“Gracias por darme el espacio...”, atina a decir Coco Carreño, y rompe en llanto. Es entonces Ángel De Brito quien debe explicar el motivo de la comunicación -por videollamada-, porque quizás, como en un proceso de negación, el cocinero no puedo decirlo, no le sale: la muerte de su papá por coronavirus es tan dolorosa, tan reciente -sucedió ayer- que su voz se ahoga en las lágrimas. ”Quería hablar de él, de su legado, de todo lo que hizo por la sociedad”, agrega, y le pide disculpas al conductor de LAM y a sus televidentes. “Perdón por el papelón...”. Ni falta que hace: imposible no empatizar con su testimonio, que en el mediodía de este jueves conmovió a todos.
César -”el doctor Agost Carreño para muchos”, como advierte su hijo- tenía siete hijos y nueve nietos. Y si bien a los 82 años presentaba “algunas complicaciones de salud”, estaba “impecable”. Era médico: atendió en el Sanatorio Mitre “toda la vida”. “Y en un punto, él buscó esto: dijo que quería ir a trabajar”, explica Coco, y su definición suena a admiración antes que a reproche o lamento.
Porque César se hallaba en el grupo de riesgo, pero pese al riesgo de contraer la enfermedad no quiso perder el seguimiento de sus pacientes, trasplantados renales (en eso se especializaba). Y entonces, cuando sus familiares le rogaban que no fuera al hospital, respondía: “Si yo no voy a trabajar me muero. O me mata el COVID, o me mata quedarme en mi casa”. “Y no lo podés atar a la cama... -argumenta el cocinero-. Era una persona grande”.
La despedida fue desgarradora. El sábado lo vio por última vez. “Me dijo que había tenido un episodio de desasosiego, que es cuando te falta el aire y te sentís morir. Me contó que era espantoso, horrible. Y que había pedido no ir a terapia: no quería ser intubado”. Pero cuando el cuadro se agravó, César desistió de la idea y aceptó que desde la habitación normal que ocupaba, fuera trasladado a una cama de cuidados intensivos.
“Lo más doloroso es que me dijo: ’Llevate todas mis cosas’. Agarré una bolsa limpia, me lleve toda la ropa de mi papá, los documentos. Y sentí que era la despedida, que no iba a poder salir de ahí. Y no salió, no resistió. Peleó un mes entero, todo lo que pudo. Y yo desde ese sábado a la noche soñé que se iba a morir. Esa es la verdad. Lo soñaba, y me sentía horrible por soñarlo”.
Coco recuerda las palabras del médico que atendió a su padre hasta el último suspiro: ”Tu viejo no era un soldado -le dijo-, porque a un soldado lo mandan. En cambio, un guerrero va. Y él, fue”.
El doctor Carreño nunca descuidó a sus pacientes, desde una “calidez” tan suya, y tomándose el tiempo necesario de preguntarles cómo estaban. Lo hizo hasta en su internación. “Mi viejo se sacaba la mascarilla y atendía por teléfono a los pacientes. ¿Qué hubiera querido él? Que todos sus hijos siguieran laburando”. Porque desde su propia experiencia, Coco coincide con la mirada que tenía su papá.
“Yo reabrí los locales porque sentí que había una necesidad de volver a generar trabajo, y de tirar para adelante. Hay que vivir; pagar los sueldos, las cuotas. No podés quedarte encerrado. Yo creo que no hay que tener miedo; hay que tener cuidado, que es una cosa diferente. Mi papá era una persona de riesgo y no debería haber ido a trabajar, pero si somos personas relativamente jóvenes y sanas tememos que salir a trabajar, con cuidado. Es muy importante eso”.
No obstante, Coco advierte sobre la problemática que enfrenta el personal médico en esta instancia de la pandemia en nuestro país: “No pueden más...”, afirma. Y en este caso, su vínculo excede a su padre: Andrés -su pareja-, su mamá y su hermana también son doctores.
“¿Vos creés que a una persona que arriesga su vida la vas a arreglar con tres cuotas de 5 mil pesos? Es una falta de respeto -sostiene, pensando en los políticos-. No ofrezcas nada. O sentate y decí: ‘Robo un poco menos, pero los profesionales de la salud tienen que ser bien pagados’”. Te están salvando la vida... Recién ahora se está razonando que un medico no puede ganar 30 mil pesos. ¿Qué clase de país somos? ¿Hacia dónde apuntamos?”. Y Coco -entre la desolación y la indignación- hace suyas las palabras que le dijo el doctor sobre su papá: “Hay médicos que están muriendo en la primera línea, como si fueran guerreros. Merecen un mejor trato. Están agotados, no pueden más”.
Una semana atrás, su pareja contrajo coronavirus. “Apenas se curó y le dieron el alta, volvió a trabajar. Él también es un soldado...”, lo enaltece Carreño, y vuelve a llorar. Porque hay lágrimas que no se secan por más que se pronuncien mil palabras de consuelo. Porque hay lágrimas que no necesitan ser explicadas por esas palabras que a Coco tanto le cuesta pronunciar. ¿Por qué pedirle que se disculpe? ¿Cómo no empatizar?
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