Cuando el dolor se convirtió en ira, Aretha Frankin dejó de ser la niña talentosa y sumisa para convertirse en una genia déspota e insoportable. Las rosas y las espinas convivieron entrelazadas durante sus 76 años de vida, al igual que su carrera y su vida personal. El padre que la introdujo en el góspel fue el mismo que la acercó a las orgías de su propia iglesia y que la obligó a parir a su primer hijo a los 12 años. Los hermanos que la acompañaban fueron los mismos que sufrieron sus locuras y sus aires de diva cuando ya no daba más. Aretha siempre fue todo excesos.
Sus inolvidables hits “Respect”, “I Say A Little Prayer” o “(You Make Me Feel Like) A Natural Woman”, su voz clara y fuerte y su imagen imponente se sobrepusieron a cualquier rastro amargo, pero no fueron suficientes. Fue la primera mujer en ser incluida en el Salón de la Fama del Rock and Roll y llegó a ganar 18 premios Grammy, pero también fue una niña abusada y una adulta irascible, echadora serial de empleados, adicta al pollo frito y a cualquier sustancia que le permitiera, por un rato, evadirse de la realidad.
Ray Charles, otro grande del soul, un poco más viejo (había nacido en 1930 y Aretha en 1942), describió de manera muy cruda la niñez de la cantante a través del templo que manejaba su padre. Clarence LaVaughn Franklin era pastor de la Iglesia Bautista de Bethel, en Detroit, un religioso carismático que con la música góspel encantaba a sus fieles. En “Respect: The Life of Aretha Franklin”, el biógrafo David Ritz cuenta que, para Charles, la iglesia de Franklin padre era un “circo sexual”.
Lo que en su momento se mencionó como una sexualidad precoz, en la actualidad no habría dudas de calificarlo como abuso. Aretha fue madre por primera vez a los 12 años, mientras su voz crecía más rápido que su cuerpo. De Memphis a Detroit, la cantante fue criada por CL y su madre Barbara, que había muerto cuando ella tenía diez años. Así quedó a merced de su padre junto a sus dos hermanas y un hermano, destacándose como una niña prodigio que tocaba el piano y cantaba como un ángel.
“Fue el punto donde el sábado por la noche se fusionó con el domingo por la mañana y el pecado encontró la salvación en la encrucijada de la cultura musical afroamericana. En lo alto del Espíritu Santo, bailando en los pasillos de New Betel, los santos celebraron el amor de Cristo. Con el vino y la marihuana, la gente de la fiesta celebraba el amor de la carne”, describió Ray Charles. El pianista, que también tuvo una vida dura, mostraba así cómo los clubes nocturnos se mezclaban con las iglesias, y el talento del góspel era oro puro para el ascenso del R&B en el negocio de la música.
Charles no tuvo empacho en reconocer: “Cuando se trataba de sexo puro, eran más salvajes que yo, y eso es decir algo. En aquellos días me gustaban las orgías, pero tenía que ser el único gato en la habitación con dos o tres pollitos”. Su colega Billy Preston (fallecido en 2006) era homosexual y explicó un poco cómo se vivían las relaciones por aquellos tiempos: “Fue un vale todo. En la comunidad fuera de la iglesia, a los hombres gay se les llamaba mariquitas. Pero dentro de la iglesia, mucha de la música fue creada por hombres homosexuales. En la iglesia, uno estaba casi orgulloso de ser parte de la élite gay de músicos”.
Cuando tenía 12 años, Aretha pasó una noche con el cantante Sam Cooke, de 23. Estuvieron juntos en un hotel de Atlanta y por esa época ella también tuvo una relación con otro chico de la escuela. Nueve meses después nació el pequeño al que llamó Clarence, igual que su padre el predicador. Como si el abuso no hubiera sido suficiente, Aretha fue madre soltera y antes de cumplir los 15 años, repetiría la historia con otro padre ausente. La música, la exigencia de su padre para que cada vez cantara más y mejor y la maternidad temprana hicieron que terminara por abandonar la escuela. Había dejado de ser una niña.
La búsqueda por alejarse del hogar de su padre, y quizás de la iglesia, la llevó a un lugar peor, junto a Ted White. Su primer esposo era un proxeneta con aires de manager, un tipo lleno de amantes, que manejaba prostitutas y cantantes. “Quería triunfar como cantante de pop de la peor manera… y que así dejaran de identificarla como cantante de iglesia”, cuenta Cecil, hermano de la diva en el libro “Respect”. La carrera de ella se iba financiando con el dinero que a él le hacían ganar sus chicas y así consiguió un primer contrato discográfico. Fueron padres juntos, pero la relación ya estaba cimentada en la necesidad mutua.
El alcohol empezó a ser moneda corriente en la casa familiar y Aretha llegó a fumar hasta tres paquetes de cigarrillos Kool por día. “Usaba alcohol para adormecer el dolor de su pésimo matrimonio”, contó su amiga y colaboradora Ruth Bowen. Las adicciones ya estaban causando problemas y así se vio en un concierto en Columbus, Georgia, cuando en mayo de 1967, se cayó del escenario y se rompió el brazo. La excusa fue que las luces la habían enceguecido, pero sus más cercanos colaboradores sabían que, en realidad, la reina estaba borracha.
Sus allegados también sabían que White era un tipo violento, pero ella tenía una obsesión por mostrar perfección para el afuera. La gota que rebalsó el vaso fue cuando apareció por el estudio de grabación aparentemente golpeada: su carrera corría peligro. Aunque finalmente se separó de su primer marido, su personalidad adictiva seguía manejando su vida: comía y bebía a destajo. A comienzos de los 70 entró en una tregua de desintoxicación y volvió a quedar embarazada de Ken Cunningham, su manager, con quien estuvo en pareja.
Los ataques de nervios, el estrés constante, la abstinencia, eran un cóctel molotov en la cabeza de Aretha. “Tenía miedo de no ser lo suficientemente buena como cantante, lo suficientemente bonita como mujer o lo suficientemente devota como madre. No sé cómo llamarlo, pero profunda, profunda inseguridad”, dijo su hermana Carolyn. Después de algunas internaciones y de episodios muy tristes relacionados con sus borracheras, Aretha dejó definitivamente el alcohol, pero se concentró en la comida.
La situación familiar no ayudaba, ella estaba muy pendiente de su padre. El reverendo que supo ser la sensación de Detroit, estuvo en coma durante años después de ser alcanzado por la bala de un delincuente que se había querido meter en su casa. Aretha no respetaba sus compromisos contractuales y terminaba pagando multas en vez de presentarse cuando debía. En medio de esa crisis profesional, se separó del padre de su hijo menor y se fue con el actor Glynn Turman con quien se casó en 1978 y se divorció en 1984, el mismo año en el que murió su padre.
Sus hermanos sufrían en carne propia los altibajos de la diva. “Es difícil para ella lidiar con una tristeza extrema y una pérdida. En lugar de lidiar con eso, actúa mal. Ella se pone furiosa. Con una rabia sin razón. Es una locura”, dijo su hermano Cecil. Se iba deshaciendo de su grupo de trabajo, no soportaba a nadie y nadie la soportaba a ella, era muy difícil establecer una agenda y seguirla.
Celosa de sus colegas más jóvenes y de sus contemporáneas exitosas, Franklin sintió que recuperaba su espacio cuando en 1992, Bill Clinton, la convocó para cantar el himno nacional en la Convención Nacional Demócrata. Un año después, ya como presidente de los Estados Unidos, la invitó a la Casa Blanca y a otras funciones oficiales. Aretha se sentía mimada. Pero mientras su país la reconocía en público, la estrella tenía serios problemas en privado. La marca Saks Fifth Avenue la demandó por facturas atrasadas de más de 200 mil dólares que se sumaron a otros proveedores que tampoco habían cobrado por sus servicios prestados. Desde plomeros a floristas, pasando por empresas de catering, todos necesitaban cobrar y la reina del soul no pagaba.
En la última década hubo poca comunicación con su público, se escatimaban detalles de sus temas de salud y de su intimidad. Se supo que los últimos 30 años la acompañó sentimentalmente Willie Wilkerson, un ex combatiente de la guerra de Vietnam, bombero retirado, que trajo algo de paz a su ajetreado corazón. Cuando Aretha murió el 16 de agosto de 2018, su familia empezó a temer por la herencia, ya que aparecieron muchas dudas sobre su testamento. No había ninguno formal, había papeles escritos a mano que tenían que ser validados, nada estaba muy claro. Lo que era seguro era que querían que el dinero quedara en manos de la familia y que no fuera a parar a la caja fuerte de Willie. El litigio se terminó en abril de este año, cuando él murió de coronavirus en un hospital de Michigan.
Sus hijos Clarence, Edward, Ted y Kecalf aun definen qué pasará con los 70 millones de dólares que, se supone, dejó Aretha. También están involucrados nietos y sobrinos que quieren su porción. Su nieta Victorie puede que sea la verdadera heredera de lo más valioso que dejó la reina del soul, su música. La joven de 20 años, cantante y pianista, volcó en un tuit todo lo que sentía por su abuela el mismo día que murió, acompañado de un video inédito: “Tengo muchos recuerdos de mi llegada a su casa cuando ella tocaba el piano y cantaba. Las palabras no pueden describir el dolor que siento, pero Dios me dice que ella está en paz. Hoy perdimos un ícono, una leyenda, pero yo hoy perdí a mi abuela. Te amo y te haré sentir orgullosa.”
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