“Tenemos el tiempo de nuestro lado”, dice Emmanuel Horvilleur, que acaba de lanzar su corte “Raros”, el primer adelanto de lo que será su próximo disco. El tema fue escrito en febrero, pero el músico explica que muchos pasajes de la canción se adaptan perfectatemente a la sensación de los primeros días de la cuarentena. “No podemos no sentirnos raros. ¿Quién siente que esto es normal? Para mí no lo es”, reflexiona Horvilleur. También, revela que el single lleva en su nombre algo de homenaje a “Raros peinados nuevos”, de Charly García.
Además, en esta entrevista con Teleshow, el cantante recorre la historia con su padre biológico, con quien se reencontró después de casi 20 años, anticipa lo que será el documental de Illya Kuryaki, y se mete de lleno en su carrera como solista.
—¿Cómo es la experiencia de componer en cuarentena?
—Los primeros días no apareció nada de nada. Tampoco tenía intenciones de agarrar la guitarra. Esa cuarentena bien estricta no fue inspiradora. Después, se empezaron a suscitar un montón de canciones. Cuando le empecé a encontrar la onda a estar en mi casa, inclusive a la noche, tomar una copa de vino, distender, escuchar buena música, fueron muchos días de redescubrir música que había escuchado en otra época o cosas nuevas, también. Pero sí, por suerte fueron saliendo. En un momento había que ponerse a trabajar.
—¿Cuál es la clave, después de tantos años y tantos éxitos, para no repetir la fórmula y buscar siempre algo distinto?
—La clave está en disfrutar de ese viaje, ir a otros lugares, volver a zonas que abandonaste. La música es algo que todo el tiempo se está moviendo. Es muy inspiradora la búsqueda. Me sigue entusiasmando cada vez más.
—¿Cuándo se suelta un tema?
—Es todo un trayecto. A “Raros” le di un montón. Justamente, tenemos el tiempo de nuestro lado. Hay muchas etapas: de composición, de grabación, de mezcla. La mezcla fue re relajada, iba y volvía la canción con el técnico. Hasta que no estuvo cada detalle en su lugar, seguimos dándole. Tampoco hay que pasarse: las canciones tienen que salir. Si no, es una fantasía en la cabeza de uno. Cuando uno la saca es del éter.
—Tu disco Xavier anduvo súper bien. ¿Hay una idea de hacer la segunda y la tercera parte?
—La trilogía es algo que puede estar bueno. Está bueno que esta etapa se circunscriba a una idea. Xavier es eso. Saqué el uno, ahora voy por el dos, y posiblemente hagamos un tercero. Es la idea. Van a ser todas ideas musicales diferentes, son discos diferentes, pero me gusta esta idea de nombrarlos Xavier porque también van a marcar una época.
—Una época que tuvo que ver con un viaje, de gira por Europa con Illya Kuryaki, en el que te volvés a contactar con tu papá biológico.
—Sí, se abrió una cosa que estaba... no negada, pero muteada. Mi madre se separó de (Juan) Horvilleur cuando yo tenía un año y medio. Él se fue a vivir a Europa y no lo vi en toda mi niñez. Cuando tenía 22 años, vino a ver un show de Illya Kuryaki de la época de Chaco. Después volvió, y hace un par de años hicimos una gira en España, Alemania, Francia, Holanda, y vino con mi tío y volví a verlo después de otros muchos años, casi 20. Revolvimos un poco la historia de Horvilleur, de mi abuelo, y un montón de cuestiones que ni sabía. Se empezaron a abrir cosas. Xavier habla un poco de ese descubrimiento.
—¿Cómo fue conectar con esos orígenes? ¿Había sido una necesidad en tu historia, o surgió y te encontraste con algo que no sabías?
—Obviamente, de chico sí, pero no se dio. No es tampoco que lo esté llorando porque mi mamá, al poco tiempo, se puso en pareja con Eduardo Martí, a quien considero mi padre. Tuvo a Lucas, a Guadalupe, que son mis hermanos, y todo entró en otra frecuencia. Horvilleur era como un personaje de historieta para mí: mi padre biológico. Entonces, verle la cara, los rasgos, que son los que tengo, fue fuerte. No me voy a hacer el boludo. Una noche, después de un show increíble con Kuryaki en Madrid, llegué al hotel y abrí la puerta del balcón. Se veía la Gran Vía y me puse a llorar de la emoción. Esa posibilidad que tenemos, a veces, de vivir escenas de películas muy zarpadas. Todo ese viaje fue eso, como una película. La pasé bien y me gustó que eso se moviera adentro mío; si no, es todo una fantasía. También me sirvió como padre, un poco de reparación que te permitís darte.
—¿Quedaste en contacto con esa parte de la familia?
—Estoy en contacto. No tanto con mi padre, puntualmente. Con mis primos hay un grupo de WhatsApp que se llama “Primos” y nos mandamos cosas. Está bueno porque me perdí de muchos momentos con ellos. Hay cariño a la distancia.
—En tu infancia te decían Papik. ¿Cómo surgió ese apodo?
—Había un libro que mi mamá leyó cuando estaba embarazada de mí que se llamaba La noche de las… (NdR: El país de las sombras largas) que era una historia de esquimales. Tengo una cara así, como medio china, parezco un poco un esquimal, y mi mamá, cuando me vio así de bebé, me empezó a decir Papik.
—¿Alguien te sigue llamando así?
—A alguno se le puede escapar. Fue mi sobrenombre hasta los 13, 14 años. Me decían todos Papik. De hecho, en la primera grabación de Téster de violencia, de (Luis Alberto) Spinetta, estoy como Papik Martí (risas). Nadie va a saber que soy yo.
—Tu primer disco sale a tus 16 años, con Kuryaki. En ese momento hubo que romper un montón de prejuicios, no fue simplemente el éxito que hoy recordamos.
—Para nosotros fue re exitoso en el sentido de sacar un disco a esa edad y todo lo que significaba. De hecho, salió en vinilo, que es increíble; eran de los últimos que salían. En el año 91, 92, ya fue todo CD. Nos gustaba hacer lo que hacíamos, íbamos para adelante y ante cualquier cosa que se nos interpusiera, ya sea un periodista malintencionado o un roquero vieja escuela, estábamos muy convencidos de hacer lo que hacíamos.
—¿Sabían que la iban a romper?
—Antes de grabarlo, con Dante dijimos: “Vamos a hacer un disco y, con la plata que ganemos, vamos a comprar una bicicleta cada uno, mirando el cielo y las estrellas”.
—Compraron algo más que una bicicleta.
—Superamos los objetivos planteados.
—¿Te acordás qué hiciste con esa primera plata que ganaste?
—Me compré una campera de cuero y unas zapatillas, en la época que andaba en skate. Le compré unos muñequitos a mi hermano Lucas, y a mi hermana le compré una caja de marcadores gigantes. Eso fue lo primero que compré (risas).
—En estos tiempos en los que funciona tan bien el formato biopic, ¿se viene la serie de los Kuryaki a 25 años de Chaco y 30 de Fabrico cuero?
—Está esa idea de documental y estamos en la búsqueda de material. Van apareciendo cosas increíbles, momentos que no sabíamos ni que estaban filmados. Ese es el plan para más adelante con Illya Kuryaki: plasmar lo que fuimos como banda, la búsqueda artística, los viajes, y cómo nos iba cambiando la cara. No teníamos ni bigote cuando hicimos el primer disco. Esa es la idea del documental, que no sabemos si será uno grande o capítulos.
—¿Qué pelea entre ustedes dos no podría faltar?
—Había muchos momentos de discusiones, musicales un montón, en el estudio, algunas más graciosas que otras. Por ejemplo, yo no quería poner ”Abarajame” en Chaco porque la veníamos tocando hace mucho tiempo y sentía que nuestro público ya la conocía (risas). Y Dante dijo: “No, no, metámosla, metámosla”. ¡Menos mal que le hice caso!
—Hay muchos de esos temas que hoy sonarían distinto. De hecho, en tu último disco se habla de la violencia de género. Todos crecimos y aprendimos.
—Seguro. Hay momentos en donde uno... no te diría que busca cómo decir las cosas porque uno ya sabe cómo decirlas, pero hay frases que uno no volvería a escribir. Igual Kuryaki tenía una cosa también juvenil y de deformidad, nunca fue malintencionado. Muchas veces tiene cosas que hay que leerlas y entender por qué están dichas de esa manera, en esa época.
—¿Te tocó aprender, más allá de las letras, en estos años? Todos tuvimos que repensarnos.
—Desde ya. Está bueno que así sea y está bueno poder evolucionar como persona, tener más en cuenta ciertas cosas que uno naturalizaba. Es cuestión de todos los días repensar, repensarse. Y está bueno que así sea.
—Hay algo de la paternidad de adolescentes que también enseña mucho.
—Sí, de una. Se acomodan un montón de cosas, también.
—¿Cómo es la paternidad de un adolescente en este contexto?
—Me da cierta tristeza. No tanto por mí, que puedo estar acá adentro en mi casa y concentrarme en mi trabajo, pero un pibe que está por cumplir 16 años y que está en eso de descubrir un montón de cosas, compartir, socializar... Es el factor que más me sensibiliza. Por otro lado, está muy consciente de cuidarse, de respetar, y es algo que habla bien de él. Hay un montón de señales que a uno le van mostrando el paso del tiempo y te ayudan, también, a ubicarte. Ver que un bebote se va poniendo hombre es emocionante.
—¿Para cuándo estás pensando Xavier 2?
—Se irá haciendo como nos lo permita el contexto. Ya saqué una canción, posiblemente saque otra. A la distancia se pueden avanzar muchas cosas. Iremos viendo cómo se dan las cosas. Estoy avanzando. Todos los días trabajo un poquito en alguna canción.
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