Fueron 130 días vertiginosos y dolorosos para Federico Bal, quien dio la gran noticia de la semana pasada, en medio del bajón generalizado por la pandemia. Cuatro meses después de haber sido diagnosticado con cáncer de intestino, los estudios indicaron que el tumor desapareció: el joven actor está curado. Por supuesto, deberá continuar con los cuidados pertinentes, pero el posteo con el que manifestó la felicidad por derrotar el tumor, acompañado por un video en el que su madre, Carmen Barbieri, literalmente se desploma sobre él cuando le da la noticia, fue la gran emoción para sus miles de seguidores y para todo el medio artístico que llenó las redes de mensajes a modo de festejo.
Pero el proceso fue durísimo. Semanas enteras viajando desde su casa en la localidad bonaerense de Ingeniero Maschwitz hasta el Instituto Fleni para realizarse el tratamiento de rayos a cargo de un grupo médico en el que se sostuvo desde lo clínico y lo anímico para una recuperación en tiempo récord. “¡Me curé!”, gritó al mundo el actor el jueves pasado y conmovió a todos.
“Desde que me enteré que Fede tenía cáncer y empezó su tratamiento, fue una pesadilla para mí -se confiesa Carmen Babieri, su mamá, a corazón abierto, en una charla exclusiva con Teleshow-. Me puse en ‘modo avión’ y seguí adelante, haciendo notas, limpiando mi casa, ordenando, porque no lo podía cuidar, porque la cuarentena me agarró en mi casa con mi secretaria, Penca, y él se fue a vivir a Ingeniero Maschwitz con su novia, Sofía (Aldrey), que la puso Dios en nuestras manos y en nuestra familia. Esa mujer es todo para mi hijo. Es su enfermera, su mujer, su amante, su novia, su cocinera, su mucama, su doctora -porque le da los remedios y lo obliga a hacerse los estudios-. Le da fuerzas, ganas de vivir”.
El período más complicado de la recuperación fue durante las semanas del tratamiento con rayos y quimioterapia a través de pastillas. Completamente aislado con su novia en la cuarentena, lejos de su familia y sus entrañables amigos, la vida cambió para Fede de un momento a otro. De repente “echó” de su casa en la localidad de la zona norte a algunos amigos que se quedaban allí, inclusive a obreros que estaban haciendo arreglos, y empezó una nueva cotidianidad junto a su novia, la heredera marplatense del empresario Aldrey Iglesias, dueño de medios de comunicación y el centro comercial más importante de la ciudad costera.
Ella fue quien lo convenció de hacerse los estudios sobre el final del verano, cuando terminaba la temporada teatral junto a la comedia Mentiras inteligentes. Fede se negaba, pero venía sufriendo dolores y pérdida constante de sangre en la zona rectal desde hacía mucho tiempo. Tras los estudios, se supo rápidamente de la existencia de un tumor, que llevó al levantamiento anticipado de la temporada y su regreso a Buenos Aires para tratarse cuanto antes. El actor decidió contarlo sin eufemismos y avanzó con una actitud valiente en la etapa más complicada de su vida. Una vez en la quinta de zona norte acompañó las idas y venidas a hacerse los rayos con un cambio radical en su alimentación de la mano de su novia, que lo introdujo al veganismo, con la ayuda de un chef de comida vegana que los asesoró. Esos cambios se instalarían para siempre en su vida.
Carmen avanza en el relato del proceso, emocionada y también cansada después del trajín anímico que atravesó la familia: “Yo no podía estar con él porque quedó en su cuarentena con ella, que dejó todo para quedarse con Fede. Ella va cuando él habla con los médicos para entender lo que dicen y explicarme luego a mí, porque Fede se ciega. Ella me calma y me cuenta. Les agradezco a los médicos del cielo y a los terrenales, a la gente que hizo cadena de oración, a todos mis muertos, mi madre, mi padre, mi ex marido, el padre de Fede (por Santiago Bal). Pedí tanto que ese tumor se achicara. Y cuando los médicos dijeron ‘es algo muy inusual, nosotros no vemos estos casos seguido, pero no hay nada´...”
“Los médicos pensaron que con los rayos y la quimioterapia el tumor se iba a achicar para poder operar después, porque era difícil operar donde estaba. Le hacen los estudios y le dicen que no hay nada, que ni siquiera dejó la huella. Dejó como una marquita, como un tajito, una herida cerrada y cicatrizada, como si no hubiese tenido un tumor tan grande. No tiene que hacerse nada más que la semana que viene un estudio en quirófano porque le van a sacar un pólipo benigno que está achatado, y no tiene que tomar pastillas. Cuidarse en la alimentación y nada más, porque está curado. Tengo que agradecerles a los médicos del Fleni y a él, que tiene como tuvo el padre las ganas de luchar, de pelarle a ese cáncer, de vencer y ganar esta batalla”, explicó.
Cuando esta semana los médicos le comunicaron a Federico la noticia “inusual” a la que se refería Carmen, a la desaparición del tumor después de las duras semanas del tratamiento con rayos, se la contó a todos en las redes sociales y la tribuna estalló de felicidad. Sin embargo, su madre reflexiona sobre los momentos similares que le tocó atravesar junto a Santiago Bal, porque sabe que se trata de una lucha permanente, como dijo el propio Federico, ya que nunca se deja de ser un “paciente oncológico”.
“La vida me dio este golpe, que fue muy duro. En los dos últimos años se murió mi mamá, se murió Santiago... Lo cuidé pero se me murió a los nueve meses de estar viviendo en casa. Y después se enferma Fede. Ahora es como una pesadilla con un final feliz -resume la capocómica-. Todavía estoy temblando, como si me hubiese pasado un tren por encima; quiero estar en cama una semana. Sabía que iba a salir pero no pensé que fuera tan rápido: pensé que iban a operarlo, con un postoperatorio. Le pido a la gente que no baje los brazos cuando le dicen que tiene cáncer. El 50 por ciento de la sanación es un remedio de fe, esperanza y humor, toda esa mezcla. Si vos no ayudás con tu cabeza, con las ganas de vivir que tenía Fede, no salís adelante. Hay que seguir los tratamientos”.
Y recuerda lo vivido: “Yo tenía el teléfono del médico que llevaba adelante el tratamiento y lo llamaba. Le preguntaba si el cáncer era terminal y me decía que no. Santiago tuvo 18 operaciones de cáncer y yo sé muchísimo de eso. Santiago finalmente no murió de cáncer, murió por un EPOC; él ganó todas las batallas. El médico me sacaba las dudas porque me quedaba despierta todas las noches en internet, buscando medicinas alternativas, estudiando el cáncer... Los médicos fueron maravillosos, me fueron diciendo paso a paso todo lo que iba pasando. Todo estaba previsto: los dolores, no poder dormir o dormir mucho todo el día. Sofía siempre me decía que ‘estaba previsto', era parte de la cura. Los rayos eliminaron y acribillaron al tumor. Y se fue”.
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