Durante décadas los grandes grupos de rock no actuaron en vivo en Argentina. Casi nadie bajaba hasta Sudamérica. Mucho viaje, altos costos y demasiada inestabilidad. El negocio de la música era muy diferente. Queen en 1980 fue uno de los pocos que llegó en el pico de su fama con un show grandilocuente. Más allá de alguna excepción en los ochenta (Amnesty, Sting, The Cure y la noche caótica en Caballito), hubo que esperar hasta la siguiente década y el uno a uno para que la visita de los intérpretes en su apogeo se hiciera una costumbre.
Sin embargo, el primer gran grupo que llegó a la Argentina fue el más importante de todos. En 1964 los Beatles tocaron en Canal 9. Perdón. Un error de tipeo. En 1964 los Beetles tocaron en Canal 9.
La historia es larga y bastante graciosa. Es como una mamushka de engaños, fraudes y avivadas.
El 9 de febrero de 1964, los Beatles, a dos días de haber arribado a Estados Unidos, se presentaron en el Show de Ed Sullivan. En ese momento comenzó oficialmente la Beatlemanía. Un estado de locura colectiva inédito hasta el momento. Chicas aullantes, desesperadas por ver a sus ídolos (escucharlos era otra cosa: entre tantos gritos era imposible hacerlo). Los Beatles comenzaron a dominar (y a cambiar) el mundo. El fenómeno se expandió por todo el planeta. Discos, fotos, jóvenes que se dejaban el pelo largo. Sus canciones traspasaron fronteras.
Todos los músicos querían ser los Beatles. Bob Yorey, un hombre que tenía un club nocturno en Miami, creyó que podía sacar partido de este furor y de esa nueva vocación universal. Debía apurarse: no sabía cuánto iba a durar esta fiebre. En su local algunas noches se presentaba una banda integrada por cuatro jóvenes. Se llamaban The Ardells. Antes de pagarles la actuación de esa noche, Yorey los reunió y les dijo: “A partir de mañana cambian el nombre. Ya mandé a hacer los carteles”. Mientras los chicos se miraban sin entender demasiado, Yorey antes de dejar el pequeño cuarto repleto de ollas, bolsas de harina y botellas vacías que oficiaba de camarín, les dijo: “Y hasta nueva orden no se corten el pelo”.
Los cuatro pasaron a ser a partir de ese momento los American Beetles. Una banda que hacía covers (a veces de los covers como en “Twist & Shout”) del grupo del momento y algunos de los temas -bastante dignos- de los Ardells. La lógica de Bob Yorell parecía invencible: “Si existen los Beatles británicos, ¿por qué yo no puedo tener los Beetles americanos?”.
En una de sus primeras noches, el cartel en la puerta del bar anunciando la presentación llamó la atención de un productor de espectáculos, Rodolfo Duclós. Entró, se sentó en una de las mesas y pidió algo para tomar. Apenas vio a los cuatro jóvenes aparecer en escena se convenció de que tenía un gran negocio entre manos. El pelo largo con el flequillo desprolijo cayendo sobre la frente, los trajes entallados, la juventud. Esa misma jornada se juntó con Yorey y le propuso un gran negocio. Realizar una gira por América Latina con el grupo. Yorey pensó que estaba siendo filmado para The Candid Camera, el programa de cámaras ocultas de la TV norteamericana. ¿Quién podría estar interesado en estos cuatro jóvenes sin antecedentes y sin demasiado talento que hacían una imitación poco trabajada de un grupo inglés que ni siquiera tenían parecido fisonómico con los Beatles? Pero no. La propuesta era real.
Duclós utilizó todos los contactos que tenía desde México hasta Argentina aunque también se encargó de comunicarse con gente de Perú, Brasil, Uruguay y hasta de la España franquista.
Pronto quedó armada una importante gira. Y muy inusual debido a la época y a la nula trayectoria artística y comercial del producto ofrecido.
En este punto, aunque no haya certezas absolutas, debemos detenernos. Se supone que el éxito de Duclós fue tan rotundo porque lo que prometía era a los Beatles. A los verdaderos. En las conversaciones telefónicas y en las reuniones personales la diferencia entre los nombres no se percibía. Al momento del contrato solo algunos notaron que los artistas del que se agenciaban la exclusividad en cada territorio eran los American Beetles. Una “e” en lugar de una “a” hacía una enorme diferencia. Ante algún desconfiado, Duclós aducía que el agregado de “American” había sido una concesión de los de Liverpool para conseguir el éxito en Estados Unidos.
Así muchos medios anunciaron que la presencia de los Beatles en Argentina era inminente. Sin embargo, en algún momento antes del arribo de esta precursora banda tributo a cada país de la región, se conocía fehaciente que los que tocarían serían unos émulos de los Beatles y no ellos mismos.
En Argentina su presencia se anunció para mayo de 1964. Alejandro Romay, dueño de Canal 9, se vanagloriaba de la contratación. Pero el grupo no llegó en la fecha pactada al país. Toda la gira sudamericana se había atrasado. El empresario televisivo quiso rescindir el contrato por incumplimiento (se sospecha que aprovechó el retraso para dar por terminado el vínculo porque se dio cuenta del engaño después de firmado el contrato).
Pero semanas después se reavivó la gira. Romay no recibió a Duclós, enojado por el incumplimiento y por la confusión en la identidad de los intérpretes. El que sí lo atendió y firmó contrato de inmediato con el productor fue Goar Mestre, el empresario cubano propietario de Canal 13.
Los American Beetles llegarían a Argentina como artistas exclusivos del canal de Constitución. Al ver la expectativa que generó la visita, Alejandro Romay recalculó. Romay, cuyo mayor talento quizás fuera el de entender de inmediato el gusto popular, se dio cuenta de que aunque fueran cuatro desconocidos, los American Beetles tendrían éxito en el país. Así que desempolvó el contrato firmado con anterioridad y alegó que Duclós había suscripto un compromiso con Canal 13 cuando todavía estaba vigente el suyo. Los tironeos en esos días previos fueron intensos. Declaraciones mediáticas, abogados, presentaciones judiciales.
El día de su arribo los cuatro ignotos músicos no podían creer lo que vieron al descender la escalera del avión. Las terrazas desbordaban de jovencitas que gritaban al verlos. Varios miles de fans habían ido a recibirlos. Pero eso fue lo más normal que ocurrió esa tarde. Lo inverosímil estaba por suceder. Apenas pusieron un pie en la pista, unos hombres enormes se acercaron a los músicos y los rodearon y los llevaron a las corridas hacia otro sector del aeropuerto escoltados por agentes de la Policía Federal. Al ver la situación otros, de traje y con maletines, empezaron a gritar airadamente y a pedir a la policía aeroportuaria que hicieran algo. De pronto los American Beetles desaparecieron de la vista de todos.
Alejandro Romay, alertado de que los directivos del 13 iban a hacer valer el nuevo contrato, se adelantó y decidió no esperar lo que dictaminara la justicia. Llamó a su amigo (y contratado) Martín Karadagian, el legendario luchador de catch, y le pidió prestados a varios de los luchadores de su troupe. Los hombres de Karadagian debían oficiar, al mismo tiempo, de guardaespaldas y secuestradores de los Beetles. Los llevaron hacia un avión particular en el que el Zar de la TV los esperaba con champagne. Después fue cuestión de aterrizar en otro lado de la Provincia de Buenos Aires y alojar a los músicos en un hotel secreto hasta que debutaran en TV.
Romay contó estos hechos en 1998 en Zoo, el programa de Juan Castro: “Goar Mestre preparó todo: abogado, escritos, un juez. Maneras formales para quedarse con los Beetles. Yo procuré maneras más informales”, contó don Alejandro. Lo narraba con la impunidad que dan los años y el éxito; y con las deformaciones que permite el tiempo y alimentan la leyenda. Oscilaba entre el aire divertido (pícaro) y el sorprendido. En su versión los osados, los que no tenían vergüenza, los “atorrantes” los llamó, eran los músicos.
La gran cita, la inaugural, fue el 8 de julio de 1964. El programa El Festival de la Risa de Canal 9 anunció, por fin, que el número estelar serían los American Beetles. Alberto Berco, el conductor del programa, atildado y articulado, los presenta con algo de malicia aludiendo a la lucha con Canal 13: “Nadie sabrá comprenderlos. Por eso están aquí a pesar de cualquier contrato. Son una reacción ante el materialismo. Ellos lo definen con una sola palabra: dignidad”.
Cuando el telón se corrió y los cuatro jovencitos aparecieron en escena, las tribunas repletas de chicos y chicas, prolijos pero entusiasmados, estallaron. Rígidos pero contentos, cada uno en su lugar (mucha gomina entre los hombres y trabajados jopos entre las mujeres), batían palmas y vivaban: ¡Bitles! ¡Bitles!. Los cuatro músicos con el pelo largo (para su tiempo) y los trajes entallados caminaron sonrientes hacia sus instrumentos. Los Beetles iban a tocar por primera vez en Argentina.
No eran John, Paul, George y Ringo. De hecho, ni se parecían a ellos una vez que la cámara acercaba el plano. Eran Vic, Tom, David y Bill. Los American Beetles: Vic Grey, Tom Condra, David Hieronimous y Bill Ande. Suena “Twist & Shout”. Las chicas del público gritan encima de la música.
Las imágenes de su presentación es uno de los tantos hallazgos que tiene El día que los Beatles vinieron a la Argentina dirigido por Fernando Pérez y que documenta a la perfección esta insólita visita.
Romay habló, con su exageración habitual, de 63 puntos de rating. Algunos historiadores de la televisión dicen que fueron 48.3 puntos. De cualquier manera, un éxito indiscutible. El Zar no solo se quedó con el disputado número musical, sino que además se dio el gusto de pagarles menos que lo que les ofrecía el 13.
Esa noche los invitó a comer a su casa y les pidió que le regalasen una guitarra a su hijo. Los Beetles dejaron su escondite y fueron alojados en el Hotel Alvear. Fue su momento de rockstars. Las chicas se colaban en el hotel, superando a la estricta vigilancia, para meterse en sus habitaciones. Los cuatro músicos no habían osado soñar con tanto.
A cada lado al que iban los seguían los fotógrafos. Los diarios no los trataron muy bien. El pelo largo los convertía en sospechosos. Dudaban de su virilidad debido a sus peinados o porque pasaban por la sección de maquillaje antes de presentarse en cámara. La música era denostada. Ruidosa, vacía, demasiado enfática, afirmaban. Un consuelo: lo mismo decían de los Beatles por esos años. “Los Beetles mostraron que todo el talento lo tienen en el pelo”, “Cantan mal, actúan poco”, “Los Beetles querían comer bifes y casi se comen bollos” eran algunos de los titulares.
El juez Marcial Etcheberry dictaminó en favor de Romay. La estadía de los cuatro músicos norteamericanos se extendió durante varios días más. Los periodistas consultaron al juez luego de su decisión. Un trabajo académico de Rodrigo Buján recuperó la entrevista que le hizo el diario Crónica:
“Periodista: Apartándose de lo jurídico ¿Qué piensa de estos jóvenes?
Juez Etcheberry: Y… ¿qué quiere que le diga? Yo me acuerdo que en nuestra época se bailaba el chárleston y sus movimientos también eran prejuzgados, pero la verdad que esto no lo entiendo… Estos cantantes deben gustar por las melenas.
P: ¿Dejaría a sus hijos que vayan a ver a Los Beetles?
J. E : Eso es cosa de ellos. Yo no los vería ni estando loco.
P: ¿Hay alguna ley que exija que se corten el cabello?
J.E: Lamentablemente no, si no…
P: ¿Qué le sugieren como hombres?
J.E: A nosotros, a los varones argentinos, esto nos resulta inexplicable”
Recorriendo los diarios de la época se descubren algunas situaciones interesantes. Para julio de 1964, el momento en que los American Beetles llegan al país, el malentendido se había superado. Solo los muy distraídos podían creer que esos cuatro eran los de Liverpool. Se hablaba de ellos en diarios y revistas. En los vespertinos (Crónica y La Razón) fueron tapa durante varios días. Sin embargo su estadía en el país fue un gran éxito. Recepción multitudinaria en Ezeiza, récord de rating televisivo, visitas y canciones en Radio Libertad (también propiedad de Romay), varias actuaciones en vivo y hasta la grabación de un disco con cuatro temas que salió de inmediato con buenas ventas (en el gran documental de Fernando Pérez, Litto Nebbia dice que hay cosas interesantes en alguno de esos temas, en especial en You did it to me).
La situación llegó a tal nivel de ridículo y confusión que los Beatles empezaron a ser promocionados por la discográfica como “los auténticos Beatles ingleses”. La misma fórmula utilizó Canal 13 para anunciar en diarios y revistas que uno de sus programas insignia Casino Phillips, reconocido por contratar figuras internacionales, pasaría el tape de la intervención de los Beatles en el programa de Ed Sullivan (Hugo Fattoruso, el músico uruguayo, contó que el día anunciado esperó con ansiedad frente a la TV pero que el canal anunció problemas técnicos y no hubo show de los Fabulosos Cuatro sino calypso en la voz de Harry Belafonte).
Mirados las hechos de manera retrospectiva, el suceso que significó la presencia de los ignotos American Beetles en Argentina (y en el resto de los países sudamericanos que recorrieron) no se debió a la confusión, al éxito del engaño inicial, a la ignorancia de un público incapaz de distinguir a John Lennon de Bill Ande, sino a la necesidad de ver y escuchar, de participar de ese nuevo movimiento que se reflejaba en la cabellera más osada y desprolija (en algunos anuncios en vez de la foto de los músicos solo estaba la silueta de un moptop -así se llamaba el corte beatle-), en las guitarras eléctricas, en la posibilidad de gritar mientras los músicos tocaban (en los conciertos hasta el momento y durante muchos años el público guardaba un silencio litúrgico). En subirse, de alguna manera, a esos tiempos rebeldes e iracundos.
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