Soledad Pastorutti: “Perdí en el camino a esa nena que revoleaba el poncho, y quiero recuperarla”

"Todavía no saqué mi mejor disco ni hice mi mejor concierto", dice la cantante que pronto cumple 25 años de carrera. Además en esta charla con Teleshow repasa sus inicios, cuenta cómo vive la cuarentena y presenta su nuevo tema "La Valeria"

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A punto de cumplir 25 años en la música Soledad charló con Teleshow

“El universo nos está demostrando que no somos omnipotentes”, dice Soledad Pastorutti respecto a la pandemia que estamos atravesando. La cantante acaba de estrenar su nuevo corte, “La Valeria”, un homenaje a su abuela materna. “Es una canción que habla de una historia de amor de una época pasada. Hoy la gente ya no se casa, pero se ama igual”, reflexiona la Sole, sorprendida “gratamente” por la buena respuesta que tuvo su último lanzamiento.

Desde su casa en Santa Fe, donde pasa la cuarentena junto a su marido y sus dos hijas, Pastorutti se encuentra a pasos de celebrar 25 años de carrera. “Estoy tratando de recuperar esa nena, porque en los últimos años la perdí”, lamenta, en referencia a la adolescente que revoleaba el poncho en aquel Cosquín que la consagró al éxito, en enero de 1996.

En esta entrevista con Teleshow, Soledad se anima a revivir los inicios de una aventura en la música que no siempre fue fácil, y a meterse en la grieta que divide aguas en el país. “El odio tiene que ver siempre con una incapacidad propia”, manifiesta la artista.

—”La Valeria” tiene una historia muy personal.

—Es una canción que habla de una época pasada. Mi abuela se llama Valeria Eugenia y se casó con el Pascual. Se enamoraron, y la familia de mi abuelo, particularmente su mamá, no estaba muy de acuerdo con la relación porque mi abuela venía de una familia extremadamente pobre, y además, era flaquita. En otra época, la mujer flaca era una mujer prácticamente enferma porque no comía y, quizás, no podía tener hijos. Entonces, le ofrecieron un pedazo de campo a mi abuelo Pascual para que la deje, y dijo que no. Se casaron y vivieron más de 50 años de amor. Después mi abuelo falleció, y le hicimos un homenaje a ese amor, y a mi abuela.

—¿Cómo recibió la homenajeada esta canción?

—Ella es una persona muy feliz, muy positiva. Se pinta los labios todos los días y se viste de rojo porque le encanta, es su color preferido. En el video estamos todos pintándonos los labios de rojo y haciéndole ese homenaje. Cuando hoy las mujeres hablamos de nuestra lucha, nos olvidamos muchas veces que viene de mucho tiempo más atrás, y de mujeres que han vivido cosas mucho más aberrantes y difíciles. Que han tenido que soportar calladitas la boca porque no tenían ni el amparo legal, ni el de la sociedad. Nadie les tiraba una mano, y la que se salía un poco de la raya, quizás hasta no sobrevivía. Es un homenaje a esas mujeres. A las mujeres que, a pesar de todo eso, no se resintieron, y han logrado transmitir el amor.

—Estás por cumplir 25 años de carrera. ¿Qué queda de esa nena que revoleó el poncho en el 96, en Cosquín?

Estoy tratando de recuperar esa nena, porque en los últimos años la perdí en el camino. Recuperar la falta de prejuicios que tenía, la falta de miedos. Ella se subía al escenario y disfrutaba. Queda mucho: soy una persona muy curiosa, todavía no saqué mi mejor disco ni hice mi mejor concierto. Voy a cumplir 40 años, pero siento que hay mucho más y estoy preparándome para eso. Todavía no di lo mejor de mí, pero lo quiero hacer sin perder lo de esa nena. ¿Qué tenía? Jugaba en el escenario, no pretendía mucho más, no era tan estricta como lo fui en estos últimos años ni tan exigente. Tenía mucha alegría y desparpajo, no tenía filtros. Decía y hacía lo primero que se le venía a la mente y al corazón.

—Imagino que el éxito trae temores que esa nena tal vez todavía no tenía.

—El éxito, el hecho de que uno va creciendo y se hace cada vez más cargo de lo que hace y lo que dice. Cuando sos niño no reparás en eso. Cuando te hacés cargo de esa responsabilidad, es un poco más difícil. Además, estamos reaprendiendo las cosas y vivimos un momento, sobre todo en nuestro país, de mucha dificultad para expresarnos. Ojalá se ablande. Parece que solamente hay dos lugares para estar en Argentina: sos de River o sos de Boca, sos del interior o sos de la ciudad.

—La grieta constante.

Una grieta constante que a mí me incomodó mucho en los últimos años. Si tengo que elegir un lugar, estoy en el foso de la grieta: no soy de aquí ni de allá. Hay cosas que me gustan de un lado, cosas que me gustan del otro, cosas que no me gustan de un lado y del otro. La libertad de poder moverme por todos los territorios sin perder el respeto por el otro ni tratar de ser alguien que no soy. Me jode mucho tener que camuflarme para poder estar con alguien. Soy así y quiero que me acepten así y, de la misma manera, pienso en el otro. ¿No te gusta lo que hago? ¡Qué tiene que ver! Podemos tomar mate igual, no pasa nada.

—En esa actitud lograste algo que no mucha gente logra, todos te quieren. Miraba en las redes y sos un poco de todos.

—Estar cerca hace que nos entendamos un poco más. Es muy difícil ponerse en la piel del otro, pero si lo intentamos y estamos alerta, es mucho más fácil. El odio tiene que ver siempre con una incapacidad propia de no haber logrado alguna cuestión. Siempre trato de revisarme a mí antes de darle lugar a un sentimiento así, que lo tengo, como todo ser humano, porque también soy humana. Hay gente que no me quiere y gente con la que he tenido conflictos; sin embargo, trato de no quedarme en eso.

—¿Cómo te cae esta situación de pandemia y cuarentena?

—En los últimos años el ser humano creía que lo podía todo. Está bueno no poderlo todo en algún aspecto, que reconozcamos nuestras limitaciones y nuestras capacidades. Adaptarse a esto no es tan fácil. Pienso mucho en la gente que no tiene las necesidades básicas cubiertas y quienes viven en Buenos Aires en un departamento, es como una cárcel. Quizás hasta te diría peor, porque por lo menos en la cárcel sabés cuánto te dieron de tiempo para estar adentro.

—Hablábamos de 25 años de carrera, ¿cuándo se cumplen?

—En enero. En realidad, tenemos dos fechas fundacionales con mi banda. El 4 de noviembre, que fue la primera vez que nos pagaron por un show. Fuimos a tocar gratis a la Fiesta de la Flor en Escobar, a la peña, y les gustó tanto lo que hacíamos que, cuando nos bajamos del escenario, los organizadores nos dieron plata.

—¿Qué hiciste con esa plata?

—Pagamos deudas (risas). Mi viejo no estaba muy bien económicamente. Se debía la luz, el gas; qué sé yo, teníamos problemas. Incluso, le estaban por rematar su casa.

—¿Y después? ¿Cosquín en enero?

—Exactamente. Son las dos fechas que tomamos como fundacionales.

—¿En ningún momento de estos 25 años te dejó de gustar lo que hacés?

—No, es algo más fuerte que yo. Es mucho más fuerte. Me gusta más cantar que cualquier otra cosa que se te ocurra, que comer… ¡no sé! Cuando fui mamá y empecé a irme de casa, fue más complejo. La culpa y todo lo que viene con la maternidad me pegó. Pero amo lo que hago, aún no haciéndolo arriba de un escenario: estoy todo el día con música. Por ahí no llevo una vida de artista, es decir, hago las cosas de la casa, pero está muy presente la música.

—¿Las chicas revolean el poncho?

—(Risas) No mucho. Mi papá, que es el que más ve videos antiguos y se emociona, les muestra. Saben quién soy, pero conocen más esta Sole actual que a la que revoleaba el poncho... ¡A la que revolea! Todavía lo hago.

—¡Qué fuerza le puso tu papá a tu carrera!

Fue una necesidad muy grande de él. No venía bien la cosa en su trabajo y vio que lo de sus hijas, en algún aspecto, funcionaba. Es un soñador. Él era mecánico y no tenía para ponerle nafta al auto donde nos llevaba por las peñas. Entonces, iba al taller con una manguerita, le sacaba nafta a algún auto que tenía que arreglar y se la ponía al de él, confiando en que vendía los casetes y algo le iban a dar. Así empezó, era un trabajo familiar. No es que lo ayudé a mi papá aquel 4 de noviembre a pagar deudas, fue una tarea en equipo. Mi mamá, que no es una persona muy social ni le gusta tanto esto que nos ocurrió y sufrió mucho la exposición, también estuvo ahí, codo a codo con él. Mi papá fue el chófer, el manager, el que firmaba los contratos; y mi vieja manejaba cuando él se cansaba, dormía y después manejaba él. Kilómetros y kilómetros... Y un día, funcionó.

Soledad presenta su nuevo tema "La Valeria"

—Pienso en otras carreras de artistas impulsadas por padres, por ejemplo, lo que se cuenta en la serie de Luis Miguel. ¿Vos lo viviste siempre con felicidad cuando eras chica, o por momentos se te hizo pesado?

—No, en un momento se hizo pesado. Fuimos a Cosquín dos veces antes de subir al escenario mayor. El año anterior, nos habían dicho que subíamos, habíamos avisado al pueblo, y al final no subí. Para nosotros fue un fracaso, volver al pueblo de 7 mil habitantes con mi hermana llorando, sentadas en el cordón de la vereda diciendo: “¿Con qué cara...?”. Era muy heavy. Al año siguiente ya tenía 15; mi preocupación era qué me ponía el fin de semana, salir con mis amigas, no quería saber nada más... Aparte, el folclore se alejaba mucho de mi generación, de compartir con la gente de mi edad, y le dije (a mi papá): “Voy este año, pero no me jodas nunca más, es la última oportunidad”. Y fue el año que subimos al festival (risas). Volví todos los años siguientes porque apareció el éxito.

—¿Quién hubiera sido Soledad hoy si ese día no hubiera resultado así? ¿Hubieras seguido con la música?

—Dudo que hubiese podido. A lo mejor muy acá, en el pueblo, tocando la guitarra pero no como profesional. Lo que sufrí mis primeros años fue la exposición pública siendo una nena de pueblo, en la preadolescencia, con todos los cambios hormonales. Tampoco tuve asesoramiento: “El pelo así, las cejas, el maquillaje”. Me hice realmente a los ponchazos, y cuando te exponés, la gente habla. ¡Menos mal que no existían las redes sociales! Pero sé lo que se decía, de “cómo se viste”, de “si está más gordita”, “si está más flaquita”, que “parece un varoncito”. El público no se calla nada. Estaba adentro de la camioneta esperando para subir al escenario y la gente se asomaba y decía cualquier cosa.

—Pensaba en la frase que tenés en Twitter: “Yo soy la Sole y llevo el poncho a mi manera”. ¿Hay algo de filosofía, de ir por la vida a la manera propia?

—Mi familia lo sufre a diario. Mi marido siempre me dice: “No sé para qué te voy a decir que no, si de todas maneras lo vas a hacer”. Cuando siento algo es como cuando aparece una canción. Cuando estoy componiendo aparece un cosquilleo. Es como cuando uno se enamora, como la canción de Serrat, que dice: “De vez en cuando la vida nos besa en la boca”. Es sentir eso.

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