“¿Cómo les va? Muy buenas tardes. Me prometí, y prometí, no quebrarme. Y lo voy a hacer”.
Así da comienzo Pamela David a una de las entrevistas más difíciles que debió hacer en su carrera, debido a una dolorosa circunstancia personal: la muerte de su hermano Franco, de apenas 22 años. Llevaba mucho tiempo luchando contra las adicciones.
A tan solo diez días de una tragedia que le abrió una herida que tardará en cerrar, la conductora se puso al frente nuevamente de su ciclo PamLive, que produce Jotax Digital, para un encuentro con el psicólogo clínico Marcelo Plotnik, miembro del Cuerpo de Directores de Casa de Sur, una ONG dedicada al tratamiento de problemáticas psicosociales, en especial la adicción a las drogas.
“No voy a cortar el live porque es un tema muy importante el que vamos a tocar, muy delicado -anunció Pamela-. Una problemática gigante que el mundo atraviesa. Hay muchos familiares de adictos que nos escriben, que querían tratar el tema. Siempre estuvo en agenda para hacerlo”.
“Mucha gente está sufriendo hoy. Hoy corresponde hablar y contarles en primera persona -agregó-. Estoy bien, sé que no condice con la imagen que tengo… Me van a ver ojos tristes. Pero estoy bien. Por amor y respeto a la mamá y al papá de Franco, que nos están mirando, es que no quiero quebrar. Todo lo contrario: quiero sumar, quiero que sirva, quiero ayudar”.
Contó entonces que atraviesa emociones encontradas: “Estoy triste. Y estoy agradecida porque… además tengo una linda noticia, y es que voy a ser tía. Nos enteramos después (de la muerte de Franco). Él no llegó a saberlo, pero su novia Yamila nos va a dar un bebé. Dios lo quiso así. Quiso que un pedacito de Franco esté en el vientre de Yamila. Mas allá de la tristeza, hay una enorme felicidad que a veces es contradictoria. Pero hoy juro que estoy inmensamente feliz, a pesar del dolor. Están las dos cosas a la vez”.
Acto seguido, dio comienzo a la entrevista con Plotnik. “Lo conocí en Pamela a la tarde -dijo, sobre el profesional-. Ayuda a la gente más vulnerable, a los que menos posibilidades tienen. Me consta personalmente el trabajo que hace, cómo se involucra, porque Casa de Sur fue uno de los tantos hogares por los que pasó Franco”.
“Como psicólogo voy a intentar de no hablar de la teoría porque no es a lo que estamos invitados en esta charla -advirtió Plotnik-. Estamos hablando de esta búsqueda donde la persona siente que algo le falta, que su estado no se completa, lo que tiene no es suficiente. Vamos a trabajar enfocados en la conciencia más que con los actos inconscientes que tienen que ver con nuestra historia. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia y devenir”.
“El mundo está viviendo un cambio, donde se habla de una pandemia, en algunos países de muchos muertos e infectados -señaló-. Y lo único que encontramos es el aislamiento social. Es un momento muy complicado. El consumo problemático los mantiene alterados, silenciados en sus propios dolores. Quiero hacer como una memoria colectiva: ¿hasta dónde podemos generar más conciencia? En los 70 se hablaba de la conciencia concentrada, y se abrieron muchas líneas, místicas y religiosas, amorosas, se unieron cuestiones que tienen que ver con la mente unida a nuestro corazón. Y también se busca lo rápido, lo inmediato del consumo”.
—En la inmediatez caemos en probar cosas que son las sustancias que nos dan una falsa inmediatez.
—En un mundo de éxitos, a los que les va mal no se los tiene en cuenta. Ante la búsqueda de conseguir el éxito, aparece lo rápido, lo inmediato. Una sustancia te hace sentir que en 15 minutos lograste algo.
—Quiero hacer hincapié y usar este espacio de servicio para enviarle un mensaje a las familias que están atravesando esta situación. Para acompañarlas. Uno de los caminos en el que muchos se aferran es en la palabra de Dios; encuentran solución en la fe. ¿Cuales son los tratamientos más efectivos para intentar rescatarlos de este tormento?
—Hay que acercarse a un profesional. No todos los tratamientos son para todos los pacientes. Cuando la persona involucra a los familiares, la patología se hace más severa y empieza a exigirse más ayuda. Deben encontrar un lugar donde puedan hablar. Como los grupos, donde el paciente no se sienta solo, sino donde haya un par, alguien que lo acompañe. Depende de los grados de la adicción. Los tratamientos son efectivos y se encuentra mucha respuesta, pero no a todos. ¿Son lentos los tratamientos? Sí. Pero hay un lugar donde encontrarse, y el paciente está esperando ese lugar: el paciente no demanda ayuda, o cuando lo hace pasó mucho tiempo. Existe la posibilidad de que algún familiar encuentre lo que pasa, y comience a preguntar.
—Quiero hablar del supuesto control. En la sociedad está aceptado, sobretodo en el ambiente de la televisión, una suerte de ritual, el pertenecer. Y lo primero que te pueden decir cunado alguien consume es: “Yo lo controlo, estoy perfecto”. ¿Hasta donde el adicto controla?
—No hay control cuando hay una adicción. El control no es que “controlo lo que estoy consumiendo”. Eso es cáscara, es externo. En el supuesto caso de aquel que tenga algún uso de drogas, generalmente no lo comparte, no lo conversa; hay una cantidad de personas que no comparten lo íntimo. En la ONG tenemos 500 pacientes promedio, y ninguno de ellos está por consumo esporádico, alguna vez. Necesitan estar ahí, 100%. Los familiares que estén alrededor ven que hay una necesidad y están pidiendo un puente, o un lazo de ayuda; a veces llegamos a tiempo y a veces no. La cuarentena nos trae una lupa sobre nosotros mismos. Estamos frente a una visión ampliada de nosotros, una visión ampliada de cómo somos como sociedad. Es lógico que nos encontremos frente a la dificultad de “¿qué tenemos?”. Esta búsqueda del placer vacía, y como toda cosa vacía, cae. La adicción busca el placer vacío; eso se cae: el que busca placer en la adicción no lo llena. Es muy difícil sostener que tenemos el control de algo cuando no tenemos la fortaleza de utilizar nuestra conciencia para controlar nada. Cuando las personas no hacen un esfuerzo por conocerse, conocer sus redes, ¿por qué van a hacer un esfuerzo para controlar algo externo? Cuando digo vivir en la conciencia me refiero a algo íntimo como personas individuales y en sociedad. Una persona cuando va por la calle no enfrenta a otro y le dice: “¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás tomando alcohol?”. Nadie se ocupa de eso. Nos ocupamos de la gente que amamos. Cuando alguien comienza a preguntar es porque del otro lado hay una demanda. No es unidireccional.
—Ya hablamos de que cada caso es particular, pero para aquellos que tienen la duda de que alguien está pasando por esto: ¿hay indicios para darse cuenta si un hijo está consumiendo?
—No hay indicios, hay señales: no sirve tener el pelo largo o teñirse de rubio; no es verdad que porque me gusta el rock soy drogadicto. Una de ellas es ver qué está pasando con el vínculo. Cuando no te podes conectar de corazón a corazón. En principio somos humanos en comunidad, y cuando estamos hablando de eso, es qué le pasa al otro que se está aislando. Algo empieza a suceder entre los mismos grupos. No significa que sea adicta sino que algo está sucediendo. Hay que hacerse cargo de que algo está pasando. Es muy difícil darse cuenta de que algo está pasando si no prestamos atención a nosotros mismos. Y otra cosa que sucede es que se empieza a jugar una surte de culpa, que el padre o la madre tuvo la culpa.
—¿Qué les decimos a quienes sienten culpa?
—Es complicado. No pasa por ahí. Somos parte del mismo engranaje, somos parte de un problema como grupo, como gran familia. Lo que te pasa a vos me pasa a mí, nos reconocemos como personas cuando nos reconocemos en el otro también. No puedo ser el “causante de...”, pero puedo ser parte del problema. Si no le damos importancia a las cosas, después revienta en otro lado. Es el famoso efecto mariposa. Somos un grupo social: lo que pasa en Buenos Aires pasa en Córdoba, en Tierra del fuego. Este tramado, este aleteo de la mosca que produce en otro lado lluvia, también pasa en casa, en la comuna, en la pequeña villa donde vivimos. Hay familiares que me llaman y me dicen: “No puedo hablarle, se rompió el vínculo, no sé qué hacer”. Lo primero que hay que intentar es encontrar el lugar.
—El primer paso es el diálogo.
—Muchos familiares me llaman y me dicen: “El asunto es mi hermano, marido, mi mujer”. Hay mucha gente que me llama a mí por un tercero, porque con el tercero no se llega. Pero cuando alguno se acerca de corazón y regresa a la casa y “hoy hablé con alguien, ¿por qué no vamos los dos a hablar?”, es mejor. Hay mucho miedo a caer preso, a quedar internado, a la represión. La internación no es el único modo de tratar una adicción. No siempre es eso. Hay muchas cosas para hacer. No es un tema de clase social, ni de edad ni de género. Cuando empezamos a entender que todos somos parte de algo, es mucho más fácil.
—¿Cuáles son las consecuencias en la salud mental cuando la adicción es grande?
—Estar metido en un situación incontrolable para nosotros, cuando se habla de la dependencia, es no ser libre. Durante mucho tiempo genera acostumbramiento y una reacción muy complicada. Desacostumbrarnos lleva tiempo, y cambiar actitudes mentales lleva tiempo. Lo interesante de todo esto es que se puede volver, a cualquier edad, en cualquier momento. El consumo de alcohol es una patología muy común en la Argentina. Hay mucha necesidad de ser amado, en masa, y esa sensación de ser amado por la masa, reemplaza la sustancia. El alcohol hace terribles estragos en el cerebro. Cada uno debe reconocer en su organismo cómo estar bien. Y eso está en la cabeza. Rearmar nuestros lazos es la primera medicina. Por alguna razón estamos viviendo acá, en Argentina. Tierra de pueblos originarios, tenemos una cantidad de medicinas que nuestras abuelas nos hacían: el té cuando estás engripado. La medicina del amor es pan de todos los días. Es un problema pensar “de esta no salgo más”, o “todo está perdido”.
—Desde que empezaste a hablar de la adicción del alcohol llegaron muchos mensajes. ¿Cómo nos damos cuenta si es una adicción o es un gusto que nos estamos dando?
—Para saber si hay adicción debe haber una demanda diaria y punzante. No es una demanda de “cada tanto”. La condición para que yo haga esto depende de una sustancia externa. Ir a una reunión familiar y no tomar alcohol porque todos están pendientes de que no tome, sabiendo que después voy a otra reunión y tomo solo. La situación del “vínculo irrompible” habla de adicción. El abuso y la adicción están muy cercanos. No hay un compartir una cena sin alcohol. Es esa sensación de amor, de sentirse aceptado por la masa. El alcohol adormece al principio, y afecta después. Yo siento que soy psicólogo del corazón. Hay cosas como terapeutas que nos cambian la vida, claro que esto no existe, pero en tema de adicciones trabamos mucho con esto. Cuando hablamos de las imposibilidades, hablamos de que se pierde algo. No hay atajos, pero sí herramientas para fortalecerse.
—Hablemos de Casa de Sur: ¿cómo es el proceso del ingreso, en este contexto?
—Es por zona y es con testeo, porque dependemos de los trabajadores, que están con protocolo. No puede entrar un paciente con dudas de COVID-19, o que pueda desarrollar el virus en cualquier momento. Las obras sociales y organismos logran hacer el testeo para que puedan ingresar; a las 48 horas el paciente está con nosotros. Pero también hay que conocer las necesidades del paciente. Hay trabajos. No le pasa solo a uno. La conciencia es infinita y podemos desarrollarla mucho. Se puede cambiar, no importa la edad. No es verdad que no se puede cambiar. El vuelco en la vida se puede dar en cualquier momento. Hay muchos que se apoyan en la idea mística religiosa: el fuego lo podemos iniciar cuando queremos. Chispa tenemos; solo necesitamos el combustible.
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