El mensaje que Mercedes Morán volcó este martes en su cuenta de Twitter es desgarrador desde su simpleza: “Hoy se fue mi madre. Después de batallar contra el COVID 15 días, con 97 años. Mi agradecimiento eterno al personal médico del Hospital Italiano. Gracias también por todos los mensajes de amor”.
La última vez que la actriz había posteado un mensaje en las redes sociales referido a la salud de su mamá fue el 18 de marzo, dos días antes del inicio de la cuarentena decretada para evitar la propagación del coronavirus. Aquella vez, Morán subió una imagen que la mostraba en el geriátrico donde vivía, sosteniendo un pequeño cartel en sus manos: “Yo me quedo en casa. Acá me cuidan”, se leía en el papel.
La actriz Mercedes Scapola también la despidió en las redes, respondiendo el tuit de su mamá: “¡Gracias a todos por les mensajes hermosos! ¡Y siempre gracias a los médicos que dan la vida por sus pacientes! ¡Besos al cielo, abuela KuKA!”, escribió Mey.
En la mayoría de sus entrevistas Mercedes Morán solía hacer una referencia a su madre, de manera directa o solapada. Así era como contaba que había sido maestra y directora rural (“por vocación de servicio”, diría la actriz) en un pueblo de San Luis, Concarán, donde ella nació. La definía como “ultra católica” (iban juntas a la iglesia todos los domingos) y un tanto “mano larga”: de niña, la obligaba a rezar tres oraciones por noche y le decía que si dormía sin remera el diablo le iba a rasguñar la espalda.
Esa situación la hizo sentir mucha culpa: a los seis años se golpeaba la cabeza contra la pared por creer que había traicionado a Dios al espiar a su hermano adolescente, de quien se sentía enamorada. Pese a todo la recordaba como una mujer muy presente con sus hijos: la acompañaban cuando daba clases o colaboraba con escuelas comunitarias.
Sonriendo, Morán suele decir que ella terminó saliendo “atea, agnóstica, budista, hoy devota de la Virgen de Guadalupe…”. En cambio, con su padre tenía una relación más cercana. Sordo de muy joven por ser víctima de las explosiones de la mina de cuarzo en la que trabajaba, tuvo muchos oficios. Fue remisero y empleado en la Biblioteca del Congreso. Pero también diputado provincial. Con su madre todo era distinto. En un reportaje reciente, concedido desde su cuarentena, Mercedes dejó una frase elocuente: “¿Alguien a quien envidie? He envidiado a las personas que tenían una madre de esas que me hubiera gustado tener a mí”, confesó.
Por los estudios universitarios del hijo mayor, la familia Morán se terminaría mudando a Buenos Aires, siguiendo el deseo de la mamá de Mercedes: quería vivir aquí. Todavía lejos de los sueños de la actuación, su hija sufrió el cambio a la gran ciudad: de un pueblo pequeño en el que todos se conocen pasó a la inmensidad de una gran urbe, que trajo como consecuencia la asistencia a un colegio pupilo, y el transporte escolar a cambio de la bicicleta usada para ir a la escuela. Cuando Mercedes se casó de manera “precoz”, como reconoce –era todavía una adolescente–, sus padres se opusieron.
Morán creció, y siguió tomando sus propias decisiones. Fue mamá, se separó, volvió a formar una pareja, tuvo más hijos, desarrolló una enorme carrera como actriz. Y habrá aprendido de su mamá cómo ser, a su vez, una mujer madre. Por eso, pese a todas las diferencias, fomentó el amor de sus hijas a su abuela: tal vez lo más importante sea que hoy despiden a la amada Kuka. Ese cariño perdurará por siempre.
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