Todo empezó con el escape de Melmac, ese planeta lejano. Un colapso planetario provocado porque todos sus habitantes decidieron enchufar los secadores de pelo al mismo tiempo. Uno de ellos logró escapar antes de la explosión final. Un vagabundo interplanetario. La nave presentó desperfectos, lo que produjo el aterrizaje forzoso en el planeta Tierra. Más precisamente en el garaje de la familia Tanner.
Ese comienzo, en su momento, fueron pocos los que lo vieron. Los primeros episodios de la serie no atrajeron demasiado al público. Un muñeco peludo en medio de una familia en la que ninguno de los personajes presentaba a priori ningún encanto particular. Pero de a poco, los chicos empezaron a descubrir a ALF y con ellos se sumaron los adultos. La serie semana a semana escalaba en la lista del rating hasta ubicarse entre los programas más vistos de la televisión norteamericana.
Si se utilizan de referencia obras preexistentes se podría decir que ALF era una rara mezcla de ET con Mork y Mindy, y de Los Muppets con Mi marciano favorito. Y hasta se le podría agregar algo de Mister Ed (el caballo que hablaba). En la televisión hasta el momento los extraterrestres eran antropomórficos (Robin Williams como Mork, por ejemplo). ALF introdujo una nueva variante que con la combinación de los otros elementos sumado a algo de incorrección logró crear una serie con un particular encanto.
Fueron nada más que cuatro temporadas. 102 capítulos (o 99 con tres episodios dobles). Una vez que se asentó se convirtió en un boom que se extendió a cada lugar en el que se emitió. A la Argentina llegó recién dos años después del estreno; algo que parece imposible en tiempos de estrenos globales o de la ansiedad que hace que los capítulos recién estrenados de una serie ya circulen subtitulados por la red la misma madrugada de su emisión.
La segunda y la tercera temporada fueron muy exitosas pero en la cuarta, el público pareció cansarse de la fórmula. El canal, la NBC, no le dio más oportunidades y la levantó de su programación. De esa fecha ya pasaron treinta años. Sin embargo el peludo alienígena sigue provocando carcajadas y su recuerdo genera emoción.
Paul Fusco se dedicaba a las marionetas. Había trabajado con Jim Henson, el maestro en ese terreno, el creador de Los Muppets. Junto a Tom Patchett imaginó para esta historia a uno de sus muñecos favoritos. Peludo y con una nariz prominente, ALF fue la llave que abrió el camino de Fusco al prime time. El concepto del programa no entusiasmó a los directivos televisivos, aunque a fines de 1985 decidieron escucharlo. Las objeciones a la historia se derrumbaron apenas vieron a la marioneta en acción.
La serie debutó el 22 de marzo de 1986. Previamente hubo que hacer una importante inversión. El decorado fue construido en altura y con múltiples puertas trampas en el piso para que por allí pudiera aparecer el protagonista principal. Fusco y Patchett no querían que el personaje lo hiciera un actor disfrazado. Esa era una opción que solo reservaban para unas escasas escenas en las que se lo debía ver de cuerpo entero o desplazándose. Para eso tenían un traje, incómodo e increíblemente caluroso -mucho más bajo las luces de un estudio- y contrataron a un actor.
Así fue que Michu Meszaros se convirtió en ALF. Más precisamente en el doble de ALF. Era un húngaro que había hecho una carrera en un rubro hoy impensado pero muy usual durante décadas: el fenómeno de circo. En el Ringling Brothers and Barnum y Rigley Circus, el espectáculo circense más importante de ese tiempo, era presentado como “el hombre más pequeño del mundo”. Meszaros medía 83 centímetros. Murió por problemas coronarios en 2016. Tenía 76 años.
El recurso del actor con disfraz se utilizaba solo en circunstancias imprescindibles para la historia. Los fanáticos pueden descubrir entre la marioneta y el disfraz diferencias imperceptibles para el ojo no entrenado.
Pero el verdadero ALF era la marioneta. Al ser el protagonista de una sitcom no podía utilizar el recurso de aparecer siempre detrás de un escritorio o cualquier otro mueble. Debía tener cierta movilidad y recorrer o al menos aparecer en los diferentes sitios del hogar de los Tanner. Su manejo no era sencillo. Fusco con una de sus manos accionaba la boca y con la otra, el brazo izquierdo.
Mientras tanto, Lisa Buckley, con pasado en Calle Sésamo, era la que se ocupaba del brazo derecho y del torso. Un tercero manejaba remotamente los gestos de la cara y el movimiento de la cabeza.
La voz era tarea de Fusco. No hubiera aceptado que otro la hiciera. Él conocía las inflexiones y los tiempos de cada réplica. Acá habría que aclarar que, al contrario de lo que suele suceder, el doblaje en castellano era excelente y hasta mejoraba al personaje. La voz grave, con algo de ronquido en cada modulación, carga de humor a cada intervención.
El perfeccionismo de Fusco tenía su contracara. Muchas de las sitcoms de los ochenta se grababan con público; así se evitaban las risas grabadas. ALF no permitía esa posibilidad. Sus creadores no querían que se perdiera la magia y que se viera de qué manera funcionaba el mecanismo. Además, el proceso de filmación era muy engorroso. Ningún espectador soportaría semejante tedio. Tanto es así que muchas veces ni siquiera los actores lo hacían.
La madre de los Tanner, la actriz Anne Scheeden, contó que cada capítulo podía llevar 25 horas de rodaje para producir los 28 minutos que salían al aire. Esa dinámica de trabajo hacía que el clima en el estudio no fuera el mejor.
Otra cosa que no contribuía al buen ánimo era que los humanos eran, sin duda, actores de reparto. El protagonista exclusivo era ALF. Como tal él tenía los one-liners, las mejores réplicas y monopolizaba las risas. Y en especial la devoción del público.
Los celos comenzaron a crecer. Max Wright, el señor Tanner, era quien más interactuaba con él. En esos años gozó de fama y de reconocimiento pero a él no le alcanzaba. Deseaba destacarse más, un mayor protagonismo. Anne Scheeden, su compañera de elenco, contó que en una grabación ante la décima repetición de una escena por el funcionamiento defectuoso (o descoordinado) del muñeco, Wright arremetió contra este y lo golpeó repetidamente con furia. Naturalmente, no obtuvo respuesta del otro.
ALF, en realidad, no se llamaba así. Su nombre era Gordon Shumway. Ya se dijo que provenía de Melmac. Su denominación proviene de la Alien Life Form: que en español para que coincidiera -un problema de traducción irresoluble- se lo forzó a Amorfismo Lejano Fantástico. Estimaba que era el único sobreviviente de ese planeta aunque más adelante en la historia nos enteraremos de que hay otros melmacianos rondando.
Él se siente muy joven. Tiene, solo, 230 años; nació el 28 de octubre de 1756. Siempre está con hambre. La explicación fisiológica es sencilla: posee ocho estómagos como todos los seres de su planeta. Su alimento favorito son los gatos. Eso pone en constante peligro a otro integrante de la familia, a Suertudo, el gato de los Tanner. Ese juego de persecución es otro de los ingredientes cómicos de la serie. Pero en su afán devorador no hace distingos, aunque después de los gatos prefiera la pizza.
En la primera temporada el humor de la serie era más extremo pero al ganar público infantil y atención mediática, los directivos del canal lograron que los creadores moderaran algunas situaciones. Así fue como Suertudo dejó de ser un objetivo permanente de ALF. Hubo asociaciones de madres y de consumidoras (durante años regían el contenido televisivo al tapar de cartas a los anunciantes para que dejaran de poner avisos en un programa si lo que sucedía en él no se ajustaba a sus deseos o estándares).
Dos fueron las situaciones que produjeron los mayores comentarios adversos. Un chico intentó cocinar a su gato en el microondas, mientras que otro intentó imitar a ALF en el baño de su casa. En un capítulo, ALF intenta convertir la bañadera de los Tanner en un jacuzzi. Para eso mete la batidora eléctrica en el agua. El shock eléctrico le produce una amnesia que provocará diversas situaciones cómicas. Una vez grabado el programa, debieron agregar un segmento al final, un disclaimer, en el que ALF le avisaba a los chicos que no se debía hacer lo que él hizo, y explicitaba los riesgos de la electricidad y el contacto con el agua. Una reencarnación del lema de Rodolfo Di Sarli y el “niños, no intenten hacer esto en sus casas”. Sin embargo en las repeticiones esa escena no aparece. Se modificó. ALF lleva una batidora manual al baño y la amnesia es producto de un resbalón y su posterior golpe.
Más allá de sus intervenciones ingeniosas, del humor muchas veces políticamente incorrecto, del consumo de cerveza, de las persecuciones a Suertudo, de los eructos, de los precisos gags cómicos, ALF también representaba otra cosa. Había en ese ser de otro planeta más humanidad que en muchos. Sus imperfecciones, su imposibilidad de encajar, la dura tarea de acomodarse en un mundo ajeno, la dulce nostalgia de los días pasados, de saber que su mundo era de agua naranja, pasto azul y cielo verde, pero este no, o de soportar el peso de ser escrutado por otros, por los vecinos que indagan o por las Fuerza de Tareas Extraterrestres.
De todo eso también hablaba la serie en medio de sus efectivas bromas. Así lo entiende y lo desarrolla Maia Debowicz en Costumbres de otro planeta, su magnífico libro (que Indielibros y Bajalibros publicarán en los próximos días) en el que habla de ALF y lo cruza con maestría con su vida personal. Escribe Debowicz desentrañando el proceso de identificación que provocó ALF:
“Las costumbres de Melmac me parecían más atractivas que las de la Tierra. Tal vez porque, como ALF, yo me sentía una forastera en mi propia casa. Extrañaba algo que no sabía qué era. ¿Acaso provenía de Melmac? Seguro que no, pero por varias razones ese alienígena de hocico grande se transformó en un espejo que me sopló respuestas a interrogantes silenciosos. Y las mudanzas no son sencillas, sea un cambio de barrio o de galaxia. ALF habla también de que la única costumbre a la que hay que aferrarse es a desarmar costumbres”.
Respecto al final de la serie no hay demasiadas precisiones. Lo cierto es que ante la baja del rating, los directivos no renovaron contrato. Lo que no queda claro es cuándo sucedió eso. Muy posiblemente, Fusco previó que eso podía ocurrir, e intentó terminar la temporada con un gran gancho, generar interés en la continuación. Así dos agentes de las fuerzas estatales que estuvieron merodeando durante toda la serie se llevan a la criatura extraterrestre. Pero no hubo una quinta temporada. La otra posibilidad es que sí supiera que ese era el final y quiso que fuera tan amargo para él como para el público.
Max Wright al terminar la última escena tomó sus cosas y dejó el set sin saludar a nadie. Supiera o no que ese era el final, el hastío era imposible de ocultar. El resto de los actores que encarnaron a los Tanner en la serie encontraron en el final de ALF el final de sus carreras. Esa ley no escrita de la televisión norteamericana que conoce pocas excepciones de las que muy pocos se pueden librar: el gran éxito en una serie, el reconocimiento en un papel, hace que luego les sea muy complicado conseguir otros roles. Y ALF, además, pareció en ellos imitar el efecto que ejerce una pelea demasiado dura en un boxeador. Llega al fin de ese combate pero todo lo que tenía lo dejó allí, fue tan agobiante, tan extrema la experiencia que luego solo queda el retiro.
Anne Schedeen, la señora Tanner, pese a su trayectoria anterior actuó en muy pocos proyectos más y en papeles menores. Lyn Tanner era la joven actriz Andrea Elson. Durante el rodaje de la serie, padeció bulimia pero nadie pareció darse cuenta. El show debía continuar. Ella suele afirmar que lo único bueno que sucedió en ALF fue que conoció a su futuro esposo, un joven que trabajaba en producción. Benji Gregory también se retiró de inmediato. Hoy ya adulto, queda poco en él de la simpatía del pequeño Brian Tanner. Cada tanto da una entrevista en la que recuerda con amargura esos años y la falta de oportunidades posteriores.
Wright, Willie Tanner, siguió trabajando y hasta coprotagonizó una serie por varias temporadas: The Norm Show; también tuvo participación en los dos primeros años de Friends.
El final de su carrera llegó con un escándalo. El diario sensacionalista The National Enquirer publicó fotos, capturas de un video, en las que supuestamente se veía al actor fumando crack y besando a un hombre mientras otros dos tenían relaciones sexuales. Él desmintió ser el de las fotos y accionó contra la publicación. Las fotos dieron la vuelta al mundo y, sin importar el dictamen de la justicia, la veracidad de las imágenes y la vida privada de Wright, su carrera se vio dañada seriamente. La muerte de su esposa en 2017 fue el golpe final. Después de unos años de fuerte depresión, murió a fines del año pasado.
La serie tuvo un spin-off hecho en dibujitos animados, aunque el original conseguía la hazaña de ser más gracioso y entrañable que el dibujado. También hubo una película, Proyecto ALF, que continuó la historia donde la serie la había dejado. Pero la ausencia de los Tanner hizo que no se convirtiera en un éxito. También varios intentos de que el personaje volviera a tomar vida en otras versiones pero hasta el momento resultaron infructuosos.
ALF el díscolo y entrañable ser proveniente de Melmac, con su hocico enorme, sus orejas paradas, su voz ronca, su ingenio, su leve impunidad, resiste todavía el paso del tiempo.
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