“Mi primer amor fue a los diez años. Estaba enamorado de una compañera de banco del colegio, pero era muy vergonzoso y no me animaba a hablarle. Ahí fue que compuse mi primera canción: se llamaba ‘Dile a ella que la quiero’”. Sin darse cuenta, César Honorio Pueyrredón iniciaba de esta manera su carrera en la música. Luego, el grupo Banana no solo le daría un apodo de por vida, sino también el reconocimiento del público. Su etapa como solista lo confirmó como un emblema del rock pop romántico en español.
Ni el paso del tiempo ni la pandemia impidieron que siguiera cantándole a Cupido. En la cuarentena César Banana Pueyrredón se reinventa, y el sábado 5 de septiembre a las 22:30 brindará su segundo show por streaming, que llamó Está en vivo, Volumen 2 (los accesos se pueden adquirir ingresando a Plateanet.com), en el que realizará un repaso por sus clásicos, los temas románticos, los no tan románticos y algunos que no entonó en su primera presentación. Hacer arte a través de una pantalla no es fácil para nadie, menos para aquellos que hace tanto tiempo están acostumbrados a sentir el calor del público. Pero él ya tiene experiencia en la materia.
—Hace unos meses, un argentino que vive en los Estados Unidos cumplía años y quería que le hiciera un show. Entonces, con un poco de asesoramiento, encontramos un programa para hacerlo desde mi casa por streaming, y quedé muy satisfecho con la experiencia. Creo que es una modalidad que puede servir, incluso, para el futuro. En el show del próximo sábado voy a salir desde un estudio, con mis músicos. Para nosotros hacer este tipo de presentaciones es casi lo mismo que antes: lo único que se extraña es la gente que participa y llora en la primera fila, pero cuando empezamos a tocar nos abstraemos. Cierro los ojos, me meto en la canción y ya entro en ese universo expresivo.
—Si se le puede cantar al amor a través de una pantalla, ¿también puede existir el amor virtual?
—Por mi forma de ser, que soy un canceriano nostálgico y romántico, siempre he mantenido algunos códigos que tienen que ver con lo clásico. Por eso mis canciones siguen vigentes: mantienen un código. Admito que hay códigos nuevos, pero algunos me parecen inadmisibles, como que las parejas cortan por WhatsApp y al rato cada uno ya está tuiteando con su nuevo amante. Para mí era todo un tema sentarme cara a cara y decirle a una chica “lo nuestro no va más” o “sí, vamos a darle para adelante”. Desde chico me costó encarar, era muy tímido, pero la música me salvó.
—¿Viviste tantas historias de amor como dicen tus canciones?
—No. Hay tres grupos de canciones. Un grupo sí tiene que ver con historias que me pasaron o mis perspectivas sobre las cosas que suceden. Un segundo grupo tiene que ver con historias pero que no me pasaron a mí, sino que me las contaron. Y hay un tercer grupo que habla de hechos que nunca sucedieron porque salieron de algo que me inspiró. Como una vez, que estaba sentado en el piano de mis viejos, en el que escribí casi todas las canciones de Banana, y entró mi mamá y prendió las luces. Le dije “apagá las luces que el ambiente está perfecto”. Y así nació la canción “Solo apaguen las luces”.
—¿Qué lugar ocupa el amor en tu vida?
—En mi trabajo, está presente en casi todos los temas. Siempre intenté desarrollar buenas canciones de amor, no melosas, cursis ni vulgares; sino más poéticas y profundas. Tal vez sea una mirada un poco metafísica, pero creo que Dios es una energía que hace bien, y cuando esa energía pasa por el hombre, se llama amor. Tengo una visión romántica del amor, por eso digo que mis canciones son más que solo canciones: es la manera en la que me paro frente a la vida. Te das cuenta con los buenos cantantes, que expresan mucho más que el sentido de las palabras, como los boleros de Armando Manzanero, o los temas de Luis Miguel, Axel, Abel Pintos y Luciano Pereyra.
—¿Se puede separar sexo de amor?
—Están ligados, pero se pueden separar. Me parece que el sexo es una herramienta más para expresar amor. Pero el amor es la energía más fuerte. En el plano más animal, del hombre más instintivo, se desarrolla a través del sexo. El poeta está un escaloncito más arriba que el hombre, y ahí, el amor pasa a ser una energía que de alguna manera acomoda las cosas en el mundo.
—El género de moda, el reggaetón, pareciera diferenciarlos con claridad, ¿qué opinás de esta música?
—No creo que ningún cantante de rock o pop argentino coincida con esas letras que dicen “bajate la pollerita y mové el culito”. De todas formas, hay de todo en el reggaetón: la música de Luis Fonsi es una cosa, la de CNCO es otra, el mismo Maluma, cuando hace canciones más serias, es otra cosa. No se puede creer que un tipo como él haya escrito “Cuatro babys”, porque lo escuché cantar otras cosas y me demostró que artísticamente es un capo. Creo que estamos en una etapa pre Beatle, en el sentido que va a venir un grupo, un artista o un grupo de artistas a imponer su sesgo melódico nuevo a la música popular. Ya pasó con el rock, el tango y el jazz. Siempre empezó como una música bailable rítmica (Elvis Presley), después lo melódico (Los Beatles), luego lo sinfónico (Pink Floyd, Génesis) y finalmente viene lo innovador, lo más contemporáneo. Se termina el ciclo y vuelve a empezar. Con el tango pasó lo mismo: lo bailable a principios de siglo, lo melódico con Gardel, después las grandes orquestas y más tarde llegó Piazzola.
César, último de ocho hermanos, es nieto de Honorio Pueyrredón, ministro de Relaciones Exteriores y de Agricultura durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, y una figura histórica del radicalismo. El amor está presente en su vida desde sus primeros recuerdos, con una infancia tranquila en familia y mucho fútbol junto a sus amigos con la camiseta de Independiente. Más allá de alguna que otra queja de parte de su madre por quedarse cantando hasta tarde en la madrugada, siempre lo apoyaron en su carrera artística.
Sus primeras bandas las formó con uno de sus hermanos y algunos compañeros del colegio. A los 17 años, antes de terminar el secundario, se puso al frente de Banana, la carta de presentación que necesitaba para hablarles a las chicas. Jamás se imaginó que con el grupo editaría cinco discos, que como solista lanzaría otros 13, y que con canciones como “Conociéndote”, “No quiero ser tu amigo”, “Nadie podrá hacerme olvidar” y “Nuestro amor comenzó a vivir”, pasaría a formar parte de la cultura popular argentina.
—¿Por qué cuando se disolvió Banana decidiste tomar un camino independiente?
—Yo cantaba los clásicos del grupo y atrás tenía tres o cuatro músicos que me acompañaban, y un día dije “empiezo mi carrera como solista”, así podía firmar mis temas y tenía la independencia para experimentar más. Los músicos que están conmigo al día de hoy me acompañan hace 30 años, ellos aportan lo fundamental para que suenen las canciones, y yo soy como el líder de la banda. Sigo siendo un líder positivo.
—Supongo que en tantos años habrás inspirado varias historias de amor…
—Todo el tiempo me paran por la calle -cuando se podía salir- y me dicen “conocí a mi mujer”, “me enamoré” o “me casé” por una canción mía. Hay gente que hasta se volvió a encontrar con un ex a través de mis temas, pero una vez lo vi en el momento que sucedió. Me había contratado un tipo para tocar en una disco de Catamarca. Así que fuimos y esa noche se me acercó, y me dijo: “Hace cinco años que estoy separado de mi mujer y ella va a venir porque le gusta tu música, así que dedicale una canción”. Canté “Nadie podrá hacerme olvidar” y cuando terminó el show vino él con su ex mujer a saludar. Estaban agarrados de la mano. Le sonreí y me dijo: “Cuando cantaste esa canción nos miramos a los ojos, nos agarramos de la mano fuerte y nos corrió una electricidad por el cuerpo… decidimos intentarlo de nuevo”. Fue muy fuerte.
—¿Y tu historia de amor con Cecilia (su pareja hace más de 40 años) también está ligada a la música?
—Un poco… yo tenía un amigo que salía con una chica de Hurlingham, que era amiga de mi esposa. Yo la conocía, pero no había pasado nada entre nosotros. En esa época se salía de a parejas, entonces un día fuimos los cuatro al boliche Marrakech. La saqué a bailar “Toda una noche contigo” y dije “acá la mato”. Pero no fue así, tuve que remar seis años de novios hasta que nos casamos. Me suelen preguntar si le canto mucho a ella, y no, no soy tan romántico como Banana Pueyrredón. Ella no está enamorada del póster, se enamoró del hombre detrás del afiche y no hay tanto romanticismo. Más que nada, tenemos una amistad muy profunda.
—¿Cuál fue la situación más extraña o inesperada que te tocó vivir con la música?
—Una vez me pidieron que fuera a cantar a una escuela de chicos sordomudos. Los chicos leían la letra mientras yo cantaba y me leían los labios. Las maestras de lenguaje de señas alrededor mío les traducían lo que yo iba cantando, había como 400 chicos aplaudiendo. Yo lloré de la emoción… esa noche aprendí que la música no es el sonido. Lo que nosotros escuchamos es la vibración en el aire que llega al tímpano y manda información al cerebro, que lo codifica y dice “esto es un La Mayor”. Estos chicos no tienen esa posibilidad, por eso la música, evidentemente, es algo mental. Y al poco tiempo me pasó algo muy gracioso. Tuve que cantar de vuelta frente a un grupo de chicos sordomudos al aire libre. Y yo soy malísimo con las letras, siempre me las olvido o las cambio. Entonces en un momento yo sanateo con la letra, algo que siempre pasa desapercibido. Pero la chica del lenguaje de señas me miró como preguntándome “¿qué dijiste?” Claro, ¡era imposible de traducir!
—¿La música alguna vez te sirvió para salir de un momento difícil?
—Después del parto de mi hija Juana, en 1987, mi esposa tuvo un tema intestinal por la cesárea, no se acomodaron bien todos los órganos y casi se muere. Ahí es cuando nace la canción “Más cerca de la vida”. Como que antes hacía canciones de amor pero no expresaba cosas o cambios más profundos. Pero eso fue un hecho bisagra en mi vida: de esa experiencia trágica hice algo bello, que es el último sentido del arte.
—Tenés una relación muy cercana con toda tu familia, ¿incluso con tus primas Patricia Bullrich y Fabiana Cantilo?
—Sí, ellas son primas hermanas, y yo sería tío segundo de ambas, pero me dicen que soy primo porque no me quieren hacer sentir más viejo, aunque tengamos pocos años de diferencia. Cuando nos vemos tenemos una relación buenísima.
—No llegaste a conocer a tu abuelo, ¿hubiesen coincidido en una charla sobre política?
—Sí, coincido muchísimo con su mirada sobre la sociedad y la política en general. Un tipo que ganó la gobernación de Buenos Aires en el ’31 y lo mandaron preso a Ushuaia. Me hubiese encantado tener una charla con él. Que me cuente de la Primera Guerra Mundial, de la Convención de Ginebra, de su paso como embajador en los Estados Unidos. He escuchado sus discursos, tenía una voz muy buena y muy fuerte.
—El linaje seguirá con la llegada de tu segundo nieto…
—Así es. Mi hijo, que vive en los Estados Unidos, ya me dio a mi primera nieta, que se llama Aurora, y está por tener su segundo hijo. Sabemos que es nene pero no nos quisieron decir cómo se va a llamar. Lo que sabemos es que el segundo nombre va a ser Honorio: va a mantener la tradición del nombre de mi abuelo, que es mi segundo nombre y el de mi hijo también.
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