Crímenes de familia, el último estreno argentino de Netflix que se ubicó en el primer lugar entre las más vistas, quizás pueda ser entendida como una película de época, un filme que cuenta lo que está pasando ahí, en la cotidiana realidad del país. La obra dirigida por Sebastián Schindel (El Hijo, de 2019) y protagonizada por Cecilia Roth, Sofia Gala Castiglione, Benjamín Amadeo, Miguel Ángel Solá, Paola Barrientos y Yanina Ávila ubica en tiempo y espacio un drama que se multiplica en el país: la violencia machista.
La película escenifica cómo los hombres golpeadores y abusadores actúan bajo el amparo de estructuras sociales y familiares que sigilosamente crían, potencian y encubren esas conductas. Expone no solo la responsabilidad criminal del varón, sino también, y de un modo descarnado, el rol de la mujer, no siempre solidario en episodios concretos.
La trama sigue la historia de Alicia (Roth), la madre de Daniel (Amadeo), acusado de haber intentado matar a su ex esposa (Sofía Gala), madre de su único hijo. A lo largo de este proceso, Alicia y su esposo (Solá) deberán enfrentarse con realidades difíciles de aceptar para su estatus. En la casa de esta pareja vive también una empleada doméstica (Yanina Ávila) que será una pieza clave en este caso.
Cecilia Roth y Sofía Gala dialogaron con Teleshow acerca de la película y también sobre la sororidad, y la responsabilidad de las mujeres en la interrupción de las cadenas de reproducción de la violencia machista.
—Cecilia, ¿cómo definirías al personaje de Alicia, en su universo en el que cuida mucho las apariencias?
—Creo que la clave es esta pertenencia y su necesidad de continuar aquello que le fue asignado. La realidad que le pasa por el costado. Se ve presente su egoísmo. Se permite sobrevivir en ese mundo hasta que empiezan a pasar cosas y no puede no verlas porque le están pasando a ella. Me parece que hay un momento en el que no te podés escapar más, y ella lo siente así.
—En el filme Alicia crea un vínculo auténtico con el hijo de su empleada. ¿Es como una revancha a la maternidad que vivió con su hijo Daniel?
—Con el hijo de la empleada tiene una relación verdadera, es la única relación verdadera. Me costó mucho trabajar esa relación en el set. El nene tiene tres años, sin la menor conciencia de que estaban filmando. El gran trabajo fue el vínculo con Santi (el niño), desde los ensayos con Sebastián (Schindel, el director). Había que trabajar la relación con Miguel, con Benjamín, la empleada Yanina y con el nene, básicamente, había que crear un vínculo para entender que fuera real. Se convirtió en un vínculo real. Teníamos rutinas diarias: yo entraba en su motorhome para jugar fuera del trabajo, porque incluso se quedaba dormido conmigo; teníamos mucha confianza.
—Sofía, tu personaje es quien denuncia a un marido violento, y que le pasa por al lado la muerte...
—Creo que lo interesante es que esta mujer es fuerte y se logra sobreponer al miedo. Ella se parece a un montón de mujeres, a las que se las tilda de mentirosas y se las trata de acusar de cualquier otra cosa para desviarse del tema principal. También es interesante ver el lugar dentro de la clases sociales que uno ocupa, y si puede llegar a la justicia o no. Eso tiene mucho que ver, porque mi personaje no tiene la misma clase social de su ex y su familia. Yo creo que lo lindo de esta historia es que es una película que habla de mujeres: de la empatía, de la sororidad, de las distintas formas de ver las cosas. Hay cuatro bastiones de mujeres: Alicia, la chica que trabaja en la casa, la psicóloga (Paola Barrientos), mi personaje, y qué le va pasando a cada una de ellas con situaciones muy actuales y puntuales.
—En esta película se abordan muchos temas vinculados a la violencia de género. ¿Qué cosas concretas creen que deberían modificarse en el marco de Ni una menos?
Cecilia: —Nos falta un camino largo. Cuando escucho barrabasadas como el otro día ese fiscal diciendo que las mujeres tienen que estar armadas y estudiar artes marciales desde chiquitas para poder defenderse... Es tremendo. Las políticas de Estado son de prevención y nosotras podemos tener una potencia y una fuerza interior como sororidad femenina, pero se necesita que acompañe el Estado. Fue importante cómo Argentina dio algunas primeras andadas, con el Ni Una Menos. Realmente creo que somos muy potentes y poderosas. Creo que a través de Elizabeth Gomez Alcorta, ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad, hay más posibilidades que otros años, mucho más que en los últimos cuatro años, ni hablar, pero que realmente es una política de Estado. Porque hay muchas muertes atrás y mucho para enseñar y mucho para aprender.
Sofía: —Nos falta un camino largo para todo. Hay que lograr un cambio de paradigma que para mí es el comienzo. Tiene que llegar el momento en el que todos podamos decir lo que queramos, sobre todo en el humor, que no ofenda a nadie, que no sea ofensivo. Creo que el cambio de paradigma está, y significa hablar y tomarnos las cosas de otra manera. No es lo mismo ver ahora que a una chica le cortan una bombacha en la tele... Antes, si una mujer hablaba de ciertas cosas era una puta, y ahora se la escucha y se la apoya. Para cambios trascendentales como el nuestro creo que el cambio debe ser radical. Después tenés que escuchar a los que se quejan de los extremos... Bueno, durante años fuimos sumisas y nos cagaron a palos; para que el cambio sea extremo, hay que ser extrema. En eso estamos, siendo extremas.
—Entonces ¿qué pensás que todavía hay que cambiar?
Sofía: —Que nos siguen matando todos los días. Que los tipos siguen cobrando más por nuestro mismo trabajo. Miles de cosas. Que se vuelva a nivelar todo, porque cuando nosotras sintamos el verdadero cambio no vamos a estar tan a la defensiva. No nos podemos relajar. Yo todavía estoy con la guardia alta, pero cuando nos podamos relajar lo haremos. Me gustaría que llegue este momento, pero creo que falta mucho para todo.
—Hay un fragmento donde Alicia, refiriéndose a tu personaje, dice algo así como: “Esta negra de m… nos quiere sacar todo”.
Sofía: —Es que es la falta de empatía, lo generacional y su clase social; ojo, sin generalizar. Aparte ahí está su hijo varón, y ella está totalmente ciega, preocupada por cómo se ve todo desde afuera, y asegurando que a su hijo lo están cagando su ex por la denuncia y que eso le hace daño. El personaje de Cecilia se queda encasillada por su realidad y necesita cambiarla. Estamos alejados todos humanamente, en este país que para mí es muy clasista. Tenemos muy poco pensamiento por el otro, obsesionados por no perder nuestra cantidad de seguidores, y nos olvidamos de mirar alrededor.
—¿Consideran que el rol de la madres de hijos varones en crucial para lograr estos cambios?
Cecilia: —Sin dudas: cómo se cría al hijo varón y a la hija mujer. A la mujer, hay que enseñarle que ejerza sus derechos básicamente, y al varón, sus deberes. Muchas madres hacen hijos machistas, por ejemplo al prepararle la comida y llevársela al cuarto a los 15 años. Eso es hacer un hijo machista. Que no lave los platos es hacer un hijo machista. Que la relación que el varón tenga con la mamá no se reduzca a la idea: “¡Ay!, la mamá con el varón tiene un vínculo especial”. ¿De dónde salió eso? Es como un mandato. Si la madre no se lleva bien con el hijo varón “algo raro pasa”. ¿Dónde se vio? En relación a mi hijo, que tiene 21 años, incluso, como a todos, se le escapan cosas que dice, y entonces yo pienso: “¡Pero Dios mío! Eso está en el ADN...”. Se da cuenta, reacciona y todo, pero hay muchas cosas que ya están en el ADN y uno las tiene que pelear. Recuerdo que una vez una tía me dijo: “¡Es un chico demasiado sensible!” (Risas). Le parecía que era homosexual, qué sé yo... Todavía la sensibilidad del varón es considerada extraña.
Sofía: —Yo creo que hay que hacerles entender que hay una diferencia entre hombre y mujer. Entender que un hombre es más fuerte que una mujer en la misma edad y el enfrentamiento corporal es desigual. No está bueno golpear ni contestarle mal a nadie. Pero hacerles entender que el hombre está ejerciendo poder sobre la mujer en determinadas cosas, por ejemplo, si me pegás una piña. Mi hijo varón es criado junto a dos hermanas mujeres. Todo el primer año de su vida lo criamos entre mujeres porque yo me separé de su papá cuando él era muy chico, y el papá estuvo en un momento ausente. Y mi hijo tiene una energía femenina hermosa, que para mí es admirable.
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