Actúa desde la adolescencia, gracias a prestarle atención a una vocación que ha definido como “temprana”. Y construyó una trayectoria muy respetada, con el reconocimiento del teatro y la masividad de la televisión. Sin embargo, Oscar Martínez tenía 63 años cuando sintió que su carrera dio un vuelco hacia la consideración en el mundo cinematográfico. Ocurrió en 2013, con Relatos Salvajes, que terminó siendo nominada al Oscar.
“(A partir) del suceso descomunal que tuvo, no solo en la Argentina, que batió todos los récords de recaudación, sino en el mundo, algo ocurrió que me volvió visible. Y desde ese momento no he parado de filmar. Incluso hubo un año insólito (2016) en el que rodé cuatro películas, y no he vuelto a hacer teatro”, destacó el actor, en declaraciones tomadas por la agencia EFE. “Algo pasó con Relatos Salvajes. Me volvió visible para los directores”.
Quizás, en la apreciación de Martínez prima cierta humildad: tanto en Argentina como en España su labor se destaca desde mucho antes del filme de Damián Szifron. Tanto es así que, en el marco del Festival de Málaga, acaba de recibir a los 70 años el premio a su trayectoria, calificada como “imprescindible” para el cine ibérico.
Fue su colega y amigo Antonio Banderas -en su reaparición pública tras recuperarse del coronavirus- quien le entregó de manera virtual -vía Zoom- su tercera Biznaga, el vigésimo galardón de una carrera que ha sumado premios Martín Fierro, Fénix, Platino y Concha de Plata, entre otros. El público español lo ubica en un amplio registro actoral: desde el tragicómico Norberto Imbert de El cuento de las comadrejas al abuelo con principios de Alzheimer de Vivir dos veces, por ejemplo.
“Personalmente te lo llevaré a Madrid para dártelo en mano”, le prometió Banderas. En 2019 Oscar había recibido la Biznaga por su actuación en Yo, mi mujer y mi mujer muerta, de Santi Amodeo. Pero en esa ocasión, confía el argentino, “no faltó” quien le hablara de una filme suyo que ya es “de culto”.
Porque Martínez sostiene que contó con “la suerte” de haber participado de “algunas películas que tuvieron mucha repercusión”. Y allí enaltece a El ciudadano ilustre, en la que los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn le hicieron un “traje a medida”, con un personaje que, según le dijeron en su momento, solo podría interpretarlo él. “La cinta ha quedado como una película icónica”, dijo muy emocionado sobre esa producción que le remarcaban “de culto” durante su última visita a Málaga.
Su protagonista creyó que El ciudadano ilustre terminaría agradando a un público determinado, pero el suceso lo tomó por sorpresa: “Terminó siendo masiva”, explica sobre una cinta que todavía conserva su éxito en Netflix. “Los que amamos el cine sentimos el escozor (del arribo del streaming), pero como está avanzando tecnológicamente el mundo es enojarse porque llueve. Hay que reconocer que es una fuente de trabajo a nivel mundial, así que bienvenidas sean las plataformas”.
Si bien lamenta el cierre de las salas, pero a su vez le da valor a que el público, desde sus casas, logre acceder a un catálogo de películas muy rico (”Es maravilloso que existan maneras de llegar al público”), Martínez asegura que ya tiene claro lo que hará cuando concluya esta “maldita pandemia”, en lo que al gusto por el séptimo arte se refiere: “Los que vemos cine en sala, seguiremos haciéndolo”.
El actor de El nido vacío cumple con la cuarentena en Buenos Aires, y en soledad. En esa circunstancia es como participó de la filmación de una película “con un nombre que alude a la reclusión”: Murciélagos. “Es muy sui géneris, hecha en las casas, con teléfonos móviles, dirigida y producida a la distancia: a mi casa no entró nadie. Son 8 historias y cada uno (de los actores) la hizo en su casa. Fue una experiencia muy particular, un desafío difícil”, había contado, días después de su estreno.
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