Su trama gira en torno a un grupo familiar marginal de Corea del Sur que se vale de la estafa para ir habitando de a poco la casa de una familia adinerada. Ki-taek es el patriarca del clan que habita un piso bajo en Seúl, paleando el desempleo a base de trabajos precarios. Todo cambiará radicalmente cuando su hijo consiga trabajo como profesor de inglés de un niño en una casa de clase alta. Su estrategia consistirá en que, progresivamente, cada miembro vaya ocupando un puesto distinto, tanto sea de la servidumbre como del cuerpo de docentes particulares de sus hijos.
No estamos ante un caso de una película difícil de ver y entender, ni que encierre cuestiones artísticas elevadas para quienes no pertenecen a ese nicho: Parasite (Parásitos) podría ser perfectamente una película popular estadounidense, francesa o argentina. No pertenece al cine indie (independiente y de bajo presupuesto); por el contrario, recaudó unos 264 millones de dólares, cuando tuvo un costo de solo 11 millones. Y desde hoy, el filme que ganó seis estatuillas en la última gala de los Oscar (incluida mejor película, mejor película extranjera, director y guión), y que se había alzado con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, está disponible en Netflix.
Para aquellos que nunca vieron nada de Bong Joon-Ho, una película como Parasite resultará algo totalmente sorprendente. En cambio, quienes conocen a este realizador podrán apreciar en su última película tonos y temáticas muy propias de uno de los directores más importantes del cine contemporáneo. Para ubicar a este director en toda su trayectoria, ha hecho hasta ahora siete largometrajes y pertenece a una generación de cineastas nuevos de Corea del Sur surgidos desde mediados de los 90.
En todos estos casos hay una fuerte impronta de cine político y social, un interés que en el caso de Bong Joo-Ho se conecta hasta con su propio título académico (antes de dedicarse al cine se graduó de sociólogo). Dentro de estos intereses, lo que más persiste es una mirada personal hacia las relaciones de poder. No solo porque en su cine existen tensiones de clase o de autoridad (que la mayoría de las veces es la misma cosa), sino porque más de una vez ese poder se manifiesta de manera torpe y hasta inconsciente.
Un ejemplo claro de esto está en The Host. Allí lo que llama la atención es que las fuerzas militares no solo pueden ser crueles, sino que pueden carecer de todo sentido común y entregarse a la obediencia de un poder mayor (en este caso el de los Estados Unidos) sin chistar. En Memorias de un asesino, por ejemplo, los policías del pequeño pueblo utilizan las confesiones vía tortura no sólo por un contexto de violencia generalizada (la película transcurre durante una dictadura de derecha que sufrió Corea del Sur en la década del 80), sino porque carecen de demasiada inteligencia. Y hasta en Okja los villanos principales se presentan como un conjunto de personas grotescas que terminan siendo excedidos en astucia por una adolescente.
Por supuesto que tanto hincapié en la impericia o ignorancia de ciertos personajes redunda en más de una ocasión en que el cine de Bong use, y mucho, la sátira y el humor. Pero también es verdad que la estupidez o ignorancia de algunos de sus personajes no solo es cómica sino también dañina y trágica. Y acá es donde entramos en una de las características más asombrosas de su cine: su impredeciblidad. Quien entra en el mundo de Bong Joon-Ho, entra en un universo en el que pareciera que puede suceder cualquier cosa. Su cine es rico en vueltas de tuerca narrativas, y en cambios de registro bruscos que hacen que se pase rápidamente de lo cómico a lo terrible.
No obstante, lo interesante de su cine es que estos cambios de registro si bien se ven bruscos en una primera mirada, se terminan revelando como lógicos cuando uno revisa la película o incluso termina de pensarla. O sea, el cine de Bong podrá ser impredecible, pero nunca es gratuita. En el fondo, termina siendo una consecuencia esperable, a veces incluso lógica tanto sea por el entorno en el que viven sus personajes como por sus propias decisiones.
En Parasite, las personas que ocupan lugares privilegiados no son mostradas en ningún momento con desprecio. Sus actitudes mezquinas, si bien pueden existir, no las convierte necesariamente en villanos horribles o siquiera malas personas, sino simplemente en gente que tuvo la suerte de nacer en lugares apacibles donde pudo construir un mucho mejor futuro. En todo caso, lo que les dio esa vida privilegiada es un mundo rodeado de una burbuja de felicidad que los convirtió en personas muy ingenuas para ciertas cosas, que no saben ni quiénes son las personas que entraron a su casa ni conocen por completo cada uno de los rincones de su propia vivienda.
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