“Ro, ¿por qué no lo dejás manejar a Claudito?”, le preguntó el manager a la salida del boliche, mientras señalaba a uno de los músicos que lo había acompañado en el escenario poco antes. Esa noche, según destacaron varios tiempo después, Rodrigo Bueno dio un espectáculo memorable que duró casi dos horas. “No, voy manejando yo, quedate tranquilo que está todo bien”, respondió el cantante con una sonrisa. Caía una llovizna ligera y ya era de madrugada. Para junio de 2000, El Potro era uno de esos personajes que aparecían por todos lados, uno de los personajes del momento. Había cumplido 27 años un mes antes y en los programas de televisión, en las tapas de las revistas, en las fiestas y sobre los escenarios su imagen irradiante contagiaba una energía que parecía no tener límites. Hasta que esa noche se puso al volante de su camioneta y, minutos después, aquella potencia que parecía incontenible se apagó para siempre.
Hace 20 años la Argentina amanecía con una de esas noticias que paralizan al país: en pleno auge de su carrera, Rodrigo había muerto cerca de las 3.30 en un accidente de tránsito, por esas horas todavía confuso, cuando volvía de brindar un show en la bailanta de la localidad bonaerense de City Bell, cerca de La Plata. “Fractura de cráneo con hemorragia cerebral”, repetían en los programas de televisión ante una audiencia que no podía creer lo que pasaba.
Las pantallas no tardaron en mostrar su cuerpo tendido sobre la autopista, la sangre en el asfalto, la camioneta Explorer roja abollada. Poco después se reveló también que en el impacto había muerto Fernando Olmedo, hijo del célebre comediante, Alberto Olmedo. De inmediato se supo que en el asiento del acompañante iban Patricia Pacheco, ex pareja del artista, y el pequeño hijo de ambos, Ramiro, de tres años. También viajaban con ellos Cachi Pereyra, uno de los asistentes del artista, y el Negro Moreno, productor musical.
En medio del dolor de la familia, de sus miles de fans y del ambiente artístico, donde tenía varios amigos, comenzaron en las primeras horas las especulaciones sobre la tragedia. Por el enorme impacto que produjo la noticia, para muchos inexplicable, se empezó a esbozar una suerte de rompecabezas: ¿cómo fue que Rodrigo llegó hasta allí? ¿Estaba en condiciones de manejar? ¿Cómo había vivido aquel día en el que encontró la muerte?
A 2000
A 2000 se llamó el exitoso disco que había sacado a fines de 1999 y que lo llevó a tener una temporada de verano rutilante, con show todas las noches. Lo contó en las decenas de entrevistas que daba apenas despuntaba el milenio: dio 49 shows en 9 días, en distintos puntos de la Costa Atlántica y otras ciudades turísticas de la Argentina.
En abril, llegaría una saga de conciertos en Buenos Aires que con el tiempo se volvió casi mitológica: 13 presentaciones al hilo en vivo en un Luna Park que estallaba cada vez que el cordobés se subía al escenario-ring que se había montado especialmente para la ocasión.
En algún momento habló de su retiro, cuando cumplió los 27 años el 24 de mayo dijo que estaba pensando en bajar los decibeles mientras su imagen se proyectaba por todos lados y su música no paraba de sonar en fiestas, programas de radio y televisión.
A comienzos de junio viajó a Cuba: allí se encontró con Diego Maradona, a quien le dedicó el recordado hit La mano de Dios. También se tomó unos días de descanso, junto a su novia Alejandra Romero.
Según contó la propia Romero a la revista Gente una semana después de la muerte de Rodrigo, por aquellos días de playa el artista presentía que algo malo le estaba por ocurrir.
“Ro sabía lo que le iba a pasar”, relató la joven a ese medio y contó que durante una de las noches que pasaron en Cuba junto a Maradona y su manager, Guillermo Coppola, vivió junto a su novio una situación extraña mientras bailaban en una discoteca llamada Macumba.
“Habíamos bailado como nunca, porque a Ro le encantaba bailar salsa”, recordó Romero y agregó que en un momento se separó de su novio. Al rato, lo vio en la barra muy pensativo. Ella se acercó y el cordobés se puso a llorar desconsoladamente. “‘Agarrá la cartera, ¡nos vamos!‘, me dijo. En ese momento la cara de Ro transmitía terror. Le pregunté qué pasaba y me dijo: ‘Me voy a morir’”, relató Romero a Gente.
“Ese día además me dijo: ‘A mí me van a matar. ¿Viste el tipo que estaba ahí con traje? Le dije que no. Pero él ya se había sentido observado por un hombre grandote que lo había seguido hasta el baño. También me contó que ese tipo era argentino y que lo amenazó”, agregó.
Cuando volvieron del viaje, el cantante retomó sus obligaciones laborales: shows, entrevistas, los preparativos grabación de un comercial que lo llevaría a ser la cara de una cerveza.
Un programa, risas y comida con amigos
El viernes 23 de junio de 2000 había sido un día cargado en la agenda del músico, pero él se había mantenido tranquilo, según relataron sus allegados. Había llegado desde Ushuaia por esas horas, donde tuvo presentaciones y luego se dedicó a esquiar.
En una entrevista radial, el manager del artista, José Pepe Gozalo, lo describió así: “Rodrigo estaba mejor que nunca. Con un estado de ánimo impresionante, chocho con los proyectos, inspiradísimo, feliz por la publicidad de una cerveza que planeaba filmar”.
Poco antes, Rodrigo había organizado con el representante el viaje a City Bell que tenía que hacer a la noche: el cantante dijo que prefería ir en su camioneta, así llevaba a Patricia, su ex mujer, y a Ramiro con ellos.
El primer compromiso de la jornada era participar de la grabación de La Biblia y el calefón, el emblemático programa de Jorge Guinzburg. Rodrigo se presentó en horario, cerca de las 20 charló distendido en la trastienda con el conductor y los demás entrevistados: las actrices Andrea Pietra y Georgina Barbarossa y el periodista Nacho Goano.
Como ocurría siempre en La Biblia…, hubo preguntas picantes y bromas por parte de Guinzburg. Rodrigo se notaba divertido.
“¿Es verdad que dijiste en una revista que te llamaron ‘bestia’ después de una noche de amor de 12 horas?”, quiso saber el conductor. “No”, desmintió Rodrigo. “¿Por qué? ¿Será que 12 horas es una exageración?”, “No, porque fueron 16”, remató el cantante.
Al terminar, cerca de las 22, el cordobés fue hasta El Corralón, el restaurante usualmente elegido por celebridades y personajes del mundo deportivo.
Allí se encontró con Patricia, con Ramiro, con Gozalo y con el productor artístico Pepe Parada, que acercó al Potro a su mesa. Parada comía con Fernando Olmedo, quien confesó que nunca había visto un show en vivo del cuartetero. A los minutos, el joven era parte de la comitiva que partiría hacia City Bell.
La comida, según recordaron los presentes, transcurrió de manera apacible. Agua mineral, pollo, ensaladas, charla, algunas fotos. Rodrigo se acercó a saludar al periodista Carlos Monti, que se encontraba en el restaurante comiendo con su esposa y sus suegros. Al rato, el grupo salió hacia el Conurbano; en la bailanta Escándalo la multitud clamaba por su ídolo.
De acuerdo al relato de los miembros de la banda y del representante del Potro, la presentación fue muy buena. Hasta que en medio del show se oyó un ruido potente y sorpresivo que obligó a todos a parar la música. El público y los músicos empezaron a sentirse mal y a lagrimear. Alguien había detonado una bomba de gas lacrimógeno dentro del boliche.
Según reveló Gozalo en una entrevista con la revista Gente en su edición del 27 de junio de 2000, “Rodrigo hizo un show espectacular, de una hora y cuarenta. Pero si querés que te diga la verdad, la explosión de la bomba de gas lacrimógeno fue algo muy extraño. Todo el público empezó a lagrimear y Rodrigo ordenó parar la música. Se detuvo y dijo: ‘¡ey, loco! ¿por qué hacen eso? Así no se puede estar. ¿Por qué hacen eso?’. Pero después siguió con muy buena onda y la gente quedó muy contenta”.
Ya era sábado, cerca de las 3, cuando Rodrigo y sus acompañantes se subieron a la camioneta del cantante para emprender el regreso. Detrás, en otro vehículo, viajaban el resto de la banda y el representante.
Los minutos que siguieron fueron analizados milimétricamente durante horas en los medios de la época: se habló de una discusión que habrían mantenido Rodrigo y Patricia, de un disgusto del músico con un automovilista que se interpuso en su camino, de un estado alterado del cantante, a la presencia de alcohol (pese a que las pericias nunca lo confirmaron).
En una entrevista con el programa Secretos verdaderos, Cachi Pereyra, uno de los que viaja esa noche en el vehículo, aseguró: “Estaba todo normal, como todos los viajes que hacíamos. Él venía hablando con Olmedo, la Pato venía adelante con el nene. Venía haciendo chistes con Olmedo, no hubo ningún problema dentro de la camioneta”, aseguró. “Veníamos lo más bien. Lo único que le dijo Pato fue: ‘Guarda, Ro’, porque el otro le frenó adelante. No hubo nunca un manotazo al volante, ni ninguna discusión”, apuntó.
En el mismo ciclo, Patricia Pacheco fue contundente: “No veníamos discutiendo como se dijo, no pasaba nada. Él se puso nervioso porque no pudo pasar un telepeaje y después se la agarró con la camioneta blanca”.
Cerca de las 3.30, cuando la Ford Explorer roja que manejaba atravesaba la localidad de Berazategui por la autopista Buenos Aires-La Plata, Rodrigo rozó la camioneta Blazer blanca del empresario informático Alfredo Pesquera Poco antes había pasado el peaje de la localidad de Hudson.
Con el paso del tiempo comenzaron a circular los rumores que derivaron en un juicio oral: Pesquera, que murió en 2013, fue acusado de homicidio culposo. Años después, la Justicia lo absolvería.
En el relato de Pereyra, uno de los sobrevivientes, en el auto que manejaba el Potro todo había sido tranquilidad, hasta que se cruzaron con el vehículo de Pesquera, que se les interpuso.
“Rodrigo le hizo luces para que se abriera y, cuando intentó pasar, la camioneta blanca cerró el camino. Entonces pegó el volantazo hacia la derecha y pegamos contra el guarda rail y empezamos a dar vueltas”, dijo en una entrevista televisiva.
Según se supo después de las pericias, la 4x4 del artista iba a una velocidad de entre 120 y 130 kilómetros por hora, terminó dando varias vueltas sobre sí misma y se detuvo varios metros después. Fernando Olmedo murió por una fractura de tórax y traumatismos en la zona abdominal. El resto de los pasajeros sufrieron lesiones de distinto tipo.
Rodrigo, que iba al volante y no llevaba puesto el cinturón de seguridad, salió expulsado al perder el control del vehículo, en medio de la niebla y la llovizna que humedecía el camino. Encontraron su cuerpo sin vida –con sus botas texanas, el pantalón clarito y su inconfundible chaqueta, esa imagen que vuelve una y otra vez– a 150 metros de la camioneta.
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