otro tipo de vestuario.
—¿La plata de las propuestas cuánto importa?
—Me gusta vivir bien desde que soy pendejo. De hecho, como abogado laburaba muchísimo, a pesar de que no me gustara, porque siempre me gustó vivir bien. Me gusta darme gustos. Me gusta que mi casa esté linda. Esas cosas me pasan siempre. En la medida en que las necesidades relativamente básicas para mí estén satisfechas, no, no pasa nada. Esta carrera tiene muchos beneficios, en primer lugar las cosas que no te cobran, más allá de que lo que ganás es lo que no gastás. Después también está el universo de redes sociales que se convirtió en un mercado y una empresa en donde el trabajo es muy fluido, se paga muy bien, y te permite compatibilizar ese trabajo con otro que te satisfaga más artísticamente, que tal vez no te deje tanta buena guita.
—En estas semanas hubo bastante debate por el tema canje y redes sociales. ¿Qué canje o publicidad decís: “No, de esto no hay retorno”?
—La más jugada que hice fue baños químicos para un cumpleaños. Los amé, nos llevamos bárbaro. Ellos querían que transmitiera la experiencia de baño químico así que me filmé entrando al baño. Fue jugada, la más jugada mía; al límite Xipolitakis. Al límite. ¡Beso a Vicky! Una genia.
—¿Y cómo fue? ¿Le escribiste vos a la empresa de baños químicos diciéndole que necesitabas para tu cumpleaños y que hicieran alguna acción?
—Escribo pidiendo presupuestos y la oferta viene del lado de ellos. Si no viene la oferta del lado de ellos, lo puedo deslizar. Me pasan el presupuesto y digo: “Dale, perfecto. Che, por las dudas te comento, yo con las redes… (risas). Si querés podemos pensar alguna acción”. Ese es el discurso.
—Hoy es una fuente laboral y de ingresos muy importante.
—Realmente tiene un fin publicitario muy bueno. Evidentemente funciona. Yo, agradecido de ser una buena herramienta entre la red y la marca. Porque de verdad para mí es una fuente de ingreso importante en mi vida. Cuando todo el mundo me tilda con el mote del gordo canje, me lo tomo con humor pero digo, el porcentaje menor es canje y el porcentaje más grande es un chivo pago. Los respeto, le dedico tiempo, me compro buenos equipos como para mejorar la calidad de lo que grabo. Me lo tomo re en serio, eh. Para mí es re laburo.
—Darío, ¿choluleaste a alguien alguna vez?
—Cuando venía de visita a Buenos Aires, con 10 años, me encontré en el Alto Palermo a la Gunda, a Claudia Fontán, y la saludé y súper bien. No soy muy cholulo. Una vez llevé a una amiga mía y de mi mujer a un recital de Abel Pintos y ella quería conocerlo, saludarlo. Le digo: “Juli, bueno, pero controlate, medite”. Es medio papelonera, muy sentimental. Se lo presenté y empezó a los gritos: “¡Estuviste en mi embarazo, en mi parto!”. Nadie sabía bien qué quería decir, estaba como desquiciada. El pobre Abel la miraba. Claro, Juli quería contar que ponía su música. Aparte tiene muchos rulos y yo decía: “¡Ay Dios! Qué llamativo está siendo este momento”. Una anécdota que quedó para todos, y ahora, pobre, la vivimos boludeando con eso.
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