El hombre que hoy cumple cuarenta años fue el nene más famoso del mundo. El hombre que hoy cumple cuarenta tuvo su gran éxito hace treinta años.
Primer grado fue el único año escolar que hizo completo en un aula. De ahí en adelante tuvo una de las infancias más vertiginosas de la historia. Una montaña rusa de fama, dinero y escándalos. Película tras película; tapa de revista tras tapa de revista. Kevin McCallister cambió todo en la vida de Macaulay Culkin. El nene de 10 años se convirtió en una súper estrella.
Siempre vivió a destiempo. Mientras los otros chicos iban a la escuela, juntaban figuritas, miraban dibujitos y renegaban si les daban tarea, Macaulay Culkin paseaba por alfombras rojas, contestaba entrevistas, viajaba en aviones privados, se veía a sí mismo en enormes afiches publicitarios y empezaba su día maquillándose para estar frente a una cámara.
Después vino la caída. Los problemas familiares, su relación con Michael Jackson, las drogas, las dudas sobre su futuro. Ya no hubo grandes papeles para él.
En todas las encuestas y rankings sobre los niños actores del cine, Macaulay está en el podio entre los más importantes de la historia de Hollywood. Pocos como él se convirtieron en una marca registrada, en una cara reconocible, en taquilleros. Gracia, desparpajo, fotogenia y una gran expresividad.
La explosión la provocó Mi Pobre Angelito. La película superó, largamente, las ambiciones de sus creadores. No estaba pensada para convertirse en un éxito de esas dimensiones.
Antes de elegir al protagonista de Mi Pobre Angelito, la directora de casting audicionó a un centenar de chicos. Ninguno lo convenció más que su primera opción, que el chico que John Hughes, guionista y productor, tenía en la cabeza cuando la escribió. Hughes dirigió a Macaulay en Uncle Buck. En una escena de esa película, el nene de 8 años debe asomar la cara por la rendija destinada al correo de la puerta de entrada de la casa. Esa cara, el gesto del actor infantil, fu el germen de Mi Pobre Angelito: un nene solo en una casa, con el deber de defenderla.
La película recaudó más de 300 millones de dólares y fue la segunda más vista de 1990. Una comedia, con muchos gag físicos, con un guión sencillo pero de enorme eficacia, filmada con un timing perfecto en las escenas de acción y cómicas pero que basa toda su estructura, toda su eficacia en el papel protagónico. Una escena lo resume: la imagen icónica del film, que hasta se convirtió en el afiche, es fruto de una improvisación de Macaulay en el set. Cuando se pone la loción para después de afeitar y sus manos quedan adheridas a sus mejillas, la boca y los ojos se abren hasta el límite y después llegó el alarido producido por el escozor tiene mucho más del instinto del niño y de su histrionismo que de marcación del director Chris Columbus.
Macaulay no fue un niño feliz. Vivió un problema que no tuvieron que afrontar otros chicos a los 14 años: hacerle juicio a sus padres. En medio de un divorcio tumultuoso, Macaulay accionó judicialmente para que el dinero ganado en su corta pero intensa carrera fuera puesto a resguardo.
Los diarios y las revistas del corazón se hicieron un banquete con la cuestión, con los recursos presentados por cada parte y con las internas familiares. Esa decisión puso a salvo su futuro económico. Se calcula que había ganado alrededor de 20 millones de dólares. Hasta ese momento, la administración de los millones ganados por él no era clara y los negocios encarados por Kit, su padre, no parecían inspirados en el bienestar de su hijo.
Después de Mi Pobre Angelito, el padre de Macaulay se convirtió en un manager voraz pero poco inteligente y selectivo. Negociaba altos cachets para películas cuyas fechas de rodaje se encadenaban. Para Macaulay la vida era una filmación. Hoy dice que no la pasaba mal, que él se divertía. Hacía una vida muy diferente a la de cualquier otro chico de su edad y vivía en un mundo de ensueño. Pero que en un momento se dio cuenta que no conocía la normalidad y añoró eso que nunca tuvo, y que el resto de la humanidad disfrutaba o, al menos, transitaba.
Kit Culkin extendió sus modos de déspota a Hollywood. Empujado por el poder de su hijo en la taquilla imponía condiciones y lograba sumar a sus otros hijos en los proyectos. Exigía condiciones desmesuradas y hasta metía mano en los guiones. En 1993 fue incorporado a la lista de las 50 personas más poderosas de la industria. Le duró poco.
En la actualidad, cuando habla de su padre, Macaulay se muestra moderado. Prefiere no adjetivar y es uno de los pocos temas en los que no ahonda, uno de los pocos que le borra la sonrisa (marca registrada) de la cara. Aunque hace unos años se expresó contundentemente sobre Kit Culkin, su padre: “Era un mal hombre, era abusivo física y mentalmente. Podría mostrar todas mis heridas si quisiera”.
Después de separarse de sus padres, se casó con la actriz Rachel Miner a los 17 años. A los 19 también se separó de su esposa. Para él la vida sucedía a una velocidad inaudita.
En 1994, después de Ricky Ricón y al momento de iniciar las acciones judiciales para que su fortuna no estuviera en riesgo, Macaulay se retiró del mundo del espectáculo. La decisión parecía pasajera. Casi un acto reflejo en busca de tranquilidad ante tanta agitación poco natural para alguien de su edad. Pero el alejamiento se fue convirtiendo casi en permanente. No se puede establecer con precisión si por decisión personal del actor o porque la industria rechazó sus intentos de regreso.
Ese gesto de bajarse en la cresta de la ola tiene varias interpretaciones. El ahogo personal, la desorientación de vivir en un mundo de adultos sin serlo, la sensación de agotamiento del personaje, la necesidad de acomodarse a la nueva condición de joven/adolescente (no era lo que el público estaba acostumbrado a ver, lo que esperaba de él) y también un mensaje a sus padres, como si les dijera que ya no iban a poder vivir de él.
Muchos de sus hermanos incursionaron también en el mundo del espectáculo. Arrastrados por la fama de Macaulay y por la ambición de su padre que vio la oportunidad de montar una factoría familiar, varios actuaron en el cine. Hoy Kieran Culkin, tres años menor que Macaulay, triunfa en la serie Sucession.
En ese lustro de principios de los noventa, su sola presencia en pantalla parecía asegurar el éxito. Pero los proyectos en los que participó no siempre estaban a la altura de la expectativa que generaba. No existen tantos buenos guiones (y menos consecutivos) que permitan proyectos encabezados por chicos. Pero Kit, el padre, sabía que la suya era una carrera contra el tiempo, contra el crecimiento de su hijo.
Vinieron la secuela inevitable, Mi Primer Beso, Me las vas a pagar Papá, El Ángel Malvado y Ricky Ricón, entre otras. En esta última ocurre algo que podríamos llamar el fenómeno Beatles for Sale, ese álbum que los Beatles se vieron obligados a sacar en medio de la vorágine de su éxito y que desde la foto de tapa expresa el hastío que los invadía. Aunque, claro, se trata de una metáfora nada más. No se pueden forzar las similitudes. En ese disco los de Liverpool firman temas como I Follow the sun, I’m a Loser o Eight Days a Week, mientras que en la película del niño millonario -descripción que nos sirve para describir al personaje y al actor que o interpreta- está todo mal. A Macaulay no le quedaba ni esa sonrisa amplia y abierta que sedujo multitudes.
Pero el cansancio, el aburrimiento no era sólo una cuestión de acostumbramiento ni siquiera del inevitable avance biológico, de su crecimiento. Lo habían obligada durante tantos años a actuar como un adulto, lo habían sumergido de cabeza en un mundo de adultos, que naturalmente ya se sentía como uno pero sin las armas necesarias para enfrentar sus problemas.
Al no ir al colegio, al no tener pares, sus relaciones de amistad eran inexistentes. Cuando Macaulay cumplió 11 años, Michael Jackson se convirtió en su mejor amigo (todo en la frase anterior es inquietante).
Cuando todavía no se conocían denuncias por abusos contra el cantante, era habitual verlo rodeado por niños. Era una más de las excentricidades que se le permitían por ser el Rey del Pop. Que Jackson buscara relacionarse con Macaulay pareció casi natural por esos años. El actor infantil del momento. Juntos protagonizaron el video de Black and White. Luego se los vio juntos en varias oportunidades.
Michael nombró a Culkin como padrino de sus hijos. Macaulay testificó en favor del cantante en uno de los procesos penales contra el cantante. Negó de plano cualquier situación de abuso y afirmó que él nunca vio ni vivió ninguna situación sexual con Jackson.
En declaraciones recientes, volvió a sostener lo mismo: “No me hizo. No vi nada. Pasado tanto tiempo, de saber algo, lo contaría. No habría motivo para no hacerlo”.
La última vez que se encontraron lo hicieron en un baño público. En medio de las audiencia del proceso en el que Jackson era el acusado y Macaulay, testigo, se cruzaron casualmente mientras hacían pis. Se dieron un abrazo y nunca volvieron a verse. Cuatro años después, Michael Jackson moría en su mansión californiana.
En el 2004, Culkin fue arrestado por la policía. En el operativo le decomisaron marihuana y varios ansiolíticos. Tuvo, como casi todas las estrellas infantiles, su foto de prontuario. Desmejorado, de frente y perfil, con el número identificatorio debajo. Los tabloides afirmaron que gastaba 6.000 dólares diarios en heroína. Él salió a desmentirlo de inmediato. Pero nadie le creyó. Las fotos lo mostraban muy delgado. Pero en especial, ya no tenía éxito.
La gente buscaba en él a Kevin McCallister pero él sólo quería escapar de ese personaje.
Ahora podrá seguir actuando. De hecho, esporádicamente, lo hace. El año pasado protagonizó junto a su novia Brenda Song Changeland, la opera prima de su amigo Seth Green. Y está anunciado como integrante del reparto de la décima temporada del American Horror Story. Pero esa es otra carrera. Una profesión que en lo exterior parece asemejarse pero es muy diferente. Él está retirado de su anterior oficio: actor infantil. Son pocos los que logran superar la barrera de la pubertad. El desafío de crecer frente al público es demasiado inclemente. Se necesitan diferentes habilidades para triunfar como actor infantil o como adulto.
A principios de este año confesó que se presentó al casting de Érase una vez en Hollywood, la última película de Quentin Tarantino, pero que no fue seleccionado. Con toda naturalizada expresó que esa fue la decisión correcta ya que su audición fue desastrosa: “Hacía más de ocho años que no me presentaba a un casting y, de verdad, lo hice muy mal”.
En marzo de este año fue tapa de la revista Esquire en Estados Unidos. Una rareza. Una de las pocas figuras que no necesitaba promocionar una nueva obra o emprendimiento para llegar a las portadas. Allí cuenta que odia la exposición, que ya tuvo demasiada. Dice disfrutar de la actuación todavía pero que no soporta todo lo otro que trae consigo: el foco constante, las conferencias de prensa, las obligaciones, las sonrisas impostadas, los rumores que empiezan a correr incontrolables.
“A veces me siento como en Sueños de Libertad. Estoy en una cárcel pero para llegar a la libertad hay que atravesar túneles llenos de barro, cloacas desbordantes de mierda. Prefiero quedarme en mi celda. Para eso me construí una propia que me gusta bastante. Linda, con sol, bastante amplia, cómoda y en la que puede entrar mi novia. Nada mal”, dijo Macaulay.
Todo el humor que los medios no utilizaron para contar su historia, él lo aplica en su actual vida pública. A través de su sitio de internet y de podcasts Bunny Ears, o en sus esporádicas presentaciones en talk shows o en sus más infrecuentes todavía encuentros con periodistas. Se lo ve distendido, sereno, maduro y con un dejo irónico que suele puede portar el que ya estuvo en la cima y vio todo desde allí.
Hace unos años, para pasar el rato, creó una banda de tributo a Velvet Underground, el legendario grupo de Lou Reed y John Cale, en la que todas las reversiones se convierten en temas sobre la pizza. La llamó Pizza Underground. Otra de su ramalazos de humor en los que muestra la habilidad de reírse de sí mismo: al ver una foto de Ryan Gosling con una remera con su cara, él mandó hacer una que contuviera a Gosling luciendo esa remera. Una mamushka de autoreferencias.
El año pasado lanzó una encuesta a través de sus redes sociales. Buscaba un nuevo segundo nombre. De todas las opciones disparatadas que presentó, el triunfo abrumador fue para Macaulay Culkin. Las otras opciones eran: Shark Week (Semana del Tiburón), Kieran (propuesto por su hermano Kieran), TheMCRibIsBack y Publicity Stunt. Viendo las posibilidades se puede creer que ganó la mejor opción. De ese modo, su nombre pasaría a ser Macaulay Macaulay Culkin Culkin. Aunque todavía no hizo el trámite burocrático para registrarlo oficialmente, se comprometió ante sus seguidores de que eso ocurrirá una vez que finalice el periodo de excepción que generó la pandemia del Covid-19.
Esta anécdota fue vista como parte de su falta de su equilibrio emocional, como una nueva manifestación de sus viejos problemas. Aunque en realidad todo parece indicar que sólo se trató de un gesto humorístico, de uno más de sus movimientos para atacar lo solemne.
Junto a su novia vive una vida tranquila, sin mayores preocupaciones. Varias veces por semana suele comer en Carlitos Gardel, un restaurante argentino de Melrose Avenue de Los Ángeles del que se convirtió en habitué.
“No me puede quejar. Algunas cosas no me salen como quiero. Pero soy feliz. Tengo dinero, una hermosa novia, no tengo demasiadas preocupaciones”. No hay mayores motivos para no creerle.
Su última gran producción fue hace 26 años. Sin embargo, el público y los medios no lo olvidaron. A fuerza de escándalos, de ser material ideal para los tabloides, su nombre siguió estando presente.
Él trata de seguir adelante, de convivir con su pasado y con sus errores y, en especial, intenta disfrutar. Y pese a lo que se prefiere creer parece que lo está logrando.
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