“Me siento más argentino que el dulce de leche”, dice Kevin Johansen, aunque admite que su nombre despista. El músico de múltiples nacionalidades pasa la cuarentena en Argentina y acaba de estrenar su single, “The available 20′s”, con un videoclip que se filmó en pleno confinamiento. “Manuel Bicain y Gabriela Banguedes son una pareja que baila swing de manera espectacular, y lo grabaron en su casa”, explica el artista. Luego, Kiara Chica, una dibujante que le recomendó su hija mayor, Miranda Johansen, ilustró los movimientos en forma de loop y terminó de darle forma a la pieza.
Johansen es de los artistas que pudieron encontrarle la vuelta al aislamiento. Además de su nuevo corte, realizó shows en vivo desde La Tangente, que continuarán en el mes de agosto. “La máquina nunca descansa”, le dice a Teleshow.
—Lanzamiento en plena pandemia y shows en medio de la cuarentena.
—Los que nos dedicamos al hecho creativo de componer canciones, o quien escribe, quien pinta, siempre estamos pergeñando ideas. A veces estás con el celu y tarareás una melodía, una letra o algo, y lo dejás descansando, pero después volvés a la carga y termina siendo una canción. “The Available 20′s” surgió hace un par de años en Nueva York. Estaba mirando un bar lleno de gente, pendejerío, y salió una cosa medio mántrica que me gustó. El año pasado terminé de resolverla, se lo comenté a (Gerardo) Cachorro López y a su socio, Sebastián Schon, dos amigos con los que hemos colaborado en varios discos, y les gustó la temática. Y le dimos forma. En enero, Cachorro me llama y me dice: “Estamos por mezclar un par de discos, ¿querés que mezclemos y mastericemos el tema así ya lo tenés?”. “Dale”. ¡Y después pasó todo esto! (risas)
—Es una forma de readaptarse y encontrarle la vuelta a esta situación.
—Todos tenemos nuestros días. A veces estás más pila y otras, querés desenchufar del mundo. El hecho creativo te da esos tiempos de respirar y tomarle la onda a lo que vos querés decir en un momento determinado.
—Con los shows en vivo me imagino, ahora más que nunca... ¡que no se caiga Internet!
—(Risas) ¡Tal cual! Es increíble. Hay teorías de conspiración de que toda esta pandemia se armó para que las grandes plataformas de Internet se hagan todavía más millonarias. No sé si es para tanto, pero es muy loco porque más que nunca estamos completamente dependientes de las comunicaciones. El lado positivo es que los que vivimos de conectar con un público ahora no podemos sentir ese fervor, ese calor, pero a la vez estamos compartiendo como podemos.
—Has sido un nómade: naciste en Alaska, viviste en California. ¿Te gusta que esta cuarentena te haya agarrado en Argentina o hubieras preferido que te tocara en otro lado?
—Me encanta. Soy muy agradecido y amo la Argentina y Latinoamérica. Siempre parafraseo a Facundo Cabral, digo: “Yo soy de aquí y soy de allá”. Lo positivizo. Somos de una generación, aunque por supuesto que mi caso es más extremo, de Alaska a la Argentina… La madre argentina que se fue a Estados Unidos, el gringo Johansen que tenía que ir a hacer el servicio militar a Alaska. Es un ejemplo más pintoresco, pero a decir de verdad soy hijo de un padre de un país y de una madre de otro, nada más. No es tan raro ya en este mundo. Aprecio mucho la idiosincrasia latina en general y la Argentina en particular.
—O sea que, pese al disgusto del confinamiento, estás a gusto de estar acá.
—Me siento muy argento en un montón de cosas. Me ves acá con el mate, mirando un partido de fútbol de reojo (risas), tipo Homero Simpson. Agradezco mucho la cultura local. A veces, el argentino mismo no agradece o no reconoce todo lo bueno que tiene para ofrecer nuestra cultura, nuestra sociedad. Es muy auto flagelante, somos muy de quejarnos: “No, acá lo que pasa es que nosotros somos una porquería, todo es una…”. Somos medio tanos en quejarnos, y medio españoles malhumorados. Tengo toda la parte de mi vieja ibérica, así que conozco bien el paño.
—¿Sos de la queja o te reconocés y sabés frenarla a tiempo?
—Sé frenarla. Soy muy observador de la cultura norteamericana y hay cosas que me encantan de la música, del humor, de la actuación, del cine. A la vez, veo canales de noticias en Estados Unidos, la Fox que es absolutamente pro (Donald) Trump y la CNN que es absolutamente anti Trump, y digo: “Esta grieta es un poroto al lado de la que está viviendo el imperio”. Tengo la ventaja de viajar y veo una cosa más global. En todos los países, un 50% de la población piensa una cosa y el otro 50% piensa diametralmente lo opuesto. Hay una suerte de guerra civil solapada en todos lados, prácticamente. No nos damos cuenta de que tenemos un país y una cultura increíbles. Somos muy afortunados.
—En Estados Unidos ocurrió el crimen racista de George Floyd en medio de la pandemia. Viviste bastante tiempo allá. ¿Cómo se siente eso?
—Las cosas en los países son cíclicas. El tema racial en Estados Unidos... Cuando llegó (Barack) Obama, finalmente un presidente afroamericano, uno pensaba: “Va a apaciguar las aguas, va a traer empatía a la sociedad norteamericana”. Y de repente ves toda una situación... El racismo que hay y que aflora, y un presidente que juega a dividir y conquistar. Es muy triste por un lado, y muy alentador por el otro, porque ves una sociedad que reacciona, que traspasa los géneros, las razas, las creencias, que quiere crecer, que quiere evolucionar. Es muy interesante. Ojalá que Trump no gane la segunda elección, que la gente se dé cuenta de que no da para más este señor. Como dice Murphy: “Un pesimista es un optimista con experiencia”. Esta película ya la vi. Puede empeorar, pero puede llegar a ser un despertar para que haya una búsqueda de empatía más profunda.
—En este contexto, te escuché una frase: “La democracia de la desgracia”. ¿A qué te referías?
—Es un decir. Se niveló el campo de juego para todos: todos estamos encerrados, todos tenemos que lidiar con nuestras familias o con nuestras soledades, nuestros momentos oscuros, nuestros momentos de dudas, de miedos, de aburrimiento. Compartirlo, a veces no es fácil. Nos turnamos: uno está de culo, como dicen, y el otro está más o menos bien; el otro está de mal humor y uno no. Uno agradece que tiene una casa calentita, las cosas para subsistir, para comer. No todo el mundo está en una buena situación económica, hay mucha gente sufriendo el día a día. En estos recitales, si bien vamos a cobrar una entrada simbólica, todo lo que se recaude va a ir para el equipo de laburo, y lo mío va a ir a una fundación. Son tiempos de remarla entre todos.
—¿Qué tal es componer en cuarentena?
—Es bastante parecido a componer. Tengo un amigo pintor que dice: “Yo vivo en cuarentena, vivo encerrado pintando”. Es diferente, por supuesto, porque el artista se va de gira, va y vuelve. El movimiento te genera una adrenalina positiva que movés las endorfinas y cosas que van sucediendo que te motivan y agilizan el pensamiento. La quietud es otra, y te agarra. Cuando arrancó esto me pasó una cosa muy curiosa. Cuando Alberto (Fernández) anunció la primera cuarentena, como a las seis de la mañana del lunes me desperté con una canción en la cabeza y la hice como en un choclo. Salió. Es raro. La canción es tan fácil como los tres o cuatro minutos que dura, o es ciencia nuclear y tardás 25 años en terminarla. Esa salió al toque. Después me di cuenta de que toda la gente alrededor de uno, el equipo, los productores, todos querían hacer de todo, y yo decía: “Bajemos un poco la pelota, quiero entender esto”. Medio a lo (Alejandro) Fantino: “Pará, pará, pará, pará, pará...”. Nos quedamos todos pedaleando en el aire, de algún modo. Entonces, era: “A ver, ¿qué pasa? ¿Cómo vamos a laburar? ¿Cómo vamos a hacer?”.
—Si una canción puede ser esos maravillosos tres minutos o puede tardar 25 años, ¿cómo sabés cuando soltarla?
—Es un misterio eterno. (Gustavo) Santaolalla acuñó la frase: “Los discos no se terminan, se abandonan”. Es un poco así. Como un cuadro, decís: “Listo, ya lo taché, lo volví a poner, taché de vuelta, lo volví a poner...”. La canción es un crucigrama rarísimo. Habla mucho del ritmo hasta biológico de quien la compone, tiene una dinámica energética de la persona que la construye, y tiene un equilibrio entre lo cerebral y lo espiritual. A mí me encanta ese momento medio autohipnótico que estás en un loop, como en trance, repitiendo; casi que se te cae la baba, conectado con algo que no se entiende bien qué es pero ya tenés una frase de letra… Está ahí, el gen de la canción, y sabés que en algún momento va a salir algo.
—Imagino que también debe haber otra forma de terminar la canción, que es cuando la discográfica dice: “Basta, dame el disco”.
—A veces tenés una presión, sí. Los famosos casos de un disco que estaba cerrado, cerrado, y con una canción que quedó afuera, y... “la termino igual por las dudas”. Y después esa canción es el hit del disco. Cuando eso sucede es maravilloso. Nadie es dueño o dueña de saber qué es lo que va a tocar un nervio en un público. Lo único que podés hacer es confiar. Los cancionistas siempre tenemos ese deseo de que un puñado de nuestras canciones queden en una suerte de inconsciente colectivo, dando vueltas por décadas.
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