A los 46 años, Fernando Sayago puede jactarse de tener una trayectoria impecable como actor. Lleva más de dos décadas luciéndose en teatro, cine y televisión. Y ha participado de obras como Parque Lezama y Los Invetidos, éxitos de la pantalla grande como Ciudad en celo y El Ángel y recordadas tiras como Cien días para enamorarse o Simona, entre muchísimos otros trabajos. Sin embargo, con la llegada del coronavirus, no tuvo más remedio que reinventarse para poder mantener a sus hijos, Vicente (8) y Lisandro (4) . Y junto con su mujer, la actriz Dalila Romero, comenzó un emprendimiento de meriendas saludables al que denominó Apapacha.
“El momento está complicado para todos, pero los actores en particular lo padecemos. Porque, sumado al tema de la pandemia, hay una crisis del sector audiovisual que viene desde hace algunos años”, explica Fernando, quién no dudó en acudir a sus redes sociales para pedir que difundan su nueva fuente de ingresos, en diálogo exclusivo con Teleshow.
-Llevabas toda una vida dedicada a la actuación....
-Empecé a estudiar de adolescente. A los 18, cuando terminé la secundaria, arranqué con el CBC y, paralelamente, tomé clases de teatro. Estuve cuatro años con Florencio Quinteros, hice la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático). Y, enseguida, arranqué a trabajar.
-¿O sea que pudiste vivir de ésto durante más de veinte años?
-Sí. Hubo un momento de crisis, en el 2001, en el que tuve que empezar una carrera paralela que tiene que ver con el sonido. Estudié en la UNLA (Universidad de Lanús). Y empecé a hacer algunas cosas como Disc Jockey, que es algo que también me gusta. Pero siempre trabajé como actor, sobre todo, haciendo teatro.
-¿Cuál fue tu último trabajo antes de la cuarentena?
-Estaba haciendo Hamlet, en el Teatro General San Martín, con Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Belén Blanco y otros tantos compañeros. Éramos 15 actores en total y la pandemia nos agarró justo en el medio de la temporada. Con las primeras noticias empezó a bajar el público. Y después nos dijeron que teníamos que suspender las funciones por un tiempo. La idea era seguir hasta fines de abril, pero a mediados de marzo tuvimos que cortar. Y nunca más volvimos.
-¿Qué te pasó, internamente, cuando te dijeron que no podías seguir trabajando?
-Al principio me lo tomé con tranquilidad porque, como actor, estoy acostumbrado a los vaivenes de la profesión. Es verdad que, últimamente, yo venía con una buena racha. Pero dije: “En algún momento, esto va a pasar”. Y nunca pasó ni estaría pasando. Ahí fue cuando empecé a buscar alternativas, porque teniendo una familia no me podía quedar esperando. Si me agarraba hace uno años, estando solo, quizá no me hubiera afectado tanto. Pero hoy mi situación es otra...
-Encima tu mujer está en la misma incertidumbre que vos, ¿o no?
-Claro. Ella tiene una escuela de teatro y se tuvo que adaptar, dando clases por Zoom. Pero, justo este año, había alquilado un espacio más grande para los cursos y también se paró todo eso. Así que la crisis nos pegó por los dos lados.
-¿Y cómo se decidieron por empezar con este emprendimiento? Porque, más allá del ego, a los actores a veces les cuesta pensar en hacer otra cosa...
-Yo, apenas salí de la secundaria, trabajé de cadete, de vendedor....Y no le tengo miedo al trabajo, al contrario. Soy una persona activa. Y si no tengo nada para hacer, lo invento como en este caso. Ya hacía un tiempo que venía con ganas de armar algo en relación a la alimentación sana, porque entiendo que hay costumbres en relación a la comida que la sociedad tiene que cambiar. Y también porque no quiero depender, exclusivamente, de la actuación.
-¿Entonces se decidieron por armar meriendas?
-Claro. La idea es que, cuando la gente llegue a su casa después de trabajar, no caiga en la típica de comer galletitas o picar alimentos que no son tan saludables. Así que armamos estas meriendas que tienen cereales, granola, almohaditas de avena, maíz, barritas con quinoa y algunos otros productos, que son los que nosotros venimos consumiendo desde hace un tiempo.
-¿Por qué el nombre?
-Apapacha es una palabra de origen maya, que se utiliza en México y significa “abrazo con el alma”. Y tiene que ver con lo que estamos haciendo, porque nosotros le estamos poniendo mucho amor a este proyecto.
-¿Vos te encargás personalmente del reparto?
-Exacto. Nosotros le compramos los alimentos a productores independientes, armamos las viandas, hacemos la difusión a través de las redes y, una vez por semana, salgo yo a entregar los pedidos a domicilio.
-¿Y económicamente te está sirviendo para sostener al hogar?
-Recién estamos arrancando, pero está funcionando bastante bien. Creo que la gente también está ávida de consumir productos naturales, sobre todo los jóvenes. Y eso hace que nuestro laburo tenga sentido.
-Me imagino cómo debe haber cambiado la rutina familiar: de los horarios atípicos del teatro, las tiras y los rodajes, al trabajo full time en casa...
-Todo cambió bastante. La pandemia nos tiene encerrados hace más de ciento cincuenta días y con dos nenes chiquitos. Por suerte, vivimos en un ph donde tenemos un fondo para que ellos jueguen. Pero los días son raros. Y hay veces que estamos bien y otros que no. Yo, por ejemplo, tuve momentos en los que estuve bastante deprimido. Pero tratamos de estar juntos para no caernos.
-Ahora se presentó el nuevo protocolo aprobado por el Gobierno para el regreso de las actividades audiovisuales y el teatro. ¿Cómo lo ves?
-Muy bien. Los actores siempre tuvimos una situación medio precaria en relación a otros trabajos, porque nuestros proyectos siempre arrancan y terminan en un plazo determinado. Y tenemos la necesidad de laburar. Yo ahora estoy pasando una obra por Zoom con Corina Fiorillo, que se llama Como una perra en un descampado. Y a partir de la semana que viene vamos a empezar a juntarnos a ensayar en el teatro El Extranjero, con este protocolo. La íbamos a estrenar en agosto, pero bueno, se dio así. Y la idea es tirar para adelante.
-Imagino que esto debe ser un incentivo, ¿no?
-Totalmente. Porque, los que somos bichos de teatro, extrañamos un montón la actuación. Y hay días en los que no podemos parar de llorar. Pero entiendo que es un momento en el que todos estamos, emocionalmente, conmocionados. Y ojalá pase pronto.
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